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Lezama o las extrapolaciones desconocidas (+ Galería)

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José Lezama Lima. Foto: Archivo

José Lezama Lima. Foto: Chinolope

La historia fue real. Cualquier parecido con la ficción es pura coincidencia. Los nombres en cursiva son personajes de textos de Lezama.

I

José Cemí estaba sentado en el malecón. Las aguas, mansas. Alguien en las inmediaciones de la Oficina de Intereses. Un museo deshabitado en Trocadero. Trocadero puede ser hostil a los turistas. Trocadero es incluso una palabra difícil de pronunciar.

La madura madona, en compleja lujuria, busca, a viva voz, un símbolo ecuménico por el paseo del Prado a las diez de la mañana. Un león de mármol no es un símbolo ecuménico, sino pseudoneocolonial igual que la Enmienda Platt y las “botellas”. Aquella mujer no era deidad, sino dama de alcurnia cristiana con una distribución orgánicamente caribeña, racionalista, irreversible casi.

Se dice que al final de Prado comienza el Malecón. A cuatro kilómetros de allá, Cemí junto al mar. Oppiano, lee a Bukowski en el Parque de G. No podría haber mejor sitio en La Habana para leer a Bukowski. Oppiano lo sabe y se vanagloria de ello con una sonrisa pícara. Las once del día llegan a contraluz; el FOCSA está tan lejos como para darle sombra a alguien. Resulta difícil crear grandes edificios: hay que preservar el pasado histórico.

Alguien seguirá en las inmediaciones de la Oficina de Intereses buscando una nostalgia ajena, una molestia distante o, ¿será al revés?. El Martí de la Tribuna sigue apuntando hacia el mismo lugar.  Cemí está sentado en el malecón a la derecha del dedo índice del Apóstol. Ser martiano hoy implica reivindicación. Cemí la busca en observar cómo pasa el siglo. Cree que el siglo XXI es solo eso: la amplificación de la contracultura, la estratificación de la lujuria, el bramido de la poesía, la prosificación de lo banal.

La madona le pasa cerca a los dos José (al Martí de la estatua). Uno es de bronce. Pero la madona sigue gritando. Recuerden, busca lo ecuménico. Los dos José le señalan la Oficina de Intereses. Diatribas posmodernas o distópicas, como las utopías falsas, como los epítetos redundantes. La madona, entonces, con una armoniosa gestualidad recrea un avión que despega y, luego de una pausa, saca un periódico que traía dentro del bolso, hace un barquito de papel y lo lanza al mar, después grita: son lo mismo, no sirven para nada, hay que quedarse y crear.

Oppiano ya no lee más a Bukowski. Son cerca de las doce y busca el mar para sentarse a escribir poesías. Después del realismo sucio norteamericano solo queda La Habana. Oppiano pasa cerca de la Casa de las Américas, la mira de reojo. Se acomoda en el muro del malecón y a más de ochocientos metros está Cemí, semi inconsciente, perturbado por el caminar de la madona de hace cinco minutos atrás. Solo por el caminar. Cemí es demasiado imperturbable como para que otra cosa lo agobie.

II

Lezama había nacido en un campamento militar igual que Cemí. Luego del triunfo de la Revolución, a Lezama se le acotó falta de compromiso social en su literatura, que era de todo menos ecuménica, acaso culterana. Lezama estaba en un nivel prerrevolucionario y postrevolucionario a la misma vez: el elitismo suele ir siempre en contra de algunos principios soberbios, pasionales, aunque la Revolución no haya sido menos pasional que su literatura y alcanzara a trascenderla o transgredirla.

Lezama fue la certidumbre de la alta cultura revolucionaria, del saber espasmódico que a inicios de los 60 se enmarcó en la campaña de alfabetización: para crear una cultura de masas y en algún momento llegar a equiparar una cultura con la otra. Cada vez eran mayores las brechas entre el elitismo y el pueblo, entre los “suprailustrados” y los ilustrandos de machete en mano y bohío. Por eso el significado ideológico entre líneas de Paradiso fue contestatario porque determinaba a un público curtido de manera intelectual, supuestamente distanciado de lo popular. Defenestración impropia o vergüenza ajena: “Volvía a oír de nuevo: ritmo hesicástico, podemos empezar”, recordaba Cemí en Paradiso luego de que Oppiano muriese. Pero el hesicasmo ya era una herejía para los ateos y los marxistas.

Lezama fue un solitario, inmóvil casi, retráctil a pesar. Vivió en Trocadero y nunca buscó nada ecuménico.

III

Cemí, ahora absorto, logra ponerse de pie con algún problema. La obesidad suele ser un mal criollo, porque nosotros no leemos los libros de Cómo adelgazar en cinco días, quizás por no caer en sensacionalismos imperialistas, por nuestras convicciones insulares de plaza sitiada. Cemí sí puede pronunciar Trocadero: ha vivido allí gran parte de su vida.

Oppiano, estudia periodismo en alguna universidad de La Habana y también se marcha. Puede que escriba poemas banales a cuentagotas, quizás una crónica sobre Lezama con personajes de sus historias. Busca el P16 o lo que sería igual al contrahesicasmo. Nunca se le ocurriría decir esa palabra en medio de un ómnibus.

Alguien en la Oficina de Intereses regresa a casa vencido. Cayó en esta historia de casualidad, como daño colateral. En toda fábula hay siempre alguien aludido entre líneas.

La madura madona, en su momento, no hizo caso a Cemí. Buscaba algo ecuménico. La madura madona era la Revolución en los 60 y 70, apasionada, cuasi-terrenal a veces.

Se han publicado 4 comentarios



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  • Hector dijo:

    El autor de la foto es el Chinolope.Fotografo genial cubano

  • Alexis Mario Cánovas Fabelo. dijo:

    De Arturo tiene razón.

  • felo dijo:

    EXCELENTE. SI LEYERA ALGO ASI TODO LOS DIAS PUES DORMIRIA CON MAS TRANQUILIDAD

  • Ismario dijo:

    Un trabajo realmente bueno, Lezama nunca esta demás traerlo a colación sobre toda por la necesidad de su prosa en la literatura cubana

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Aynel Martínez Hernández

Aynel Martínez Hernández

La Habana, 1992. Periodista cubano. Graduado en 2016 en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. En twitter: @Aynel92

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