Cubadebate

Ruperto Herrera. Foto: Joel García

Ningún cubano ha participado en tantos Juegos Panamericanos como él. Ninguno. Suma 14 de las 19 citas convocadas. Su pierna de pivot sigue siendo la misma de cuando comenzó con 14 años en la selección nacional de baloncesto y medía 1,95 metros. Y a la hora de encestar palabras es tan preciso que la combina con una risa espontánea para esconder su timidez. Entra a la escena concertada y presentarlo es un honor: Ruperto Herrera.

Hace apenas dos días recibió un Premio de Panam Sports que nadie sabía, solo el presidente Neven Ilic. Sentado en su puesto como secretario del Comité Olímpico Cubano fue uno de los sorprendidos al escuchar su nombre. Reconoce que le temblaron las piernas para levantarse y recibir el hermoso cuadro que reza: “Por los grandes aportes que ha realizado en el movimiento olímpico de América”.

En apenas segundos pasaron por sus recuerdos no solo los 14 Juegos, sino el inicio del baloncesto en un lugar donde también jugaba pelota, aunque en honor a la verdad, no eran tan bueno en eso de batear y fildear. Allá en Marianao, específicamente en el barrio conocido como Palo Cagado, Ruperto aprendió a driblear con el balón, a taponear otros que intentaban entrar a las redes circulares de un aro que mueve también las emociones del público.

Ruperto quería hablar al recibir el premio, pero lo primero que le vino a mente fue el número de Juegos en que había estado y no el trabajo y esfuerzo que implicó desde lo personal hasta lo familiar asistir a las ediciones de Winnipeg 1967, Cali 1971, México 1975, y San juan 1979 como jugador; Indianápolis 1987, La Habana 1991, Mar de Plata 1995, Winnipeg 1999, Santo Domingo 2003, Rio de Janeiro 2007 y Guadalajara 2011 como Federativo Nacional y representante de FIBA América; mientras en Toronto 2015, Lima 2019 y ahora Santiago de Chile 2023 en su cargo de secretario del Comité Olímpico Cubano.

Se agolparon tantos momentos en tan pocos segundos. El retiro en 1982, los juegos con Fidel en la década del 60 del siglo pasado, la dolorosa muerte de uno de sus hijos también baloncestista (Roberto Carlos), la esposa fiel y comprensiva para aplaudirlo y darle certeros consejos, y hasta aquel partido de los Juegos Panamericanos de Cali 1971 contra Estados Unidos, que siempre ha defendido fue el mejor de todos los jugados por aquella selección, que un año más tarde se consagró bronce olímpica y cuya última canasta en el partido decisivo en Munich 1972 la tiró precisamente él.

Apenas hilvanó las frases de protocolo en la Asamblea y los aplausos le sonaban como los del Coliseo de la Ciudad Deportiva repleto para ver jugar aquel elenco en los años 70 del siglo pasado. Ruperto vuelve a sonreír cuando habla de sus compañeros de cuarto: Domecq y Telemaco, o de su entrenador de entonces Carmelo Ortega, quien los hacia jugar una defensa personal a presión los 40 minutos de juego.

Menos tenso confiesa ya que el número 5 de la camiseta que usó por casi 20 años en los equipos provinciales y nacionales fue pura casualidad, pues al integrar por vez primera el conjunto de Cuba era la única que quedada disponible. Tiene una memoria prodigiosa y no abusa de ella cuando se habla del más dinámico y creativo de los deportes colectivos, al decir del colega René Navarro. Pero un libro de vivencias, emociones, tristezas y ejemplo se llena con facilidad.

Se apaga la grabadora y suelta de nuevo la risa. Sus manos grandes no lo confunden. Un balón en sus manos era canasta con más de un 40 % de efectividad. Me pide que tampoco amplifique tanto el Premio. Él es apenas una expresión de hasta dónde llegó el deporte en Cuba después del 1 de enero de 1959. Panam Sports lo reconoció por eso y porque la sencillez es hermana siempre de los grandes seres humanos. Y eso sí. Ruperto Herrera es un gran ser humano.