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Pitchea, Cuba, Pitchea

En este artículo: Béisbol, Cuba, Cultura, Deportes, Villa Clara
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La Jiribilla

El agresivo martilleo del reguetón me asalta en cada esquina, recordándome la aventura del Clásico, ya presto a comenzar para nosotros. Si opero un cambio en el sustantivo del estribillo -ay, repetido hasta el cansancio-, entonces tengo el título para este comentario en las vísperas mismas del evento, dejando para su transcurso el atrevimiento de verter las opiniones técnicas.

La participación de Cuba en el denominado Clásicos del Béisbol recorre la Isla de una punta a la otra. Ya no es ni el asunto del día, sino su atmósfera misma. Todas las interrogantes se deslizan hacia el tema y sin preámbulos. Vìctor Fowler me pregunta en una librería, ¿qué te pareció?, y yo tengo que responderle sin chistar sobre lo único que merece una opinión en estos tiempos: los treinta y su camino.

Por supuesto, la cuestión va más allá de la asistencia de Cuba a un torneo, incluso a un torneo fuerte. Implica la confrontación por excelencia, nunca tenida de este modo, entre un béisbol relativamente aislado y el béisbol realmente existente. Algo así, para quedarnos en símiles deportivos, como aquella añorada pelea entre Teófilo Stevenson y Mohamed Ali, donde se dirimiría la suerte del boxeo mismo.

No podemos ocultar, además, la metáfora que de este país es el Cuba de béisbol. Si es verdad que del archipiélago existen, validadas o no, cientos, miles de metáforas -ninguna de las cuales, por genial que sea, agota la totalidad de Cuba -, también es cierto que hay muy pocas como la del equipo nacional de pelota. Sobre todo en intensidad. Es decir, en la intensidad con que se padece una victoria o una derrota de lo nuestro.

En este mundo ancho y propio, me ocurre sólo con el Cuba y con el Villa Clara, no lo puedo evitar, y pido perdón, si acaso es perdonable. Veo con frecuencia las Grandes Ligas y disfruto su acostumbrado "marco profesional" (no asociado para mí a sus transacciones comerciales, sino a su cualificación deportiva), pero ninguna agrupación es mía. Tal vez siento eventualmente preferencia por alguna, mas en su éxito o descalabro no va mi vida.

El cubano, de amplia cultura deportiva y actor de tantas peleas épicas y cotidianas, encuentra en el desafío de un gran evento internacional del deporte la catalización de un enorme cúmulo de sentimientos. Lo mismo puede argüirse de otros públicos, de otros pueblos, pero un dulce, que no suave, nacionalismo me dice que aquí ese espectro de ideas y querencias es prácticamente único.

Si acudo ahora a otro símil, químico en este caso, tendría que decir que he visto mil veces precipitarse en el atleta nuestro todas esas "sustancias" hasta lograr la hazaña, el imposible. No me extraña. Observo, participo del esfuerzo diario en que voluntad, invención, deseo e imaginación vencen obstáculos y sustituyen carencias insalvables en otros lares. Para decirlo con Silvio, volteándolo, en el cual los individuos ponen el delirio donde iba la respiración.

Por eso, como es carne de tantos, lo es también de nuestros peloteros. Y será esa su principal arma, su ventaja intangible. Sin afanes milagreros, confío en el misterio de la precipitación de esa sustancia que, a falta de otro mejor término, llamaremos cubanidad.

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Omar Valiño

Omar Valiño

Teatrólogo y escritor cubano. Director de la revista Tablas.

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