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La serpiente de cemento

Por: Patricia Rodríguez Alomá
Publicado en: Espacios de ciudad
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                                                                            “Sueño con serpientes,

                                                                                con serpientes de mar,

                                                                                   con cierto mar, ay, de serpientes,

                                                                                   sueño yo...”

                                                                                                           Silvio Rodríguez

Foto: Patricia Rodríguez Alomá

Hay quienes aman la montaña, sus verdes ondulaciones o los agrestes picos inaccesibles, los hay que prefieren remansos frescos de ríos o lagos, pero los apasionados prefieren el mar, tan voluble como el temperamento humano, con ese reflujo constante como la vida misma.

Las ciudades, al igual que los hombres, reflejan su carácter a partir de los elementos que les dieron vida. La Habana ciudad marítima es por tanto ciudad de pasiones. Es reconocida por los amantes y a quienes a su vez ella seduce marcándolos con signos indelebles en la memoria; para bien o para mal aquel que la desnuda queda prendado de ella para siempre.

Para La Habana el mar ha sido siempre un referente indispensable desde su fundación definitiva al pié de la bahía de Carenas hacia 1519. A él debe su desarrollo, su esplendor e incluso sus desastres.

La condición de ciudad portuaria más importante de América, “llave de todas las Indias”, trajo influencias foráneas americanas, europeas y luego africanas que constribuyeron de manera determinante, a través de un proceso de transculturación, a darle ese aire cosmopolita y mestizo, sin duda generador de sus principales valores.

Fue asediada a lo largo de la historia por corsarios, piratas y potencias enemigas de todas las épocas. Desde un inicio, el borde marino fue siempre una preocupación de los pobladores, al principio con marcado carácter defensivo, más tarde como intención de abrirse al mar con dignidad y hermosura.

Ahí está el sistema de fortificaciones más poderoso construido en el “Nuevo Mundo”, que, con sus impresionantes castillos, murallas de mar, baluartes y baterías configuran el primer borde costero; dos de las principales plazas del casco antiguo se abren tempranamente al mar, la de Armas y la de San Francisco. La construcción de muelles, astilleros y el paseo marino de La Alameda de Paula, frente al muelle de cabotaje, van completando el borde la vieja Habana hacia el interior de la Bahía.

La ciudad se expande al oeste, y transcurrido el primer tercio del pasado siglo comienzan a ocuparse los terrenos aledaños al litoral, que ya en 1870 se usaban para baños de mar.

La Habana continuó su desarrollo y paralelamente con su crecimiento, la preocupación ciudadana por conformar su frente de mar, infelizmente boicoteada por la ambición de políticos corruptos que frustraron a la ciudad la posibilidad de continuar su fachada marina más allá del río Almendares, con la parcelación de lotes hasta la línea de costa, que privatizaba los tramos de mar.

Con el nacimiento del presente siglo nace también la tradición del Malecón habanero. En la actualidad este paseo que comenzó su historia hace un siglo, es la única vía que corre inmediata al mar, auténtica fachada urbana de unos 10 kilómetros de extensión. El Malecón enlaza la zona este de La Habana y el casco viejo con el desarrollo hacia el occidente, se hunde en sus extremos en dos túneles, uno bajo la bahía, y el otro bajo el río Almendares, sus dos límites naturales.

En el Malecón se distinguen dos tramos debidos a la forma sinuosa de la costa. Tomando como punto de inflexión el Hotel Nacional, se crea al este un segmento cóncavo hasta el Castillo de la Punta, donde el espectador domina toda la escena urbana. Hacia el oeste la curva es convexa hasta el Fuerte de la Chorrera y ofrece un constante cambio de perspectivas.

Foto: Patricia Rodríguez Alomá

A lo largo del recorrido fueron insertados monumentos escultóricos de diverso carácter. En algunos casos tributo de admiración y respeto a próceres independentistas, como los erigidos a los Generales Máximo Gómez, Antonio Maceo y Calixto García. Otros como símbolo de la influencia de los EE.UU en la Isla, tal es el caso del monumento al Maine, levantando a las víctimas de la explosión acontecida en ese buque de la US Navy, que inició el proceso de intromisión estadounidense en Cuba con un saldo de medio siglo de neocolonialismo.

La construcción del Malecón comienza en 1901 con la ejecución del primer tramo del muro de cemento armado y de la vía, desde la glorieta que daba inicio al Paseo del Prado, aledaña al Castillo de la Punta, hasta la calle Lealtad. Existían ya por esas fechas una serie de casas edificadas con frente a la calle Ancha del Norte, hoy San Lázaro, a las que se obliga a construir fachada a la recién estrenada Avenida del Golfo. Más tarde se completa el tramo hasta Belascoaín, el trecho más homogéneo pues la presencia de portales corridos y el uso de medianeras generan un perfecto enlace urbano entre los edificios, formándose una fachada continua cuya altura promedio es de unos tres pisos de puntal elevado. El perfil urbano se comporta de manera estable, alterado sólo por escasos edificios altos que sustituyeron antiguas casas.

En 1925 comenzaron las obras que proporcionaron a la Habana Vieja un nuevo frente marino, la Gran Avenida del Puerto, que se ejecutó en terrenos ganados al mar, entre los castillos de La Fuerza y La Punta, empatando la antigua Capitanía del Puerto con el tramo del Malecón construido a principios de siglo, con la ideleble huella del urbanista francés J. N. Forestier. El punto de unión se resolvió frente a la Avenida del Palacio Presidencial, con una rotonda que unos veinticinco años más tarde sería sustituida por el acceso vehicular al gran túnel de la bahía, resuelto en un espacio muy limitado, alarde novedoso de la ingeniería francesa para vincular de manera eficaz el oeste con el este sin urbanizar. En el centro de esa nueva rotonda quedó emplazado el monumento al Generalísimo Máximo Gómez. Ese borde costero de la Habana Vieja frente al canal del puerto está magníficamente rematado por las impresionantes fortalezas de El Morro y La Cabaña.

A partir de la década de los 40 continúa el crecimiento, siempre hacia occidente, desde Belascoaín hasta la Avenida de los Presidentes definiéndose así el litoral de Centro Habana y parte de El Vedado.

En 1950 se restaura y reconstruye gran parte del tramo existente, se realiza la apertura de la Calzada de Galiano y se remodela el Parque Maceo, construido unos años antes, como enclave de otro de los monumentos a los próceres.

Ese tramo tiene una fisonomía totalmente distinta al anterior y representa otra etapa evolutiva en el desarrollo de la ciudad; la alineación de fachada no se da inmediata a la vía, lo cual provoca ensanchamientos espaciales generalmente ocupados por parques.

Así aparece el Parque Maceo, a cuyo fondo se levantó, hace unos años, el paredón gigante del Hospital de Centro Habana; el nudo vial de Infanta, 23 y Malecón, nacimiento de la famosa Rampa habanera; el jardín elevado del Hotel Nacional, excelente mirador urbano y por último la tribuna antimperialista, conocida popularmente, con esa gracia inigualable  del cubano, como el ‘protestódromo’ en clara alusión al ‘sambódromo’ carioca, que sustituyó a la Plaza del Maine, con su fuente seca y su águila imperial ausente, tumbada en los primeros años de la Revolución.

Foto: Patricia Rodríguez Alomá

El paisaje urbano está caracterizado por la concentración de edificios altos debidos al boom constructivo de los años 50. La ocupación parcial del lote, imposición urbana que sigue respetándose, permite a cada edificio alzarse de forma independiente, el incremento considerable de las alturas produce un perfil irregular y contrastante y se crea de esta manera una fachada fraccionada y alta, absolutamente diferente a su antecesora, pero perfectamente articulada por la suave continuidad de la vía, el muro y la omnipresencia del mar.

En 1956 se ejecuta el tramo comprendido entre la Avenida de los Presidentes y Paseo e inmediatamente después se continúa la vía hasta su conclusión, en 1958, cuando queda conectada al nuevo túnel bajo el río Almendares, “modernidad” que sustituyó al encantador Puente de Pote.

La calidad de la imagen urbana entre ambas avenidas decae; los hitos se encuentran justamente en las intersecciones de éstas con el Malecón: al este las interesantes estructuras del polideportivo José Martí, la Casa de las Américas y el edificio Girón; al oeste los hoteles Riviera, con su grácil silueta cincuentona y el Cohíba, anónima mole de piedra y cristal. En el medio, el paisaje urbano es disperso e incoherente, con abundantes áreas libres sin tratamiento y lotes sin edificar.

A partir del Hotel Riviera el empobrecimiento del panorama es notorio; a pesar de contar con ciertos elementos paisajísticos en el recorrido, la imagen está degradada por la presencia de construcciones prefabricadas de pobrísimos valores y tapias continuas que obstaculizan las visuales.

No obstante, se hacen notar algunas edificaciones significativas concentradas al final del recorrido: la presencia ecléctica del antiguo Vedado Tennis Club, hoy Círculo Social José Antonio Echeverría, y la famosa mansión de un político republicano, actualmente “Restaurante 1830”. Por último, cerrando la perspectiva urbana, el Fuerte de la Chorrera.

El Malecón ha sido escenario de diversos eventos. Las retretas de la Punta, celebradas en la desaparecida Glorieta y amenizadas con las banda municipales y charangas típicas de la época constituían lugar de encuentro obligado; el mismo paseo ha servido de escenario a la pomposidad de paradas militares y al bullicio popular de los carnavales, a carreras de automóviles y a manifestaciones populares antimperialistas.

Pero los habaneros lo han usado siempre de manera espontánea a través del tiempo sin aceptar que fue concebido esencialmente para vehículos. Las prácticas naturales de los habitantes de la ciudad devinieron tradiciones de arraigo popular como los baños de mar, la pesca de caña, el recibimiento a embarcaciones, el empinar papalotes o el simple estar sobre el agreste muro. El Malecón es bueno para enamorarse, compartir con amigos, perderse en la inmensidad del mar cuando la soledad agobia, y para refrescar en las noches del bochorno veraniego.

Hay tantas Habanas frente al Malecón como estadios naturales del mar. En los veranos, cuando el golfo es un inmenso lago apenas rizado en su superficie, el muro no da abasto ni de día ni de noche a tanta gente. La vía es un torrente de vehículos y ciclos difícil de salvar.

En el invierno el mar penetra de manera violenta a la ciudad, borrando el muro y reclamando con desesperación sus espacios perdidos. La Habana se transfigura por unas horas en una Venecia tropical. El mar se impone y sus enormes olas en la rompiente han llegado a sobrepasar el faro del Castillo del Morro, a más de 30 metros de altura, queriendo recordar su hegemonía.

Dejarse bañar por la espuma de la ola desbaratada, es un ritual de bautizo obligado para los iniciados en el amor a La Habana. El Malecón es inherente a la identidad habanera, la imagen reiterativa de la ciudad capital, su tema preferido.

Mi muro es apenas una frontera humilde,

                                    Su línea no oculta otra ciudad ni otro sistema.

                                    Mi muro no es motivo

                                      de profundas reflexiones académicas

                                    ni filosóficas,

                                    pasa casi desapercibido

                                    por lo evidente de su presencia.

                                    Mi muro es un rito humano,

                                    El último recurso de un sábado a la noche,

                                    lugar de amores imaginativos.

                                    Mi muro es el estigma de esta vieja ciudad calurosa,

                                    el espacio común que nos lleva de la mano

                                    en un viaje a través del tiempo.

                                    Mi muro no esconde nada
apenas un inmenso y refrescante mar

                                    que nos permite ver la nítida línea del horizonte

                                    o en su defecto el fondo de la noche infinita.

                                    Poema inédito de José M. Arrugaeta

 

Se han publicado 6 comentarios



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  • Yipsydiazcgmaul.com dijo:

    Me gustó .Y parte vivido por mi

  • ChatGPT dijo:

    Hermoso texto,muy interesante, nuestros monumentos siempre nos sorprenden y más sobre la historia de lugares comunes pocas veces conocidas.

  • Ernesto, OHCC dijo:

    Que hermoso texto de ese símbolo no solo de La Habana, sino de Cuba toda, te pasea por la historia del llamado con certeza el gran sofá de Cuba.

  • Edm dijo:

    ??? interesante

  • Gonzalo Sans dijo:

    Muy lindo e ilustrativo texto Patricia, gracias.
    Me hiciste ver La Habana nuevamente. Te escribo desde Montevideo que tiene una Rambla, lo que ustedes llaman Malecón, de varios kilómetros y que es uno de los lugares más democráticos de esta ciudad. Abrazo desde aquí y viva Cuba!

  • Yiya dijo:

    Mucha poesía en la arquitectura. Maestría en ambas. Agradeciendo a Patricia, esa identificación, literatura, mar y esa entrañable Habana con esas increíbles fotos.

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Patricia Rodríguez Alomá

Doctora en Ciencias Técnicas. Arquitecta. Experta en gestión del desarrollo integral de ciudades patrimoniales.

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