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“El diario de René”: La carta que Gerardo escribió a sus hijos por nacer

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El viernes 2 de febrero bajamos como de costumbre a las 5:30 a.m. Los alguaciles vienen para hacer el traspaso de rutina de los presos a su custodia, y cuando me están ciñendo la cadena a la cintura me dice uno: “Mal mentiroso ese testigo de ayer”. Ya en las celdas de tránsito en la Corte y mientras nos quitan las cadenas, preguntamos a otro alguacil qué le pareció La Habana desde el aire: “Lo que más me sorprendió fue la paciencia que tuvo Cuba con esa gente”, nos dice.

Una vez en la sala se aparece nuestro corresponsal Philip Horowitz con los artículos del día recién salidos de su computadora. Todos, de una forma u otra, reflejan la pateadura que se le dio a Lares; se destaca el de la agencia AP con el subtítulo: “Abogado de la defensa apalea a exiliados”.

A las 9:05 comparece el agente Johnny Davis del FBI, quien durante diecisiete años se ha dedicado a seguir personas sin que se enteren. El testimonio dura solo cuarenta minutos en los que el agente describe varios operativos entre diciembre del 96 y julio del 98. Ninguno de estos operativos detectó actividades concretas de Inteligencia. Fieles a nuestra costumbre, cada uno de los acu­sados que es identificado por el agente se para, a fin de facilitarle su testimonio.

A las 9:45 la Fiscalía termina con el agente sin que ningún abogado se moleste en hacerle alguna pregunta. Viene entonces a testificar el miembro de Hermanos al Rescate, Arnaldo Iglesias, a quien la Fiscalía está tratando de poner como testigo estrella en una maniobra claramente destinada a quitarse de encima el fardo que significaría José Basulto en el estrado.

Había olvidado decirte que la esposa de Arnaldo, de nombre Mirtha y miembro de la Fundación, está viniendo desde la víspera. Se sienta en la hilera que está tras los familiares, la misma en la que se sienta Roberto, desde el comienzo del juicio, pero él se sienta en la silla que da al pasillo. A él le envié, en la sesión del jueves, un recado con la secretaria de Joaquín, una joven llama­da Ileana, a quien también habrá que dedicar un espacio en este diario, y mientras ella se lo transmitía, pude ver cómo la mujer de Arnaldo, al entrar a la fila de asientos, le daba un golpe con su cartera. Este viernes la chusma trae refuerzos, ni más ni menos que la desagradable Ninoska Pérez Castellón, la guapetona de las ondas radiales, que parece haber sacado los genes de su padre, Paco Pérez, esbirro de la tristemente célebre policía motorizada de la dictadura batistiana. No es difícil hacer de guapo cuando se está protegido por una fuerza policiaca despiadada o por las paredes de un estudio radial en el edificio de la Fundación.

El cuestionario a Iglesias está a cargo de Kastrenakes. ¡Otra vez Kastrenakes! Me pregunto si el fiscal federal del distrito no las tiene todas con este sujeto y lo ha lanzado a despeñarse en este asunto de Hermanos al Rescate para deshacerse de él, o tal vez nadie quiso meterse en este embrollo y al final terminó cayendo sobre el pobre Kastrenakes, por su antigüedad en la oficina, o si es que el nivel de bajeza requerido para defender este cargo se adapta a la perso­nalidad de Kastrenakes y por eso se le dio la tarea. El caso es que le tocó el cargo del derribo y, de paso, el convertirse en víctima de Paul McKenna.

Por su parte, Arnaldo Iglesias se diría que quiere borrar el im­pacto desagradable de la petulancia de Lares apareciéndose con cara de monaguillo en retiro. Las primeras preguntas están des­tinadas a demostrar que es un angelito, mediante menciones a su trayectoria laboral y a su linda familia, para luego entrar en su incorporación a Hermanos al Rescate, a finales del 91, y repetir nuevamente la letanía de los balseros en busca de libertad. Explica que ha realizado unos cien vuelos y salvó a cuarenta balseros. Re­fiere que en los años 96, 97 y 98 se concentraron en llevar comida y otras vituallas a los campamentos de refugiados de las Bahamas. Luego enseña una fotografía que muestra cajas de papel sani­tario y otras cosas mientras Philip se vuelve hacia mí para pre­guntarme si acaso los bahameños, encima de matar de hambre a los balseros, no les dejan limpiarse el ano.

A continuación el testigo dice que conoció a Carlos Costa y Mario de la Peña. Cuando le piden que me identifique, yo no quiero que se le ocurra decir que estoy mirando hacia abajo como hizo Lares y lo miro fijo, aunque por supuesto sin darle el beneficio de ponerme de pie. Al fin, Arnaldo me identifica, y la jueza inmediatamente llama a otro side bar cuando son las diez de la mañana.

Mis compañeros se viran hacia mí inquisitivos: “Oye, ¿tú le hiciste algún gesto a ese tipo o algo así?”. Mientras me encojo de hombros y niego la sugerencia, los abogados de ambas partes discuten bre­vemente con la jueza. El side bar dura poco y los abogados nuestros vienen satisfechos.

Phil me informa que ahora fue la jueza la que sorprendió a la abogada de Hermanos al Rescate, Sofía Powel Cossío, ¡la mismita de ayer!, haciendo señas al testigo desde su puesto en las sillas del gobierno. Después de sacar al jurado de la sala, Lenard llama a Powell a su estrado y ahí mismo le aplica la grúa: ¡Fuera! Sofía se resiste ante una jueza ya determinada y no le sirven de nada sus apelaciones, se ve obligada a abandonar la sala con la misma risa cínica que ha exhibido durante su presencia en este juicio.

Esta chiquilla forma parte de una horneada de jóvenes “valo­res”, por suerte bastante pocos, que ante el atractivo de convertirse en personajes de la noche a la mañana, se ponen al servicio de esta pandilla que por demasiado tiempo ha apartado a la ciudad de Miami del resto de las comunidades, con el cuento de la lucha contra Castro. Como les sobra el dinero, no necesitan talento y lo sustituyen por una empleomanía mediocre que ha permeado este ambiente en donde los políticos no tienen personalidad propia, los reporteros de televisión no saben hablar y los periódicos parecen escritos por niños de primaria. En la sala permanece un relevo de esta joven que, según me cuenta Roberto, ha tratado de dirigirse a la jueza en varias ocasiones sin éxito, dada su incapacidad de des­envolverse. Eso sí, es agraciada y se le nota la socarronería de quien no tiene que estudiar mucho para servir al poder real detrás de las estructuras políticas de Miami.

Roberto me contó después que otra luminaria de la radio, ni más ni menos que su vecina de asiento, Ninoska Pérez, ensaya un gesto de chusmería cuando una acompañante le pregunta, en un acto obviamente estudiado, sobre las identidades de los asistentes a la sala. Tras identificar a los oficiales del gobierno y familiares que se hallan delante, la voz más chillona de la radio miamense comenta: “Y ese señor de allí debe de ser el hermano de René González, uno de los implicados en el asesinato de Hermanos al Rescate”. Por supuesto, el volumen estaba modulado para que llegara a los oídos de tu cuñado. A buen poste viene a hacer su pipí el can.

Y salimos de Miami para regresar a los Estados Unidos. A las 10:25 continúa el testimonio de Iglesias. Nos identifica a Roque y a mí en una fotografía de Hermanos al Rescate hallada en nuestra casa. El testigo se refiere a mi salida del grupo para unirme a otra organización, en el año 93. Después vuelven a hablar sobre la Ope­ración Pan, Amor y Libertad, Kastrenakes sugiere falsamente que se trataba de ayuda humanitaria en casos de desastre en Cuba. Pero Arnaldo pierde la seña y deja escapar la verdad: “Se trataba de una operación de ayuda en caso de que cayera Castro”. Unos tirones más de la rienda por parte de Kastrenakes y ya el testigo está en el camino correcto: se refiere a la ayuda enviada por la iglesia a Cuba durante el huracán Lili, a la que ellos se iban a unir más tarde. Pero sus cajas de donaciones fueron devueltas por Cuba, explica; omite por supuesto el porqué: iban llenas de propaganda política.

Más adelante el testigo se refiere a los lanzamientos de volantes, realizados los días 9 y 13 de enero del 96, un mes antes del derri­bo. Explica que se trató de lanzarlos en aguas internacionales para que el aire los arrastrara hasta La Habana. Cuando trata de deta­llar cómo ocurrió la operación, las ruedas comienzan a resbalarle a Arnaldo Iglesias. Resulta que todas las decisiones fueron tomadas por Basulto y él no pintaba ni daba color en el avión. McKenna comienza a imponer su personalidad al testigo y lo desmorona con sus objeciones, pues este no logra relatar una sola acción que haya sido decidida por él mismo; siempre cuenta que la iniciativa fue de Basulto, con lo que provoca una y otra vez la apelación de McKenna a la jueza: “Señora jueza, si este testigo no tomó las decisiones, ¿qué está haciendo en el estrado?”. La jueza saca al jurado para explicar a Arnaldo que él está ahí para narrar los hechos y no para decir lo que pensaba Basulto. Pero ya Paul ha logrado poner al descubierto el objetivo de la Fiscalía, que es escamotear al que debía ser testigo estrella, José Basulto, para no tener que sentarlo frente al jurado.

Antes de entrar de lleno al 24 de febrero, la pareja de actores tiene que explicar cómo Iglesias se puede referir a ciertas nociones de aviación que debería estar explicando Basulto en el estrado. En­tonces se enfrascan en un cantinfleo sobre que él no es piloto pero sí es piloto. En otras palabras, que a pesar de no tener licencia de vuelo él sujeta los controles del avión y no necesita mapa para leer el GPS y saber que está en aguas internacionales. Paul se enfrasca en una serie de objeciones respecto a la competencia del testigo, y sigue haciendo evidente que el que debía estar en el estrado es Basulto para, de paso, ir achicando a Iglesias y advertirle que se prepare para la contraexaminación.

Finalmente se entra al show emocional de lo sucedido el 24 de febrero. Arnaldo explica cómo se preparó el vuelo y las tripulacio­nes, a saber: Basulto y él en el N2506, con los esposos Silvia y An­drés Iriondo como pasajeros; Carlos Costa con Pablo Morales en el N5485S; y Mario de la Peña con Armando Alejandre en el N2456S. Luego explica cómo se elaboró un plan de vuelo para una misión típica de salvamento y rescate, y afirma que no tenían planes de lanzar octavillas ni las tenían a bordo.

El testigo continúa diciendo que habían decidido salir por la mañana, pero que aplazaron el vuelo al oír de un mecánico que había aterrizado días antes en Cuba y permanecido allí durante un tiempo, porque querían hablar con él antes de emprender vuelo. Paul vuelve a objetar para que no se entre en la tonta historia del mecánico y de lo que ellos supuestamente querían hablar con él. Philip me explica, tras un side bar, que lo que ellos quieren decir es que el mecánico había sido interrogado en Cuba y, antes de despegar, deseaban saber si le habían preguntado acerca de Hermanos al Rescate. La jueza –que ya parece cansada de las fábulas– da la razón a McKenna, y Arnaldo se tiene que guardar el cuento de la conver­sación con el mecánico.

Este es un juego en el que ambas partes están enfrascadas. Por un lado, la Fiscalía trata de apelar a los sentimientos del jurado, mientras se acerca al momento culminante en que el testigo na­rrará el derribo, pues sabe que, a falta de pruebas contra Gerardo y por lo débil del caso, el aspecto emocional tiene más peso que la ley. Por el otro, Paul contrarresta el efecto de la narración frag­mentándolo con sus objeciones y lleva la delantera por la misma razón elemental que obliga a la Fiscalía a acudir a estos trucos: como los hechos no la ayudan, tiene que inventar toda clase de cuentos, como el del mecánico, y facilita así las interrupciones de la defensa.

Iglesias aborda las horas finales del vuelo, siempre de la mano de Kastrenakes: narra su incursión al sur del paralelo 24, el avi­so de La Habana a Basulto, que fue ignorado por este –claro que sin entrar en la respuesta desafiante de su capitán–, y la conversación entre los aviones de Hermanos al Rescate. Luego cuenta haber visto un Mig, seguido de una columna de humo. Kastrenakes le pregunta si volvió a hablar con Carlos Costa o si lo ha visto otra vez, recibe una respuesta negativa. Se hace un silencio en la sala cuando el fiscal muestra el certificado de defunción del piloto, y McKenna vuelve a interrumpirle el libreto a la mitad con otra objeción que provoca un side bar.

De nuevo las triquiñuelas de esta gente facilitan la tarea al abo­gado. Resulta que en el certificado de defunción, probablemen­te redactado por algún médico al servicio de ellos, se puede leer, cuando Kastrenakes enseña los datos personales, que el incidente se produjo “en aguas internacionales al norte de Cuba”. McKenna, con toda razón, objeta esta noción y la idea de que un médico des­de su consultorio privado tenga la potestad de determinar el lugar de los hechos. Nuevamente la jueza le da la razón y prohíbe que esta parte del certificado se exhiba al jurado.

Iglesias y Kastrenakes vuelven a la carga. Ya han pasado más de veinte minutos desde que el último lanzó un suspiro histriónico para anunciar que entrarían en los hechos del 24 de febrero; sus propias faltas les han impedido dar continuidad a esta tragicome­dia. Varias veces Arnaldo ha tratado con gran esfuerzo de llorar, pero sin éxito, mientras McKenna lo impide. Sigue la representación.

Al fin pueden leer, con gran solemnidad, la misma frase repetida cuatro veces, cuando repasan, en cada certificado, la casilla donde se explica la ausencia de autopsia: “Desintegrado en el aire por un misil de avión Mig”. El fiscal saborea cada certificado, suspirando hondamente antes de solicitar al testigo que lea la frase. Arnaldo se toma su tiempo, se enjuga una lágrima que no ha podido brotar y, ante el primer certificado, dice que no puede leer; la jueza no se traga este teatro y le dice fríamente que, si quiere, puede mirar la pantalla donde las letras son más grandes. La ceremonia se repite las cuatro veces, con la lectura de la frase, acumulando cierto efecto en la sala, donde al fin se logra un silencio solemne legítimo, en el que desentonan solamente los pucheros artificiales de Iglesias y los suspiritos teatrales de Kastrenakes.

Tras estos dos minutos –los únicos en que pudieron concatenar su acto–, la Fiscalía presenta una cinta de audio con la grabación que Basulto hizo ese día desde la cabina de su avión, para que Iglesias la autentifique. Todo se comienza a complicar cuando el testigo dice que “el casete se parece bastante al que yo escuché con esa grabación”, y seguidamente el fiscal avanza hacia él para que autentifique la cinta, al tiempo que le pregunta si él fue quien realizó la transcripción que Kastrenakes blande en sus manos. Bajo la guía del fiscal, Arnaldo intenta hacer una pirueta explicando que el idioma de la grabación es espanglish, mientras acompaña la frase con una tímida sonrisa que no hace mella en la jueza: “¿Espanglish?–pregunta la jueza–. ¿Y eso qué es?”. Y otra vez la sonrisita de Arnaldo como cuando a un niño lo cogen con la mano en la lata de azúcar: “Una combinación de inglés con español”.

Este cuento del espanglish es una excusa para que la transcrip­ción sea hecha precisamente por Arnaldo y este interprete a su manera las partes inconvenientes del casete. Es la 1:30 p. m. y Paul se levanta para objetar toda esta historia absurda. Pero apenas ne­cesita abrir la boca para que la jueza misma mande al jurado a casa y se apreste a sacudir a Kastrenakes.

Esta vez la sacudida de Kastrenakes es a dos manos entre McKenna y la jueza. Ella no parece creer la falta de profesionalismo con que la Fiscalía ha manejado el asunto del casete, al presen­tarle al testigo una pieza que nunca ha visto y, encima de eso, darle el original precisamente a una parte interesada para que haga la transcripción. McKenna explica que este no es el testigo apropiado para autentificar la grabación, pues fue Basulto quien operó la gra­badora y no Iglesias: “Además –dice McKenna–, según el estudio que hizo la OACI[i],esa grabadora fue apagada una y otra vez en distintos momentos por el propio Basulto y nadie sabe qué se ha­bló en esas ocasiones”. Hay movimiento en la mesa de la Fiscalía y todos se vuelven hacia el oficial del FBI, Al Alonzo, quien no puede más que asentir ante la afirmación de Paul.

Kastrenakes quiere protestar pero la jueza apenas lo deja abrir la boca: “¿Quién ha visto que a una parte interesada se le dé una pieza de evidencia para que haga una transcripción? ¿No se supone que se le dé a un especialista en lenguaje para que haga eso?”. Heck Miller quiere que se le haga escuchar el casete a Iglesias, para autentificarlo ahí mismo, y Paul sigue insistiendo en que él no es el más indicado para testificar respecto a una grabación que no hizo. Heck Miller deja escapar una frase que demuestra sus temores: “¡Paul McKenna está en una cruzada para que nosotros traigamos a Basulto!”. Lenard da por ter­minada la audiencia y dice que el lunes decidirá sobre si Arnaldo puede o no autentificar el casete.

Abandonamos la sala, pero cuando nos estamos quitando los cintos para ser esposados y volver a la celda de tránsito, los alguaci­les nos dicen que tenemos que regresar. La fiscal Heck Miller ha pedido a la jueza plantear un asunto que suponemos se habrá suscitado a última hora.

Heck Miller explica a la jueza la razón de su solicitud: “¿No se po­dría reconsiderar la posibilidad de que Arnaldo oiga el casete y lo autentifique ahora mismo?”. ¡Caaaaballeeeeeeero!, como diría Me­dina. Naturalmente Lenard no quiere saber nada más del dichoso casete ni del monaguillo jubilado Arnaldo Iglesias hasta la próxima semana. Y ya estamos de vuelta en el elevador, antes de que la fiscal, que últimamente ha ido perdiendo la arrogancia ante la actitud de la jueza, pueda cerrar la boca tras su solicitud.

Así termina esta semana inigualable por la que vale la pena haber pasado por el hueco, haber estado en solitaria, haber em­pleado dos años de nuestras vidas en prisión y tantos otros sacri­ficios más.

Al llegar al piso, llamo a Roberto y me dice que Julio Melo, el investigador de Philip, a quien ya conoces, estuvo navegando por las ondas radiales y se tropezó con el programa de Ninoska Pérez, quien parece haber salido directamente de la Corte para su ma­driguera radial. La señora está de lo más brava por..., adivina..., ¡ni más ni menos que la presencia de Roberto en Miami! Dice que no entiende cómo se le permite venir de Cuba para asistir al juicio. Ya el avispero comienza a alborotarse. Están llamando a una manifes­tación de protesta frente a la Corte porque ven que los resultados del juicio empiezan a parecerles inciertos.

Así están las cosas cuando declaro este diario actualizado, son las 7:52 p.m. del domingo 4 de febrero, y no he abandonado la máqui­na de escribir desde que subimos, el viernes, de la Corte.

En cuanto a mí no puedo dedicarme a otra cosa que no sea este diario, lo mejor que puedo entregar, tanto a ti como a tantas per­sonas buenas que pueden no estar recibiendo otra información que los escuetos y generalmente editados materiales de la prensa. Creo que los compañeros te envían una cartica para compensar por la falta de algo más íntimo, por mi parte. Espero que me entiendas cuando te digo que tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para completar en dos días esta narración, y sabes bien que no tiendo a la exageración, sobre todo cuando se trata de lo que hago.

Para resumirte en pocas palabras el fin de semana, te cuento que el viernes, cuando llegué de la Corte, me senté aquí a las 5:30 p. m. Como dieron noche larga hasta las 11:45, pude apretar el paso y completar lo que me faltaba del lunes, narrando también lo ocurrido el martes antes de irme a la cama.

El sábado renuncié a mi carrera para sentarme otra vez desde la mañana y no me detuve hasta la noche, excepto para hacerte la lla­mada de siempre, que además me dio impulso para continuar escri­biendo también hasta las 11:45 p.m. Creo haber perdido la noción de hasta dónde avancé en ese maratón, pero si mal no recuerdo, quedé a mitad del jueves, el día más largo y posiblemente el más glorioso de los que hemos pasado en este juicio. Debes saber que pienso mucho en ti y a veces me vuelvo hacia donde está Roberto y te imagino a su lado, como siempre quisiste estar, dándome apoyo y derrotando a toda esta calaña con solo la limpieza de tu mirada, que es más que suficiente. A veces vuelvo un poco a la realidad y pienso que lo ocu­rrido es mejor, pues habrías corrido un gran riesgo si estuvieras aquí en este momento.

A propósito de tu regreso a Cuba, el jueves estuvo en la sala el agente Mark D’Amico, el mismo que me detuvo y que te llevó a Krome para tus audiencias de deportación. Al verme sentado me saludó con mucha cortesía y diría que bastante respeto. Siempre he tenido la impresión de que se trata de un profesional decente y quisiera pensar que hay muchos como él en el FBI, a pesar de los malos ejemplos que hemos visto en el juicio.

Hablando de profesionales, el jueves le regalamos unas poesías del Faquir a la única alguacil mujer en el equipo que nos cuida. Es una persona muy correcta con la que hemos estado tratando todo este tiempo, dados nuestros continuos viajes al sótano de la Corte para ver la evidencia; el lunes cuando nos llevaba a la sala hizo un comentario sobre el artículo que apareció en el periódico respecto a la relación de Antonio con Margarita. Entonces decidi­mos regalarle una muestra de sus poemas con una dedicatoria y firmarla todos. Aunque olvidé copiarla, la dedicatoria dice más o menos esto:

Estimada Rachel:

Recibe este humilde presente como expresión de todo nuestro res­peto a una persona profesional, dulce y hermosa.

Permítenos también hacer extensivo ese respeto a tus colegas de equipo a través de tu persona.

Esperando que más temprano que tarde la amistad y el entendi­miento reinen entre nuestros dos pueblos.

Esta mañana me levanté para la visita y, una vez de vuelta, regresé a la máquina, hasta ahora en que te hago estos últimos párrafos. Pude completar la narración del jueves y dedicarme a brindarte toda la del viernes. Como ves, es un buen esfuerzo, pero nada comparado con la dedicación y el orgullo que me mereces. A pesar del cansancio me siento motivado porque todo esto llega a tus manos y porque, después de dos años sometidos a la vileza y la calumnia, la verdad se va abriendo paso inexorablemente den­tro de la guarida de quienes han tratado en vano, por cuarenta años, de azuzar a este gigante país contra nuestra pequeña isla por haber escogido vivir con dignidad.

Ayer, alrededor de esta hora, mientras tecleaba en la máquina, entré al cuarto de Gerardo para tomar un aire y me mostró una carta que escribió a sus hijos por nacer. Al leerla tuve que retirar la vista para que no viera mis ojos húmedos y decidí que con ella tenía que cerrar esta semana mi diario. Por la mañana se la comenté a Roberto y no pude tampoco evitar que se me nublara la vista; sé que hará llorar a más de uno de los que la lean y no me cabe dudas de que entre ellos a ti, pero se la quiero ofrecer a todos como un recordatorio de la calidad humana de este hombre, con quien he tenido la oportunidad de compartir estos difíciles momentos.

Que quede como un testimonio de los valores humanos que nos inculcaron. Y que hacen que nos mantengamos firmes y orgu­llosos de todos ustedes que nos acompañan y a quienes represen­tamos con amor y confianza. Te ofrezco esa carta a las 8:55 p.m. del domingo 4 de febrero de 2001, momento en que cierro por ahora las páginas de este diario, para dejarte sola con un documento del que ya puedo haber dicho demasiado, pues no necesita presentación.

Un millón de besos.

“Carta a mis hijos que están por nacer”

Queridos hijos:

Cuando lean estas líneas habrán pasado algunos años desde que fueron escritas. Ojalá no sean muchos. En esta fecha ustedes aún no han nacido, y hasta su mamá tiene dudas de si algún día nacerán.

Todo se debe a que estoy viviendo momentos difíciles de mi vida, lejos de mi país y mi familia, de los que sin embargo estoy muy orgulloso y espero que algún día ustedes también lo estén.

Este es un dibujo que he hecho ya para muchos niños: hijos, sobrinos, hermanitos y otros familares de personas que están hoy aquí conmigo. Personas que le agregaron sus palabras y su amor y lo enviaron a los seres queridos de quienes también se encuentran separados.

Por esas razones fue que quise conservarlo para que un día, después que ustedes lleguen a este mundo y aprendan a leer, sepan por qué su papá no es tan joven como mucho de los padres de sus amiguitos, y conozcan de los años que papi y mami tuvieron que vivir separados a pesar de quererse mucho. Años de los que tal vez un día les pueda contar más.

Los quiere mucho:

Papá

Febrero 3, 2001.

Nota:
[i] Organización de la Aviación Civil Internacional. Entidad internacional que regula la aviación civil.

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  • @adriancamaguey dijo:

    Estremecedora la carta de Gerardo. Y la vida y la voluntad de muchos hizo q finalmentr Gerardo este viendo crecer a sus hijos.

  • Mayhr dijo:

    MIS AMORES les digo yo desde siempre a ustedes los conocidos mundialmente ahora, como los 5 héroes cubanos, les soy sincera, me tienen acostumbrada a la claridad de sus textos, a su sentido arraigado hasta el tuétano de pueblo, de cubano pero René en esta ocasión me trasladaste hasta el mínimo de los detalles de vivencia y sobrevivencia impuesta, mis lagrimas no se derraman pero me sentí e imagine cada momento, la carta delata lo ocupado y centrado en el futuro y con él, el mundo, motivo para poder llegar.

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René González Sehwerert

René González Sehwerert

Héroe de la República de Cuba. Uno de los cinco jóvenes revolucionarios que se infiltró en grupos terroristas que desde la cuna de la mafia anticubana, Miami, organizan impunes sus ataques criminales contra el territorio cubano. Fue condenado a 15 años de prisión. Su causa contó con una enorme solidaridad internacional. Regresó a Cuba en el año 2013.

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