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Que el terremoto sea un hábito chileno no nos excusa de decir que este último de la madrugada del sábado es el más estremecedor que he vivido. Escribo en mi estudio de Santiago tras abrirle un hueco a mi ordenador entre los cientos de libros de mi biblioteca derrumbados de los estantes. Escribiendo me alivio un poco de la porfiada monotonía de las informaciones de la televisión que acumulan tragedias sin tregua. Cientos de compatriotas muertos o desaparecidos y la cifra sube sin piedad.