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Petróleo

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Extravagantes historias tiene el petróleo, el carburante sobre el que se levantan las catedrales y se desatan los despojos del nuevo milenio. En su nombre hay guerras, descalabros en las bolsas y pronósticos sombríos, aunque no es nada nuevo que su aparición ha transformado en un abrir y cerrar de ojos la fisonomía de aquellos lugares bendecidos -o maldecidos- por su presencia.

Si no nos dicen de qué se trata, nadie adivinaría a Maracaibo en una conocida pintura titulada, escuetamente, "El lago" y que viene siendo para la región del Zulia lo que para La Habana significan los grabados decimonónicos de Federico Mialhe.  Carmelo Fernández, el artista, dibujó con manía preciosista la torre de la iglesia, las casitas de piedra y las palmas a la orilla de un mar donde priman los tonos de un verdeazul ligero, surcado por barquitos de vela y botes de pescadores. 

Un siglo después Maracaibo es otro. Trocó sus bucaneros y piratas por feroces rastreadores de oro negro. El campanario de la única iglesia que divisó Carmelo Fernández se diluyó en las decenas de torres petroleras que son  -como diría en frase feliz Juan Marinello-  esas "pequeñas iglesias metálicas que han venido a ser los nuevos clavos en la piel del ancho paisaje americano".

La paradoja es que el lago Maracaibo no es un lago, sino el mar interior más dulce de la tierra, con unos 120 kilómetros de ancho a donde van a parar los caudalosos ríos que bajan de los Andes y aligeran la sal del Caribe. Pero uno de estos afluentes, el Padre Río Catatumbo, que aporta más de la mitad del agua dulce que allí se vierte, es famoso por sus iras bíblicas, reacción probable al despojo del subsuelo. En continuas tormentas eléctricas al atardecer se desata el Catatumbo  -los indígenas lo llamaron tal y como sonaban sus truenos. El chisporreteo de sus nubes ofrece un resplandor de otro mundo, visible como un faro a cientos de kilómetros.

Según los geólogos, el lago de Maracaibo se formó hace un millón de años por la lucha de dos fuerzas titánicas. Una, provocaba el hundimiento de la cuenca; la otra, el levantamiento de los rebordes montañosos. Los torrentes nacidos de las nieves fundidas y las lluvias torrenciales sobre las grandes alturas, acumularon arenas y sedimentos en el fondo del lago donde quedó sepultado el universo marino y todo lo que aquel encontronazo logró arrastrar.

De ahí sobrevino el milagro del petróleo, que comenzó a fluir en pequeñas cantidades por las ligeras fracturas del fondo de la cuenca, y luego se trocó en surtidores que trascendieron a noticia el 14 de diciembre de 1922, una fecha que cambió no solo el destino de la cuenca de Maracaibo, sino de toda Venezuela. Dicen los historiadores que no fue un telegrama, sino un cañonazo aquel que se reprodujo en las principales capitales financieras del mundo: "Un pozo acaba de rendir cien mil barriles de petróleo en un día".

Sintiendo que su país era una especie de andrajoso millonario, Juan Pablo Pérez Alfonzo, fundador de la OPEP, escribió con amargura: "nos estamos hundiendo en el excremento del Diablo."  Un giro a esa enorme frustración vendría mucho después. Arturo Uslar Pietri dio con la clave: "en Venezuela hay que sembrar el petróleo". Pero esa ya es otra historia.

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Rosa Miriam Elizalde

Rosa Miriam Elizalde

Periodista cubana. Vicepresidenta Primera de la UPEC y Vicepresidenta de la FELAP. Es Doctora en Ciencias de la Comunicación y autora o coautora de los libros "Antes de que se me olvide", "Jineteros en La Habana" y "Chávez Nuestro", entre otros. Ha recibido en varias ocasiones el Premio Nacional de Periodismo "Juan Gualberto Gómez" y el Premio Nacional "José Martí", por la obra de la vida. Fundadora de Cubadebate y su Editora jefa hasta enero 2017. Es columnista de La Jornada, de México.