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Construyendo una promesa

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Se ha vuelto destino y referente de esta ciudad, con su forma trapezoidal y espacio para 17 000 personas, la Plaza de la Revolución “Mayor General Antonio Maceo Grajales”, donde el caminante se detiene a tomarse fotos o vuelve la mirada, acostumbrado a este punto del paisaje, que el 14 de octubre llegó a sus treinta años.

Sobre los avatares del proceso creativo del Monumento Nacional — escenario de grandes conciertos, visitas de tres Papas, mandatarios extranjeros y del último velatorio de las cenizas de Fidel Castro—, Sierra Maestra conversó con Alberto Lescay Merencio, jefe del equipo encargado de su construcción.

—¿Cómo llegaron al certamen que dio lugar a la Plaza?

Esta fue la primera obra de su tipo, en la Revolución, realizada mediante un concurso, porque, excepto la 'José Martí' de La Habana, las plazas se realizaban por encargo, como las de Bayamo y Santa Clara.

Ese concurso tuvo dos características que lo hicieron peculiar: una fue organizar equipos interdisciplinarios, un requisito necesario en estos empeños, iniciado por la admirada Rita Longa, líder del movimiento escultórico en Cuba. Es decir, que no se trataba solo de un escultor que presentará un proyecto.

Armé mi equipo con estrellas dentro del campo como Guarionex Ferrer Estiú, quien era —al regreso de mis estudios en la URSS—, el mejor escultor santiaguero, y nos conocíamos desde la Escuela Nacional de Arte (ENA). Luego necesitábamos un ingeniero y contactamos con Esteban Ferrer, un profesional muy talentoso; como historiador tuvimos al gran Joel James Figarola, conocedor del tema maceísta; y seguimos sumando especialistas hasta conformar el equipo que, en un momento, tuvo 19 miembros.

En el concurso, otra de las novedades fue el estilo del jurado. Se exhibieron todos los trabajos en el salón de la ciudad, se invitó a los miembros de los equipos para que presentaran sus proyectos ante personalidades que decidirían sobre la calidad y funcionalidad de este.

A esos dos encuentros acudieron las autoridades del Partido, el Gobierno, los especialistas, todos los órganos decisores como Planificación Física, la Comisión de Historia, las FAR, el Minint; y mediante ese proceso de decantación, donde en la segunda y última vuelta quedamos dos equipos, ganamos el honor y el derecho a realizar esta plaza.

—¿Cuán difícil fue aunar personalidades, inquietudes artísticas y estilos estéticos diferentes para crear un concepto global con el proyecto?

Si tuviera que hablar del rol fundamental que desempeñé en el equipo diría que fue, justamente, el factor de coordinación de todos esos talentos para conducir nuestros criterios hacia un objetivo coherente, de alto vuelo estético y funcional. Fue la tarea, como responsable del grupo, más compleja pero que más disfruté, y continuó con esa proyección. Me gusta trabajar en equipo, porque hacer una obra de este tipo, y hacerlo bien, es imposible con una sola persona.

Esta no es una plaza de autor. Nadie puede atribuirse una parte porque no fue así, no le estaríamos haciendo justicia a la verdad. Todos participamos en todo: la concepción del salón, los vitrales, la figura ecuestre, el recinto de la Llama Eterna, por qué los machetes de esa manera…, todo fue estudiado en largas y complejas sesiones de trabajo y discusión del equipo. Por eso funciona”.

—Y cuán complicado fue el trabajo en la duración del proyecto. Fueron años…

Sí, en 1982 abrió la convocatoria del concurso y se nos dio cerca de seis meses para trabajar, de los cuales los primeros tres fueron de planeación, los otros de corrección de errores, y ese mismo año inició la construcción hasta el 1991. Nueve años.

Una vez que fuimos elegidos ganadores nos dividimos el trabajo por especialidades. Los diseñadores concretaron el proyecto ejecutivo de las áreas, para los machetes hubo que investigar en qué taller de Cuba se podían realizar, hasta que encontramos uno con los requisitos que buscábamos en Las Tunas, y para allá fue Guarionex.

A mí me tocó la figura ecuestre de Maceo y tuve que crear las condiciones, comenzando por el taller, porque no existía uno de ese tipo en Cuba. Hubo que localizar un espacio, hacer el proyecto del local, crear una escuela de fundidores, soldadores, paileros, ya que el único con los conocimientos —mi profesor de la ENA, Hipólito Nodarse— era mayor, y me dijo: “Lescay, yo no quiero morirme fundiendo tu escultura”. Entonces nos apoyamos en un camagüeyano muy valiente, Ramón La Paz, que tenía nociones y aceptó el reto.

Tampoco conocíamos experiencias parecidas fuera del país, fundir una escultura de más de 100 toneladas en bronce, mediante la técnica de la arena, más todo lo que significa el modelado, el vaciado, el montaje en obra y el andamiaje que había que crear, incluida la grúa viajera de 22 metros de altura que se manejaba desde tierra.

Fue un proceso de aprendizaje muy importante. Así tuvimos el taller de San Luis, que fue y es imprescindible para realizar una obra como esta, tan compleja, además quedó para el futuro con el fin de hacer esculturas de carácter monumental y público.

—Este proyecto abrió un camino a trabajos que, en el día de hoy, se siguen realizando y para la formación de otros artistas: los talleres Caguayo.

Así es, y luego la Fundación Caguayo, que es consecuencia directa de esta plaza. El equipo donó los derechos económicos de la obra para algún proyecto sociocultural, porque consideramos que a los Maceo Grajales no se les podía cobrar, y uno de los privilegios que tengo es haber asombrado a Fidel con ese acto, cosa poco común.

Me llamó al podio durante el IV Congreso del Partido para que le explicara, y al confirmarle que lo dejábamos todo, me dijo en voz baja: “si algún día necesitan algo, llamen”. Cuatro años después, cuando tengo la idea de la Fundación para dar seguimiento al trabajo de los talleres, porque nadie quería hacerse cargo de estos, los abogados me preguntan: “con qué capital cuentas”. Recordé las palabras del Comandante. Preguntamos y, efectivamente, el donativo estaba intacto en el Gobierno y ese fue el capital inicial, más los talleres que nos entregaron posteriormente.

—Durante ese tiempo, ¿cuál era la reacción de las personas?

Fue cerca de año y medio con esos andamios enormes, y era como un misterio ver ese proceso lento, para lo que la gente estaba acostumbrada y por la complejidad. Se hacían muchas preguntas y hasta chistes.

Hubo una etapa en que paramos porque no sabíamos cómo continuar. Todo fue muy duro, era la primera vez y no teníamos a quien preguntarle. Armar un rompecabezas en tres dimensiones y que saliera la figura de Maceo y el caballo en el aire, sin 3D ni computadora, fue una gran aventura creativa.

En un momento en que nos sentíamos muy presionados porque se acercaba la fecha del IV Congreso, y comenzó el estrés por parte de las autoridades encargadas de supervisar que las obras estuvieran en tiempo; yo sentí que se podía afectar, y de hecho se estaba afectando, la calidad del proceso de realización de esta plaza, no en cuanto a la escultura, sino toda la obra civil: los pisos, las paredes. Esto es una obra de arte a complejidad, todo aquí es arte.

Y en una visita del Comandante le expliqué la situación y él no me respondió directamente, sino a quienes le acompañaban: “la fecha del Congreso se pondrá cuando la Plaza esté terminada”. Es importante que se sepa como nuestros grandes dirigentes siempre han abogado por la calidad de las obras. Por una fecha, de ninguna manera se puede poner en riesgo el aspecto cualitativo ni por cumplir una meta hacer las cosas “más o menos”, las cosas se hacen bien o bien.

—Luego de este proceso de prueba y error, de todos los problemas que hubo que solventar y de los treinta años que han pasado, ¿cómo se siente respecto al resultado de la obra y también de la conservación?

Yo agradezco mucho a todas las estructuras del Gobierno y el Partido por el cuidado y el interés que siempre le han profesado a esta obra y los recursos que han dispuesto para mantenerla, porque las cosas si no se atienden a tiempo pueden irse deteriorando poco a poco. Está hecha con buenos materiales, pero el tiempo y la humedad hacen estragos.

Creo que a la Plaza, al contrario, se le han incorporado elementos que contribuyen a su perdurabilidad. No contó en un inicio con un sistema de riego, la iluminación de la época no tenía el desarrollo actual, de manera que eso ha sido muy importante para, después de 30 años, estar aquí.

“Desde el punto de vista artístico creo que la obra está curada por el tiempo y por el pueblo cubano. Es la satisfacción más grande que tengo. Muchos niños han crecido viendo esta obra y la admiran, la quieren. Y antes de hacer esta plaza, los maceístas teníamos una gran deuda con la historia. Santiago siempre quiso tener un monumento al General Antonio, y no se habían logrado las condiciones para lograrlo dignamente”.

Para el maestro, trabajar en la plaza no fue fruto del azar, sino el objetivo de años de estudio, aún sin saberlo. El cumplimiento de una promesa a Maceo, una alegoría que se ha ido enriqueciendo de valores históricos y espirituales, un lugar de veneración, un santuario.

(Tomado de Sierra Maestra)

Se han publicado 5 comentarios



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  • Reyes dijo:

    La plaz un gran imbolo y una inspiración y ya es historia. Se puede cuando uno la ve inspirarse y decir viva la Revolución. Lescay devino en un gran interprete y creador

  • @adriancamaguey dijo:

    Una de los lugares que mas me gustan de mi país, aqui bailé, gocé, hice botella (la esquina de la plaza donde nace la autopista era un buen lugar para hacer botella), aprendí historia.....gracias (por todo) a Lescay y todos sus compañeros !.

  • Concha dijo:

    Hermosa plaza y ciudad en general. Me encanta

  • elisa pies Vinent dijo:

    FELICIDADES para ese Gran Artista de mi Ciudad Héroe

  • Jose dijo:

    Nunca olvidare, como Fidel en su discurso se volvió hacia la estatua y lo llamo: Maceo!… Le hablo directamente como si estuviera presente, y estaba! Esta aun allí y en las calles de la hospitalaria y rebelde Santiago.

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