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Publican en España libro sobre barcos coloniales hundidos en aguas cubanas

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Eva Díaz Pérez | Sevilla
El Mundo
, España

Cuadro que recoge una de las trágicas escenas de hundimientos y que forma parte de la colección del Museo Naval de Madrid.

Cuadro que recoge una de las trágicas escenas de hundimientos y que forma parte de la colección del Museo Naval de Madrid.

* Un estudio recupera la historia de los navíos hundidos de la flota de Indias en Cuba

Una noche de tormenta del 28 de octubre de 1592 la nao Santa María de San Vicente se hunde frente a las costas de La Habana, en el cabo de San Antonio. Después llega el silencio. Un silencio de siglos. Y el mar cubre los cañones, barriles, arcones, ánforas y el costillaje del barco como si fueran parte de su paisaje.

La Santa María de San Vicente es sólo una de las miles de naves que guardan el sueño del oceáno y cuya historia se ha rescatado ahora a raíz de la publicación por la editorial sevillana Renacimiento del libro Naufragios. Barcos españoles en aguas de Cuba.

Carlos Alberto Hernández Oliva, geólogo y fundador del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de La Habana, es el responsable de este meticuloso estudio sobre la historia de varios hundimientos sucedidos entre el siglo XVI y XVII en las costas de Cuba.

"En esos siglos, la compleja geografía del Caribe no era dominada por los pilotos que hacían la travesía de forma insegura y los viajes se convertían en verdaderas odiseas donde perdieron la vida esforzados y valientes marinos", explica el autor de este memorial en el que además del relato del naufragio se rescatan los procesos judiciales que se iniciaban por el casi inevitable pillaje y saqueo que seguía a la tragedia.

Una de las razones de la cantidad de naufragios que ocurrieron en las costas de Cuba fue que La Habana era el último punto del tornaviaje de la Flota de Tierra Firme y la de Nueva España. Los vientos, las traicioneras corrientes, los huracanes y tempestades tropicales, así como los ataques de piratas y corsarios amenazaban el tránsito de las naves del poderoso imperio español.

Este memorial de los barcos naufragados repasa curiosísimas historias como los mecanismos iniciados en el siglo XVI para proteger las mercancías hundidas de los frecuentes robos. "Se desataba una locura colectiva, una vez salvada la vida, todo el personal que viajaba a bordo, intentaba sacar tajada, sin importar la jerarquía desempeñada en el bajel", apunta Carlos Alberto Hernández.

Desde la Casa de la Contratación de Sevilla se exigía por una Real Cédula de 1538 que las autoridades de Indias enviasen el importe y las justificaciones de las mercancías salvadas y vendidas "con el claro objetivo de pagar a los dueños".

También se cuentan historias de los primeros cazatesoros, audaces buzos que inventaban ingenios para sumergirse y conseguir valiosos restos. "Ocasionalmente los buzos podían quedarse con una parte de lo que rescataran, previo acuerdo con las partes interesadas en el rescate", asegura el investigador cubano.

Entre estos buzos cazatesoros, destacan un tal Francisco Soler que en 1573 obtuvo una licencia para trabajar en exclusiva y por diez años con un artilugio fabricado por él para extraer tesoros del fondo del mar y quedarse con lo que obtuviera, previo pago del quinto real.

O la historia de Nicolás de Roda, un griego afincado en Sevilla, que buceaba en el fondo del Guadalquivir recuperando objetos en los pecios de los barcos hundidos que no llegaron al puerto de Sevilla. "Una Real Cédula de 1539 le permitió que durante diez años ninguna persona en España o en las Indias pudiera usar el oficio de buzo y artificio de buceo excepto él en el Guadalquivir hasta Sanlúcar y en el Puerto de Santa María y Cádiz", comenta Carlos Alberto Hernández.

Uno de los naufragios recopilados en esta crónica histórica es el de la galera San Salvador, nave capitana de la Flota de ida a Nueva España bajo el mando de don Pedro de las Roelas en 1563.

Gracias a este estudio se recupera también la intrahistoria del barco hundido con los anónimos personajes que vivieron la tragedia de la noche del 18 de agosto de 1563. Por ejemplo, acompañando a don Pedro de Roelas iban los oficiales Pedro Jorge –de 33 años y que cojeaba de la pierna izquierda–, el capellán Cristóbal Rodríguez –hombre alto y enjuto de 31 años que también era vecino de Sevilla–, el escribano Johan Martínez, y el aguacil Francisco de Orellana –de 30 años, tez muy blanca y corpulento–.

Descripción

Según la crónica del hundimiento, el barco se acercaba a la Española y continuó bojeando el sur de Cuba, lleno de islotes y corrientes aún poco estudiadas a mediados del siglo XVI. Finalmente, embarrancaron en el actual archipiélago de los Canarreos y la nave chocó contra cabezos coralinos. Apunta el autor del estudio que tal vez a causa de este naufragio –en el que fallecieron 35 personas–, el lugar se bautizó como Cayo de la Cruz.

Además de las valiosas mercaderías de terciopelos, rasos, lienzos y tafetanes, el barco iba cargado del azogue del rey, necesario para procesar metales preciosos. Por esta razón, durante el rescate de los restos se produjo un saqueo que obligó a la Casa de la Contratación de Sevilla a iniciar un proceso judicial que duró varios meses.

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