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Edwidge Danticat: El mundo debe saber que Haití es más que balseros

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Edwidge Danticat. Escritora radicada en Miami

Edwidge Danticat, una de las escritoras fundamentales para conocer Haití

Edwidge Danticat, una de las escritoras fundamentales para conocer Haití, radicada en Miami, hace unos días publicó en la revista The New Yorker (www.newyorker.com/talk/comment/2010/02/01/100201taco_talk_danticat) un texto en el cual narra lo que su familia ha vivido en estos días tras el terremoto. Su primo Maxo murió bajo los escombros de la casa que Danticat consideraba su hogar cuando viajaba a Haití. Maxo fue hijo de sus tíos Joseph y Denise, con quienes Danticat vivió de niña, hasta que sus padres -que residían en Nueva York- mandaron por ella.

En el texto, Danticat, de 41 años, recuerda: Cuando mi tío Joseph, un pastor, de 81 años, salió de Haití, en 2004, luego de que una pandilla lo amenazara de muerte, Maxo, su hijo, estaba con él. Viajaron juntos a Miami, con la esperanza de que les otorgaran asilo político. En vez, fueron detenidos por el Departamento de Seguridad Interna y separados mientras estaban en custodia. Cuando Maxo finalmente pudo ver a su padre fue para servir de traductor al personal médico, que acusaba a mi tío, mientras vomitaba por la boca y por el hoyo de la traqueotomía en su cuello, de hacerse el enfermo. Al día siguiente mi tío estaba muerto y Maxo fue liberado.

Danticat escribió Brother, I'm dying (2007), basado en la historia de su tío.

La escritora, a quien le otorgaron la prestigiosa beca MacArthur en 2009, forma parte de nueva generación de destacadas voces literarias en Estados Unidos. Publicó la colección de cuentos Krik? Krak! (1996) y The farming of bones (1998), basada en la masacre de haitianos ordenada en 1937 por Rafael Leónidas Trujillo, presidente de República Dominicana.

Un hogar de dos culturas

Danticat desde muy joven comenzó a relatar historias sobre su país natal, que tejen el pasado con el presente. Su primera novela, publicada cuando tenía 25 años, Breath, eyes, memory (1994), narra cómo cuatro valientes mujeres de una familia se enfrentan a la vida en Haití y en Nueva York.

En sus narraciones está el mundo de la migración, tan presente en las vidas de los haitianos. Como ella misma lo describe en una conferencia que ofreció en 1995: "Llegué de Haití a Estados Unidos en 1981. (...) Nací en Haití en 1969 con un típico modelo de migración. Mi padre se fue de Haití cuando yo tenía dos años; cuando tenía cuatro, mandó por mi madre, y mi hermano y yo nos quedamos bajo la custodia de mi tía y tío (Joseph), quienes, durante ocho años, nos quisieron y se portaron maravillosamente con nosotros. En Estados Unidos, nuestros padres tuvieron dos hijos. Éramos dos niños nacidos en Haití y dos en Estados Unidos, un hogar de dos culturas."

En esa misma ponencia, Danticat rememora cuando entró a la escuela en 1981: "Me acuerdo de un día especial en la primavera de 1981. Después de muchas provocaciones, burlas y peleas con grupos de estudiantes que seguían llamándonos 'franchutes' o 'balseros', un grupo de mis compañeros de escuela decidió usar un estereotipo para nuestra protección. Sabían que junto con las muchas concepciones e ideas falsas que los otros estudiantes tenían de nosotros, una de ellas se relacionaba con Haití y el voudu, lo que ellos llaman vudú. Los estudiantes haitianos acordaron llevar pañuelos rojos y circular rumores de que los pañuelos rojos estaban hechizados. Cada vez que nos decían nombres o se burlaban de nosotros, levantábamos los pañuelos murmurando algo como abracadabra, y nuestros enemigos huían. Incluso aquellos estudiantes que en ocasiones negaban ser haitianos participaron en esta descabellada confabulación, lo que confirmaba nuestra solidaridad. Los niños que no eran haitianos, todo lo que sabían sobre Haití era lo que mostraban los medios de comunicación. Sólo sabían que Haití era un país del que la gente huía en embarcaciones pequeñas y arriesgaba su vida en un océano mortal para venir a Estados Unidos, ser recogidos por los guardacostas y encarcelados o devueltos a su país. Todo lo que sabían sobre Haití era lo que los noticieros decían cada noche en esa primavera de 1981, que cierto grupo de personas tenía sida: entre ellos los homosexuales, los hemofílicos y los haitianos."

En las narraciones de Danticat está la huella de las historias que se van pasando de madres a hijas, de abuelas a nietas, y que escuchó de pequeña, así como la vida de los hombres y mujeres del campo. En Breath, eyes, memory, cuenta: "Al día siguiente regresamos a Croix-des-Rosets. Tante Atie tenía que regresar a trabajar. Además, mi abuela dijo que era mejor que nos fuéramos antes de que se acostumbrara demasiado a nosotras y sufriera un repentino ataque de mortificación.

"Para mi abuela, la mortificación era una auténtica enfermedad física. Como una pierna lastimada o un brazo roto. Para curar la mortificación, bebes té de hojas que sólo mi abuela y otras viejas sabias podían reconocer.

"Ambas le dimos a mi abuela dos besos mientras nos apuraba a que nos fuéramos antes de que nos retuviera para siempre.

"'¿De verdad uno puede morir de mortificación?', le pregunté a Tante Atie en la camioneta de regreso.

"Dijo que no era una enfermedad repentina, sino algo que podía matarte lentamente, tomando un pequeño pedazo de ti cada día, hasta que un día finalmente te lleva por completo.

"'¿Cómo podemos evitar que eso nos pase?', le pregunté.

"'No lo elegimos', dijo. 'Nos elige a nosotros. Un caballo tiene cuatro patas, pero de todos modos puede caerse'.

Me contó sobre un grupo de personas en Guinea que cargan el cielo sobre sus cabezas. Son el pueblo de la Creación. Fuertes, altas y poderosas personas que pueden soportar lo que sea. Su Creador, dijo, les da el cielo a cargar porque son fuertes. Estas personas no saben quiénes son, pero si ves muchos problemas en tu vida, es porque fuiste elegido para cargar parte del cielo en tu cabeza.

Ahora, cuando finalmente pudieron sacar el cuerpo de su primo Maxo, en medio de la tragedia de los heridos, hambrientos, damnificados y desaparecidos, cuenta: "Por teléfono, todos sonaban inquietantemente calmados. Nadie gritaba. Nadie lloraba. Nadie decía '¿por qué yo?' o 'estamos malditos'. Aun cuando seguían las réplicas, decían 'el suelo se sacude de nuevo', como si se hubiera convertido en un suceso normal. Preguntaban por integrantes de la familia fuera de Haití: un pariente anciano, un bebé, mi hija de un año.

"Lloré y me disculpé. 'Lamento no poder estar con ustedes', dije. 'Si no fuera por el bebé...'

"Mi prima, que mide casi seis pies de alta (1.80 metros), de 22 años -nuestra reina de belleza que apodamos Naomi Campbell-, que dice que tiene hambre y ha estado durmiendo en los arbustos, cerca de cadáveres, frena mis palabras.

"'No llores', dice. 'Así es la vida'.

"'No, así no es la vida', le digo. 'O no debería serlo'.

"'Sí lo es', insiste. 'Eso es lo que es. Y la vida, como la muerte, dura sólo yon ti moman'. Sólo un pequeño rato."

(Con información de La Jornada, México)

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  • unkas dijo:

    Que barbaridad, primero son personas y nada mas.
    Todos los emigrantes sufren de una u otra manera, sean del clor que sean y del Pais que sean. No es facil ser emigrante. Parece que tienes los mismos derechos pero en realidad no los tienes. Da igual que tengas tus papeles en regla

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