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Ignacio Agramonte y Loynaz, El Mayor

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Cuando se encontraba en su puesto de combate por la libertad de Cuba, en una acción sorpresiva de las tropas españolas, en los potreros de Jimaguayú, en Camagüey, el 11 de mayo de 1873, Ignacio Agramonte, el insigne patriota camagüeyano cayó mortalmente herido, solo tenía 32 años de vida.

Desde los 26 años abrazó la causa de la independencia y desde entonces se convirtió en una de las primeras figuras militares de la Guerra Grande o Guerra de los Diez Años, la larga contienda insurreccional que llevo a cabo el pueblo de Cuba por su liberación del colonialismo español. La misma se había iniciado el 10 de Octubre de 1868, bajo la egregia figura de Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria. Al apreciarla en toda su magnitud, la Guerra abarcó un período de más de treinta años de lucha y comprendió en sí misma tres conflictos bélicos perfectamente definidos: la primera etapa fue la Guerra de los Diez Años o la Guerra Grande (1868−1878), que se inició con el llamado Grito de Yara y finalizó con la paz sin independencia firmada en el Zanjón, la cual no obtuvo el consenso de las fuerzas mambisas y en particular fue rechazada por el General Antonio Maceo en la histórica Protesta de Baraguá, el 15 de marzo de 1878; la Guerra Chiquita, en 1879 y la última etapa denominada la Guerra del 95, que se inició ese mismo año hasta 1898, calificada por Martí como la Guerra Necesaria por la independencia de Cuba. Esta última etapa fue el impulso final de la contienda libertaria; recordemos que estalló con el Grito de Baire el 24 de febrero de 1895, bajo las órdenes del Apóstol cubano, su guía e inspirador principal y culminó frustrada por la intervención oportunista de los Estados Unidos en el conflicto, en 1898, cuando los cubanos ya la tenían prácticamente ganada, transformándose a partir de ese momento en la Guerra Hispano Cubano Norteamericana.

Agramonte había nacido en Puerto Príncipe, capital de Camagüey, el 23 de diciembre de 1841. En el seno de una familia criolla e ilustre de esa región, la que contaba con un amplio patrimonio. Su padre fue el Licenciado Regidor Ignacio Agramonte y Sánchez-Pereira, poseedor de uno de los bufetes de abogados de mayor prestigio profesional del país y su madre, Filomena Loynaz y Caballero.

Retrato del Mayor General del Ejército Libertador Ignacio Agramonte y Loynaz, expuesto en su casa natal en Camagüey. Foto: Rodolfo Blanco Cue / AIN

Realizó sus primeros estudios en su ciudad natal, pero tras una breve estancia en el prestigioso Colegio El Salvador, del insigne Maestro José de la Luz y Caballero, en la capital del país, parte hacia Barcelona donde cursó el bachillerato. De regreso a Cuba, recibió el título de Licenciado en Derecho Civil y Canónigo, en la Universidad de San Gerónimo de La Habana y luego obtuvo el Doctorado.

Se conoce que desde su etapa estudiantil fue un brillante orador, con una sólida cultura jurídica, ya para entonces, hablaba en sus discursos de la realidad cubana, la falta de derechos de los criollos y el pésimo gobierno que regía los destinos de la Isla.

De regreso a Camagüey comenzó a participar de los trajines conspirativos y el 11 de noviembre de 1868, se incorporó a las huestes levantiscas de aquella región. Su personalidad está asociada a hechos de gran significación en la historia de Cuba. Por ejemplo, en fecha tan temprana como la reunión que se efectuó en el poblado de Las Minas, en Camagüey, el 26 de noviembre de ese mismo año, se opuso y enfrentó decididamente el intento contrarrevolucionario de sofocar la lucha en ese territorio; piénsese en el peso de su afirmación cuando dijo: “Cuba no tiene más camino que conquistar su redención, arrancándosela a España por medio de las armas”. Hay que decir que su discurso fue siempre radical y apasionado y, asimismo, se debe subrayar que él fue el responsable directo de que la gran mayoría de aquellos hombres se decidieran finalmente a favor de la causa independentista.

Sólo unos meses más tarde, el 10 de abril de 1869, fue uno de los actores principales de la Asamblea de Guáimaro, donde, como señaló Fidel, tuvo lugar “aquel esfuerzo de constituir una República en plena manigua, aquel esfuerzo por dotar a la República en plena guerra de sus instituciones y sus leyes.” La Constitución allí aprobada, la primera de la nación cubana, proclamó la libertad del hombre, de esta manera declaró a todos los habitantes de la naciente República ciudadanos libres, lo que incluyó, desde luego, a los antiguos esclavos.

Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana, tuvieron la responsabilidad de redactar el texto de aquella primera Carta Magna, que con muy pocas enmiendas fue aprobada. Agramonte, asimismo, no sólo había sido partidario de la abolición inmediata de la esclavitud, sino también de la separación de la Iglesia del Estado y del establecimiento de una República federada.

Resulta necesario recordar que en el período que precedió la celebración de la Asamblea de Guáimaro, que debía unificar las fuerzas independentistas, se enfrentaron dos concepciones contradictorias acerca de la forma de cómo se debía dirigir la guerra; las mismas estuvieron representadas por esas monumentales figuras de nuestra historia: Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, e Ignacio Agramonte, El Mayor.

Por una parte Céspedes defendía la idea de organizar y dirigir la guerra mediante una autoridad fuerte, centralizada en un jefe, con el objetivo de lograr en el más breve plazo posible, la derrota de España y, por otro lado, Agramonte abogaba por otorgar las máximas prerrogativas a una Asamblea poco numerosa que reuniera a los mejores representantes de las ideas de la independencia. Finalmente, el texto de la Constitución que quedó aprobado en Guáimaro, refleja un compromiso entre ambas posturas, aunque, como es bien conocido, la corriente representada por Céspedes fue la que más concesiones tuvo que hacer. El Apóstol José Martí reflejó lo sucedido del siguiente modo: “El 10 de abril, hubo en Guáimaro Junta para unir las dos divisiones del Centro y del Oriente. Aquella había tomado la forma republicana; esta, la militar. –Céspedes se plegó a la forma del Centro. No la creía conveniente; pero creía inconvenientes las disensiones. Sacrificaba su amor propio– lo que nadie sacrifica”.

Superadas inicialmente las contradicciones descritas, cristalizó en Cuba, el 10 de abril de 1869, en pleno siglo XIX, una República. Sin embargo, esta llevaba en sí misma los gérmenes de las posteriores dificultades que a la postre resultaron insalvables. Martí caracterizó la situación: “La Cámara; ansiosa de gloria –pura, pero inoportuna, hacía leyes de educación y de agricultura, cuando el único arado era el machete, la batalla, la escuela, la tinta, la sangre”. Y más adelante, refiriéndose a las mencionadas contradicciones que se desarrollaron posteriormente entre Céspedes y la Cámara apunto: “Él tenía un fin rápido, único: la independencia de la Patria. La Cámara tenía otro: lo que debía ser el país después de la independencia. Los dos tenían razón; pero, en el momento de la lucha, la Cámara la tenía segundamente”.

Aunque Agramonte, fue elegido miembro de la Cámara en Guáimaro, pronto abandonó sus labores como legislador, porque a fines del propio mes de abril de 1869, aceptó el nombramiento de Céspedes para la jefatura suprema de Camagüey con el grado de Mayor General.

Se destacó en el campo de batalla por su osadía y escribió páginas de gloria que alcanzó tanto al frente de la infantería como de la caballería, que disciplino y convirtió en una fuerza invencible en los numerosos combates que llevó a cabo en los llanos del Camagüey, primero, y de Las Villas, después. Se impuso el estudio del arte de la guerra y se empeñó en enseñárselo a los oficiales y a todos los miembros de la tropa.

En su larga y meritoria hoja de servicios se registran numerosas y destacadas acciones militares, pero sin duda la que alcanzó mayor resonancia y que ha pasado a la historia por su valentía, audacia y coraje, es el rescate del patriota Julio Sanguily, el 8 de octubre de 1871. Cuando con un pequeño grupo de combatientes salvó al general prisionero y herido, de una columna de 120 soldados españoles que lo custodiaban. Martínez Villena escribió unos conmovedores versos en los que le rinde homenaje permanente a esa proeza del Mayor: “ordenando una carga de locura/ marchó con sus leones al rescate/y se llevó al cautivo en la montura.”

Resulta un hecho notable que un hombre tan joven con una formación intelectual tan completa y sin conocimientos militares previos, llegara a brillar rápidamente como un aguerrido jefe militar. No hay dudas de que fue un soldado decidido y valiente, capaz de sugestionar a todos; en su atractiva figura se mezclaban el respeto, la generosidad y la lealtad a toda prueba.

Si tuviéramos que destacar los rasgos esenciales de esta personalidad llena de puros ideales, de amor infinito a la Patria y que Martí definió como “un diamante con alma de beso”, diríamos que Agramonte representa la cima del pensamiento jurídico de su época, el compromiso presente desde los tiempos forjadores en la cultura cubana de servicio a favor de la justicia y de los explotados y, a la vez, como hecho excepcional, su condición de hombre de acción, de jefe militar descollante de la Guerra de los Diez Años.

En la historia personal de El Mayor, sobresale su amorosa unión con la bella dama camagüeyana Amalia Simoni, a la que, como afirmó Martí, “amó locamente”. Amalia recibió con infinito dolor y dignidad la muerte de su esposo y consagró toda su vida a recordarle.

El ejemplo de Agramonte fue tan grande que trascendió la saña de sus enemigos, quienes después de incinerar el cadáver dispersaron sus cenizas para intentar borrar toda la huella de su existencia luminosa. Él es una de las figuras más representativas de los ideales de independencia, de justicia y de amor a la Patria que inspiraron la gesta de 1868. Ha quedado para todos los cubanos como un símbolo de pureza, virtudes ciudadanas y de entrega total a la causa por la que ofrendó su vida. Su ejemplo resplandece hoy más que nunca en nuestro pueblo soberano que no permitirá jamás que nos arrebaten la independencia que fue alcanzada finalmente, cien años después bajo el liderazgo indiscutible de Fidel.

* Cubadebate contribuye a rescatar el pensamiento del Doctor Armando Hart Dávalos, de conjunto con el proyecto Crónicas, dedicado salvaguardar y conservar el patrimonio que atesora el Fondo Personal de Archivo del Dr. Armando Hart Dávalos, por su valor histórico, social y político, para contribuir al conocimiento, el estudio, la investigación y ponerlo al servicio de la historia y la cultura cubanas y del mundo por las más diversas vías y medios.

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  • ELOISA dijo:

    gracias reiteradas a Randy y a CUBADEBATE, por esta valiosa oportunidad de que la voz de Hart siga entre nosotros, defendiendo a nuestra patria.

  • vv dijo:

    Exelente articulo sobre la extraordinaria, vida, amor y lucha del patriota camagüllano.

    Gloria eterna al Mayor
    Viva por siempre en el corazon de los cubanos.

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Armando Hart Dávalos

Armando Hart Dávalos

(La Habana, 13 de junio de 1930 - La Habana, 26 de noviembre de 2017)
Destacado intelectual y político cubano; ferviente estudioso del pensamiento y la obra de José Martí, el Héroe Nacional Cubano. Integró la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio, desde su fundación en 1955 y tras el derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista fue designado como Ministro de Educación del gobierno revolucionario cubano. Al crearse el Partido Comunista de Cuba en 1965 fue elegido miembro de su Comité Central y de su Buró Político. Fue designado Ministro de Cultura desde la apertura de dicho ministerio en diciembre de 1976 hasta abril de 1997, en que fundó y pasó a dirigir la Oficina del Programa Martiano, adscripta al Consejo de Estado y la Sociedad Cultural José Martí.

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