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LOS FRUSTRADOS TROMPETEROS DE JERICÓ

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Los cubanos hemos rendido por estos días sincero tributo a Juan Pablo II, reconociendo en él, más allá de diferencias, sus cualidades de luchador tenaz por la paz, la justicia y la solidaridad con los desposeídos del mundo.

 

Nuestro pueblo ha recordado con cariño su visita pastoral de 1998, en la que pudimos corroborar su noble carácter y numerosos puntos de coincidencia en su pensamiento social y humano con importantes principios defendidos siempre por la Revolución.

 

Aquella fue una visita histórica, no sólo por ser la primera de un Papa a Cuba, sino también por las circunstancias excepcionales que la rodearon, las cuales permitieron mostrar con claridad los sinceros sentimientos de amistad de Juan Pablo II al viajar a Cuba, como con absoluta certeza había afirmado nuestro Comandante en Jefe.

 

Ilusionados con la falsa creencia de que el Papa había sido factor determinante en el derrumbe del socialismo este-europeo y en la URSS, los enemigos de la Revolución creyeron que su visita a Cuba sería como una espada de fuego que liquidaría el socialismo en nuestra Patria.

 

El imperio, obsesionado con la pequeña isla rebelde que no había caído rendida cuando otros no pudieron resistir, y a la cual sometió al más cruel e inhumano bloqueo sin poder doblegarla, apostaba a que la Revolución no soportaría aquella prueba y se hundiría "el último bastión del comunismo". 

 

Sus peones de la mafia anticubana hicieron todo lo posible por sabotear la visita y presentar al mundo la imagen de un país sin libertades, antirreligioso y desagradecido ante el gesto del Santo Padre.

 

Un cable de NOTIMEX de hace nueve años, el 10 de diciembre de 1996, reflejaba los ridículos intentos de aquellos a quienes les mortificaba la visita del Pontífice y pretendían usarla para sus espurios intereses con las siguientes palabras:  "El legislador estadounidense Robert Menéndez dijo hoy que el gobierno de Cuba obstaculiza aspectos de la próxima visita del Papa Juan Pablo II a la isla para reducir la afluencia de gente a los eventos masivos programados.

 

"En una charla con miembros de la Sociedad de las Américas, el representante demócrata indicó que el gobierno del presidente Fidel Castro utiliza la intimidación a trabajadores y otros métodos para desestimular muestras de apoyo al Papa.

 

"Según Menéndez, demócrata por el estado de Nueva Jersey, el gobierno no ha publicado lo suficiente la visita del Papa entre la población y amenaza a algunos trabajadores con dejarlos sin trabajo si van a los actos masivos."

 

"Menéndez, promotor de la línea dura en la política estadounidense hacia Cuba, habló ante unos 20 académicos, empresarios y economistas sobre su visión de la situación general en Cuba.  Defendió la Ley Helms‑Burton y su carácter extraterritorial;  [...] y señaló que es la herramienta más exitosa en la historia de la política de su país hacia Cuba."

 

No se trataba sólo de estupideces y burdas mentiras similares a la de este vocero de la mafia anticubana.  Como develó en su comparecencia del último jueves el compañero Fidel, las maniobras para politizar la visita del Papa llegaron hasta nuestro suelo.

 

Tras la generosa respuesta cubana a los incesantes ruegos de tres asistentes congresionales norteamericanos, rebosantes de "devoción" por el Santo Padre y prestos a observar los efectos del bloqueo en el sistema de salud cubano, estos, encabezados por Roger Noriega, el entonces ayudante del reaccionario senador Helms, arribaron a Cuba en las mismas fechas de la visita del Papa, con el verdadero objetivo de obstaculizar aquel histórico acontecimiento.

 

Su visita al Arzobispo de Santiago de Cuba, previa a la misa que se oficiaría en esa ciudad, es evidencia notoria del pérfido actuar de estos "emisarios del diablo".

 

Todo lo intentó el enemigo.  Sus propósitos eran desesperados y claros.  Soñaron con que la Revolución cubana "se derrumbaría como la ciudad de Jericó, al sonido de las trompetas", señaló este jueves Fidel.

 

De confirmar certezas se encargó la "Dama de Hierro" del gobierno de Clinton, que en aquella fecha era Secretaria de Estado y conocía mejor que nadie los secretos de la política norteamericana.  ¿Qué dijo la señora Madeleine Albright hace sólo seis días, cuando estaba todavía insepulto el cadáver del Papa?  Un cable de la agencia ANSA del pasado 5 de abril lo revela todo:

 

"Estados Unidos esperaba que la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, en 1998, contribuyera a erosionar al gobierno de La Habana, de la misma manera que la influencia del Pontífice en su país natal, Polonia, colaboró con la caída del régimen comunista de Varsovia.

 

"Cuando se le preguntó si el gobierno del entonces presidente Bill Clinton esperaba que Juan Pablo II ‘recriminara' públicamente al presidente de Cuba, Fidel Castro, durante su visita, Albright reconoció que en Washington ‘estábamos muy ansiosos por ver que eso sucediera'.

 

"[...] ‘nosotros teníamos grandes esperanzas de que se registrara una reacción similar' a la que se vivió en la sociedad polaca, dijo Albright."

 

Una vez más con Cuba erraron el tiro los "asesinos de revoluciones".  Subestimaron al Papa, su inteligencia, su carácter, su pensamiento.  Despreciaron una vez más a nuestro pueblo, su talento, su cultura política, su espíritu revolucionario.

 

El Papa "no traía trompetas ni intento alguno de destruir a la Revolución" ―como definió Fidel en su más reciente intervención.  El pueblo cubano, por su parte, demostró lo mejor de su hospitalidad, su aprecio por las relevantes cualidades del Pontífice, y regaló al Santo Padre una de las más extraordinarias visitas en su largo peregrinar por el mundo.

 

La Revolución salió fortalecida de aquel desafío, mientras los trompeteros de Jericó aún se retuercen en su incapacidad y desespero.

 

Cuando otros con hipocresía se arrodillaron ante el cadáver insepulto del Papa que los condenó por abrir las puertas de las guerras, los cubanos nos sentimos con la fuerza moral que proporciona el tributo justo al hombre que tanto luchó por la paz y la solidaridad entre los seres humanos, al líder religioso que, desde elevados conceptos de justicia y ética, se opuso sin vacilación alguna al bloqueo y la guerra económica contra nuestro pueblo.

¡Honrar, honra!

 

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