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La tragedia del militarismo

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Los "patriotas" del mercado, habitantes del país, de nuevo colocan en su agenda el militarismo como política de la revolución bolivariana, para descalificarla. A tal fin, intentan distorsionar el rol de lo militar en la protección de la soberanía del Estado, liándolo con la ideología militarista.  Obviamente es un intento para alienar nuestra población, satanizando la función de defensa estratégica común en todos los pueblos, en todos los tiempos.  El militarismo es un credo surgido en Francia, promovido por Luis Bonaparte en 1851, dentro de su avidez imperialista, que coloca a la guerra como el supremo arbitro en los conflictos, privilegiado la militar sobre las demás funciones sociales. Es una doctrina que cuenta con su propio filósofo: Max Scheler.  Una filosofía que empieza por negar la justicia protoplasmática (sentido humano de la equidad presente incluso en las bandas de humanoides primitivos), y termina colocando la acción bélica como el instrumento de la "justicia domesticada".  Se alega así, que "el derecho internacional comenzará precisamente cuando se hayan inventado las normas jurídicas donde pueda ser recogida la justicia indomesticada (vengativa) que ahora busca su afirmación en la guerra".  Precisamente la base de la política de Washington, ahora adoptada plenamente por Bogota, plasmada en la noción de la "guerra preventiva", apoyada sin cuestionamiento por la oposición nacional.

Las normas legales para domesticar la justicia, ya las ideó Washington, que ahora busca su ratificación en la guerra preventiva.  Ellas son las leyes reguladoras de  la vida de esa federación, que hoy ansían reemplazar el derecho internacional que se ha ido construyendo por más de 2 siglos.  De la glosa de esa filosofía surgen las tragedias humanas de nuestros días, materializadas en conflictos como el de Irak, Afganistán y Colombia, sin contar con las agresiones permanentes a los pueblos indoamericanos, africanos, e islámicos, junto a las tensiones con China y Rusia.  Es una herencia de cenizas la que le están legando a la humanidad, como consecuencia de la creciente dependencia del gobierno de esa hiperpotencia de sus militares en la aplicación de su política exterior.  La prueba incontestable de esta denuncia es el tamaño y el costo de su aparato armado.  La suma de todas las fuerzas militares de los estados que conforman el sistema internacional no iguala las capacidades bélicas de este decadente imperio.

Ello representa lo contrario de la política del gobierno venezolano, orientada a la paz.  Un hecho totalmente verificable si se examina la distribución del PIB, la mayor parte del cual se dedica a lo social; el tamaño de su fuerza armada; y, la ausencia de un despliegue militar indicador de la intención de usar la fuerza en la "contención" de sus adversarios.  Obviamente existen capacidades bélicas, sin las cuales no sería factible la existencia del Estado, como expresión jurídico-política de la nación.  Pero ellas ocupan el 6° lugar entre las de las naciones suramericanas.  Más aun, su praxis se orienta cada vez más a la guerra de resistencia, que no indica una voluntad de agresión, sino al reverso, una de paz, fundada en la noción humanista de la justicia protoplasmática presente en el ser humano.

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Alberto Müller Rojas

Alberto Müller Rojas

Catedrático, militar y político venezolano.

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