Imprimir
Inicio »Opinión  »

Ciénaga, nueva memoria. Segunda Parte

| +

Yo soy hijo del fango y el mosquito

Al este de Pálpite, Piojota, apenas un claro en el soplillar, después de un par de kilómetros de terraplén por el borde del pantano. Allí Amado Moreira y su pequeña tropa tienen su plan, como le llaman los carboneros al área donde levantan los hornos.
Carbonero, duro oficio entre los más duros.
"Dígalo, amigo, no se quede con la duda por dentro. Le ronca, sí señor, ser carbonero. Si me fuera dado nacer en esta época, seguro que no iba a estar en el plan. O quién sabe. Porque ya somos pocos los que quedamos y el carbón tiene demanda, más de la que usted imagina. Lo mío viene de muy atrás. Yo soy hijo del fango y el mosquito".
Piel cetrina, ojos claros, cuerpo delgado y espigado de pura fibra muscular a pesar de los años. Lengua fácil y decidora, lo que se dice un pico de oro.
"Éramos catorce hermanos. Fui el menor. La vieja me parió en pleno monte, al lado de una zanja, donde le cogió a la familia el alumbramiento. Si fuera a medir el hambre que pasamos, no alcanzarían todas las varas de este mundo. Sobrevivíamos del carbón y la caza, de un lado a otro por toda esta región  Éramos un poco jíbaros, sí señor. Por techo tuve guano; por cuna, un catre; por mosquitero, un saco de yute. Y no te quejes de la rudeza del saco, que si sacabas la cabeza o un brazo después de la caída del sol, te lo acribillaban los mosquitos o los jejenes. ¿Medicinas? Me da gracia cuando ahora hablan de Medicina Verde, cuando fue la única que prácticamente conocí. ¿Escuelas? Si acaso un par de tristes escuelitas en cien leguas a la redonda".
El apellido delata ascendencia gallega. De Canarias, Galicia y Asturias se fue armando la fisonomía de los cenagueros en las tres primeras décadas del siglo XX. Esas tierras bajas, hirsutas y pantanosas, también míticas por sus cuentos de aparecidos y las historias de cimarrones, era una especie de segundo peldaño en declive de la suerte de los inmigrantes isleños y peninsulares que huyeron de las guerras africanas de la antigua metrópoli.
Los que no tenían un tío o un primo en un almacén o una bodega en ciudades y pueblos, los que no podían hacerse de un pedazo de tierra en arrendamiento, los que apenas sabían las formas de las letras y los números, hallaron en la Ciénaga de Zapata la única oportunidad posible.
Recias maderas necesitaban los caminos de hierro que se expandían a lo largo de la isla en el auge del emporio azucarero yanki y de la sacarocracia criolla. Y la Ciénaga era pródiga en árboles buenos para polines y traviesas, a más de facilitar materia prima para el carbón, combustible de amplio uso en las localidades circundantes.
"Gallegos eran todos, no importa de qué lugar de España hayan venido. Fuertes para el trabajo y brutos de entendederas. Muchos de ellos solitarios. Cortaban árboles y arreaban los bolos sobre el pellejo de la espalda, a puro huevo, en zorras, que así le llamaban a esas parihuelas de arrastre. Le sabían un mundo a la fabricación del carbón pero de nada servía, puesto que les robaban hasta el alma. El negocio estaba bien repartido: te compraban la madera y el carbón por apenas unos centavos: quedabas debiéndole al tendero y a las once mil vírgenes. Te empeñabas hasta los tuétanos y tenías que volver a las zanjas, al plan, a la explotación maderera y al carbón. No te levantabas más nunca. Casi no veías a la gente. Tu compañía eran las noches, los ruidos del monte, el aguardiente y el reflejo de tu cara en los charcos. Yo conocí a gallegos que hablaban solos, que conversaban con ellos mismos. Y no estaban locos, no señor, eran gente que hablaban en voz alta para no olvidar las palabras".
Al carbón vegetal hay que cogerle el golpe; saber construir el horno en forma de pirámide y crear una barrera física que aísle la madera del exterior, para evitar que al calentarla el oxígeno del aire la incendie. Y luego velar días y noches hasta que la combustión, que alcanza entre 400 y 600 grados centígrados, se complete.
"El mejor carbón es de yana, pero al soplillo, que abunda bastante aquí, también se le saca partido, si usted es un experto carbonero. Este oficio no sólo exige tener los sentidos bien despiertos; hay que conocer hasta el manejo de los bosques para evitar la deforestación. A mí han venido a verme un montón de especialistas para enterarse de cómo voy rotando las talas sin dañar el monte. Tú no puedes destruir lo que te da de comer y te llena la vista de maravillas, porque, amigo, la Naturaleza de la Ciénaga es una bendición".
Amado saca muy bien sus cuentas. Ha visto mucho como para saber que es más el tiempo que lleva de nueva vida en la Ciénaga.
"No tengo necesidad de meterle un teque a cualquiera para mostrarle la otra cara del cenaguero, la que le dio la Revolución. Electricidad, carreteras, asistencia social, viviendas, médicos, y lo más importante, la alegría de vivir. Faltan cosas y hay problemas como en cualquier otra parte del país. Yo mismo me quejo, y no dejaré de hacerlo hasta que me escuchen, de la atención al hombre en la EMA (Empresa Municipal Agropecuaria); el carbón acaba con la ropa y una muda al año no es suficiente. Yo mismo tengo criterios sobre las tarifas de estimulación en divisas. Sí, amigo, te dan unos centavitos por cada saco de carbón de calidad exportable y aquí pensamos que pueden ser más. En pesos nos pagan bien por la producción. Con las motosierras, el trabajo se ha humanizado, aunque de vez en cuando falte una pieza y tengas que volver a echarle mano a la rabilarga. No me pesa, estoy acostumbrado al hacha. La proteína está asegurada. Vea lo linda que está la piara de cochinos y lo que rinden los ovejos. Vamos a ir mejorando el plan. El día menos pensado a estas casetas que nos resguardan de la humedad de la noche y los mosquitos le ponemos un panelito solar para el televisor. Entonces vendrá la bronca entre la novela y la pelota".
En el claro del monte se acumulan los sacos de carbón. Ha sido abundante el rendimiento del último horno. En par de días, Amado y su tropa levantarán uno nuevo.
""Oiga, amigo. Por muy duro que sea esto de hacer carbón, quiero decirle que vale la pena. Soy un hombre feliz, no lo dude. Y escriba bien esto: no soy más comunista ni revolucionario que nadie, pero el cenaguero que no esté con la Revolución, merece que lo capen a macetazo limpio, sí señor".

Haga un comentario



Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.

Pedro de la Hoz

Pedro de la Hoz

Periodista cubano, jefe de la página cultural del diario Granma.