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Otra masacre, la misma vieja justificación

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Por Haifa Zangana

Mientras la alianza liderada por Estados Unidos continúa sus ataques aéreos en Iraq contra el grupo Estado Islámico (EI, anteriormente conocido como ISIS), y sigue suministrando al gobierno iraquí armas y efectivos disfrazados de “asesores” y “formadores”, el pueblo iraquí lucha por sobrevivir a las represalias del ciclo mortal de las milicias.

El lunes 26 de enero en el pueblo de Barwana, cerca de la ciudad de Muqdadiya, en la provincia de Diyala fronteriza con Irán, 72 hombres desarmados fueron sacados de sus hogares por las milicias. Con las cabezas agachadas y atados, fueron conducidos en pequeños grupos a un campo, obligados a arrodillarse y allí les dispararon un tiro a cada uno. Los supervivientes afirman que las tropas iraquíes miraban.

Otras 35 mujeres permanecen desaparecidas. Después de que la milicia se fuera de la aldea, las mujeres y los niños salieron a llorar a sus muertos.

La retórica de la guerra

Los asesinados no eran miembros del EI sino civiles que habían huido de Sinsil a la relativa seguridad de Barwana, a unos 5 km al suroeste, donde habían estallado combates entre tropas del EI y milicias a las que se considera tuteladas por Irán y apoyadas por los ataques aéreos de la alianza liderada por Estados Unidos.

En un movimiento que trae a la memoria las declaraciones militares estadounidenses tras la invasión de 2003, cuando las tropas de Washington cometieron una masacre, el Gobierno iraquí acusa ahora a las fuerzas del EI de llevar a cabo los asesinatos y reclama solo retóricamente que se investiguen los hechos. Con los años, las autoridades iraquíes han demostrado ser tenaces ejecutores de la propaganda de los antiguos ocupantes.

La masacre de Haditha fue una de las primeras lecciones del gobierno iraquí.

El plan fue así: el 19 de noviembre de 2005, un escuadrón de marines arrasó en cinco horas la ciudad iraquí de Haditha, en la provincia occidental iraquí de Anbar, matando a 24 civiles –incluyendo siete mujeres, tres niños y hombres de edad avanzada– que recibieron varios disparos a quemarropa estando desarmados.

Fue un acto de represalia después de que una bomba estallase al paso de su Humvee, y matase al conductor. El comunicado inicial del ejército estadounidense al día siguiente informaba de que la muerte de los civiles fue consecuencia de una bomba y de ataques en la carretera por parte de los insurgentes iraquíes:

“Un infante marine estadounidense y 15 civiles murieron ayer por la explosión de una bomba en un camino en Haditha. Inmediatamente después de la explosión, hombres armados atacaron el convoy con fuego de armas pequeñas. Soldados del ejército iraquí y marines devolvieron el fuego, matando a ocho insurgentes e hiriendo a otro”.

El sargento Frank Wuterich, quien dirigía el equipo, intentó justificar los asesinatos de civiles desarmados en sus hogares: “Limpiamos estas casas de la manera que tenía que hacerse” declaró.

El plan de acción

Una declaración similar siguió a la violación y asesinato de Abeer Qassim al-Janaby, una niña de 15 años de edad asesinada por soldados estadounidenses junto a su padre, madre y hermana de nueve años de edad, en Mahmudiya, a 20 millas al sur de Bagdad el 11 de marzo de 2006. El crimen fue, como de costumbre, atribuido a “insurgentes suníes activos en la zona”, en contra de los informes de testigos oculares locales.

Los crímenes cometidos con impunidad por la ocupación liderada por Estados Unidos se han convertido en el modelo de los regímenes iraquíes posteriores: la venganza en lugar de la reconciliación, el sectarismo en lugar de la ciudadanía, y la lealtad a las potencias extranjeras en lugar de a Iraq como país.

Es la injusticia acumulada la que incuba localmente el crecimiento del EI y de cualquier otro grupo extremista.

La población civil de las zonas de combate se lleva la peor parte del castigo colectivo de un plan de acción de diversos grupos perversos: las milicias sectarias dirigidas por Irán, las fuerzas de seguridad del supuesto Gobierno, los ataques aéreos liderados por Estados Unidos (2000 vuelos de combate en seis meses aparentemente pagados con dinero iraquí), y el propio grupo del Estado Islámico.

Cómo ocultar a la vista

Fuera de los territorios controlados por el EI, quienes hoy gobiernan son un grupo de milicias que enmascaran sus asesinatos diarios en rostros afeitados que ocupan escaños en el Parlamento situado en la Zona Verde de Bagdad.

En la actualidad hay al menos 30 milicias que se multiplican rápidamente. Sus poderes se extienden desde el control de las calles de la ciudad hasta la vida cotidiana incluso en la capital, Bagdad.

Además de adoptar la retórica de masacre de la ocupación estadounidense, las milicias están evolucionando sus técnicas de propaganda. Llaman a lo que hacen “yihad” y su función es “proteger los lugares sagrados”. Más recientemente, se han denominado a sí mismos “la resistencia islámica”. Enormes sudarios negros y pancartas de cuatro pisos en torno a Bagdad proclaman su presencia.

Estos nombres de marca religiosa pretenden encubrir sus atrocidades diarias y permitir que esas milicias disfruten de la misma impunidad que los marines estadounidenses tuvieron durante la ocupación, mucho antes de la aparición del EI. La lucha contra el EI, de hecho, ha proporcionado milicias dirigidas por Irán con el pretexto de llevar a cabo sus asesinatos sectarios en los alrededores de la capital y en la provincia de Diyala, a través del cual pasa la carretera principal de Irán a Bagdad.

Y hacen todo esto a la luz del día mientras se benefician de la ayuda implícita internacional o de su silencio.

La realidad es que esas milicias, además de trocear las “zonas disputadas” por los peshmerga kurdos, tienen una función estratégica: cambiar la composición demográfica de Iraq, mientras aúnan en la humillación colectiva la intimidación y el terror.

La retórica de la guerra sectaria del Gobierno contribuye a incrementar el poder de las milicias, y el apoyo internacional liderado por Estados Unidos mientras prosigue su política sectaria y sus violaciones de los derechos humanos con el pretexto de luchar contra el terrorismo, sólo conducirá a más derramamiento de sangre.

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