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Bolivia, una nueva lección

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González Sánchez de Lozada, renunció este 17 de octubre a la presidencia de Bolivia. Al menos, eso será lo que diga la historia oficial. Lo cierto es que al igual que les sucedió a sus homólogos Jamil Mahuad, en Ecuador, y a Fernando de la Rúa, en Argentina fue el pueblo quien lo sacó del poder.

Pudo haberse llamado de otra forma, el hombre o el nombre no importan. Lo que las masas ya no toleran es el modelo, responsable de la exclusión social, de la venta del patrimonio nacional, de la entrega de la soberanía, de la desmedida injerencia norteamericana y el "yes, man" con que es recibida. Lo que no toleran es la prolongada crisis económica y social y la falta de políticas para ponerle fin y emprender una camino que de cabida a todos y acabe con la injusticia de siglos.
Bolivia llegó a una situación límite.

El estaño y la plata se agotaron, se los robaron las transnacionales con la anuencia de no pocos mandatarios. Ahora le tocaba el turno al gas natural y nuevamente ahí estaban los pulpos monopólicos del vecino del Norte para caerle encima y dejar unas migajas al Estado como premio a su desprendimiento.

Y mientras, el pueblo boliviano muriendo de enfermedades curables, sumido en la más profunda de las ignorancias. Para ellos, sólo las recetas del FMI: el desempleo, la falta de presupuesto  para la seguridad social, la marginalidad, la política de arrasar con sus pequeñas economías basadas en la cosecha de la coca y solo porque alla, también en el Norte, se procesa y se convierte en una droga letal.

Gonzalo Sánchez de Lozada, asumió la primera magistratura en el país el 6 de agosto del 2002, hace apenas catorce meses y, desde entonces, 140 bolivianos perdieron la vida en protestas callejeras que fueron reprimidas en nombre de la democracia. Esa democracia que con tanta vehemencia defendió el Gony hasta el último momento y que en los últimos cinco días cobró la vida de 80 bolivianos más.

Como suele suceder, también al pueblo boliviano, a los sindicalistas, a los indígenas, a los maestros, a los universitarios se les estaba preparando un expediente.

Decían desde el Palacio de Murillo, sede presidencial, y desde Washington que las multitudes que se apoderaron de las calles desde el 15 de septiembre último eran sufragadas por gobiernos extranjeros -léase Venezuela y otros no supeditados al mandato yanki-; decían que de caer el gobierno, instalarían en el poder un régimen narcoterrorista.

Evo Morales y Felipe Guispe, líderes populares serían los chivos expiatorios de esa nueva patraña.

Pero la ira contenida en el pueblo, no les dio tiempo a sedimentar la calumnia. Los bolivianos cerraron filas como un solo hombre al grito de "el gas es el del pueblo boliviano", "Gonzalo Sánches de Lozada, tiene que renunciar".
Fue el presidente argentino Néstor Kirchner desde su natal Santa Cruz en declaraciones a la prensa sobre el caso boliviano quien dijo:

" Estas cuestiones las tienen que ver con toda claridad los organismos internacionales porque muchas veces a los pueblos y a los gobiernos que no tienen la fuerza que tienen que tener para defenderlos, los llevan a situaciones límites".

Mientras, en la Paz, ciudadanos norteamericanos residentes en esa nación sudamericana, condenaron en una carta entregada a la embajada de los Estados Unidos  la intromisión de su Gobierno en la crisis boliviana.

La misiva era en respuesta a declaraciones oficiales, entre ellas las de Roger Noriega, el subsecretario de Estado para Asuntos Hemisféricos en las que advertían que "Washington no reconocería a otro gobierno que no fuera el de Sánchez de Lozada".

La Paz, había amenecido este viernes, dijo un comentario de la agencia inglesa Reuters, "como un desolado campo de batalla, en las calles sólo se podían ver los neumáticos humeantes y las barricadas de piedra".

Con esa fuera telúrica con que suceden las cosas en nuestras tierras de América y sin que ni siquiera ese corresponsal británico pudiera entenderlo, comenzaron a llegar desde El Alto y otras regiones, las masas que ya no se detendrían.
En horas de la noche y mientras Gonzalo Sánchez de Lozada ponía pie en polvorosa, Carlos Mesa, el vicepresidente fue aprobado por el Congreso para asumir la sucesión presidencial. Días antes se había distanciado del Gobierno en desacuerdo por la masacre que desde el Ejecutivo se había ordenado.

Confíemos en que muchos aprendan la lección.

El movimiento popular boliviano no se detendrá. La renuncia del Presidente era solo una de sus demandas. Ahí quedan la Ley de Hidrocarburos y la Asamblea Constituyente para una nueva Carta Magna. Ahí están los excluidos y los hambrientos, bolivianos todos que levantaron un país que debe acabar de ser de ellos.

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Nidia Díaz

Nidia Díaz

Periodista cubana, especializada en temas internacionales. Actualmente trabaja en el semanario Granma Internacional.