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¡Urra! por Graziella… y La pelota (Primera Parte)

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1955-1956. Napoleón Reyes, Conrado Marrero, Adolfo Luque y Oscar Rodríguez

1955-1956. Napoleón Reyes, Conrado Marrero, Adolfo Luque y Oscar Rodríguez

El arte quizás sea un deporte.

Pero el deporte es un arte.

Pierre de Coubertin

Graziella Pogolotti ha provocado una serie de criterios bienaventurados al reconocer que nunca visitó un parque beisbolero, salvo cuando un diletante del músculo y la acción, como el catedrático Elías Entralgo, convocaba a sus discípulos al Estadio de la Universidad de La Habana. No obstante, nos ofrece una pieza magistral sobre la cultura de la pelota. En una época donde las mujeres jugaron al béisbol, en franca rebelión contra ciertas leyes morales, ella, quien “nunca pudo lograr que el bate chocara con la bola, por falta de coordinación temporal”, años después detectó los resquicios del juego en una página de circulación dominical.

“De noviembre a mayo, la fiesta crece poco a poco. La pasión pelotera germina en los juegos manigüeros con sus altibajos incomprensibles, como un motor que arranca en falso una y otra vez. Esa cotidianidad algo monótona tiene, sin embargo, sus seguidores, inspirados en el orgullo local y, sobre todo, en el debate ininterrumpido de las peñas…” (1)

El país se vuelca a los estadios por las Series Nacionales. Pero ¡cuidado!, porque empeñados en ver el bosque, podemos dejar de ver los árboles, y el bosque, sin árboles, no es bosque. Si el tiempo ha visto mermar los clásicos invernales –play off aparte- que casi abrazan el verano, ¿qué podemos esperar de las competencias del barrio, municipales, azucareras o provinciales, de donde debe nutrirse el máximo nivel? ¿No salieron del batey Martín Dihigo, Orestes Miñoso y Luis Giraldo Casanova? ¿Campesinos como Conrado Marrero? ¿Y montañeses cual Antonio Muñoz? Es por eso que la fiesta debe continuar germinando desde los juegos manigüeros, que arranquen y se desarrollen. Allí está la fuente.

“Con el transcurso de la semana, el jugo de la caña se depura y el calor se expande de la caldera a la gran fábrica, invade el batey hasta que todos y cada uno, jóvenes y viejos, intelectuales, obreros, campesinos y cuentapropistas, estamos involucrados en las expectativas del desenlace. La pasión se desborda y atraviesa transversalmente todos los sectores de la sociedad…” (2)

Las peñas, organizadas o no, suelen elevar criterios enraizados, con carga redentora. En una sociedad como la nuestra, ¿de dónde proceden los expertos en el deporte que anda por las venas? Managers, comentaristas y personal especializado, deben acercarse a esos conglomerados con ánimos escrutadores. De allí brotan frutos en un concierto de escritores y artistas, ministros, funcionarios, bodegueros, campesinos, militares, en fin, la sociedad toda, alrededor de una esférica en movimiento. ¡Habrá mayor sabiduría!

La pelota, por su complejidad, según el editor Bernal Castellanos, es el deporte que más se acerca al ajedrez. Las reglas del fútbol, el baloncesto o el voleibol tienen pocas cuartillas; las de béisbol engrosan un libro. Fue creado por norteamericanos, derivado de fuentes inglesas. Y tenía que ser, pues en aquel país europeo se había engendrado el más organizado movimiento deportivo de la era moderna, desde las Olimpiadas de la Grecia Antigua. El colegio de Rugby, con su director Thomas Arnold (1795-1842), formó gentlemen y excelentes deportistas, que llegaron a permear el pensamiento conservador de los lores. El béisbol surgió del cricket y el rounders ingleses, más otras actividades competitivas:

“Los historiadores afirman que en los inicios, llegó de los Estados Unidos a través de jóvenes pertenecientes a las élites económicas que estudiaron en ese país. Puede que, en reacción contra la metrópoli española se contrapusiera al fútbol, del mismo modo que la lidia de gallos ofrecía una alternativa a la corrida de toros...” (3)

Permítaseme una reflexión. Muchos de nuestros mambises jugaron a la pelota, blancos, negros, chinos y de cualquier denominación, sin exclusiones. De esa forma fue tomando un carácter patriótico ante las actividades deportivas —si así podía llamárseles— de los españoles. Efectivamente, frente a la corrida de toros, los cubanos prefirieron la lidia de gallos, que se convertiría en tradición y echaron a un lado los enfrentamientos hombre-animal en busca de la muerte. Pero el béisbol se contrapuso al jai-alai, una de las doce variantes de la pelota vasca, introducida por los colonizadores, que pronto asumiría visos profesionalizados y corruptos.

España, a mediados del siglo XIX, no tenía intención de acercarse al movimiento deportivo generado por los ingleses. En la Península prevalecían las influencias de Francisco Amorós y Ondeano, un español naturalizado francés, del sueco Pedro Enrique Ling y del alemán Federico Ludovico Jahn, fundadores de la Gimnasia o Educación Física europea, ajenas a la competencia entre los hombres, por “deshumanizante”.

Hay otras versiones, pero el fútbol parece haber llegado a Cuba en 1907, después que el basketball (1905), el fútbol americano (1905), el voleyball (1906) y antes que el boxeo reglamentado (1910). Si estos traían la huella del vecino del norte, por otro derrotero llegó el soccer a nuestras costas.

El deporte juega un papel en los procesos de transculturación. Nuestra pelota no fue una excepción, solo que se asumió como propia y se incorporó a la identidad nacional-cultural. A su llegada —para reafirmar lo expresado— la práctica del béisbol no fue bien vista por las autoridades españolas que, por su arrastre popular, le dieron una connotación política y con ello solo provocaron que el número de practicantes creciera como la espuma en la capital, Matanzas y Sagua la Grande, consideradas por los historiadores como las primeras plazas donde se jugó, y después en el resto del país.

Según confesión propia, Nemesio Guilló introdujo los primeros bates y pelotas en 1864, desde un colegio norteamericano, junto a su hermano Ernesto, y Enrique Porto del Castillo, quien sería un importante galeno y Ministro de Sanidad en la década del veinte. Cuando llegó el “juego de los pies”, en la Isla se competía en pelota organizada desde hacía tres décadas. El primer desafío oficial, porque lo respaldaba una institución legalmente constituida, se celebró el 29 de diciembre de 1878, entre Habana y Almendares, que pasarían a ser los “eternos rivales”, cual Industriales vs Pinar, o Santiago, en la actualidad. Para 1868 se había integrado el primer team legal: Habana BBC (Base Ball Club), pero desde 1867, según aparece registrado, se realizaron juegos de exhibición, como aquel del 27 de diciembre de 1874, en el Palmar del Junco, cuya celebridad ha sido notoria.

Un fenómeno digno de estudio, es el insospechado auge que tomó el fútbol en la capital por los años treinta y cuarenta del siglo XX, así como en otras partes del país, al extremo de desplazar en preferencia al béisbol, que sufría una etapa de desconcierto sin perder la hidalguía del sentir patrio. Poco después recuperó su estandarte.

Sobre el espinoso asunto racismo-béisbol, afirma la doctora:

“Lo cierto es que, del ámbito de los clubes aristocráticos pasó a convertirse en deporte popular y los muchachos jugaban en los solares yermos con guantes, bates y pelotas improvisados. El sector pudiente blanco optó por las regatas y la natación y cedió el paso a negros y mulatos, devenidos pronto héroes legendarios que horadaron el valladar del color establecido en el profesionalismo norteamericano…” (4)

Está por dilucidar el aporte de los solares yermos a la cultura cubana, béisbol incluido. El primer sentimiento de democratización surgió donde niños y jóvenes de todas las clases y capas sociales, independientemente del color, demostraban sus aptitudes en el juego, hasta que los padres recogían a los muchachos blancos, algunos de ellos escapados del colegio tras la influencia beisbolera.

En ningún equipo oficial, antes de 1900, hubo hombres de piel oscura. Quizás algunos “trigueños” pudieron burlar la segregación, como el estelar Alfredo Arcaño, padre de Antonio, destacado flautista y director de la orquesta Arcaño y sus maravillas.

“En el período de las primeras tres décadas del béisbol cubano, Alfredo Arcaño es el pionero de los contados jugadores negros que juega en equipos de blancos, hecho que ocurre en 1886, con dieciocho años, al entrar en el Club Fe Infantil. Dos años después debuta en el Club Habana, manteniéndose por casi veinte temporadas…” (5)

Los músicos negros podían acceder a las glorietas de los estadios, con las orquestas que amenizaban los bailes posteriores a los desafíos, en terrenos del Vedado, Tulipán, Palmar del Junco y el primer Almendares Park, entre otros. Raimundo Valenzuela y Miguel Faílde fueron capaces de mezclar danzones y pelota, dos manifestaciones culturales que, en sus cimientos, habían jugado un importante papel en el surgimiento de la nacionalidad. Permítaseme establecer cierto paralelismo histórico-social-cultural.

Las Alturas de Simpson, de Faílde, está considerado el prístino danzón. Se tocó el primer día de enero de 1879, en el Liceo de Matanzas, solo tres días después de inaugurado el primer Campeonato Cubano de Béisbol, con el desafío entre Habana y Almendares, cuando aún soplaban los aires lúgubres del Pacto del Zanjón. Desde entonces jugó un papel importante en la consolidación de la conciencia nacional, al extremo de expresar Alejo Carpentier: “El danzón condensa la historia cubana…” Tuvo su base en la contradanza francesa, con indudable influencia de ritmos africanos.

“El danzón fue la primera tendencia oriunda de las capas inferiores de la población que llegó a imponerse incluso en las esferas más encumbradas de la sociedad cubana, un nexo que trascendía las categorías de raza y clase. Este fenómeno se reproduciría simultáneamente en el juego de pelota...” (6)

Los cubanos llevamos en la sangre la pelota y el baile. El danzón, con su origen en negros libertos y el béisbol de blancos ricos, se habían constituido en Baile y Deporte Nacional, incluidas razones patrióticas.

Ya en la República, ante el empuje de un deporte cada vez más popular y en franco avance, quedaron tres opciones al sector pudiente: democratizarse, renunciar al juego, o escindirse de la Liga General de Base Ball de la Isla de Cuba, fundada en 1878 por ellos y para ellos, pero profesionalizada desde los inicios de la década del noventa, y que en 1900 había dado entrada a los jugadores de color.

No estaba en el ánimo de los pudientes la idea de apartarse de un juego que habían introducido en el país y abrazado por muchos años, desde sus estudios en colegios norteamericanos. El profesionalismo ya no era de su interés; por eso lo continuarían practicando entre ellos con un carácter aficionado. En 1914, ese sentimiento clasista derivó en la creación de la Liga Nacional de Baseball Amateur de Cuba, que en 1922 pasó a la jurisdicción de la también segregacionista Unión Atlética de Amateurs de Cuba, donde se jugó sin negros hasta 1960, cuando desapareció.

Con el tiempo, en aras de elevar la competitividad, asumieron jugadores blancos de capas sociales “inferiores” como Conrado Marrero, Roberto Ortiz y Jiquí Moreno, que en algunos momentos lograrían superar en audiencia al profesionalismo, con la realización de las Series Mundiales Amateurs. Pero la firma de jugadores de la talla de Napoleón Reyes y los anteriormente señalados, devolvieron el realce a la Liga Profesional Cubana.

Las dos intervenciones norteamericanas habían presenciado un proceso de democratización en el béisbol cubano, con la aceptación de negros nativos en la campaña de 1900, y en 1907 con la entrada de jugadores norteamericanos blancos y en su mayoría negros, pero ese proceso no pudo influir en las clases más reaccionarias.

Tales decisiones dieron un vuelco al béisbol cubano y ahondaron en una vieja paradoja. La aristocracia evitó la unión de las razas en su pelota, pero el negro, que había luchado hasta ofrendar su vida por la libertad en los campos de batalla, y produjo generales de la estirpe de los Maceo, no podía continuar segregado, oficialmente. Así, en la Isla, la pelota se democratizó primero que en su país de origen, que esperaría hasta 1947, con Jackie Robinson en los Dodgers de Brooklyn. Para los latinos de esa raza, el matancero Orestes Miñoso abriría esa senda en 1949, un jugador oriundo del central azucarero que, irónicamente, llevaba el nombre de España.

(Continuará....)

Notas:

1 Graziella Pogolotti: “La pelota”. Juventud rebelde. 10 de junio de 2012, p. 04.

2 Ídem.

3 Ídem.

4 Ídem.

5 Carlos E. Reig Romero: Historia del deporte cubano: Los inicios, pp. 42-43:

6 Roberto González Echevarría: La gloria de Cuba. Historia del béisbol en la Isla. Editorial Colibrí. Madrid, España 2004, p. 163.

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  • Candela dijo:

    ¡Qué interesante! Una clase de historia sociopolítica cubana a través del deporte.
    Me quedé con deseos de seguir leyendo...

  • Marta Terry dijo:

    Qué puedo decir? Que yo también tuve que ir junto a Graziella a las convocatorias de Elías Entralgo y que en verdad eso ha quedado como uno de los mejores recuerdos de mi juventud

    Marta Terry

    Ah! Y que le voy a los Industriales con Alma Vida y Corazón

    MT

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Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga

Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga

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