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Aniversario incierto para los paladines de la guerra en Irak

Por: Jim Lobe
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Fue hace ya cuatro años que un grupo poco conocido, llamado Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC), publicó una carta abierta  al Presidente George W. Bush, en la cual le recomendaba la forma precisa en que debía llevar a cabo su flamante "guerra contra el terrorismo".

Los signatarios de la carta, en su mayoría neoconservadores, además de solicitar el derrocamiento del régimen Talibán en Afganistán, exigían "a toda costa" un cambio de régimen en Irak, "aún a pesar de que las evidencias no vinculasen directamente a Irak con los ataques del 11 de septiembre".  Asimismo, instaban a la adopción de "medidas de respuesta apropiadas" contra Irak y Siria si estos países se negaran a cumplir con  las demandas de Estados Unidos de suspender el apoyo al Hezbolá, al cual consideran parte de la red terrorista.

La carta  exigía la cancelación de la ayuda a la Autoridad Palestina, a menos que esta última suspendiera los ataques contra de Israel y los asentamientos israelíes, además de exigir un "significativo aumento del presupuesto para la defensa" a fin de poner freno al conflicto que algunos de sus signatarios, entre los cuales se destacaba el ex Director de la CIA James Woolsey, muy pronto describirían como la "Cuarta Guerra Mundial".

Seis meses después, el PNAC publicó una segunda carta -una vez más casi ignorada por los principales medios de prensa estadounidenses- en la cual exigían que Washington "acelerara los planes para expulsar a Saddam Hussein del poder", "brindara absoluto apoyo a Israel", cuya "lucha contra  el terrorismo es también nuestra lucha", y aumentara considerablemente el presupuesto de defensa a fin de garantizar que la inminente guerra pudiera llevarse a cabo exitosamente en todos sus aspectos.

Las recomendaciones hechas por el PNAC y los acontecimientos que acaecieron  posteriormente crearon la impresión, particularmente en Europa y el mundo árabe, de que el grupo, de forma exitosa y encubierta -dada la falta de cobertura de prensa- había "secuestrado" la política exterior estadounidense, especialmente hacia el Medio Oriente.

Entre esos acontecimientos se incluían el apoyo exageradamente efusivo brindado por el gobierno estadounidense al Primer Ministro israelí Ariel Sharon, seguido por la invasión a Irak, sin mencionar la eficaz suspensión de las comunicaciones tanto con Damasco como con Teherán (si bien es cierto que esto no ha ocurrido exactamente así, debido a sus  vínculos con Jezbolá).

De hecho, cuando se compara todo cuanto el gobierno de Bush ha hecho realmente en la región con las recomendaciones hechas por el PNAC, las similitudes sólo pueden ser calificadas de asombrosas.

Sin embargo, estos hechos apenas fueron el resultado de una simple  conspiración encubierta.

En realidad, el PNAC, cuyo personal consta sólo de aproximadamente media docena de personas, había estado elaborando cartas, declaraciones e informes de manera bastante abierta desde hacía varios años.  Exigían particularmente un cambio de régimen en Irak como parte de un proyecto de política exterior más amplio inspirado fundamentalmente en un documento político redactado por los halcones del Pentágono durante el gobierno del ex Presidente George H. W. Bush tras la primera Guerra del Golfo, y en un artículo publicado en 1996 por los co-fundadores del PNAC, William Kristol y Robert Kagan, en la revista Foreign Affairs que exigía que los Estados Unidos practicaran una "hegemonía global benevolente" basada en la "supremacía militar y la confianza moral".

Las ideas contenidas en esos trabajos atraían -y reflejaban- el pensamiento de lo que mejor pudiera describirse como una coalición de halcones, incluidos los nacionalistas autoritarios, los neo-conservadores, y la derecha cristiana, quienes  han estdo trabajando unidos desde mediados de la década de 1970.

Ha sido esa coalición la que ha tomado la iniciativa  después del 11 de septiembre de 2001 en el seno del gobierno.  Guiado por Kristol, quien es a su vez el director de la publicación "The Weekly Standard", el PNAC se convirtió simplemente en la voz pública de esa coalición.

Después de todo, entre los signatarios de su declaración de 1997 se encontraban el Vicepresidente Dick Cheney, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, y sus dos principales asesores, I. Lewis Libby y Paul Wolfowitz respectivamente (quienes habían sido los autores del documento del Pentágono elaborado en 1992), así como otros altos funcionarios del gobierno.

Por tanto, en su carta del 20 de septiembre de 2001 dirigida a Bush, el PNAC no estaba "recomendando" nada que estos hombres no hubiesen promovido ya en las más altas esferas del gobierno, tal y como lo ha estado expresando claramente desde entonces el periodista Bob Woodward del diario The Washington Post, entre otros.  El PNAC actuaba como una combinación de polea de transmisión, caja de resonancia, y animador hacia el exterior, y así lo ha estado haciendo desde entonces.

Por tanto, cuatro años después, ¿cómo le ha ido al PNAC?

La respuesta breve es que no le ha ido muy bien.

Dado que representa a una coalición compuesta por diferentes variedades de halcones, aunque de ideas muy similares, su influencia -o al menos la percepción de esa influencia-  depende en gran medida de la unidad de la coalición.

Sin embargo, esa unidad comenzó a deteriorarse incluso mientras que las tropas estadounidenses se dirigían hacia Irak. Al darse cuenta de que Rumsfeld en particular no estaba comprometido con el uso -y el mantenimiento en aquel lugar- del tipo de fuerza abrumadora necesaria para "transformar" a Irak (y a la región), Kristol y Kagan, entre otros neoconservadores, comenzaron a atacar al secretario de defensa y en repetidas ocasiones han exigido su renuncia.

Además, su alianza táctica con  los "internacionalistas liberales" -en su mayoría Demócratas- en la solicitud de los recursos necesarios para la "construcción de la nación", a decir de todos,  ha ofendido profundamente a Rumsfeld y a otros "nacionalistas autoritarios" dentro y fuera del gobierno.

En cambio, otros han culpado a los neoconservadores por haberse hecho ilusiones y haberle hecho creer a Bush de que las tropas estadounidenses iban a ser acogidas con "flores y caramelos" en Irak.  El exilio de Wolfowitz hacia el Banco Mundial y la renuncia el pasado verano del Subsecretario de Defensa para Asuntos Políticos Douglas Feith deben ser analizados a la luz de estos acontecimientos.

Pero la ruptura de la unidad y la coherencia de la coalición fue también el resultado de factores externos, comenzando por la tenacidad de la insurgencia iraquí.  Al empantanar a las tropas de infantería de los Estados Unidos, la insurgencia ha echado por tierra los sueños originales de la coalición de que las fuerzas armadas estuviesen preparadas para intervenir en cualquier tipo de crisis, en cualquier momento y  en cualquier lugar.

Además, los enormes costos imprevistos asociados con la ocupación de Irak -a lo cual pudieran añadirse ahora los enormes costos imprevistos de la recuperación del huracán Katrina- también le han demostrado a algunos nacionalistas de derecha preocupados por el presupuesto, y al resto del mundo, que el dinero que se necesita para tener el tipo de ejército en favor del cual el PNAC siempre ha cabildeado, simplemente no se encuentra disponible.

Por tanto, los incrementos significativos del presupuesto para la defensa, o de las tropas de ocupación en Irak solicitados por el PNAC  en su más reciente carta fechada en el mes de enero de este año,  son políticamente inaceptables.

De hecho, la percepción cada vez mayor de que Irak se ha convertido en un "atolladero", se suma a otras cargas que pesan sobre la coalición del PNAC, cuyos miembros emplean una extraordinaria cantidad de tiempo en defender la decisión original de invadir.  Un grupo que desde el punto de vista temperamental es  el más capacitado para marchar a la ofensiva, ha estado adoptando una posición cada vez más defensiva en el curso de los dos últimos años.

Otro acontecimiento externo que  sin dudas ha divido a la coalición del PNAC, e incluso a los neoconservadores que la han dominado, fue la decisión de Sharon de desconectarse de Gaza y algunas zonas de la Rivera Occidental.

La carta del 20 de septiembre de 2001, y su continuación el 3 de abril de 2002, que versaban  sobre el conflicto israelo-palestino, reflejaban el compromiso de la coalición para la creación de una alianza lo más estrecha posible entre los Estados Unidos y un Israel dirigido por el partido Likud.

Pero de la misma forma en que el Partido Likud en Israel se dividió a partir del  plan de desconexión de Sharon, los halcones del PNAC, en particular los neoconservadores y la derecha cristiana, también se han dividido.  Y como Israel ocupa una posición tan  importante en la visión que ambos grupos tienen del mundo, los desacuerdos internos en torno a temas claves como éste, son especialmente debilitantes.

Sería un error pensar que porque el PNAC y la coalición que éste representa están en crisis, ambos deben estar acabados, particularmente en lo que respecta  a las demás iniciativas políticas que recomendaron cuatro años atrás.

La confrontación con Irán, especialmente  bajo el liderazgo del Presidente de línea dura Mahmoud Ahmedinejad, es un tema en torno al cual la coalición se mantiene unida, especialmente respecto de la posibilidad de que Teherán adquiera armas nucleares.

Si bien el PNAC no ha manifestado explícitamente qué hacer en relación con Irán, no hay dudas de que la coalición -al igual que los halcones en el gobierno- se mantienen esencialmente unidos en su propia política de línea dura, y en todo caso, se negarán rotundamente a apoyar directamente al nuevo gobierno.

¿Qué hacer respecto de Siria? Esto es aún más incierto, aunque  algunos sectores más propensos a la línea dura dentro de la coalición favorecen claramente "un cambio de régimen", posiblemente con la ayuda de ataques transfronterizos, so pretexto de evitar la infiltración de los insurgentes hacia el interior de Irak, tal y como ha sido exigido por Kristol y otros.

Si bien algunos realistas en el seno del gobierno están a favor de apoyar al presidente Bashar Assad, aunque sólo fuese porque  la otra alternativa pudiera ser mucho peor, los halcones, particularmente los neoconservadores que frecuentemente describen a Damasco como "una fruta fácil", al parecer están decididos a evitar cualquier debilitamiento de su política de aislamiento y presiones económicas, basada en la presunción de que el régimen pronto colapsará.

Sin embargo, al igual que en Irak, aún no se ha meditado lo suficiente sobre qué gobierno ocupará su lugar

(Servicio Inter Press)

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Jim Lobe

Jim Lobe

Periodista estadounidense, corresponsal de la agencia Inter Press Service en Washington.