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Emergen primeros rostros perdidos de la escuela Arthur Dozier de Marianna (+ Fotos)

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George Owen Smith, en la última foto que conserva su familia de él.

George Owen Smith, en la última foto que conserva su familia de él.

Su hermana recuerda que Owen era capaz de entrar a una tienda de instrumentos, tomar cualquiera y en dos minutos, sacar música de ellos, aunque los tocara por primera vez. “Pudo haber sido un gran músico. Con el talento que tenía, no entiendo cómo acabó de esa manera”. En septiembre de 1940, a los 14 años, George Owen Smith fue acusado de complicidad en el robo de un auto e internado en la escuela para varones Arthur Dozier de Marianna, en el Panhandle de Florida. Intentó escapar dos veces y a la segunda, la escuela informó a la familia que lo habían hallado muerto y en tan malas condiciones, que era imposible devolverles su cuerpo que, desde entonces, desapareció.

Bajo las 31 cruces que había en el cementerio de la escuela donde debía estar enterrado Owen, un grupo de antropólogos de la Universidad de South Florida encontró en diciembre pasado 55 osamentas de niños. Este jueves los científicos a cargo de la investigación anunciaron el hallazgo del ADN de Owen entre los primeros 13 restos analizados. Es el primer niño plenamente identificado y con familia que le sobrevive en el medio centenar que murió por causas desconocidas o en turbias circunstancias, entre 1914 y 1952, en la escuela Arthur Dozier: un campo de trabajo fundado en 1900 adonde iban a parar los chicos huérfanos y los “incorregibles”, de entre seis y 18 años de edad, de 22 condados distintos de los Estados sureños de Florida, Georgia y Carolina del Sur; la mayoría de ellos, negros.

La escuela tuvo tres nombres, estuvo siempre a cargo del Estado y fue clausurada en junio de 2011. Al año siguiente, el Departamento de Cumplimiento de la Ley de Florida (FDLE, por sus siglas en inglés) calculó que podía haber más de 80 niños enterrados entre los linderos del viejo reformatorio, aunque en los registros oficiales solo está documentada la sepultura de 45 chicos, que habrían muerto en un incendio, ahogados, de neumonía, por traumatismos en cabeza y costillas, apuñalados o en el intento de escapar. Owen huyó de la escuela el 24 noviembre de 1940, apareció muerto la mañana del 24 de enero bajo una casa del centro de Marianna y fue enterrado a las 3:30 de la tarde de ese mismo viernes. El superintendente y el médico de la escuela lo reconocieron por el uniforme, el color de su cabello y por sus dientes, y explicaron a la familia Smith que a ese punto de deterioro no era posible practicar una autopsia para saber cómo murió, ni trasladarlo a Auburndale, su pueblo natal.

Es probable que nunca se sepa cómo murieron Owen y los demás niños de Marianna. “Hay un cierto nivel de preservación requerido para determinar el ADN muy distinto del que se requiere para determinar la causa de muerte. No sé si los niveles de preservación serán suficientes para revelarnos la causa de muerte”, explicó este jueves la antropóloga Erin Kimmerle, que dirige la investigación. El nivel de preservación de un cuerpo depende de cómo fue enterrado: a qué profundidad, en qué posición, en qué tipo de urna, si la tuvo. George Owen Smith estaba enterrado en el extremo norte del cementerio, sin lápida ni cruces, a medio metro de profundidad, en un cajón de madera fabricado en la escuela.

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Ovell Krell tiene 86 años y es, de la familia, quien pasó su vida buscando a su hermano.

Esperé 73 años y medio para saber esto”. Ovell Krell tiene 86 años y es una de las tres hermanas que sobrevive a Owen y de la familia, la que pasó su vida buscándolo. “Fue difícil creer que al fin ha aparecido pero estoy comenzando a aceptarlo. Todavía hay muchos trámites por los que debemos pasar. Como su muerte nunca fue reportada oficialmente, ni siquiera tenemos un certificado de defunción”. La última fotografía que Ovell conserva de su hermano es del año en que fue enviado al reformatorio de Marianna: aparece Owen sosteniendo una armónica contra su boca, hincado sobre la rodilla izquierda, a la derecha de su padre que sostiene, de pie, una guitarra.

Desde que comenzaron las excavaciones en la escuela Arthur Dozier, en septiembre de 2013, los analistas del Laboratorio de Antropología Forense de la Universidad de South Florida han recabado más de una decena de muestras de ADN entre las familias que aún buscan rastros de sus parientes muertos o desaparecidos en Marianna. Aún resta determinar si alguna ellas coincide con las muestras que se logren extraer de las 42 osamentas que faltan por analizar. A partir de uno de los cráneos mejor conservados los investigadores lograron reconstruir, en julio pasado, el rostro de un niño negro, de entre 10 y 12 años de edad, a quien aún no logran identificar. “No sabemos quién es, no sabemos nada él”, dice Christian Wells, uno de los 50 antropólogos que trabajan en el caso de Dozier y que seguirán cavando en los patios de la escuela hasta el otoño, en busca de más información.

La gran tumba de los niños desobedientes

Algunas de las fosas halladas en el cementerio del reformatorio de Marianna. Foto: Katty Henning.

Algunas de las fosas halladas en el cementerio del reformatorio de Marianna. Foto: Katty Henning.

En el Panhandle de Florida, el reformatorio de Marianna arrastra una oscura fama de más de un siglo por los abusos que allí se cometían. No era una prisión, en términos formales. En la época en la que fue inaugurado —el 1 de enero de 1900— no había prisiones en Florida, sino campos de trabajo como este, donde el castigo físico —las palizas, el confinamiento, las cadenas— y la segregación racial eran política de la institución.

El reformatorio fue el primero de este tipo en Estados Unidos. Fue rebautizado tres veces y estuvo siempre a cargo del Departamento de Justicia Juvenil de Florida. El Estado le cambió el nombre por primera vez en 1914, después de que seis investigaciones legislativas comprobaron que, durante los 13 años anteriores, los niños de Marianna recibían castigos brutales e inapropiados, que eran encadenados y que su alimentación y sus albergues eran paupérrimos. Especialmente los de los chicos negros, a quienes les correspondía trabajar en los cultivos de madera, algodón y hortalizas de la escuela y que eran cedidos para trabajar por temporadas como mano de obra en granjas del pueblo. En 1968 fue llamada Escuela para varones Arthur G. Dozier, en honor a uno de sus exdirectores.

Había chicos allí que ni siquiera tenían edad para cometer un delito”. Glen Varnadoe fue uno de los primeros familiares que intentó una acción legal contra el Estado para que le devolvieran los restos de su tío, Thomas Varnadoe, quien murió en Marianna el 26 de octubre de 1934, a los 13 años, un mes y una semana después de haber sido enviado al reformatorio por “violación maliciosa de propiedad privada”. Thomas y su hermano Hubert, el padre de Glen, habían entrado al patio de la casa vecina para jugar con la máquina de escribir que la dueña de casa tenía en la trastienda. Una semana después del funeral, el superintendente de la escuela envió una carta a la familia para notificar que Thomas había muerto de neumonía. El diario de la escuela, The Yellow Jacket, le dedicó unas líneas en su edición del 3 de noviembre: decían que el chico ya arrastraba una pobre condición de salud y que al sepelio asistió un amplio número de empleados y alumnos de la escuela, entre ellos Hubert. “Mi padre estaba tan avergonzado de haber ido a parar allí que nunca habló de los tratos que recibía en Marianna. Pero es difícil de creer que alguien pueda enfermarse de neumonía entre septiembre y octubre en el clima del sur de Florida”, dice Glen Varnadoe.

Los registros oficiales del reformatorio están incompletos. Hay largas listas de tránsfugas de los que nunca se supo más. En la mayoría de los decesos reportados desde su fundación la causa de muerte es desconocida y en otros es atribuida a la neumonía, a la inmersión, a un incendio y a accidentes y homicidios nunca aclarados. Hasta el cierre de la escuela, había solo 31 tumbas en el cementerio de la propiedad, identificadas con cruces blancas de metal.

Los trabajos empezaron en el cementerio, ubicado en el área de la escuela reservada para los estudiantes negros, donde el radar de prospección indicaba que podría haber entre 40 y 50 cuerpos enterrados. “Cuando comenzamos a excavar, encontramos muchos más cuerpos de los que esperábamos. Al final, conseguimos restos de 55 niños. ¿Quiénes son los demás chicos? ¿Por qué nadie sabía de ellos? Durante los próximos dos meses nos dedicaremos a encontrar sus identidades, quiénes fueron y cómo murieron. Eran muy chiquitos, el más pequeño tenía 6 años”, dice el profesor y antropólogo Christian Wells, uno de los investigadores que trabaja en el terreno junto con un centenar de especialistas y voluntarios dirigidos por la profesora Erin Kimmerle. Glen Varnadoe y los familiares de otros once antiguos internos muertos o desaparecidos han entregado muestras de ADN para que sean comparadas con las de los restos hallados hasta ahora. El departamento de casos no resueltos de la policía del condado de Hillsborough, en Tampa, busca información de los familiares de otros 44 chicos que también fueron sepultados en Marianna entre 1914 y 1952.

Nunca le había a tocado a Wells una tarea similar. Había trabajado antes en Honduras, en Guatemala, en México, en tumbas mayas y aztecas de miles de años de antigüedad, sin familias sobrevivientes, ni comunidades ni gobiernos involucrados.

“Esto es muy distinto. Desde el principio, esta ha sido una larga batalla con el Estado porque nadie sabía realmente qué autoridad debía encargarse. ¿Era un caso médico? ¿Un caso forense? ¿Un caso arqueológico? No está muy claro quién puede ser responsable de todo esto. Creo que hay gente que se siente nerviosa de que encontremos una bala o cualquier otra prueba”, dice Wells.

La fiscal general de Florida, Pamela Jo Bondi, consiguió un presupuesto de varios miles de dólares para que los antropólogos sigan cavando, hasta agosto de 2014, y practiquen pruebas genéticas a lo que encuentren. “Sabemos que han ocurrido atrocidades en la escuela de varones Dozier desde principios de 1900. Estas familias necesitan conclusiones. Lo justo es que podamos identificar a sus seres queridos y entregarles sus restos”, ha dicho la fiscal. Pero a la comunidad de Marianna no le complace su empeño ni el de los antropólogos.

Marianna sigue siendo un área semirrural y conservadora, poblada por familias que han vivido allí por generaciones y que ahora ocupan cargos de poder en Tallahassee, capital del Estado y sede del Gobierno, a algo más de 100 kilómetros de allí. Sus abuelos y bisabuelos trabajaron en la escuela que, junto a las granjas, el hospital y el Centro para Jóvenes Delincuentes de Jackson, fueron las principales fuentes de empleo durante la primera mitad del siglo pasado. “La gente no quiere que estemos ahí. No les gusta que estemos abriendo tumbas y moviendo muertos. Nadie necesita ver eso. Algunas veces es difícil, cuando escuchas decir en los medios locales que eres una mala persona. Pero mucha gente también nos ha dicho en privado que están muy contentos con que estemos allí, aunque jamás lo dirían en público porque es una ciudad muy pequeña, todo el mundo conoce a todo el mundo”, comenta Wells.

La imagen que la pequeña ciudad desea conservar del reformatorio es la de su archivo fotográfico. Postales veraniegas en blanco y negro, donde los estudiantes y empleados de la Escuela para varones Arthur G. Dozier posan sonrientes, llenos de vida, como se ve a continuación:

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Estudiantes afroamericanos trabajan en la carnicería de la Escuela para Varones de Mariana en la década de 1950. Foto: Archivos del Estado de Florida.

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Afroamericano trabaja en la Escuela para Varones Arthur Dozier, de Marianna. Foto: Archivos del Estado de Florida.

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Estudiantes de la Escuela para Varones de Marianna, en 1957. Foto: Archivos del Estado de Florida.

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Enfermera toma el pulso a niño de la Escuela para Varones Arthur Dozier, de Marianna. Foto: Archivos del Estado de Florida.

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Campos de trabajo en la Escuela para Varones Arthur Dozier, de Marianna. Foto: Archivos del Estado de Florida.

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Escuela para Varones Arthur Dozier, de Marianna. Foto: Archivos del Estado de Florida.

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Dormitorios. Escuela para Varones Arthur Dozier, de Marianna. Foto: Archivos del Estado de Florida.

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Escuela para Varones Arthur Dozier, de Marianna. Foto: Archivos del Estado de Florida.

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Campos de trabajo en la Escuela para Varones Arthur Dozier, de Marianna. Foto: Archivos del Estado de Florida.

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Escuela para Varones Arthur Dozier, de Marianna. Foto: Archivos del Estado de Florida.

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Estudiantes de la Escuela para Varones Arthur Dozier, de Marianna. Foto: Archivos del Estado de Florida.

Otrora Escuela para Varones Arthur Dozier, de Marianna. Foto: Archivos del Estado de Florida.

Otrora Escuela para Varones Arthur Dozier, de Marianna. Foto: Archivos del Estado de Florida.

(Con información de El País)

Se han publicado 6 comentarios



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  • nelo dijo:

    La ultima foto que triste…. No hay alegría en ningún rostro de los niñitos ¡Dios quiera que adonde estén descansen en paz!

  • Carlos Gutiérrez dijo:

    Cuánto horror¡
    Por lo que parece, hubo temporadas en que aquello debió ser un pequeño un campo de concentración.
    No sé cómo hay personas que pueden maltratar a un niño. Yo no soporto ni oír llorar a uno.

  • Gina Flores dijo:

    Ojalá a ese lugar llamado Marianna les caiga las 7 plagas de Egipto por ser tan Diabólicos.. Ese lugar lo vive es el mismo Anticristo

  • Gina Flores dijo:

    Ojalá a ese lugar llamado Marianna les caiga las 7 plagas de Egipto...

  • margarita dijo:

    Que horror nunca había oido hablar de ésta escuela de Marianna, cuando empecé a leer recordé los campos de Concentración creados por Adolfo Hitler, que alma tan negra, que mente tan diabólica las de sus fundadores, sus almas nunca tendrán descanso y arderan en las pailas del infierno..

  • Carmen Rivera dijo:

    Que triste que a través de la historia de la humanidad, se haya abusado del poder, en contra de los más débiles especialmente de los niños y con la complicidad de los gobiernos y más triste aún, que siga pasando.
    Que el Todopoderoso se apiade de las pobres almas de todos los que han sufrido el horror que hemos causado los hombres a otros y también de quienes lo han causado.

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