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Estados Unidos: tanto va el cántaro a la fuente...

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La Gran Depresión de los años 30 fue una crisis sistémica que colapsó a la economía norteamericana y arrastró a la del mundo. Todo comenzó por un desplome de la bolsa de valores y un crack bancario. Con las capacidades productivas intactas, abundancia de materias primas y energía, así como mano de obra sobrante, el país se postró. Parecía un Superman con pies de barro.

El gobierno tuvo ante si tres grandes retos: reconstruir el sistema bancario y crediticio, reanimar la industria y generar empleos. En 1933 Franklin D. Roosevelt lanzó el New Deal que reguló los precios, puso limites a ciertas producciones como la del petróleo y, entre cientos de medidas, dictó la Ley de Ajuste Agrícola, creadora de los subsidios al financiar a granjeros y con dinero público adquirir sus cosechas, usándolas para crear programas como: cupones de alimentos, comedores escolares, ayuda alimentaría a embarazadas, indígenas y otros.

Como parte de aquellos esfuerzos se creó la Autoridad del Valle del Tennessee que permitió contratar enormes masas de trabajadores para la realización de faraónicos proyectos de infraestructura, generando decenas de miles de empleos, se dictó la Ley de Recuperación Industrial Nacional, que colocó a las empresas bajo la supervisión del gobierno y se creó el  Cuerpo Civil de Conservación que, con dinero público, reclutó a millones de trabajadores para las tareas más diversas.

Simultáneamente, la administración Roosevelt no sólo suprimió temporalmente la convertibilidad del dólar y promovió su devaluación para incentivar las exportaciones sino que, mediante la Gold Reserve Act de 1934, prohibió a los ciudadanos y residentes en los Estados Unidos, comprar, vender o poseer oro por ley los obligó a vender sus existencias al gobierno al precio de 20.67 dólares la onza.

Aunque se estima que apenas se acopió la mitad del oro en poder de los ciudadanos, entre 1934 y 1940 las reservas de oro se triplicaron, haciendo necesario construir un lugar donde almacenarlo, surgió así el United States Bullion Depository, conocido como Ford Knox, inaugurado en 1937 con un primer depósito: 10 trenes de 50 vagones cada uno, cargados de oro que fueron guardados en una caja de seguridad cerrada por una puerta de acero que pesa 23 toneladas.

Tan lejos fue Roosevelt que el Tribunal Supremo declaró inconstitucionales la mayoría de sus proyectos, no obstante había logrado el objetivo de ganar tiempo, evitando que el país sucumbiera hasta que, no por la acción de la mano invisible del mercado, sino por la II Guerra Mundial, la economía norteamericana fue relanzada iniciando una era de sostenida prosperidad que puede estar llegado a su fin.

Si bien Estados Unidos ha afrontado otras crisis y las ha resuelto acudiendo no sólo a las reservas del sistema, sino a métodos que como la intervención estatal son considerados herejías por la ortodoxia liberal, no se puede subestimar el potencial devastador de la actual situación.

De hecho el dólar está en caída libre, los precios del petróleo y otras materias primas estratégicas parecen no tener techo, el calentamiento global y el cambio climático son una realidad y la amenaza de más hambre para un planeta saturado de hambrientos es una bomba de tiempo. No se le ve fin a la guerra en Irak y ya se fraguan otras aventuras.

De todos modos hay realidades: El 60 por ciento de las reservas financieras mundiales está compuesto por dólares, en esa moneda se efectúan más de la mitad de todas las transacciones comerciales mundiales y en dólares guardan sus ahorros miles de millones de personas. De entre los  peligros que acechan a la especie humana los hay mayores y más dramáticos, pero ninguno más urgente e inmediato que el probable colapso financiero de la economía norteamericana.

La mala noticia es que Estados Unidos no cesa de jugar con fuego, fragua una aventura tras otra y provoca a adversarios que en una tarde pueden quebrarlo. Bastaría con que alguno de los grandes tenedores de dólares fuera sobrepasado por la agresividad y la deslealtad norteamericana y colocara en el mercado unos cuantos miles de millones para que el "martes negro" de 1929, cuando Wall Street colapsó sea recordado como una novela rosa. Es cierto que la Unión Soviética no existe, también lo es que Estados Unidos no está solo en el ring.

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Jorge Gómez Barata

Jorge Gómez Barata

Periodista cubano, especializado en temas de política internacional.