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Lo peor no es la memoria

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El hecho de que en sus apariciones post electorales Bush omitiera a América Latina, no prueba mala memoria, sino empecinamiento.

 

Al optar por el neoliberalismo como receta para Latinoamérica, los neoconservadores norteamericanos, adoptaron una filosofía que dejó a la región librada a su suerte, para que, de la mano del mercado, la empresa privada y la desregulación intentara el imposible empeño de recorrer los mismos caminos por los que antes avanzaron los países ahora desarrollados.

 

A la ignorancia acerca de que las teorías y doctrinas sociales, forman parte de contextos históricos específicos, se sumó la intención de aplicar políticas para neutralizar la oleada revolucionaria, nacionalista y de acción social iniciada en los años sesenta.

 

Los conservadores que con Reagan se apoderaron del poder en Estados Unidos, tildaron  de paternalistas las políticas hemisféricas al estilo de la Alianza para el Progreso, y de comunistas, las acciones emprendidas por algunos gobiernos latinoamericanos para la recuperación de las riquezas nacionales y, además de hostilizar a Cuba, conspiraron contra los gobiernos de Allende en Chile, Velasco Alvarado en Perú y Torrijos en Panamá.

 

El recurso utilizado no fue una innovación, sino un remake que, al acudir al neoliberalismo reeditó una etapa superada de la historia económica y social.

 

Como doctrina económica, el liberalismo, europeo de nacimiento, fue el fruto de una época irrepetible, en la que tuvo lugar el nacimiento de la formación económica y social capitalista, que emergió como resultado de procesos internos desplegados más o menos uniformemente en  ese continente.

 

En toda Europa, el régimen feudal avanzó a partir del siglo IX evolucionando hasta convertirse en dominante hasta el siglo XIII, cuando el capitalismo comenzó a imponerse y la burguesía reclamó el protagonismo político, que correspondía a su predominio económico.

 

Aunque los intercambios, las guerras y las revoluciones influyeron en la generalización del capitalismo, en todos los países el establecimiento de las nuevas relaciones de producción obedecieron a procesos socioeconómicos internos mediante los cuales la burguesía, entonces  revolucionaria, accedió al poder político.

 

Si bien siempre existieron desigualdades entre unos y otros países e  incluso algunos ejercieron presiones e influencias sobre otros, ninguno fue hegemónico. Las naciones desarrolladas de Europa, nunca fueron colonias.

 

Aunque aquel proceso estuvo plagado de contradicciones y de enormes costos sociales, en general, el nuevo régimen social y la revolución tecnológica acompañante, fueron coherentes con procesos demográficos y de desarrollo cultural compatibles con aquellas realidades. Los países ahora desarrollados no necesitaron financiamiento ni asistencia externa.

 

Regida la filosofía liberal, la sociedad creció de un modo más o menos proporcional hasta que determinados accidentes históricos, especialmente el descubrimiento de América, auspiciaron la conquista y colonización, hecho tradicionalmente omitido al ponderarse los meritos del liberalismo como doctrina económica.

 

Pocos teóricos han calculado el significado que, en las condiciones de la economía que entonces, tuvo el  aporte de la indiada latinoamericana y de no menos de 50 millones de esclavos africanos que durante cuatro siglos trabajaron gratuitamente para Europa y los Estados Unidos.

 

El oro y la plata de México y Perú, las maderas, las pieles, el estaño, la bauxita, los productos agrícolas del Nuevo Mundo, sumados a la tecnología y el talento europeo, obraron el milagro del desarrollo y la anomalía del subdesarrollo, las dos caras del capitalismo moderno.

 

La conquista y la colonización fueron empresa estatales, como también fueron los estados europeos y norteamericano quienes fijaron las pautas de las políticas económicas, financieras, fiscales y comerciales que sirvieron de cauce al desarrollo.

 

Si bien entonces se pudo atribuir al liberalismo económico un papel positivo, en el mundo de hoy, regido por relaciones políticas imperiales que ahondan la brecha económica, tecnológica y cultural que separa a los países pobres de los ricos, se ha transformado en su contrario.

 

El neoliberalismo no nació en América Latina, que además no está en el siglo XVIII y, al ser impuesto desde fuera, en lugar de un catalizador del esfuerzo económico, se convirtió en un anacronismo que al intentar hacer retroceder la historia, profundiza las deformaciones estructurales que acentúan la dependencia económica y política, impiden el desarrollo y refuerzan el poder de las  oligarquías nativas, cada vez más dispuestas a enajenar las riquezas nacionales, renunciando a la soberanía e incrementando la pobreza.

 

Al debilitar el papel del sector publico y paralizar la acción de los estados y de los gobiernos, se priva a nuestros pueblos del único instrumento para realizar su desarrollo nacional.

 

No se trata de que Estados Unidos haya olvidado a la América Latina, sino que la prefiere atrasada, endeudada, dependiente e ignorada.

 

La política de Bush hacía América Latina ha retrocedido a los tiempos de Monroe. De ella solamente hay que ocuparse cuando aparezca algún competidor o ciertos países se tornen indoblegables o respondones. Cuba y Venezuela desearían que alguna vez,  Bush las olvidara.

 

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Jorge Gómez Barata

Jorge Gómez Barata

Periodista cubano, especializado en temas de política internacional.