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Treinta y ocho horas con los hombres y mujeres del hierro (+ Fotos y Video)

Por: Mario Ernesto Almeida, Pedro Pablo Chaviano Hernández
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Trabajadores del central Jesús Rabí, en las reparaciones inmediatas a la zafra. Foto: Pedro Pablo Chaviano/Cubadebate.

A las seis de la mañana, cuando el sol aún no permite ver su cresta, el alba va siendo una realidad en el batey Jesús Rabí.

La voz de José, de 72 años, guajiro que responde “Jé” cuando desconocidos preguntan su nombre, retumba. Habla alto José y, a estas horas, contra nada compite su tono que se eleva y se expande, como grito, aclaración, polémica… como viejo que impera: escuchen, que soy yo quien habla.

La voz de José ruge en esta parte del batey como rugirán, durante el resto del día y parte de la noche, los hierros en reforma de los intestinos del central, que se reinventan, literalmente, para la molienda.

Tiene un palo entre las manos de poco más de un metro y, encajada a la frente, la gorra de un rojo gastado que exalta el amarillo de una M, correspondiente a su equipo.

Esto es Calimete, al sureste de Matanzas, y el rojo ferralítico del suelo matiza el frontón de las casas y endosa las hojas de los árboles cercanos al camino. La polvareda se levanta tras el mínimo aliento. El polvo, como dice José, está hasta en el mismísimo rincón donde el jején puso el huevo. Aquí crece la mejor caña de Cuba.

Él es José. Foto: Pedro Pablo Chaviano/Cubadebate.

José es trabajador retirado del central que le da nombre y motivo a este pueblo. Ingenio, dicen todos aquí. La calle es suya, de su voz, cuando el sol nace y, con esa misma voz, engancha el tono melancólico de los viejos que hablan de lo que se les fue. A los viejos se les ha ido muchas cosas: los padres, los amigos, los años, la inocencia, a veces los hijos, en ocasiones las esperanzas, en ocasiones el tiempo.

Ya no es como antes, dice. Antes todo el batey vivía en función del ingenio y la gente le sabía mucho y lo sentía. La gente estaba en su casa y, por el ruido de la maquinaria nada más, sabía si algo no iba bien. Y si se detenía, salía todo el mundo corriendo. Ahora ya a nadie le importa nada, opina José, piensa, mientras mira la calle.

“La mayoría de los trabajadores de allí no son de acá y quienes viven acá trabajan fuera o aquí, pero sembrando otras cosas. Tampoco se siembra toda la caña que se sembraba antes. Caminen por los linderos, para que vean”.

En el batey Jesús Rabí, a unos 107 kilómetros por carretera de la ciudad de Matanzas, uno puede sentirse tan extranjero y tan de aquí como en cualquier barrio de la periferia habanera.

Las mismas casas de prefabricado, alguna iglesia de modernas estructuras, alguna que otra casona derruida de los tiempos idos, gente que mira desconfiada ante los rostros poco familiares, la rabia de los perros tras la cerca, el reguetón, el vaivén matutino del trabajo, triciclos, motos, coches, ladas, tractores, camiones, caballos, palomares, callejones que no avisan serlo, problemas de años y años con los papeles de Vivienda y Planificación Física, fosas que se tupen y desbordan, zorrerías adolescentes, chismes, primos que quizás conozcas, la bodega con su gente que anuncia a gritos lo que entra, zapatillas de marca, chancletas destartaladas, siluetas noveles solitarias paradas en la acera a altas horas o que se apiñan en la parada, en espera de lo que sea que los lleve hasta la discoteca que hierve a dos millas, “que se pone buena”.

Así se ve el amanecer en los linderos del batey Jesús Rabí. Foto: Pedro Pablo Chaviano/Cubadebate.

Pero está el central, que es, definitivamente, otra cosa. En la Cuba de los 10 millones truncos, de manera paradójica, muchos no tenemos idea de lo que significa un central. De la zafra, menos… Sabemos que se preparan para arrancar e intentar cumplirla, que comienza, que algunas calles se tupen de bagazo, que alguna que otra vez se derramó petróleo, que termina, que se incumple, pero no más.

Fidel, de 62 años, ingeniero mecánico, administra el central. Dice que quien les llamó “burros” a los jeeps Waz partió el bate y que hace un tiempo, cuando fue a recoger el envío de sus familiares del exterior, le dijo al funcionario de turno dónde trabajaba y este, asombrado, respondió: ¿Y en Cuba todavía hay centrales?

“Ven a acá, chico, y de dónde coño tú te crees que sale la azúcar que te comes”, dijo Fidel, que se nos muestra medio jaranero y exigente, que le gusta la historia, confrontar… y que entre sus frases de gaveta yace una que suelta medio serio: “con el central todo, contra el central nada”. ¿Tú viste cómo yo me llamo? ¿Viste en qué año nací? ¡Jaaá! Soy de Jagüey. Mi mamá me dijo que me hiciera ingeniero para que no pasara trabajo y me jodió… porque desde que me gradué no he hecho más que trabajar”.

Fidel nos guía para explicarnos cómo funciona el central, sus partes, sus gentes, sus deudas, sus pequeñas aspiraciones.

Escrito con tiza en uno de los hierros del central. Foto: Pedro Pablo Chaviano/Cubadebate.

En el central, todo está relacionado. Hay una caldera de ladrillos con leña dentro que, al arder, generará la energía con que las esteras comenzarán a mover caña hacia los cuatro molinos en serie que habrán de sacarle al tallo todo el jugo posible.

El guarapo viaja por conductos hacia la parte norte del central, donde se procesa el azúcar y otros subproductos de la caña, mientras el bagazo torna al sur, a la caldera que, en lo adelante y hasta el fin de la zafra, en los próximos cuatro o cinco meses, solo se alimentará de él para mantener vivo al monstruo.

Cuando empieza la zafra, me cuenta Pablo el gordo, monumental cocinero, el parque del batey, yuxtapuesto a la caldera, se llena de bagazo. Tienen que tapiar todo el frontón de la casa de su madre, vecina del parque, y salir por el fondo a la calle paralela.

El parque del batey resulta, quizás, el único lugar de todo aquello donde la tierra colorada es vencida por algo. Allí la tierra no es la tierra, sino bagazo. Cada pisada se ejecuta sobre una acolchonada superficie, estable por los años y años de sedimento. Cuando llueve no se moja la tierra, sino el bagazo y el fango no es de tierra sino de bagazo y las huellas de los tractores que fosilizará en milenios este parque no serán de tierra sino de bagazo.

***

Taimí va de un lado a otro entre las oficinas y las maquinarias. Se le ve cansada. Está esperando al director de la empresa para hablar de insatisfacciones con su cobro del mes pasado. Dice que quiere que alguien le explique y que él es quien corta el bacalao de verdad y que siempre escucha a los trabajadores.

Ahora ve cómo uno de sus compañeros, con el soplete, arregla un horno de carbón improvisado, para cuando se vaya el gas en la casa, comenta él. “Esto resuelve, mucho más cuando hay apagón, hace unos meses la racha de apagones fue dura… y hace falta cocinar. Uno se mete todo el día aquí, pero cuando llega a la casa, la guerra con la familia es dura”.

Taimí comienza a hablarnos de las prácticas desgastadas en la política, de cómo lo ve en su día a día, de cómo a veces piensa que muchas cosas son mentira aunque quizás no lo sean: un trabajo voluntario, el discurso de este o aquel. Cuenta que mucho de lo que le enseñaron en la escuela del Partido fue, en su tiempo, aplastado por la realidad, la ruda práctica.

Ella ejerció como dirigente municipal de la Federación de Mujeres Cubanas, la recuerda como una etapa bonita, pero muy cruda. Trabajó con las mujeres que ejercían la prostitución: conversar con ellas, ayudar a resolver sus problemas materiales y los de otra índole, conseguirles un trabajo, otro, defenderlas.

“Nadie sabe lo que pasan esas mujeres”, me dice. “Nadie sabe las necesidades que padecen antes de tomar decisiones así. A mí nunca me ha faltado nada, tengo, incluso, familiares que me ayudan desde el exterior. Por desgracia no pude tener hijos. Pero estoy segura de que sería capaz de hacer cualquier cosa si no encuentro forma de ponerle el pan a un hijo mío todos los días en la mesa o diez pesos para que se vaya a la escuela. No justifico nada, solo digo que es complejo.

“Yo estuve en ese cargo mientras pude, pero hubo un momento en que me afectó demasiado. Imagina que estaba en una reunión del Partido y comenzaron a decir los nombres de las mujeres que habían sido detenidas por prostitución. Entre esos nombres estaba el de una amiga mía. Imagínate eso, una de pie, ahí, en la reunión del Partido, y escuchar el nombre de ella.

“Sabía que tenía muchos problemas, yo intentaba ayudarla cada vez que podía, le resolvía algunas cosas, pero jamás me imaginé que caería ahí. Es muy difícil… que tú no veas la luz y venga un desgraciado a convencerte de que puedes hacer doscientos dólares durante solo una noche en Varadero y que te dé vueltas y te enrede y te enrede y que no veas la luz… hasta que caes.

“Yo no pensé que ella fuera a caer, pero así fue. Y yo, ahí parada en la reunión, escuchando aquel nombre, tuve que aguantar como una yegua, apretar los puños y la mandíbula y bajar la cabeza. Después fui para donde me dijeron que estaba en Matanzas. Nada más que me vio se fue en llanto. Le conseguí un abogado, la saqué de allí y la convencí para que comenzara en un trabajo que le busqué. Pero lo que sufrí fue mucho. Ella me dolió más porque precisamente era mi amiga, pero conocí a muchas que me contaban sus historias y también lloraban, que no habían querido, que no… La culpa no es de ellas. Es de quien se aprovecha, de quien da la espalda, de quien paga…

“Después de eso pedí la liberación del cargo, no aguanté más y a los meses me la dieron. Ella ahora está bastante bien”.

“Ningún hombre es capaz de entender lo que ustedes sufren solo por ser mujeres”, le digo a Taimí que, tras contar su historia, anda con los ojos medio perdidos; Taimí que se está divorciando y dando guerra para que en el divorcio no la jodan después de tanto ella joderse, después de tanto dar; Taimí… que también da su guerra acá, entre los obreros del central, con ellos, repartiendo esto o aquello, sacando algunas cuentas, trabajando entre chispas que ciegan y estridencias que ensordecen… porque sabe que no existe dignidad posible que no parta de sangrar lo de uno.

“¡Vamos a tumbar el patriarcado!, le grito mientras nos alejamos. ¡Va a caer!”.

Ella es Taimí. Foto: Pedro Pablo Chaviano/Cubadebate.

***

Tras el almuerzo, el postprandial parece adormecerlo todo. El ruido simula extinguirse y las conversaciones se enrumban hacia lo anecdótico.

En el minúsculo muro de las afueras del comedor, Ramiro, de 67 años, antiguo jefe del área de calderas, ingeniero termoenergético, habla de cuando empezó su vida aquí. Cuenta que en ocasiones les daban reservaciones para algún campismo y allá se iban varios trabajadores, con sus familias.

“Eran buenas esas vacaciones”, dice Ramiro, “todo el mundo descansaba, nos divertíamos, pero si había un problema en el central, ahí mismo todos nos montábamos en la parte de atrás de un camión y veníamos para acá de inmediato. Arreglábamos lo que hiciera falta, en el área que fuese, aunque no se tratara de la nuestra, y luego volvíamos con las familias al campismo. Había un sentido de pertenencia fuerte con el central, con la zafra”.

Ramiro fue basquetbolista. Se enorgullece al decir que jugó en el equipo provincial contra los mejores players de la historia de Cuba, en esos años setenta y ochenta. Su esposa, un poco más joven, es ingeniera agrónoma y, aunque él es de Colón, al descubrir que su vida giraría en torno al central, aceptó que le diesen una casa aquí en el batey, donde vive. “Cuando uno sale de casa de los padres, más nunca vuelve”, insiste.

Muchos jóvenes trabajan hoy en el central. Ahora, en el primer molino, riñen sobre cómo hacer una pieza para el collar de un perro.

“Hazme el favor, mi hermano, dame un puntico de soldadura aquí”. Una arandela de acero es soldada a una tuerca y otra tuerca es soldada a una arandela de acero y ambas piezas se unen mediante un tornillo. “Es para que la soga gire y no se enrede”, me explica. “Debe ser para un perro grande, le comento. “Es grande sí, es grande”.

Cuando menos lo imagina uno, todo empieza nuevamente a sonar. El central en reparación es un mundo de trastazos donde el hombre oprime, acaricia, levanta, transforma… al hierro y al acero.

Para apretar una tuerca de más de una cuarta de diámetro, han tomado las medidas y hecho su propia llave a partir de una plancha de metal. Todo lo rinde el soplete, todo lo puede, todo lo transforma y funde y la llave está ahí, la rústica, la suya, la que al fin y al cabo sentirá los mandarriazos con los que habrá de apretarse la tuerca, la llave que sentirá la presión de la grúa para que la dichosa tuerca apriete más aún. Es duro ese cariño de los hierros.

Dos obrero conversan entre los molinos. Foto: Pedro Pablo Chaviano/Cubadebate.

Reinier, técnico, es el jefe de esta sección de reparaciones. Ronda los treinta años. Hamblamos un poco de cualquier cosa, de los precios de la carne de puerco, de la cebolla, de la pieza que irá en esa parte que vemos vacía y de cómo hay un sistema de engranajes que, en caso de ser necesario, permite que alguien haga girar con la fuerza de sus propias manos las toneladas y toneladas de rodillos que componen cada molino.

“Estamos atrasados”, me explica. “Hay cosas que se escapan de nuestras manos. Empezamos tarde las reparaciones porque no había oxígeno en todo el país y, el poco que había, tenía que repartirse entre los hospitales”.

Cualquier cosa que ocurra en el país también influye aquí, como también influirá, luego, en el país, lo que aquí ocurra. “Sin oxígeno nosotros no podemos hacer nada. Para soldar, se necesitan dos botellones: uno con acetileno y otro con oxígeno, y nosotros utilizamos eso todo el tiempo, para todo.

“Sin oxígeno, aquí no se puede hacer nada ‒insiste‒. Ya después la cosa se acotejó y pudimos empezar a todo tren. Y aquí estamos de lunes a lunes desde hace más de dos meses, hasta que por fin logremos arrancar con la zafra.

“Estoy loco porque empiece la zafra a ver si la brigada nuestra puede descansar un poco. Siempre tendremos que trabajar porque siempre hay que arreglar algo, siempre hay algo que se rompe, es así, pero la cosa ya ahí no es tan fuerte. Aquí es todo los días de siete de la mañana a siete de la noche, los sábados hasta las cuatro y los domingos hasta el mediodía, sin mencionar la brigada de por la noche a la que le entregamos el turno”.

¿Y la familia?

Baja la cabeza y encoje los hombros, como resignado. “Imagínate tú. Es difícil. La mujer, los hijos”.

¿Cuántos hijos tienes?

“Tres. Una de siete, uno de cuatro y otro de un mes. En el tiempo que llevamos arreglando esto yo solo he faltado dos días, que fueron los del parto de mi esposa. El más chiquito ni me conoce. Yo llego a la casa de noche, lo cargo y arranca con la gritería, como diciendo: ¿Quién es el extraño este?, ¡suéltame!, ¡quita! Y tengo que dejarlo ahí… ¿Qué voy a hacer?”.

***

Ernesto, especialista principal del Jesús Rabí, es ingeniero. Hace unas horas, lo conocí bajo un portal. Ernesto tiene el mismo rostro de Ariel, un amigo con el que crecí. Ernesto tiene cincuenta y dos años y un color rojizo intenso en el pecho, como Ariel, cuando pasa demasiado tiempo a la luz. ¿Eso es de coger sol?, le pregunto. “¿Sol? Ojalá fuera sol. Es lupus”, y me muestra las venas inflamadas de su brazo izquierdo, como quien no muestra esas venas por primera vez.

Le pregunto si podemos subir hasta los barandales más altos del central, para hacer fotos. “Claro que sí”, responde y acto seguido nos conduce.

A unos 20 metros de altura, casi todo se ve. “Este es un central pequeño”, dice Ernesto. “Aquí en Matanzas hay algunos dentro de los que este cabe tres veces. Pero lo bueno de este es que tiene la caña cerca. La caña de aquí es buena”.

Desde lo alto del central. Foto: Pedro Pablo Chaviano/Cubadebate.

“Yo no te voy a decir que todo el mundo aquí es bueno, porque es mentira. Es como en todas partes: hay gente muy buena, gente regular y gente mala. Pero con los buenos se hace mucho. La gente habla mal de la juventud… pero cuando tú ves a todos los trabajadores parados en el cambio de turno y percibes que el setenta por ciento son muchachos, te das cuenta de que las cosas no son tan así como dicen. Como te acabo de explicar: los hay muy buenos, regulares y malos, pero le meten el pecho”.

¿Duran mucho los jóvenes?

“Los técnicos sí. Aprenden de todo y se quedan años trabajando. Los ingenieros… casi ninguno, la verdad. La mayoría termina su servicio social y busca otro trabajo. El trabajo es fuerte. Los ingenieros saben que en cualquier oficina de Varadero o Matanzas, con aire acondicionado, van a pasar menos trabajo y van a cobrar más. Es complejo. Pero bueno, aquí intentamos que aprendan y que nos ayuden, el tiempo que estén…

“¿Ustedes ven al viejo ese de la gorra, allá abajo? Tiene 78 años y sigue, no se va, no falta. ¿Ven a aquel otro? También tiene más de 70. Ninguno de los dos tiene necesidad de trabajar. A ellos Fidel les dio un carro cuando las zafras grandes. Dando viajes a La Habana o alquilando esos carros, podrían buscarse el dinero que aquí nunca van a tener. Pero siguen viniendo”.

¿Usted cree que en estos pueblos aún se viva el espíritu del azúcar?

“Ya no es como antes. Antes todo giraba en torno a los centrales y quien no trabajaba en uno, lo hacía en el cultivo de la caña. En el periódico Girón salían a diario las toneladas que cada ingenio había molido el día anterior y todavía me acuerdo del nombre del periodista de Granma que, también a diario, daba el parte de las toneladas que se molían en cada provincia. Uno siempre estaba al tanto de eso. Ahora eso no pasa o uno no lo ve.

“En esta zafra, de cincuenta y tantos centrales que quedan en Cuba, van a moler unos treinta y pico… y en Matanzas solo dos: este y el Mario Muñoz, de Los Arabos. Los pueblos de por aquí tienen ya otra vida, la gente trabaja en otras cosas, en otras partes y nadie sabe lo que pasa en el Central, lo que se vive.

“Pero te voy a decir una cosa: algo queda. Yo soy de Manguito, un pueblo de aquí cerca, y, a veces, voy llegando a la casa o caminando por la calle y alguien me grita: ¡Ernesto! ¿Cómo está el central?

“El año pasado incumplimos la zafra. Cuando eso pasa, vienen los palos de todas partes. Pero lo que nadie ve es que estuvimos parados más de treinta días, en pleno tiempo de molienda, porque no había petróleo. Eso no es culpa nuestra, pero sin petróleo no se puede hacer zafra. Aquí, en ese tiempo, se gastan más de diez mil litros diarios nada más que en las combinadas, los tractores, los camiones… que se encargan de sacar la caña del campo y traerla.

“Son factores externos, pero los que incumplimos fuimos nosotros. Ahora también empezamos muy tarde las reparaciones porque no había oxígeno. Si no había para los hospitales, ¿qué oxígeno va a haber para acá? Es lógico, pero eso después repercute. La gente tampoco ve las condiciones en las que aquí trabajamos, las carencias que tenemos, los burocratismos, lo que tenemos que inventar para arrancar con la zafra

Bromeando, le comento que, antes de entrar aquí, no sabía por qué haría falta usar un casco. Después, he visto cómo las toneladas de hierro “vuelan” por encima de uno y pienso: “si eso se cae no hay casco que valga”.

“Si eso se cae ‒dice él‒ no hay casco que te salve, pero bueno, por lo menos si se va un tornillo no te parte la cabeza”.

Él es Ernesto. Foto: Pedro Pablo Chaviano/Cubadebate.

***

Son más de las nueve de la noche y Eridi, la custodio del lugar donde dormimos, ve la novela. En Cuba, las novelas del horario estelar, cubana y brasileña, un día y otro respectivamente, hay que verlas, porque de lo contrario no se entiende lo que dice la gente, o por lo menos cómo comunica muchas cosas, los chistes, las polémicas… La novela marca agenda…

Además de aclararme lo que ha pasado en los últimos capítulos, la novela le da pie para recordar de dónde viene.

Eridi vivió algún tiempo en otro batey perdido del este de Matanzas de cual, dice, solo se podía salir en un transporte obrero por aquellos duros días de la década de los noventas. Desde hace unos años vive aquí, en el batey Jesús Rabí, con su hijo.

¿Usted es de allá?

‒No ‒responde‒. Soy de Guantánamo, del valle del Caujerí.

¿Le queda familia por allí?

‒Sí, mi padre.

¿Hace tiempo no va?

‒Sí, mucho. Él no quiere venir porque tiene un pedazo de tierra que recibió cuando la Reforma Agraria, hace años ya. Mi abuelo luchó en la Guerra de la Chambelona. En realidad fue él quien recibió las tierras. Se las dio el comandante Fidel. Años después vendió una parte y con la otra se quedó mi papá. Por eso no quiere venir. Es un buen pedazo de tierra.

***

El central amanece, el domingo, con una enorme pieza metálica “flotando” entre los molinos. Esto, me dice alguien, es una especie de conductor que lleva la caña que muele el primer sistema de rodillos hacia el segundo sistema, donde se molerá nuevamente, para sacar más jugo.

La mayoría de los obreros de esta parte del central anda inmersa en esto. Aquí el ser humano es minúsculo, al menos físicamente, ante las cosas que mueve. Toneladas de hierro se elevan en el acto tras el leve toque de un botón, adjunto a un control que cuelga de un cable desde lo alto de la estructura, donde la grúa mecánica se desliza en rieles, por encima de los molinos.

¿Cuántas zafras en la espalda habrá que tener para tocar ese botón… que puede, de tantas maneras, salvar la zafra misma o estropearla o quitarle la vida a un compañero de trabajo? Pero son varios los que lo manipulan, los que lo asumen, los que saben hacer lo que hay que hacer.

En ocasiones, se precisa una fuerza mayor que la de un solo hombre, pero una sutileza infinitamente mayor que la de cualquier máquina. Es ahí cuando la grúa queda por completo inútil, es ahí cuando se enlaza la cuerda en una “margarita” y a un extremo de la cuerda se amarra el trozo de hierro que habrá de alzarse, tras deslizar sobre otros hierros, y del otro extremo de la cuerda varios hombres halan y retroceden y tiran una y otra vez y “cuidado que se trabó ahí” y “guanajo, quita el pie que lo pierdes” y “cuidado” y “empuja” y “corre”, “sube”, “atornilla” y “cuidado”, “hala”, “aguanta”, suelta”… y todo eso, aún, con toneladas de metal “flotando”, pendiendo de un hilo, sobre las mortales cabezas.

Hay una guapería contagiosa, sublime… entre los domadores del hierro. Todos ríen del mal hablado, de los cuentos casi absurdos sobre las conquistas de anoche, todos ríen ante el aguaje de poca monta, burlesco, de quienes llegan con zapatillas blancas al reino de la grasa y aun así no se ensucian.

Pero hay algo que se impone, que aplasta todas esas manifestaciones de la hombría de merolico… y es el trabajo, es el rostro de Yalli, como todos le dicen, o Guillermo, como en realidad se llama.

Guapería grande la suya cuando mira con toda la concentración del mundo esos hierros que flotan, preguntándose cómo carajos encajarlos en el hierro firme; guapería en su capacidad de estar aquí y allá, arriba o abajo, de no parar cuando todos paran, de no hablar cuando todos lo hacen, de hacer y hacer y no parar de hacer… ¿y qué tendrán esos tipos hambrientos del hacer? ¿Qué pensarán estos “desgraciados”… que hacen quedar a tantos como tiesos, pero que a tantos halan, que a tantos guían? Tímida esa guapería del señor Guillermo, que sonríe ante el halago y estrecha la misma mano cubierta de grasa con que enamora al hierro.

Guapería incluso en el fumar de esta gente, que encienden el cigarro con la misma fosforera con se prende el soplete que al hierro pica.

Él es Yalli. Foto: Pedro Pablo Chaviano/Cubadebate.

Guapería en Linares, uno de esos viejos de 72 años que nos decía Ernesto; Linares… que no recuerda bien la cantidad de zafras que lleva a cuestas; Linares… que hasta en Angola trabajó el azúcar mientras el apartheid era recondenado por la vía del plomo; Linares… que se trepa sobre los hierros y se queda casi en un solo pie al borde de un abismo metálico de dos metros y tanto y baja en cuatro patas y a treparse vira.

Mienten quienes aseguran que el central se alimenta de la caña. El central se alimenta de estas gentes, las digiere, les chupa las fuerzas, los años, la vida… Son muchos los hombres y mujeres que se traga el central de disímiles formas.

Ya, a modo de enigma, me lo había dicho Ramiro, otro de esos huesos duros que se retiran y vuelven: “Esto es una fabriquita de viejos… pero entramos jóvenes”.

Él es Linares Foto: Pedro Pablo Chaviano/Cubadebate.

La fecha de inicio de zafra en el central Jesús “Rabí” Zablón Moreno, mambí de todas las guerras, no se sabe. Fidel, el administardor, alinea sus cábalas y asume que el 19, un día antes del aniversario de muerte de su padre, mientras que muchos de los obreros hablan del veintitanto de diciembre. Los más pesimistas piensan en la arrancada como un posible y buen regalo para el día de reyes, en las primeras fechas de enero.

Pase lo que pase, a muchas de estas personas no les corresponderá el canonizado fin de año en familia. No de empezar la zafra antes del treinta y uno de diciembre, porque el central, una vez que enciende, no para hasta que, meses después, se acaba, al fin, la caña. Si comienza más tarde, también habrá que trabajar, más aún, incluso, ese dichoso último día y también el dichoso primero y el segundo… hasta que la “magia” se haga y salgan las primeras ráfagas de humo por la altísima torre.

Quizás, en el futuro, se recuerde esta zafra como la peor de la historia. Puede que pase como una más. Sin embargo, más allá de los números, más allá de los demonios que se perfilan en contra, de lo que no hay, de lo que no habrá, de lo que se inventa… de las declaraciones de altos dirigentes que anuncian, desde ahora, lo difícil que será todo, en este central, o ingenio, como ellos gustan decir, hay hombres y mujeres sudando, dejando de ver a sus hijos, de calentar el lecho, perdiendo tantas cosas… para la mejor zafra de sus vidas.

En video, el central

Foto: Pedro Pablo Chaviano/Cubadebate.

Foto: Pedro Pablo Chaviano/Cubadebate.

Foto: Pedro Pablo Chaviano/Cubadebate.

Foto: Pedro Pablo Chaviano/Cubadebate.

Se han publicado 18 comentarios



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  • Geovanny dijo:

    Magnifico trabajo, me encanto desde que comencé a leer, recuerdo cuando niño el Central Smith Comas de Cárdenas, la Papelera Tecnica Cubana con su inmensa loma de bagazo por donde subian los buldozeres para apilarlo, el Central Dos Rosas o Humberto Álvarez que ya no existe donde trabajaron mis familiares, hemos perdido tanto,.

  • Alba dijo:

    Excelente narración. Atrapa de principio a fin. No tenía particular interés en el tema; en verdad, estaba prejuiciada al respecto. Por suerte la buena escritura me arrastró y le agradezco ahora conocer a personas sacrificadas y valiosas, haber vivido la experiencia de entrar a un central.azucarero y respirar el aire cargado de grasa y sudor. Porque así me sentí, como espectadora directa de sucesos, anécdotas, emociones... Fotografía también perfecta. Bella y sugerente. Más que lectura fue un paseo entrañable y aleccionador.

  • JP dijo:

    Parece que son mal recompensados los ingenieros en este sector

  • Ta'bien dijo:

    Me encanto este trabajo. Principalmente por lo que cuenta.

  • gustavo dijo:

    No hay cómo interpretar los sentimientos de los que nacieron, se criaron y vivieron en los bateyes de centrales, principalmente hoy cuando la industria azucarera ha ido desapareciendo. Lo que funciona no se toca hasta que demuestre que hay algo mejor que lo ha experimentado y funciona, no se en el mundo donde esta industria se desarrolla y mantiene, cuántas veces cambian de estructura, lo que si se es que se sigue produciendo azúcar cada vez más

  • Empresa Eléctrica de Guantánamo dijo:

    Por encima de todo, más allá de los resultados, está el valor de estos guerreros que sacan fuerzas de lo más profundo para echar a andar la maquinaria de un central que ha sido el centro y el motor impulsor de sus historias de vida. He aquí una identidad enraizada entre los hierros, entre la maquinaria; he aquí la historia de la constancia y el tezón, de la entereza por una obra que tiene al final el dulce sabor del azúcar que todos deseamos en las bebidas y dulces, en la sangre.

  • Rodney dijo:

    Excelente artículo. Escrito con rigor, pasión y respeto a l@s trabajador@s del azúcar. Digno homenaje a mujeres y hombres sin rostro detrás de cada cucharada que endulza nuestros cafés mañaneros. A pesar de la descapitalización de esa industria, el central sigue siendo parte de la cultura cubana.

  • Susana de la Flor dijo:

    Excelente reportaje, comencé mi vida laboral en un central azucarero, que ya desapareció y aún le tengo cariño, gracias por recordarmelo...

  • Queso proceso dijo:

    Debemos rescatar la industria azucarera...azúcar para crecer !!!

  • Leidys dijo:

    El artículo está precioso. Realmente me he deleitado leyendo una historia que te hace sentir más cubano de lo que eres. Creo que a los trabajadores del Central Jeus Rabí no les hace falta estimulo moral o financiero. La prosa y los destellos de poesia escritos en estos párrafos y dedicados a ellos son suficientes para llenar espacios vacios. Felicidades para el periodista. Pero.....
    FELICIDADES con mayúscula al fotógrafo por la calidad, la naturalidad y la poesía de las fotos. Por dios soy fans de la fotografía aunque no se hacerlo muy bien y hace mucho tiempo no veía fotos tan hermosas. Gracias por este reportaje.

  • Omar Fernandez dijo:

    Esto es periodismo, lo demas, humo y hojarasca o, para estar a tono, hollin y bagazo... felicidades a Mario Ernesto y Pedro Pablo, y a los obreros del Jesus Rabi...

  • Juan Carlos Subiaut Suárez dijo:

    Muchas gracias por la excelencia, el realismo y la humanidad que destila este artículo. Conozco perfectamente el Jesús Rabí, lo visité varias veces, en reparación y en molienda y conocí a los Linares, Ernesto, Ramiro y José, de aquella época. Ese sentido de pertenencia, de comprometimiento, de que les corriera el azúcar del ingenio por la sangre, descrito magistralmente por Mario Ernesto, lo conocí. En aquel entonces a esos "viejos" les llamaban cincuentenarios, eran los que al oir de lejos el sonido sabían que le dolía a la maquinaria, Recuerdo a Pascual, a Antonio el gallego, entre otros. Honor a los hombres del Azúcar.

  • Celia dijo:

    Que triste debe ser vivir en ese lugar ,ahí no hay vida

  • Walfari dijo:

    Fidel debe de ser Fidel Carballea Socorro, Ingeniero mecanico graduado en La Universidad de Matanzas...... En hora buena.....

  • El Langa dijo:

    Lindo reportaje. Tuve la oportunidad de visitar dos bateyes de centrales inactivos. Uno en Colón, Matanzas y el otro en Manuel Tames, Guantánamo. Me parecieron pueblos tristes. Saludos

  • Andrews dijo:

    GRACIAS, GRACIAS.
    Parte de la historia de mi vida esta entre esos hierros, en las tuberias, en los canales y el sistema de residuales de ese ingenio, que aun no se ha podido terminar segun el diseño.
    Alli aprendi muchas cosas, que tambien me sirvieron para trabajar en otro ingenio fura de Cuba.
    Se agradece ver en el reportaje tanta gente conocida. Es un sector donde si se atienden los jovenes se enamoran de por vida y no se van, y es lo unico que puede garantizar tener zafra y sus 140 derivados dentro de 5-10 años. Pero hay decisiones impostergables de pais que ya no, pueden demorar mas en tomarse.
    Los ingenios pagaron la construccion de todo el polo biotecnologico y de todos los hoteles en 1990, cuando no existia ninguno, la descision fue correcta. Pero ahora le toca devolver a todos los beneficiarios del dinero no invertido en azucar y de las divisas producidas, cuando el MINAZ se echo al hombro el pais. Son 30 practicamente sin recursos, y ya el turismo demostro que las pandemias que seran mas recurrentes cada vez, se puede caer en un dia. Pero para que exista turismo, lleva alcoholes, lleva muebles, lleva energia, lleva carne de cerdo y todo eso sale del azucar.
    ¿Saben porque ahora mismo no hay ni "libretas de abastecimiento"? Por deficit de papel= bagazo de caña de azucar.

  • Jorge dijo:

    Precioso artículo, al leerlo, pasaron por mi mente los diez años laborados en esta industria que me enseñaron lo que es el sentido de pertenencia y e valor del sacrificio humano. Lindo homenaje a esos hombres y mujeres de hierro que anónimamente nos endulzan la vida con su entrega.

  • Odalys dijo:

    Me gusto mucho este reportaje, muy bueno y muy bien merecido para esos hombres y mujeres que hacen posible lo imposible, mis respetos para todos ellos.

Se han publicado 18 comentarios



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Mario Ernesto Almeida

Mario Ernesto Almeida

Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Colaborador de Cubadebate.

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