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Trabajo vs. casa: Interrogantes de una dicotomía cotidiana

Por: Laura Amelia, Mónica Delgado, Roxana Reina, Huong Pham
Publicado en: Letras de Género
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Imagen: La mente es maravillosa.

“De preguntas está lleno el camino a los quehaceres domésticos, válido es entonces desentrañar las peripecias de las mujeres en este recorrido”. 

Con ese sumario se abre la reflexión que –sobre los cuidados y en clave de género- propone un equipo de estudiantes de Periodismo de la Universidad de La Habana que investigó los entresijos de uno de los desafíos latentes de la sociedad cubana hoy. Letras de Género les “presta” el espacio.  

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Cuenta el imaginario popular que detrás de todo hombre de éxito existe una gran mujer; justo ahí: detrás o, lo que es lo mismo, en casa, donde la balanza se inclina hacia ellas por la carga de tareas y sacrificios que han asumido, no siempre por voluntad propia.

Como lo explican las investigadoras cubanas Teresa Lara Junco y Daymara Echevarría León, en el libro Emprendedoras, “con su trabajo doméstico y de cuidado, las mujeres garantizan que sus familias se integren al desarrollo socioeconómico, que los hijos estudien, que los esposos trabajen, que sus familiares se alimenten”. Y mucho más que eso.  

Son ellas quienes asumen la limpieza del hogar en su concepto más amplio, la organización tanto de objetos como de quehaceres, administran los recursos referentes a la vivienda y a sus integrantes… y la lista de sus actividades puede seguir. 

Incluso, cuando no haya desgaste físico, existe aquello que Niuva Ávila Vargas llama “carga mental”, el tiempo que emplea una mujer en planificar y coordinar actividades en función del bienestar de sus convivientes o del espacio al que pertenece. Para un mejor entendimiento del asunto, la socióloga ejemplifica: “Nosotras estamos al pendiente de algo tan simple como la hora en la cual los miembros de la casa deben tomarse los medicamentos”. 

Y es que, desde el mismo término que se emplea para definir a las encargadas del espacio doméstico, se sientan pautas sobre la concepción que de estas mujeres tienen la sociedad. Según advierte Ávila Vargas, la expresión “ama de casa” indica dónde radica su reinado y cuáles son sus zonas de dominio.

Pero… ¿a qué precio? ¿hasta qué punto esto puede ser premio o castigo?

Historias como la de Sulay Delgado se repiten más de lo que muchos quisiéramos. Una mujer, madre de una niña, esposa, trabajadora doméstica sin remuneración casi a tiempo completo e ingeniera en la empresa MetalCuba. Todo y más al unísono. 

“Hago el tiempo para la casa en contra de mis horas de descanso”, comenta Sulay. “Jamás tengo espacio para mí, no visito la peluquería ni la manicura. Las uñas me las hago el domingo tarde en la noche, afecto mi sueño para esperar que seque la pintura. Todo para no llegar el lunes al trabajo hecha un desastre”, rememora. 

Sin embargo, detrás del testimonio de la joven hay muchas horas de cansancio, un poco de frustración, pero, sobre todo, el azote de los estereotipos de una sociedad que espera del supuesto “sexo débil”, no solo que asuman dobles jornadas de trabajo, sino que estén acorde a ciertos cánones de belleza. Penoso es, aún más, que estas historias se repitan y agraven. 

Lo confirma la experiencia de Madelin Sánchez Batista. Ya ni caso le hace a eso que llaman “arreglarse”; hace años se convenció que no volvería a tener tiempo para ello. Hoy, a sus casi 60 años de edad, si le preguntas qué es, obvia una de sus primeras cualidades, ser mujer, y pasa directamente a decir: “Madre, hija de dos adultos mayores de más de 80 años y economista”. 

Y trabajadora doméstica no remunerada ¿o no? ¿Te separas en algún momento de las labores de la casa? 

“¡Claro! Pero eso es normal. De alguna manera lo hacemos todas. Antes de ir al trabajo ya no me da tiempo de adelantar mucho, ahora me levanto muy temprano y no tengo fuerzas. Durante el día, en la empresa, hago alguna que otra compra y cuando llego por la tarde hago los pendientes. Por suerte tengo a mi mamá todavía que me ayuda bastante”. 

En el trasfondo del alegato de Madelin salta a la vista como ni ella reconoce el trabajo no remunerado como una de sus principales responsabilidades, pero lo asume como tal. Si a los ojos de las mujeres, quienes llevan esta sobrecarga, pasan las obligaciones de una generación a la siguiente de forma “normal”, inadvertidas… ¿qué podemos esperar del resto de la sociedad?

Pues esos juicios que afianzan como “completamente naturales” las recargas laborales por jornadas dobles, una de trabajo remunerado y otra que no tributa valores monetarios de manera directa. 

Y la situación no se queda ahí, empeora cuando toca ámbitos como el mercado de empleos. 

Al hablarse de clase obrera, en ocasiones, se intenta homogeneizar a esas personas que la integran sin distinguir las condiciones a las cuales se enfrentan las mujeres. Tal fenómeno trasciende el discurso y llega a las normas y circunstancias que estas deben enfrentar diariamente. En ocasiones, cuando el tratamiento diferenciado existe para ellas, las desfavorece. 

La propia Organización Internacional del Trabajo (OIT), al analizar las estadísticas y situaciones de las empleadas, concluyó que “las mujeres de todo el mundo todavía se enfrentan a obstáculos adicionales para acceder, y una vez en ellos, a puestos de decisión y empleos en determinados sectores o con ciertas características”. 

Pero, principalmente, corroboró que la distribución desigual del trabajo en el hogar –incluidas las actividades domésticas y de cuidado de los niños– da lugar a diferencias como la brecha salarial entre los géneros y la representación excesiva de las mujeres en los empleos a tiempo parcial.

Al respecto, el ya mencionado libro Emprendedoras, editado por el equipo en Cuba del Servicio de Noticias de la Mujer de América Latina y el Caribe (SEMlac), asienta una verdad como templo: “La inserción de las mujeres al trabajo remunerado, con su inseparable carga del no remunerado, forma la base de las desigualdades de género en cualquier proceso económico”.

Y, ¿por qué pasa esto? Una de las razones es que la inserción de más profesionales mujeres a ocupaciones fuera de la vivienda o en cargos directivos, no se traduce necesariamente en la incorporación masculina a los quehaceres, consecuencia de la falsa concepción de que “el hombre de la casa” solo está encargado de proveer bienes materiales o, en menor medida, asumir oficios considerados varoniles, como la albañilería, la carpintería, etcétera.

Tales estereotipos y roles de género, están avalados con fuertes raíces en la cultura de más de una nación; sin embargo, sería interesante conocer qué pasa en Cuba al respecto. 

Las estadísticas levantadas por la Encuesta Nacional de Género en 2016 identificaron a la sobrecarga doméstica como el cuarto problema que más afecta a las mujeres reconocido por ambos sexos. Así lo validan los números del estudio: “Las mujeres destinan aproximadamente 27 horas semanales –a las tareas hogareñas– y los hombres tan solo 17 horas”. 

Si a ello se le suma el total de horas laboradas por el sexo femenino con fines de lucro, la diferencia, según la indagación, es de nueve horas más de trabajo total que en sus pares masculinos. Excesos por todos lados y a todas luces. 

Además, las mismas métricas apuntan a los hombres como quienes más horas remuneradas poseen y esta no es una situación con tendencias al equilibrio. Según muestra el Informe Nacional Voluntario 2021, la tasa de actividad económica femenina ha decrecido en los últimos años, durante el año analizado solo el 39% del total de personas ocupadas en la economía cubana eran mujeres. 

Tales desigualdades son el lugar de donde emergen las frustraciones de mujeres con agotadoras jornadas de trabajo duplicado, sin tiempo para ellas o de descanso, como las de las historias que hemos contado hoy. Una consecuencia bastante común suele ser que, entre tantas tareas abarcadas, alguna queda sin la dedicación que se le debería prestar; como, por ejemplo, la correcta educación de la descendencia. 

Súmese a eso la postergación de planes profesionales a los cuales se les resta dedicación por falta de tiempo y no llegan a concretarse. Y sí, esto tiene implicaciones en el desarrollo de economías o en el campo de desarrollo de la trabajadora; pero es más perjudicial aún para ella que, a pesar de los esfuerzos, no alcanza su meta. 

Por otra parte, el sometimiento a la voluntad de los hombres que, en ocasiones, implica verse envuelta en estas faenas. Sobre el tema, el integrante de la Red Iberoamericana y Africana de Masculinidades, Enmanuel George López, explica que han existido cambios favorables en las formas de actuar y pensar de muchos varones, por lo cual es más común por estos días verlos vinculados a las labores domésticas, incluso con el reconocimiento de estas como trabajos. 

¿Las claves para futuras transformaciones? La sociológica Niuva Ávila, al hablar al respecto, menciona como un pilar fundamental la educación, desde donde es posible incidir en los ciudadanos actuales y futuros. 

En este aspecto, uno de los principales retos consistiría en arrancar de tajo todos los comportamientos sexistas y distribución de roles que por tantos años han ubicado a las mujeres como encargadas del cuidado de los vulnerables y las labores del hogar mientras el hombre es el encargado de gestionar el sustento económico. 

Asimismo, es conveniente realizar investigaciones con actualizaciones constantes que no solo muestren el interés gubernamental e institucional que pueda existir para solucionar el problema, sino que delinee vías de trabajo a través de los datos que pueda arrojar. 

Y si bien el Informe Nacional Voluntario de 2019 señala que “el Gobierno ha adoptado procesos y mecanismos que permiten integrar el ODS (Objetivo de Desarrollo Sostenible) 5 en la legislación, políticas, programas, planes y presupuestos, con la adopción de políticas públicas y programas que implementan la igualdad de género”, el respaldo al empoderamiento femenino debe ser una constante a todos los niveles. 

Otras tantas propuestas pueden surgir en intercambio constante con la realidad, con envergaduras a pequeña, mediana o gran escala, pero si empezamos a compartir de manera equitativa las labores hogareñas entre todos sus integrantes, ya le habremos quitado una gran parte al problema.

Tras decodificar el entramado laboral, remunerado y no remunerado, de las mujeres actuales, vale la pena preguntarse: ¿es justo? ¿qué pasa con la brecha de desigualdad entre hombres y mujeres? ¿Por qué le corresponde a la mujer elegir entre trabajo y casa o sobrecargar su día a día? Esas interrogantes no deberían ser formuladas.

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