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Sobrevivir a lo insustancial

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Ser trans implica un deseo interminable de parecerse a la realidad. Nosotros habíamos apostado por buscar todas las opciones para ser más libres. Imagen: Yuta Onoda / Cultura Colectiva.

A Ism4L

Reinventarse. Rescatarse. Revolucionar. Exigente acción de desprenderse del pasado inocuo. Sacudirse el polvo y volver a sí. Caminar solo, por una calle que le pertenece, ver desplomarse los muros y guardar en el bolsillo solo los pedazos útiles para futuras casas, estatuas, paredes… que desde antes de nacer ya están condenadas a ser demolidas…

Quizá es que nunca es suficiente, cuando uno vive en un mundo en que casi todos parecemos náufragos, esperando algo (¿alguien?), que nos saque de ese extravío. Pero no. Somos nuestro propio barco: el resultado de una búsqueda individual. Y qué difícil es darnos cuenta. Mirar al absurdo y encontrarle el sentido justo para ordenar las cosas, para sabernos dueños del tiempo. Hay una especie de alegre condena a ser arlequines de nuestra existencia…

I

Cuando lo conocí, el cabello se le escurría por las mejillas y casi nunca me miraba a los ojos. Había, al parecer, algo seductor en el suelo, que lo interpelaba siempre en el mismo lugar. Apenas recuerdo aquella confesión de «su condición» de ser un chico trans. Y yo no entendí.

Hoy declaro públicamente mi incomprensión en el instante. También, las profundas implicaciones que tuvo aquella mirada que buscó, tímida, la mía en un futuro que aún construyo con quien desafió ese día todas mis capacidades. Aquel chico me había puesto en crisis conmigo misma y con el mundo.

Por vergüenza no diré mucho sobre mi respuesta injusta. No contaré sobre el dolor que generé en breve al contestarle, ante aquel voto de confianza, que ella era «lo suficientemente inteligente como para combatir esa sensación de no pertenecer(se)». Diré — al menos — que sobrevinieron largas conversaciones en las que se mostró siempre sorprendente por sus metáforas sobre el amor, la lealtad y este eterno viaje que es la vida.

Él era un chico trans que vivía de sus lecturas y tenía unas ansias interminables de hacer una revolución por un mundo mejor. Yo, lo más cercano a su copiloto de vuelo. Por momentos se hacía fácil y podíamos reírnos de nuestras peripecias. Otras veces había que dejar de ser.

II

Le era (es) muy fácil alcanzar las metas escolares. La Universidad es para él un juego, como Mario Bros., en el que hay que atravesar escenarios que prometen siempre adversidades. Yo también jugaba a exterminar enemigos y obtener recompensas. Era fácil, pero la libertad se conquista con sacrificios. Ser trans implica un deseo interminable de parecerse a la realidad. Nosotros habíamos apostado por buscar todas las opciones para ser más libres.

El cuerpo. «El proceso». Hay que empezar por ahí. Y él empezó a cambiar. El cabello corto y cambios en la voz. Al fin podía vestirse como quería (con una peculiar grandeza que siempre me recordaba a Oscar Wilde), parecerse a sí mismo. Él sabe que no será fácil. Hay que explicarle al resto que está cambiando, que deben despedirse de ella — cada vez menos presente en ademanes y gustos, impuestos para encajar con los estereotipos de género.

A pesar del miedo, logramos casi todo con cierta facilidad. La Universidad es fértil para la diferencia. Estábamos listos para un maltrato que casi nunca vimos. Muchos no entendieron, pero aceptaron. En el aula cambiaron el género en el lenguaje. Con tropiezos, pasó de ella él en corto tiempo entre sus compañeros y amigos. Pudo proponer un nombre nuevo que se insertó poco a poco como vocativo. Ahora había colores nuevos, más disfrutables. Los días eran menos densos y los gestos más desahogados. Los profesores accedieron al dinamismo de los cambios de él, y en el claustro de estudiantes entonces había un chico trans.

El tratamiento progresó. Ya es difícil recordar a aquella chica que escrutaba las verdades de las piedras. Hoy puedo reconocer, en poco tiempo, a aquel amigo de Borges que conoce la magia del número cuatro y sabe que la humanidad está diseñada para la emancipación.

III

Una aclaración: Este chico trans ha tenido suerte. Primero, porque obtuvo gracias a su familia y sus amigos, un apoyo que suavizó las implicaciones de emprender el proceso de transición de género. Los análisis de bioquímica, los chequeos de salud y el seguimiento constante precisan de viajes periódicos a La Habana y demandan disposición económica a la que no todos tienen acceso. Hay que ausentarse a clases y cambiar el ropero. No todos pueden hacerlo a la velocidad que reclama en entusiasmo del momento que se vive.

No todos pueden vivirlo con la exaltación que amerita. Las estructuras no están creadas, y no puede dejarse todo a la bondad y la comprensión de los otros. Las personas que convivimos con chicas y chicos trans no poseemos preparación alguna para ayudarles a experimentar los cambios más complejos. En nuestro país no están optimizadas las vías para convivir con las múltiples manifestaciones de la diversidad social. Como parejas, amigos, profesores, muchas veces no sabemos cómo enfrentar sus modificaciones físicas, sean producidas o no por las hormonas. La política no siempre responde con éxito a sus necesidades.

Los centros escolares deben atender consistentemente a estos chicos y chicas. Tomar partido, además, en nombre de todos aquellos distintos a «la norma». A fin de cuentas, ¿cuánto tiempo más podremos sostener esta idea de «la norma», en medio de nuestras luchas individuales por preservar nuestras esencias? «Embellecer la vida es darle objeto». La educación en valores es uno de los propósitos más nobles de nuestras escuelas. Pero debe hacerse desde el respeto y la empatía. Hablar de tolerancia representa muchas veces el peligro de la espada de Damocles sobre nuestras cabezas.

No estamos a salvo si estamos solos. Esta es una lucha humana. El establecimiento de políticas puede ayudar a regular el comportamiento institucional y social en general, pero se trata de bondad y justicia. De los derechos a la vida y a la libertad, la libertad de saber que todos merecemos y somos capaces de levantar la mirada del suelo y encontrarnos con nuestro propio reflejo en los ojos del otro.

«Rápidamente las motas de polvo comienzan a adherirse a nuestro atavío o — si lo preferimos — a nuestra desnudez. Traen la tos y las lágrimas de la melancolía. Pero sabemos que es inevitable evadirlas, como mismo lo es que este árbol sea talado, y aquel no, y ese tal vez… sabemos, es parte de la espiral y la dialéctica… pero los valientes estamos listos para sobrevivir, cueste lo que cueste, a lo insustancial».

Mandala

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La universidad, el mejor lugar para promover la igualdad y cero discriminación, ocupa hoy día un lugar estratégico en favor de la construcción de una sociedad más justa e igualitaria, sin odios, sin discriminaciones. Nuestras universidades trabajan bajo un modelo de educación inclusiva.

 

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  • Rafael Emilio Cervantes Martínez dijo:

    No debemos asombrarnos de que muchos no reaccionemos ante situaciones concretas de diversidad como se supone corresponde a nuestra convicción de inclusión y justicia social plenas. Aún con voluntad para ser consecuentes, muchas veces carecemos de una cultura que la sustente, imprescindible ser libres de prejuicios discriminatorios. Pero si se quiere aprehender se llega, lo que cuanto antes mejor, evitamos situaciones que no deseamos. Ejemplo de ello pueden ser la palabras tolerar, permitir o aceptar, aparentes avances que en realidad son pasos en el lugar. Ser, dignidad y amor las encuentro en el camino correcto.

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