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Ginebra y el club de los rancheadores postmodernos

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Asombra a muchas personas que se acercan a nuestra Historia  la manera  en que las razas y culturas que se amalgamaron para constituir nuestra nacionalidad lo hiciesen con tan fino sentido unitario.

La manigua redentora niveló muchas diferencias raciales que existían entre los hombres y mujeres que se lanzaron al monte para darnos patria. El constante peligro que los acechaba, los sufrimientos compartidos, el heroísmo cotidiano que derrochaban, la necesidad de brindarse apoyo mutuo, la política vigente en el Ejército Libertador de reconocer los méritos sin reparar en el color de la piel o la nacionalidad de sus soldados y oficiales, el enemigo común contra el que se peleaba sirvieron como el mejor de los crisoles posibles. Entramos  erguidos a la lucha, pero  por puertas separadas, acompañando a Céspedes, primero, y a Martí, después, y  salimos de ella compenetrados, usando la misma puerta, como si fuese lo más natural.

Una carta, hasta ahora  inédita, fechada el 2 de octubre de 1895, del patriota santiaguero Emilio Bacardí Moreau, luchador independentista, y primer alcalde de la ciudad electo por el pueblo, una vez terminado el dominio español, cubano blanco y adinerado, arroja luz sobre la manera misteriosa en que negros, blancos, chinos y mestizos nos fundimos en un solo pueblo.

 Dirigida al mayor general José Maceo, de quien era su agente confidencial en la villa, y firmada con  el pseudónimo de Phoción, la misiva recoge un balance del dinero que, inicialmente incautado por los mambíses, Bacardí  había remitido a Tomás Estrada Palma en New York, con el objetivo de comprar armas y pertrechos para la lucha.

"En la cantidad primera recibida-escribe Bacardí-recordará Ud que le dije que, según mi cuenta, había diez pesos de más…Creyendo interpretar los sentimientos de Usted y del ejército, he hecho con ello lo siguiente:

Hacía días que yo venía averiguando cuál era el número y estado de los presos, compañeros de expedición de Usted, que están en el Morro. Son 12, casi hambrientos y desnudos. Entonces, uniendo los diez pesos a dinero mío, les he comprado la siguiente ropa para cada uno: un pantalón, una chamarra, un calzoncillo, un pañuelo, dos pares de medias, alpargatas, amén de pan y cigarros. He comenzado a enviar para tres, pues no se puede enviar en junto, e irá seguidamente para todos, haciendo esfuerzos, pero tendrán todos.

He recomendado a Agramonte (el Dr Frank Agramonte, uno de los presos del Morro, compañero de Flor Crombet, Antonio y José Maceo en la expedición de la goleta "Honor", que  arribó a Cuba por Duaba, Baracoa, el 1 de abril de 1895) haga el reparto comenzando por los más necesitados, indicándole que yo lo haría así: primero a los extranjeros, después a los viejos, luego a los de color, y luego a los blancos, atendiéndoles así por considerarlos los más abandonados, en el orden que he fijado."

Terminada la contienda, se inició la ocupación norteamericana del país, que se prolongaría por más de tres años. Ella fue protagonizada por tropas y oficiales, mayoritariamente procedentes del Sur, que profesaban un odio instintivo, irracional contra los negros y mestizos, o sea, contra la mayoría del pueblo al que habían venido a "liberar".

 "Muchos de los actuales cubanos- declaró a un Comité Senatorial  norteamericano el general Leonard Wood, Gobernador Militar de Cuba-  son el resultado de matrimonios entre negros y representantes del viejo tronco cubano, y tales matrimonios producen una raza inferior." ( Yaremko Jason M: "US Protestant Missions in Cuba" University Press of Florida, 2000.P. 37)

Muchos prejuicios racistas, que aún perviven entre nosotros, tienen su origen en estas  actitudes fomentadas por los ocupantes norteamericanos de entonces, y adoptadas servilmente por la burguesía cubana, que la incorporó a su vida, como ofrenda servil al nuevo amo. Se exacerbaron concientemente las diferencias y barreras raciales entre cubanos como instrumento de dominación. Con absoluta premeditación se intentó asesinar el espíritu de fraternidad que la manigua había producido.

En 1900, en plena ocupación yanqui, el Ayuntamiento de La Habana, tal y como se recoge en el excelente libro de Marial Iglesias Utset titulado "Las metáforas del cambio en la vida cotidiana: Cuba 1898-1902"( Ediciones Unión, 2003. P.100),… "prohibió de manera absoluta el uso de tambores de origen africano en toda clase de reuniones, ya se celebren estas en la vía pública, como en el interior de edificios."

La Historia de Cuba republicana (1902-1958) es una historia de discriminación sutil, y no tan sutil, contra los cubanos de piel más oscura, muchos de los cuales habían derramado su sangre por la libertad. No pocas veces los prejuicios desembocaron en crímenes horrendos, como la masacre de negros en 1912, tras el levantamiento del Partido de los Independientes de Color. Aunque la Constitución del 40 reconocía la igualdad formal de todos los cubanos, en la práctica, se trataba de letra muerta. Los negros y mestizos fueron parias en su propia tierra, al igual que la cultura de que eran portadores, hasta que triunfó la Revolución de enero del 59.

Mucho se ha avanzado de entonces acá, en medio de un proceso lleno de contradicciones y actitudes encontradas, al que contribuyó, sin dudas, el éxodo hacia Estados Unidos de la mayor parte de la clase desplazada del poder, portadora de una carga concentrada de  racismo, imitadores obsequiosos del modo de vida norteamericano. Reeditando los años fraternales de la manigua, la Revolución volvió a hermanar a todos los cubanos en las trincheras, en las marchas de los milicianos, las zafras del pueblo, las movilizaciones, el arte liberado, la cultura, los trabajos voluntarios, el amor libre entre las razas, la educación avanzada y patriótica, la justicia y la igualdad de oportunidades, y el enfrentamiento decidido a un mismo enemigo poderoso.

Siendo la unidad, la solidaridad, y la igualdad entre los cubanos factores decisivos para la defensa y continuidad de la Revolución, no es de extrañar que sus enemigos, los mismos racistas inveterados de ayer, busquen minarla para vencernos.

Hace unos meses el propio Presidente George W. Bush, el que se apresta a atacar "más de 60 oscuros rincones del planeta", declaraba la aprobación de 29 millones de dólares extra  para seguir amamantando a los peones del patio, para llevar a cabo que ha llamado, mediante pudoroso eufemismo dieciochesco, "la transición en Cuba". De ellos, 5 millones son para "trabajar" a la población que denominó "afrocubana", en un freudiano rapto de racismo texano que lo retrata de cuerpo entero.

"En Cuba, tener ideas políticas diferentes a las oficiales tiene un alto precio-acaba de declarar en Ginebra, como es habitual, contra la Revolución, el rufianesco Frank Calzón-, pero si la persona que intenta ejercer ese derecho es negra, el color de su piel lo condena a los mayores castigos."

Quien así habla es un abanderado de la restauración capitalista en Cuba, del mismo sistema que durante 56 años no sólo se mostró incapaz de propiciar la igualdad y la justicia social entre los cubanos, sino que desplegó políticas destinadas a mantenerlos divididos y enfrentados, para poder explotarlos más fácilmente.

Quien así habla es un mayordomo de confianza del establishment norteamericano, activo agente de salón de la CIA, admirador de sus prohombres racistas, que vive cómodamente en el mismo país donde hace apenas unos años se impedía la integración en las escuelas del sur, se asesinaba a líderes que luchaban por los derechos civiles, como   ocurrió  con el Reverendo Martin Luther King, y hoy llena las cárceles de negros y latinos, cuando no los manda como carne de cañón para  que sean volados por los insurgentes iraquíes.

Si de verdad Frank Calzón desea predicar acerca de la igualdad racial entre cubanos le recomiendo que se dirija con sus monsergas demagogas a los "patriotas" de la Fundación Nacional Cubano-Americana, especie de Club de Rancheadores postmodernos, tan democráticos, libertarios y defensores de la igualdad entre las razas como debieron serlo los capitanes de los buques negreros que  suministraban las "piezas de ébano" o "los sacos de carbón" a las plantaciones del Siglo XIX.

Por si no  se ha enterado, le advierto al Sr Calzón que el pueblo cubano jamás perdonará a quienes, como él, atentan contra su unidad racial y cultural con tal de encadenarlo de nuevo para llenarse los bolsillos. O pero aún: para llenárselo a quienes nos desprecian por ser cubanos, latinos, y mestizos.

Le recomiendo, por último, que se siente frente a su televisor el próximo Primero de Mayo, y tenga la paciencia de observar, hasta el final, el torrente de pueblo, los millones de cubanos que desfilarán en todas las plazas del país para defender todo lo que Usted combate.

 Repare, Sr Calzón, en el color predominante de la piel de esos revolucionarios.

 Luego me cuenta.

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Eliades Acosta Matos

Eliades Acosta Matos

Filósofo y escritor cubano. Es el autor del libro "El Apocalipsis según San George".