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El vice y el ministro fantasma

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Antiguo Palacio Presidencial. Foto: Archivo.

Rafael Guas Inclán fue machadista en tiempos de Machado y batistiano en los de Batista, con quien llegó a la Vicepresidencia de la República. Cuando alguien le echaba en cara su pasado, el inefable Guas, que era un chambelonero de rompe y rasga, decía sonriente:

—Caramba, yo acompaño a mis amigos hasta la tumba, pero nadie pretenderá que me meta en el hueco junto a ellos.

Por cierto, Guas Inclán podría haber figurado en un libro de récords. Fue, hasta 1959, el hombre que más duelos despidió en Cuba, y en Miami siguió siéndolo. Nadie lo superó en eso y pocos lo aventajaban en el lucrativo negocio de apropiarse de lo que no era suyo.

Cuando en 1956, Batista acudió a la Cumbre Panamericana de Panamá, dejó en la Presidencia a su secretario, Andrés Domingo, y no a Guas, que era a quien correspondía en razón de su cargo. Todavía en la escalerilla del avión, a punto de partir, Batista recomendaba a su sustituto:

—Mucho ojo con el vice.

General, aunque sea una tierrita

Cuando en septiembre de 1959, el exdictador Fulgencio Batista, procedente de Santo Domingo, llegó a Madrid en tránsito hacia Lisboa, encontró que en el aeropuerto de Barajas lo esperaban Rosendo Canto y Rafael Esténger, que, como embajadores, lo sirvieron hasta el fin de su gobierno.

Estaban ansiosos por participarle que habían planificado una feroz campaña de prensa que dejaría totalmente desprestigiado al Gobierno revolucionario cubano en menos de seis meses. Claro que para ejecutar la campaña hacía falta dinero y ahí estaba Batista para ponerlo.

El general se negó de plano mientras que Canto y Esténger insistían en darle el sablazo. Batista explicó entonces que su situación económica se había deteriorado mucho tras su salida de Cuba, que Trujillo, el sátrapa dominicano, había acabado con sus ahorros, que apenas contaba con lo imprescindible para vivir y mantener a los suyos. Dijo al fin sin ningún recato:

—Señores, soy un hombre pobre.

Ninguno de los exembajadores quería entender que, como decía el periodista Mario Kuchilán, a Batista lo que más le dolía era el bolsillo, y continuaron pidiéndole dinero hasta que se percataron de que resultaría imposible salirse con la suya. Llegado a ese punto, se tiraron por el piso:

—Vamos, general, no sea malo, aunque sea una tierrita…

Batista frunció aún más el ceño, estiró el protuberante labio inferior y se llevó la mano al bolsillo derecho del pantalón. Sacó el puño apretado y, como quien da una limosna, entregó un dinero a Esténger, que lo recibió con la cara iluminada. Sin despedirse, Batista se alejó de prisa de los sablistas. La alegría de estos se desmoronó en cuanto contaron el dinero.

Les dejó 35 dólares.

El ministro fantasma

A Diego Vicente Tejera le apodaban el ministro fantasma. Cuando el presidente Grau lo nombró ministro de Educación, concurrió tres o cuatro veces a su despacho, siempre de madrugada. El periodista Enrique de la Osa contaba que Dieguito —así le llamaban en virtud de su minúscula humanidad— solía despachar los asuntos de su cartera en los lugares más insospechados, pero prefería hacerlo en una carnicería situada en la calle D, cerca del restaurante El Carmelo, en El Vedado.

Además de ministro, Dieguito era senador y tampoco se portaba por el Capitolio. Pero la membresía del Partido Auténtico en el Senado exigió su presencia a fin de integrar un apretado cuórum, y el día en cuestión Dieguito apenas podía mantenerse sentado de tan cansado que estaba y tanto sueño que tenía. Fue así que Miguel Suárez Fernández, presidente de la Cámara Alta, tuvo una idea providencial. Ordenó que en el estrecho pantry situado entre su despacho y la tribuna del Senado se improvisara una cama para Dieguito. Al lado se situó un hermano del ministro y cuando ocurría algún pase de lista, Suárez Fernández, por detrás de su silla, hacía un gesto al hermano del durmiente, y el hombre emitía un sonido impreciso que un oficial del Senado interpretaba como un ¡Presente!

Escribía Enrique de la Osa en su sección En Cuba de la revista Bohemia: “El ministro había respondido al pase de lista. El Cid ganaba batallas después de muerto. Dieguito asistía dormido a las sesiones del Senado, integraba el cuórum y votaba en las mismas. La realidad se perfuma a veces con aromas de leyenda”.

Algo más. Cuando Dieguito asumió en Educación, declaró solemnemente que acabaría con el gansterismo en Cuba poniendo a estudiar a los gánsteres. Al día siguiente, en su sección del periódico Información, Juan David publicaba un dibujo en el que se veía a dos ciudadanos protegiéndose como podían en medio de una balacera. Uno decía al otro:

—No te preocupes. Hacen oposiciones para las becas de estudio.

Eso no tiene presupuesto

Cuando Grau ganó la Presidencia en 1944, designó al doctor Félix Lancís para el cargo de primer ministro. Carlos Prío, apesadumbrado, se acercó al profesor de Fisiología y hablaron de esta manera:

—Doctor, siempre pensé que yo sería su primer ministro.

—No te aflijas, Carlos, que tú, al lado mío, eres más que primer ministro.

—Sí, doctor, pero eso de estar al lado suyo es un cargo que no tiene presupuesto.

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  • Pedro dijo:

    Siempre aprendemos algo fuera de las aulas. Así quieren que volvamos a esos tiempos.

  • juana dijo:

    Me encantan sus crónicas, me alegra poder seguir leyendolas ahora por Cubadebate ya que no consigo el Juventud Rebelde dominical.La de hoy demuestra la enorme corrupción de esos gobiernos y a la que no podemos volver jamás .

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Ciro Bianchi Ross

Ciro Bianchi Ross

Destacado intelectual cubano. Consagrado periodista, su ejecutoria profesional por más de cuarenta años le permite aparecer entre principales artífices del periodismo literario en el país. Cronista y sagaz entrevistador, ha investigado y escrito como pocos sobre la historia de Cuba republicana (1902-1958). Ha publicado, entre otros medios, en la revista Cuba Internacional y el diario Juventud Rebelde, de los cuales es columnista habitual.

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