Esa mujer que ratos enmudece
La poesía en la Isla de la Juventud siempre ha contado con excelentes voces femeninas que, a sus modos diversos de expresar los sentimientos propios del poeta, han dado originalidad a nuestra poesía. Sin embargo, debo confesar que en los últimos tiempos se han escaseado esas voces y predomina la vos del poeta hombre.
Por muchas razones han partido de esta Isla dejando solo sus versos como prueba de su existencia, no es así el caso de Mireya Rodríguez Frontela, autora del poemario Duermo en paz porque canto y es que Mireyita (como cariñosamente le llamamos) a veces ha querido alejarse de los escenarios poéticos y es más fuerte su espíritu de mujer que canta con versos místicos, intensos y con esa musicalidad que incita al goce y al desgarramiento del ser, que a esa mujer que ratos enmudece.
Ha dicho su editor y prologuista Eduardo Sánchez Montejo, en este poemario:
“(…) La poesía de Mireya no viene a proponer una política de climatización del amor. Los poemas no proponen una ciencia ampliada de invernaderos de esferas frías o heladas cósmicas. El amor en estos textos nace del paladeo pleno de la carne y del espíritu poético. La poeta muerde la palabra con la boca pródiga de las provocaciones: abraza sin desfallecer las cosas y los seres, cartografiando sus mapas y sus holoturias poéticos a partir de los hitos que conforman la esencia humana. Desde los altavoces de sus versos condena a los seres que tiran al olvido los errores cometidos en el pasado.
“Sus textos, de tejido y ejecución sencillas, dejan jugar (y juzgar) al lector con libertad en torno a temas que interesan en el aquí-ahora y en todos los tiempos. No encontraremos en este libro al poeta que habla en calidad de crítico literario, sino al poeta crítico que enfoca sus vías lingüísticas operativas para ofrendarnos una visión inédita del rosario de males que aquejaban (y aquejan) a la sociedad en que le tocó vivir. El amor materno, el amor por la pareja (heterosexual y homosexual) y el amor filial se desgranan con vuelo a través de una aduana de metáforas que están más allá de los tabúes y los denuestos; Eros variopinto que no precisa de poner las pasiones humanas en camisas de fuerza o lecho de Procusto”.
La integridad de la visión poética que se nos ofrece en este cuaderno, no es ofuscada por la presencia de una profundidad de pensamiento u oscurantismo doctrinal perjudicador de la espontaneidad de su expresión. Mireya prefiere el verso libre que ya Whitman elevara a planos siderales. “Las lecciones de zoología me han enseñado”, dice Mireya, “que si clasificas a los animales por el número de sus patas te verás en la obligación de poner el lagarto al lado del ratón”.
“(…) El poeta es, primero, después y siempre, prisionero del reino poético. ¿Qué otra cosa puede esperar Mireya Rodríguez Frontela de sus versos, que son, en lo más íntimo del canto, como verdaderos gestos que recogen las reliquias de un naufragio? Oigámosle cantar: No importa, seguiré bajo el almendro/esperando la resurrección”.
Esperemos entonces que nuestra Isla nunca pierda el encuentro con sus versos y que sea eterna la voz de su canto.
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