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Donald Trump y Medio Oriente: Novedad, semejanzas y rupturas

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Protesta tras la oración de los viernes en Estambul, el 11 de mayo de 2018, por la decisión de Estados Unidos de reubicar su embajada en Israel en Jerusalén. Foto: Erhan Demirtas/ AP.

Muchas han sido las reacciones hacia las medidas ejecutadas por Donald Trump en Medio Oriente, sobre todo lo relacionado con el traslado de la embajada de EE.UU. a Jerusalén y el retiro de Washington del pacto nuclear con Irán. En ese contexto, ¿hasta qué punto la política de Trump ha constituido una ruptura con respecto a la de sus antecesores en sus líneas estratégicas esenciales? ¿Esa práctica ha sido novedosa?

¿Cartas credenciales?

Netanyahu y Donald Trump en Nueva York, 26 de septiembre de 2018. Foto: Avi Ohayon/ GPO.

El presidente Donald Trump se reunió con el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, durante la 73 Asamblea General de la ONU el pasado 26 de septiembre de 2018. En tales circunstancias, el gobierno de Estados Unidos inició la entrega del paquete de ayuda militar a Israel de más de 38 000 millones de dólares, como parte del Memorando de Entendimiento (MOU) alcanzado entre ambos países en 2016 y que será implementado en un plazo de 10 años.

La portavoz del Departamento de Estado, Heather Nauert, expresó: "Israel es un aliado valioso y capaz para EE.UU. que hoy enfrenta amenazas regionales que aumentan peligrosamente, principalmente por el patrocinio del régimen iraní de grupos terroristas que buscan atacar no solo a Israel sino también a los intereses estadounidenses".[1]

En otro sentido, la relación entre Barak Obama y Benjamin Netanyahu se caracterizó por los desacuerdos, los desplantes y el desprecio mutuo, pero cuando se escriba la historia, el primero pasará a los anales como el más generoso de los presidentes de EE.UU. con Israel. Ambos países llegaron a un acuerdo para aumentar la ayuda militar que Washington concede a su principal aliado en Oriente Próximo. Durante la próxima década, Israel recibirá 3 800 millones de dólares anuales, un incremento sustancial respecto de los 3 100 que recibía hasta ahora. Ese monto no tiene precedentes en la historia, como ha reconocido el Departamento de Estado, y le permitirá al Ejército israelí mantener su ventaja incontestable sobre los vecinos de la región.

“Lo que demuestra que Israel sigue siendo sagrado para EE.UU., por más que Netanyahu tratara de sabotear el acuerdo nuclear con Irán o que la Casa Blanca nunca haya reconocido formalmente la ocupación de los territorios palestinos, reniegue de la expansión de los asentamientos o condene ocasionalmente sus reiterados abusos de los derechos humanos”. [2]

Donald Trump cumple a tiempo, el primer paso del acuerdo entre Obama y Netanyahu. Obsérvese que el presidente Obama firmó el Memorándum al final de su segundo mandato.

¿Haciendo caminos?

Después de la desintegración de la URSS, que dio al traste con el sistema socialista en Europa, la política de EE.UU., como poder indiscutible del momento, recurrió cada vez más a la fórmula militar: el Nuevo Orden Mundial proclamado por Bush padre se manifestó, entre otros aspectos, en la guerra contra Irak en 1991.

Posteriormente, lo que los propios estadounidenses calificaron como Gran Medio Oriente Ampliado[3] ha sido centro de esa política agresiva, la que se reafirmó después del 11 de septiembre de 2001; primero, con la agresión a Afganistán (2001), con el pretexto de apresar a Bin Laden y, posteriormente, a Irak (2003), bajo la excusa de que Saddam Hussein tenía armas químicas.

Estados Unidos arreció su implantación en la zona, sobre todo militar, parecía que ya no solo confiaba en el apoyo en sus aliados, sino necesitaba una presencia directa. En la práctica, en medio del “choque de civilizaciones” EE.UU. mantuvo –y fortaleció– su alianza con Israel, así como con algunas monarquías de la región, donde sobresale Arabia Saudita. Paralelamente, desataba una ofensiva diplomática y establecía rígidas sanciones contra Irán y aumentaba el número de bases y presencia militares.

Sin embargo, no todos eran éxitos para EE.UU., durante el mandato de Bush-hijo –heredado por Obama– se manifestó:

  • El empantanamiento político militar en Irak.
  • El debilitamiento de la función mediadora de EE.UU., quien no recibía todo el apoyo deseado –y necesario– para sancionar –y aislar– a Irán. En la práctica, las maniobras para desestabilizar a Irán y a Siria no tenían los resultados esperados.
  • La imposibilidad de llegar a un arreglo entre Israel y los palestinos.

Obama no lograba solucionar esa herencia. En ese contexto se inició la denominada primavera árabe. Las revueltas árabes resultaron ser un desafío, pero también podían brindar oportunidades. El reto mayor fue aprovechar el momento para tratar de reconfigurar, entendido como, no sólo el mantenimiento, sino el reforzamiento, de su presencia y dominación de la región.

Una promesa, cumplida a medias y otra no cumplida

Soldados de EE.UU. desplegados en Irak, 2015. Foto: Hispantv.

Barack Obama anunció que cumpliría lo prometido en campaña, el 31 de agosto de 2010, “acaben las operaciones de combate de tropas estadounidenses en Irak”. Así ponía fin a la presencia militar que había durado más de siete años.

“Aun así, hasta finales de 2011, quedarían sobre el terreno 50 000 soldados estadounidenses para labores de supervisión y de entrenamiento de las fuerzas de seguridad iraquíes”.

Esa acción no significó que Washington se marchara del país árabe; su presencia se mantuvo de otra forma; por ejemplo a través de la labor los contratistas. En la práctica reacomodó la presencia estadounidense en función de disminuir las bajas estadounidenses, controlar la producción petrolera y la permanencia de las bases militares como eje esencial de la política de Washington en el Oriente Medio.

El Presidente en su discurso ante el Congreso de Veteranos de Guerra en Atlanta dijo que las fuerzas estadounidenses “han soportado la carga de la guerra” e hizo referencia a “los terroristas que tratan de hacer descarrilar el progreso de Irak”.[4]

Resulta hasta insultante que Obama haya planteado esto. La guerra la inició EE.UU. y dejó atrás un país destruido y dividido, una democracia impuesta por la guerra, un estado permanente de violencia e ingobernabilidad, una infraestructura arruinada, por demás, con una fuerza militar considerable en efectivos militares y bases estadounidenses.

Esa promesa se cumplió a medias; no sólo por las diversas formas de permanencia, sino, porque en el año 2014, las fuerzas militares estadounidenses regresaron para “luchar” contra el terrorismo. En ese año, la ofensiva terrorista del denominado Estado Islámico justificó mayor presencia militar estadounidense en Irak, así como la conformación de una coalición liderada por Washington en Siria. Esta última sin consentimiento del gobierno de Damasco.

En ese nuevo escenario, EE.UU. implantó un puente seguro que garantiza su presencia, lo que lo ayudaría a monitorear la situación en la región y en el flanco sur de Rusia.

La promesa de salir de Afganistán, se sustituyó por "no podemos olvidar que fue en Afganistán donde Al Qaeda planificó y se entrenó para el asesinato de 3 000 personas inocentes el 11 de septiembre. Es en Afganistán y en las zonas tribales de Pakistán donde los terroristas han lanzado otros ataques contra nosotros y contra nuestros aliados". [5] Posteriormente, aprobó el envío de 30 000 tropas adicionales a Afganistán.[6]

Estados Unidos y sus socios de la OTAN dieron por finalizada su "misión de combate" en Afganistán, la guerra más larga de la historia estadounidense, en diciembre de 2014, con un plan de retirada progresiva que se iba a completar al fin del mandato de Obama.

La Casa Blanca ha vuelto a modificar al alza las previsiones de tropas en Afganistán, mientras que los aliados de la OTAN se han comprometido a destinar fondos a las misiones de seguridad en el país hasta 2020. [7]

De vuelta al 2011

La denominada Primavera Árabe le brindó la oportunidad a EE.UU. de mostrar su “mejor” cara, apoyar la transición sin perder terreno, apuntalar a sus aliados más importantes y derrocar a sus enemigos y aliados no confiables. En ese comportamiento, Estados Unidos y sus aliados desarrollaron fórmulas desestabilizadoras, propiciando soporte militar y político a grupos que protestaran y donde no lo hacían creándolos. Esta fórmula era para Siria, Irán y Libia.

El “cambio de régimen” instrumentado por EE.UU. y sus aliados tuvo éxito cuando Gadaffi fue asesinado y se establecía una situación de caos en Libia. Sin embargo, esta fórmula no fructificó en Irán, mientras en Siria se iniciaba una guerra, que dura hasta la actualidad. La guerra en este último país se mantenía y mostraba la unidad –y fortaleza– del gobierno sirio, de Hezbollah y de Irán.

Paralelamente, se mantenía la imposibilidad de llegar a un arreglo entre Israel y los palestinos.

Irán…, el giro significativo

La administración de Obama anunció que iba a conversaciones con el país persa. Estos planteamientos coincidían con la programación de la reanudación de las conversaciones israelí palestinas y la “retirada” de las tropas de Irak. ¿Es que de pronto el imperio estaba en disposición de respetar los derechos de los países y pueblos de la región? Estados Unidos había utilizado todos los mecanismos e instrumento a su alcance para presionar e intimidar a Irán, desde los procedimientos mediáticos, hasta la negociación, pasando por la presión militar.[8]

Estados Unidos siempre ha tenido un pretexto o excusa para enfrentarse a Irán, no precisamente porque considere que el país persa pueda construir el arma nuclear, sino por tres simples razones, pero también tres razones muy significativas en los intereses de EUA a nivel internacional: Irán ocupa un espacio de vital importancia en las relaciones de poder a nivel regional y mundial, que pasa por el control geopolítico y energético, donde aparecen evidentes contrapartes que pudieran constituirse en dos eventuales bloques: EUA y la Unión Europea frente a Rusia y China; el que controle al país persa controla la región de mayor tráfico petrolero del mundo (Mar Negro, Mar Caspio y Golfo Pérsico), además, ese país es contestatario a los Estados Unidos de América.[9]

No obstante, Obama llegó a un arreglo negociado con Irán; mientras, Israel testimoniaba su desacuerdo y alarmaba sobre la necesidad de atacar a Irán. Obama, con la firma del acuerdo con Irán expresó un cambio, una ruptura con las políticas anteriores de EE.UU. hacia Teherán, sobre todo de Bush hijo, quien incluyó a Irán en la lista de los países patrocinadores del terrorismo e impuso fuertes sanciones contra el país persa.

Israel y Palestina

Estados Unidos se abstuvo el viernes 23 de diciembre de 2016 ante una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que condenaba los asentamientos israelíes en territorios palestinos. Foto: EFE.

Israel es el aliado más importante de Washington en el Medio Oriente y tiene un papel esencial en su estrategia de dominación en el área. Históricamente, los objetivos estadounidenses no han variado: su seguridad nacional necesita que se respeten y se den garantías máximas a Israel; los grupos de presión pro israelí al interior de Estados Unidos son hacedores de política y, de forma general, los demócratas habían sido más votados por sus integrantes que los republicanos.

Obama trató de avanzar en las negociaciones entre los palestinos e Israel. Sin embargo, no planteó que cambiaría la esencia de lo establecido hasta el momento, sino que continuaría la estrategia seguida, aunque hizo hincapié en el congelamiento de la construcción de los asentamientos. Como recordaba en su discurso en El Cairo: "Los estrechos vínculos de Estados Unidos con Israel son muy conocidos. Este vínculo es inquebrantable." "Por otro lado, también es innegable que el pueblo palestino —musulmanes y cristianos—ha sufrido en la lucha por una patria. Durante más de sesenta años, han padecido el dolor del desplazamiento."En estas frases está la continuidad estratégica: el vínculo con Israel es inquebrantable y el pueblo palestino “también ha sufrido".[10]

Parecen contradictorias las últimas decisiones tomadas por el Presidente demócrata: por una parte, el memorándum que otorga a Israel la mayor ayuda militar concedida por un presidente a Israel y, por la otra, la abstención de EE.UU. ante la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que condenaba los asentamientos israelíes en territorios palestinos.

La abstención, que permitió la adopción del texto, refleja el pulso por el control de la política exterior entre el presidente saliente, el demócrata Barack Obama, y su sucesor, el republicano Donald Trump. Este último coordinado con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, presionó sin éxito para impedir que la resolución de sometiese a votación y para que, si esto ocurría, EE.UU la vetase.[11]

Trump: Semejanzas, rupturas, acciones y vuelta atrás

El embajador estadounidense en Israel, David Friedman, durante su discurso de apertura de la embajada de EE.UU. en Jerusalén, el 14 de mayo de 2018. Foto: AFP.

La administración Trump, a pesar de su política de America First, o precisamente teniendo en cuenta la misma, apostó por el fortalecimiento de su aliado histórico: Israel y la estigmatización de Irán. La alianza incondicional con el primero, que puede caracterizarse como una semejanza con respecto a sus predecesores, expreso una ruptura sin precedentes, al trasladar la embajada de EE.UU. a Jerusalén. No obstante, esa decisión refleja una vuelta atrás que, en primera instancia, legitima dicha acción.

Según Charles Enderlin[12], desde el 24 de octubre de 1995, el Congreso estadounidense aprobó por amplia mayoría un texto en el que se decidía el traslado de la Embajada de Estados Unidos en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, a más tardar el 31 de mayo de 1999. Aunque dicho traslado figuraba entre sus promesas electorales durante la campaña de 1992, el presidente William Clinton se negó a firmar la Jerusalem Embassy Act, a pesar de que debía entrar en vigor el 8 de noviembre de 1995. Sus sucesores George W. Bush y Barack Obama hicieron lo mismo, considerando también que Estados Unidos debía esperar la resolución del conflicto palestino-israelí y atenerse al consenso internacional sobre el Estatuto de Jerusalén”.

Sin embargo, el presidente Bill Clinton en una entrevista del año 2000, meses antes del final de su segundo mandato expresó: “Siempre he querido trasladar nuestra embajada a Jerusalén occidental” (…) “No lo he hecho porque no quería hacer nada que socavara nuestra capacidad de ayudar a negociar una paz segura, justa y duradera para los israelíes y para los palestinos”.[13]

El presidente de EEUU, Donald Trump, durante su visita a una base de Irak para saludar a las tropas estadounidenses. Foto: Reuters.

Por su parte, Trump:

  • Trasladó la embajada de EE.UU. a Jerusalén, en base al acuerdo mencionado más arriba, lo que sus antecesores no habían hecho; El reconocer a Jerusalén como capital del Estado de Israel contradice todos los compromisos y acuerdos de la ONU entre 1948-1973, en particular la Res. 242 para superar los efectos de la guerra de Junio de 1967, los que aprobó y respaldó el gobierno de EEUU. ¿Razones para un cambio ahora?
  • Señaló en su campaña que retiraría las fuerzas militares de las guerras de Siria y Afganistán. Criticó duramente a los Presidentes anteriores, no obstante, a dos años de su toma de posesión, anuncia la retirada, pero no la concreta;
  • Desmontó el acuerdo con Irán, desatando una histérica propaganda y acciones contra el país persa, que se asemeja mucho a la etapa de Bush hijo;
  • Prometió llegar a un acuerdo entre israelíes y palestino, presentó lo que denominó el acuerdo del siglo, pero no dice nada nuevo, ni lo ha implementado.

La política de Trump es “novedosa” en su vuelta a atrás y en la reafirmación de los rasgos más retrógrados de la política estadounidense hacia Medio Oriente.

En la práctica, las acciones desarrolladas por el inquilino de la Casa Blanca han manifestado el irrespeto hacia los organismos internacionales, con formas de hacer “exclusivas”, violando las reglas del multilateralismo. Asimismo, destaca su concepción sobre el terrorismo. Lástima que no se miren en su propio espejo.

Cuando Donald Trump llegó a la presidencia, a la herencia de Obama, se añadieron ciertos cambios: la guerra en Siria, la presencia de Rusia, a través de la ayuda ofrecida al gobierno de Bashar al Assad frente a la lucha contra el terrorismo y la de la RPCH, sobre todo desde el punto de vista económico.

La agresividad y la forma “histérica” de las acciones de Trump, enfrenta lo que algunas consideran es una pérdida de terreno de EEUU a nivel mundial, pero sobre todo en Medio Oriente. Tal vez, en cierta medida, en esas condiciones se reafirma un patrón, el tratar de actuar unilateralmente, de fortalecer sus aliados, sobre todo de Israel y de satanizar a su enemigo: Irán.

Según Thierry Meyssan[14]“La retirada de las fuerzas militares de Estados Unidos presentes en Siria y Afganistán ‎y la dimisión del secretario de Defensa James Mattis son manifestaciones del cambio ‎radical del orden mundial. Estados Unidos ha perdido el primer lugar mundial en el ‎plano económico y también en el plano político. Ahora Estados Unidos se niega a ‎luchar sólo por los intereses de la finanza transnacional. Las alianzas que ‎Estados Unidos encabezaba comenzarán a desmoronarse, sin que sus aliados ‎reconozcan por eso el ascenso de Rusia y China”. ‎

El imperio estadounidense se arroga el derecho de apoyar, imponer, deshacer y agredir en nombre de los “valores occidentales”. ¿Hasta qué punto la política de Trump ha constituido una ruptura con respecto a la de sus antecesores? ¿Ha sido en los contenidos o solo en las formas? ¿Ha sido una necesidad en el nuevo contexto, o precisamente por ello ha sido tan agresivo?

Notas:

[1] EE.UU. entrega ayuda militar a Israel de más de 38.000 millones de dólares,  octubre 02, 2018

EEUU comienza entrega de la ayuda militar “récord” a Israel

[2]  Ricardo Mir de Francia: Obama concede a Israel el mayor paquete de ayuda militar de la historia, 14/09/2016

[3] No sabiendo demasiado cómo remodelar el Medio Oriente, Washington, luego de algunas vacilaciones, ha optado por la invención del "Gran Medio Oriente". Ese nuevo concepto geográfico (geopolítico) designa a los Estados que van desde los pozos de petróleo del Sahara Occidental a los oleoductos de Paquistán, excepto los países del "Eje del Mal" e Israel que ya está democratizado. Esa zona está condenada a los beneficios de la democracia de mercado gracias a la intervención de grupos de la sociedad civil seleccionados por Madeleine Albright y subsidiados por el Departamento de Estado. En Thierry Meyssan:  Bush inventa el "Gran Medio Oriente"

[4] David Alandete, Obama pone fin a la guerra de Irak, Washington, 2 de agosto de 2010

[5]  Ibídem

[6] Ibídem

[7] Redacción/EFE, Washington, Obama no cumple su promesa y mantendrá 8.400 soldados en Afganistán al final de su mandato

[8] Algunas fuentes han revelado que desde enero de 2006 existía un plan  para atacar a Irán, elaborado por las fuerzas conjuntas de Gran Bretaña, EUA e Israel. Este plan se pondría en práctica cuando se agotase la “opción diplomática”.

[9] María Elena Álvarez Acosta: Estados Unidos e Israel: Irán en la mirilla, 4 septiembre 2010

[10] Discurso de Obama en El Cairo: "Un nuevo comienzo"

[11] Marc Bassets  y Juan Carlos Sanz: El Gobierno de Obama se abstiene en una resolución de la ONU contra Israel. Washington / Jerusalén, 24 de diciembre de 2016

[12]Periodista franco israelí. En Le Monde Diplomatique, http://www.federacionpalestina.cl/opinion.php?id=22

[13] http://www.timesofisrael.com/what-would-trump-have-to-do-to-bring-the-us-embassy-to-jerusalem-nothing-at-all

[14] En su artículo: Estados Unidos se niega a luchar por la ‎finanza transnacional, Red Voltaire, Damasco, 25 de diciembre de 2018

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María Elena Álvarez Acosta

María Elena Álvarez Acosta

Doctora en Ciencias Históricas. Profesora Titular del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”. Fundadora y panelista habitual de la Mesa Redonda.

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