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Editorial de La Jornada: Bolivia apuesta al cambio

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 El líder indígena Evo Morales se convirtió ayer domingo en el virtual presidente de Bolivia, al triunfar en las elecciones presidenciales celebradas en ese país sudamericano, uno de los más pobres del mundo. De acuerdo con los últimos reportes, Morales habría obtenido casi 51 por ciento de los votos, muy lejos de su rival más próximo, el conservador Jorge Quiroga (30 por ciento de los sufragios). La proyecciones también señalan que Morales conseguirá mayoría en el Congreso. De confirmarse esos datos, no habrá necesidad de convocar a una segunda vuelta electoral.

El probable triunfo del líder de los cocaleros, que sería el primer presidente indígena del país, se incribe en una tendencia que ha marcado los últimos años al proceso democrático de Latinoamérica.

Morales prometió que su gobierno y el Movimiento al Socialismo (MAS), comenzarán una nueva época en el país, en el que la marginación y la pobreza afectan a casi 70 por ciento de la población.

En este sentido, es necesario resaltar que su victoria plantea interrogantes interesantes, que deben resolverse en lo inmediato. En principio está la relación con Washington, que ha descalificado la promesa electoral del líder campesino de defender los cultivos de coca porque, supuestamente, perjudica su política antidrogas.

En Bolivia el cultivo de la hoja es una actividad tradicional y es parte indisoluble de su cultura, que tiene sus propios ritos y códigos y ninguna relación con las actividades del narcotráfico. Por ello Morales ha puntualizado que respetará el cultivo tradicional, pero combatirá a las mafias de la droga. Sin embargo, para la Casa Blanca ambas actividades representan el mismo fenómeno, lo que evidencia su falta de voluntad e ignorancia de las distintas realidades de los países de la región.

Por otro lado, la promesa de Morales de incrementar el control sobre los recursos energéticos para apoyar la economía local ha puesto a temblar a un puñado de petroleras trasnacionales que explotan los yacimientos de gas natural, del cual Bolivia es uno de los principales productores del mundo. Se trata de un tema delicado: debe recordarse que en 2003 se realizaron manifestaciones por la nacionalización del sector, que dejaron un saldo de decenas de muertos y dos presidentes destituidos.

El cambio de régimen también deja en el aire la expectativa de si Bolivia superará por fin la crisis institucional en la que ha estado sumida en los años recientes. El panorama en esta nación es complejo, debido en parte a un difícil enramado político, que obstaculiza los acuerdos, y a una deprimente realidad económica: el producto interno bruto per cápita asciende apenas a 2 mil 460 dólares anuales y 79 por ciento de la población indígena en el medio rural vive en la miseria. Por ello la llegada de Evo Morales dará voz por primera vez a un grupo que históricamente ha quedado excluido de las estructuras de poder.

En términos generales, el arribo del líder campesino a la primera magistratura de su país es una muestra más de que la democracia avanza en América Latina. En los últimos años, argentinos, brasileños, uruguayos y venezolanos han apostado al cambio, votando por proyectos que prometen una vida mejor, basados principalmente en la modificación del modelo político-económico dictado desde hace décadas por Washington y los organismos financieros internacionales, causa de la miseria en la región.

En México ese cansancio también parece estar presente, y es casi seguro que la voz de esa gente dejada a la deriva por el mismo sistema económico se escuchará con fuerza en las elecciones presidenciales de 2006. Después de todo hay motivos, aquí y en toda América Latina, para apostar por un cambio, una alternativa ­de izquierda, progresista o cualquiera que fuere su denominación­ que realmente trabaje en favor de la mayoría. En este contexto sería indispensable que Estados Unidos deje por fin que América Latina decida su destino.

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