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Revolución y pensamiento social, una relación de lucidez en la isla de Cundeamor

Por: Ms.C. Elio Perera Pena
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Fidel con el pueblo en la Plaza de la Revolución. Foto: Alberto Korda (1965).

Hemos sido llamados por la dirección de nuestro Partido a debatir y proponer sobre la urgente necesidad de enrumbar nuestra economía, en medio de un clima internacional tenso y complejo, en el que el asedio económico y comercial nos hace precisamente reaccionar ante nuestra condición suprahumana de quizás preferir convertirnos hasta en ángeles y no en demonios víctimas de la realidad.

Estamos viviendo en la Cuba de hoy una revolución incesante en todos los órdenes, en la que cada ciudadano siente, padece y sueña a diario con reconvertir esa realidad azarosa e incierta en la exposición más cabal de sus argumentos.

Y es que todo lo que acontece se corresponde con elementos y matices, conscientes o no, relacionados al ciento por ciento con el pensamiento social y su influencia en los procesos políticos. A su vez el pensamiento social nos remonta a la conciencia social.

Válido destacar que, cuando mencionamos conciencia social, lo hacemos con el sobresalto de saber que, si como nos enseñaron nuestros clásicos del marxismo, esta se relega en relación con el ser, entonces lo que propongamos en los debates acaecidos de manera organizada en nuestras instituciones y a nivel popular en las organizaciones de masas, tendrá necesariamente una razón más que ingente para que el ser vaya por delante con su planteamiento, y que después el alcance de ese planteamiento (comprendido desde la conciencia social) ejecute o cumpla de la forma más inmediata su rol de acometimiento en cuanto al mejoramiento propuesto por el ser.

Al triunfar la Revolución, Cuba había sido sometida a una república, que en su decadencia llevó a vivir a los cubanos en un régimen de oprobio y terror, pero a pesar de ello, el ser social cubano siguió, quizás como mecanismo de defensa, inmerso en su rico mundo cultural, en su afán de sobresalir en todas las esferas, en multiplicar la capacidad de aprender y esto caló en todos, desde los más letrados hasta los más desposeídos en el campo del pensar.

Al contar con los medios de producción y con un proceso revolucionario preocupado, en el que la miseria se extinguía, dando acceso por igual a lugares públicos y de entretenimiento, el cubano como ser social pensante quiso más, algo evidente, pero que pronto entró en contradicción con la triste y dura realidad de llevar adelante los logros de un acontecimiento del que nadie, o casi nadie sabía absolutamente nada. Contaba el proceso con una plataforma desde el programa del Moncada, pero en la práctica se hacía insostenible en ocasiones mantener las herramientas teóricas a la altura necesaria.

Poco a poco, y también en ocasiones apresuradamente, nuestros principales dirigentes tuvieron que acudir a ingentes esfuerzos por hacer valer nuestros propósitos en todos los órdenes: diplomáticos, políticos, económicos, y hasta en el campo de la defensa. La agresividad estadounidense cada vez era mayor; se produjo la agresión de Girón, la imposición de un férreo bloqueo, y los acontecimientos de la Crisis de Octubre, en la que algunos llegaron a pensar que sería nuestro fin como humanidad.

Por solo citar un curioso dato que puede ilustrar la peligrosidad mencionada: la Operación Mangosta en sus posibles ramificaciones, desde la Operación Pluto y el llamado Plan Cuba, fue diseñada por el Consejo de Seguridad Nacional sin que se haya notificado al Congreso de Estados Unidos, y constituyó una operación enteramente encubierta hasta que se comenzó a desclasificar entre los años 1975 y 1976, unos 15 años después de su ejecución, en los que el asedio imperial no cejó en el empeño de ahogarnos por todas las vías posibles. Desde quemas de cañaverales e intentos de guerra biológica hasta incesantes planes de atentados contra nuestro Comandante en Jefe.

En esas condiciones tuvimos el acercamiento de la Unión Soviética y, posteriormente, del resto de los países socialistas, y para entonces ya algo nos había marcado, algunos dicen que como un virus, en el campo del pensamiento social, simplemente no podíamos analizar con detenimiento en cómo teníamos que pensar; la sociedad, a fuerza de golpes, tuvo que ir más rápido en su accionar que la propia creación de su cultura, dicho en otras palabras: como resaltara en cierta ocasión nuestro Fernando Martínez Heredia, la cultura no nos mataría nunca, pero si no tomábamos decisiones claras y bien meditadas en el orden político, no subsistiríamos bajo circunstancia alguna.

Quién pudiera pensar que un país a solo 90 millas del imperio más poderoso del mundo, resultaría victorioso. Y ese fue, y con muchísima razón, nuestro principal logro. Como expresó Martí, “sin plan de resistencia no se puede vencer un plan de ataque.

Ya para entonces el apoyo político de la Unión Soviética se amplió a todos los campos posibles, esa influencia por necesidad del destino nos sobrepasó, y en el campo ideológico tuvo su repercusión, que todavía hoy en día, después de transcurrir por varias etapas, marca sobre todo a algunas generaciones de los que somos un poco más vetustos.

Adoptamos como ideología el marxismo leninismo, pero a semejanza de como lo veían los soviéticos, y ahí nos encontramos con una paradoja más en nuestras vidas, existían varias maneras de interpretar esa ideología; en otras palabras, existían más de tres o cuatro marxismos, lo cual, en su interpretación lo hacía cada vez más incomprensible.

Por demás, al no estar escritos sus principios y métodos en nuestro idioma, empezaron diferentes traducciones, algunas de las cuales distaban bastante del real sentido gramatical dado por los inmensos pensadores y hombres de bien que fueron Carlos Marx, Federico Engels, y Vladimir Ulianov.

Y en medio de esa situación, nuestro pensamiento social quedaba no relegado, porque apenas existía, pero a la vez estaba presente, porque dadas las características de resistencia de los cubanos, condiciones ambientales propiciadas por nuestra inmensa Revolución, y hasta matices antropológicos que nos diferencian del resto, por cada día que pasaba surgían cada vez más personas que planteaban la necesidad de continuar con una guía de pensamiento, siempre orgullosamente con nuestro marxismo a cuestas, que pudiera acompañarnos y nos sirviera de metodología para alcanzar con la mayor eficacia posible el necesario poder resolutivo a nuestros problemas; enfrentando carencias desde las más subjetivas hasta las enteramente materiales como fuente de subsistencia.

Fue un hecho complejo y hasta convulso, como casi siempre ha tenido que transcurrir en nuestro proceso revolucionario, en el que muchas familias dejaron de asistir abruptamente a la iglesia para asumir una nueva forma de pensar por el simple hecho de que, si se creía en la Revolución, había que creer en el marxismo leninismo a como diera lugar, con su interpretación rígida, y hasta distorsionada.

Algunos, por una fe de reinterpretación del comunismo, de practicantes católicos se convirtieron hasta en orgullosos militantes de la Unión de Jóvenes Comunistas en medio de una serie de contradicciones familiares en el orden del pensamiento, cuando aún no teníamos apenas idea de lo que representaba ni tan siquiera la existencia de la Teología de la Liberación. Y no era que tampoco entendiéramos mucho de religión, más allá de su carácter de religiosidad difusa en la mención a Dios cuando nos sucedía algo que nos ponía en alerta.

Pero siempre estuvo la Revolución, por el pueblo y para el pueblo; nuestros dirigentes se esforzaron por lograr un desarrollo agrícola; industrial (con las clásicas contradicciones entre las formas no siempre entendidas por todos de priorizar la industria pesada por sobre la ligera); avances económicos, y una estabilidad en el campo de la defensa.

Se puso de manifiesto así una fuerte relación entre el pensamiento social y la formación de una nueva cultura que nos avalara en una identidad propia, no solo como nación, sino como revolucionarios de nuevo tipo, encargados por primera vez en nuestro continente de competir con un régimen de más de dos siglos de experiencia, con un hegemonismo a carta cabal y para el que éramos, y somos, un peligro inminente.

Lo sucedido se justificaba, logramos nuestros propósitos, y ya para mediados de los setenta (experimentalmente a partir de 1974 en Matanzas) se planteó lo que pudiéramos llamar nuestro intento más supremo por organizar el poder del estado en la sociedad, el surgimiento de la experiencias de los poderes populares; en el orden geográfico se habían extinguido los llamados regionales, y surgieron los municipios, y una nueva distribución territorial en la que aumentó el número de provincias.

Podemos decir entonces que nuestro pensamiento social estaba, si no completamente conformado, sí bastante elaborado, se debatía en cada vez más círculos académicos, existían para entonces publicaciones e investigadores encargados del campo del pensamiento y en todas las enseñanzas se abría el conocimiento al campo de la investigación. Las escuelas en el campo fueron un ejemplo meritorio de lo último.

 

 

Llegada la década del 80 del siglo pasado aumentó la agresividad estadounidense, una vez más fuimos duramente golpeados por el efecto psicológico de hasta una posible invasión a nuestro país, nuestro pensamiento social tuvo que ocupar casi por entero el dogma de la subsistencia en el orden militar, se crearon las Milicias de Tropas Territoriales, los jóvenes marcharon una vez más a tropel en nuestro gloriosa Plaza de la Revolución. El debate desde el ámbito psicológico y social era la subsistencia o la muerte, y frente a ello decidió el pueblo cubano poner por delante nuestro poder de resistencia.

Después de pasar un Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas en 1986, a partir de 1991 sufrimos el Periodo especial. Nuestro comercio decayó bruscamente, la capacidad de tenacidad fue duramente puesta a prueba nuevamente, el pensamiento social se diluyó entre lo que había que hacer hasta lo posible, y lo que teníamos que conseguir para comer y vivir. Por ocasiones, horrendos momentos en que la falta de transporte y la situación alimentaria ponían en dudas el correcto desempeño de la sociedad.

Desde el campo de la intelectualidad cubana, se trataba de explicar el duro bregar del cubano; en el ámbito psicológico, político e ideológico para muchos se establecía una cierta dicotomía en la que mientras las bicicletas como medio fundamental de transporte se esmeraban, metafóricamente hablando, en hacernos perecer, el pensamiento social cubano buscaba su justificación resolutiva desde lo más profundo del ámbito psicológico y político para poder influir en el ideológico, y así continuar adelante con nuestro proceso revolucionario.

Mientras el capitalismo, refuerzo la idea, cuenta con unos 250 años de creado, el socialismo cubano como teoría se encuentra tal vez en una etapa de transición hacia un sistema socialista más profundo, en el que es lógico que para su construcción tengamos que cometer errores, como también es lógico tal cual ha sido desde su propia razón primigenia que esos errores se contrarresten con eficaces y oportunas respuestas que satisfagan los intereses del pueblo.

La elaboración ideológica constituye un fundamento para los proyectos históricos como lo es la Revolución cubana, justificando su acción política y la búsqueda de soluciones a los escollos presentados. A través de la crítica desde la ideología podemos distinguir la racionalidad de un proyecto político por su transparencia y veracidad.

No es difícil constatar que mientras el poder político imperialista se caracteriza por la falsificación de los hechos y la confusión de valores mediante la manipulación de la historia y la política, los procesos políticos sociales más honestos, entre los que me atrevo a decir que se encuentra el nuestro, adoptan esa transparencia para resurgir como ave fénix en busca de la siempre posteridad.

Y es esa precisamente una de las características distintivas frente al engaño de la posverdad que desde élites mediáticas y políticas intenta empañar el prestigio político cubano, en claro ademán de manipulación.

Desde el consenso asumido de continuar el rumbo socialista, el problema básico de la necesaria construcción de una ciudadanía actualizada en consonancia con los esfuerzos que encaminan los cambios, radica en si se concibe esta más desde la estructura socioeconómica cambiante (desde la percepción social de cómo cambiará), o si se pensará más desde la pertenencia de todos a la sociedad en su conjunto, es decir, más desde el concepto de patria, de identidad sociocultural, desde lo colectivo en que se llegue a la economía después de un primer análisis crítico desde lo político social.

Ese es un dilema que solo podrá resolverse desde la cultura porque ambas perspectivas también son inseparables, pero siempre entendida cultura no como crítica literaria o solo desde la visión artística, sino cultura desde sus ámbitos de interrelación filosófica, psicológica, sociológica, en tanto proceso creador de aplicabilidad de conocimientos adquiridos en pos de lograr la subsistencia de un proceso político ideológico de carácter socialista.

Y como en cada dilema, tal cual opina Darío Machado en Soñar y Pensar a Cuba, desempeñará un papel decisivo la ideología, el ideal socialista de la Revolución cubana, que deberá expresar la complejidad del sujeto convencido de la necesidad de perseverar en la transformación revolucionaria de la sociedad.

Pero no podrá concebirse, resaltamos, tan laxa que su reproducción contribuya a desorganizar y debilitar al sujeto de los cambios, o que lo aleje de los necesarios presupuestos socio-filosóficos mediante los cuales debemos realizar el estudio de los últimos discursos del General de Ejército Raúl Castro y de nuestro presidente Díaz-Canel, en medio del entramado y complejo accionar de una actual batalla de ideas que desde el ámbito de las ciencias sociales, y debe ser extensivo a toda la sociedad, revele erudición política y madurez con un lenguaje diáfano que eluda frases y palabras hirientes o rebuscadas, si bien sean apegadas a la tensión de una presente e imperiosa necesidad de reevaluación social y de políticas adoptadas.

Como expresó Alfredo Guevara en Revolución es lucidez, el revolucionario es un artista que no logra su obra si no cuida, apasionado y lúcido, la talla que su cincel modela en cada arista, sirviéndose del mármol, de la piedra, de la madera dura o blanda, y es la materia que debe trabajar la que le enseña, la posibilidad de ser que la potencia. Ser revolucionario marxista, martiano, fidelista supone teóricos estudios pero también exige ante lo inerte, sociedad, diseño, conocer con exactitud la realidad que debe transformarse y la forma más correcta de cómo hacerlo.

En alusión al título de este trabajo, La Isla de Cundeamor es una novela del cubano radicado en Suecia René Vázquez Díaz (colaborador de Cubadebate, y quien aboga por la eliminación del bloqueo) en la que expresa: “Cuba es la siempre fiel porción de tierra claustrofóbica rodeada de agua por todas partes… para reinventarla… Y uno se pregunta por qué Cuba tiene que ser una obsesión. Una respuesta sería que Cuba es como una gritería del corazón…bajo un mosquitero remendado por los cocuyos. Y es Cuba Fidel Castro…es el sueño americano pero soñado por la otra orilla de nuestra era imaginaria…arropada por los cundeamores de nuestros nobles descalabros”.

Desde esos nobles descalabros y en medio de cundeamores, el concepto de Revolución y su significado ha venido acompañado de lo más imperioso en cuanto a la necesidad de comprensión de cada momento histórico. Apenas obtenido el triunfo revolucionario de 1959, Fidel enarbola el concepto de Revolución sobre la base de que fue una gran rebelión de los obreros y los campesinos. En el concepto del 2000, Revolución adopta una significante mucho mayor en cuya conceptualización resalta la importancia de cambiar lo que debe ser cambiado.

La vigencia del concepto fidelista de Revolución es entender, por tanto, cada proceso en su momento peculiar, transformarlo en aras de lograr un futuro humanitario prometedor, justo y equitativo en lo posible, en el que si bien quizás no pueda existir una total igualdad, sí debe coexistir un lógico igualitarismo que mantenga impregnado en las masas la posibilidad de una auto reafirmación, bajo el precepto de que moralmente la Revolución es el principal sostén del pilar político partidista que sostiene la dirección de la sociedad.

De ahí que el espíritu de nuestros análisis sea enrumbar la economía desde lo que cada individuo en su ámbito más inmediato pueda crear, transformar o perfeccionar, desde lo individual hasta lo colectivo, donde el yo (ser pensante) tenga en cuenta al otro, y en su interacción se logre el nosotros, condición indispensable para que un proceso político alcance el verdadero éxito social.

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