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Conjugar Trumpismo en pasado, presente y futuro

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Manifestantes pro-Trump asaltan los terrenos del Capitolio de EE. UU., en Washington, DC, EE. UU., 6 de enero de 2021.

Algunos hechos que han tenido lugar en los últimos días en Estados Unidos hacen surgir nuevas interrogantes sobre la existencia o no de un movimiento denominado Trumpismo, sus posibilidades de continuidad, impacto probable sobre la realidad estadounidense y exterior.

El liderazgo republicano de la Cámara de Representantes decidió sustituir a mediados de mayo a la llamada presidenta de la conferencia del partido, tercera en rango, la representante Liz Cheney (R-Wy). Las razones fueron básicamente dos: votó a favor del juicio político en el Congreso contra Trump (2020) y se ha negado a apoyar las afirmaciones del ex mandatario sobre un supuesto fraude masivo en los últimos comicios presidenciales.

La Sra Cheney, hija del ex vicepresidente Dick Cheney es una ex funcionaria gubernamental con amplias credenciales conservadoras. Fue sustituida por una joven miembro de la Cámara, que no mostró posterior a su elección (2014) ninguna preferencia hacia el precandidato Donald Trump e incluso bajo su presidencia votó en contra de la reforma impositiva propuesta por aquel (2017), la cual constituyó el proyecto dorado de su mandato. También se opuso de forma vehemente a la salida de EE.UU. del Acuerdo sobre Cambio Climático. La Sra Elise Stefanik (R-NY), sin embargo, vio cambiar su suerte cuando defendió al entonces Presidente en el denominado impeachment[1] y, sobre todo, cuando apoyó sin dudas el reclamo de aquel en el sentido de que las elecciones del 2020 estuvieron “amañadas”.

El líder de la minoría republicana Kevin McCarthy (R-CA) que participó y encabezó este golpe palaciego anunció tres días después que no votaría a favor de la propuesta demócrata para establecer una comisión independiente que investigue los sucesos ocurridos el 6 de enero, cuando grupos y personas asociadas al “terrorismo doméstico”, según la expresión de las actuales autoridades federales, atacaron el Capitolio, sede principal del Congreso federal. El argumento de  McCarthy es que la propuesta no es “balanceada”, puesto que no hace mención a otros grupos sociales que durante el año 2020 encabezaron una serie de manifestaciones que protestaron contra la violencia policial. Pocas horas después, se produjo una acción similar desde el Senado.

Antes de estos hechos Donald Trump había criticado ya públicamente a su ex vicepresidente Mike Pence, por certificar el resultado de las elecciones presidenciales y al líder republicano en el Senado, Mitch McConnell (R-Ky), por haber establecido cierta relación de responsabilidad entre el expresidente y el asalto al Capitolio. Trump no ha cesado además de emitir declaraciones sobre el supuesto “fraude” electoral y lo ha llegado a considerar el “crimen del siglo”, por encima de los sucesos del 6 de enero, al cual observadores políticos estadounidenses han nombrado como “el principal ataque contra la democracia estadounidense desde la Guerra Civil”.

De esta manera, la figura de Donald Trump ha continuado ejerciendo influencia al menos sobre los líderes de la formación política que hoy se denomina Partido Republicano y sobre una no despreciable masa de seguidores que consumen casi irreflexivamente sus mensajes y actúan en consecuencia. Hasta hoy su respaldo personal, o la ausencia del mismo, significa entre los republicanos ganar o perder cargos y privilegios,  esencia de lo que llaman entre ellos “democracia”.

Vale aclarar que por lo menos un reducido grupo de congresistas como Adam Kizinger (R-IL) y Fred Upton (R-MI), así como de senadores, Mitt Romney (R-UT) y Susan Collins (R-ME), han mostrado cierto rechazo a las acciones de Trump, pero sobre todo apego a los que denominan “los valores tradicionales de la democracia estadounidense”. El vicegobernador de Georgia, Geoff Duncan, uno de los estados de más alto cuestionamiento por los republicanos al resultado de la votación, recién ha anunciado que no se presentará para ser electo en el cargo y que se dedicará a la plataforma denominada GOP[2] 2.0, con la intención de renovar el partido al margen de la influencia de Trump.

Un fenómeno que tiene proporciones mayores y en el largo plazo es que hasta marzo del 2021 en 47 estados de la Unión se habían presentado 361 proyectos de ley para limitar los derechos de votación de la ciudadanía, casi la mitad de ellos registrados en el último mes precedente. Algunas de las propuestas ya han sido aprobadas y van desde prohibir facilitarle agua o alimentos a las personas que esperen en filas para votar (los de menos ingresos lógicamente), nuevas restricciones contra los expresidiarios, hasta los votos que pueden ser emitidos o no por correo y dónde ubicar las zonas de votación, en dependencia de cuántos afiliados demócratas o republicanos viven en las inmediaciones de los colegios.

Cuenta de Twitter de Trump suspendida. Foto: Reuters.

Después de lo vivido por Estados Unidos entre el 2016 y el 2020, la socióloga estadounidense Arlie Russell Horchschild, de la Universidad de California en Berkeley, ha denominado el Trumpismo como un “planeta emocional que orbita alrededor de la estrella Trump”. Pero a partir de los últimos sucesos mencionados antes la junta editorial del Financial Times ha considerado (7 de mayo) que Estados Unidos se divide en “un país de tribus irreconciliables”.

Un Donald Trump que llegó a contar con 88 millones de seguidores en Twitter, 32 millones en Facebook y 24 millones en Instagram ha visto limitadas más recientemente sus posibilidades de difundir sus mensajes, por la decisión de algunas plataformas de no compartir más sus contenidos. El ex mandatario creó un nuevo espacio virtual denominado “Desde el buró de Donald Trump”, que al menos en sus inicios no ha logrado sustituir las herramientas precedentes. Ha anunciado además el inicio de su participación en mítines políticos para apoyar candidatos a las elecciones de “medio término” planificadas para noviembre del 2022.

A pesar de que los principales líderes republicanos se nuclean alrededor de su figura y la consideran imprescindible para continuar ganando espacios de poder, importantes asesores partidistas y donantes han manifestado que la actitud excluyente de Trump enajena a posibles simpatizantes, más que sumar a nuevos.

Y aquí cabría repetirse la pregunta sobre cómo Trump accedió al poder en el 2016 y si hay posibilidades de que él o un partidario cercano pudiera repetir el resultado.

La respuesta comienza por separar a la figura del empresario/político del fenómeno social-económico que ayudó a catalizar con su candidatura.

En varios momentos de su vida Trump valoró entrar en la política federal desde finales de los años 90 de siglo pasado. Consideró ser precandidato republicano, se registró como aspirante del Partido Reformista, pero se mantuvo durante mucho tiempo haciendo fuertes donaciones a candidatos demócratas.

Lo anterior indica que además de no contar con una tradición republicana sólida, no es un político que desea servir a una formación partidista, sino a la inversa. Esta conclusión quizás arroje alguna luz sobre si en algún momento futuro, si varía el apoyo actual del liderazgo republicano a su figura, Trump intentaría canalizar o no sus intereses mediante otra formación política.

Trump fue “electo” en el 2016 gracias a la existencia de la institución denominada Colegio Electoral. Esta fue creada por los “padres fundadores” de la naciente Unión Americana, para lograr una representación “equitativa” que significara un atractivo para que los estados del Sur se mantuvieran en la Unión, ante la duda sobre si los esclavos debían contarse como pobladores o no.

Trump solo tuvo ese año el apoyo de 62,9 millones de estadounidenses, casi 3 millones menos que la candidata demócrata Hillary Clinton, cifra que constituyó un 46,1% de los votos emitidos, pero solo un 27% de la población elegible para votar.

Y este último dato nos acerca a la explicación de por qué Trump accedió a la Casa Blanca contra todo pronóstico.

Una de las primeras fotos tomadas al presidente, Donald Trump, al llegar a la Casa Blanca tras jugar golf en Virginia y los medios darlo como perdedor en los comicios. Foto: Getty Images.

En febrero del 2009, coincidiendo con una grave crisis económica en Estados Unidos, surgió dentro de las filas republicanas el llamado Tea Party, como un subgrupo extremista que lanzaba entre otros mensajes el odio al inmigrante y la preocupación ante la pérdida de espacios de la “mayoría blanca”. El movimiento llegó a contar con una representación congresional importante.

No obstante, esta secta política no logró articular una plataforma coherente para atraer apoyo a escalada nacional, ni identificó a un líder que los nucleara, pero que sobre todo que estuviera dispuesto a dejar de ser “políticamente correcto” y abandonara la fórmula tradicional de acceder al poder tratando de cortejar a todos y cada uno de los grupos poblacionales del país.

La aplicación de los preceptos neoliberales en la economía estadounidense desde los años 90, si bien fue más limitada que la receta que Estados Unidos vendió e impuso a terceros, con el tiempo generó impactos importantes en sectores productivos tradicionales internos como  acero y automóviles, confecciones textiles, cierta agricultura y combustibles fósiles, entre otros, cuales migraron sus capitales hacia regiones geográficas donde existían mejores ventajas comparativas.

Si bien a nivel global la economía estadounidense prosperó, el mercado de valores creció y se percibió la creación de más riqueza en varios polos urbanos, se generaron zonas de pobreza en la geografía americana que se acercaron a las condiciones de ciertos países del Tercer Mundo. Esta situación perduró durante años y de paso se solapó con los costos económicos y sociales de la llamada guerra contra el Terrorismo, que en 20 años distrajo fondos federales por valor de 6 millones de millones de USD, que afectaron desde la seguridad social hasta la infraestructura del país y el acceso a la educación.

Estados Unidos se convirtió en un país todavía más desigual, pero esta vez el impacto no fue solo sobre las clases tradicionales más desfavorecidas, o de menores ingresos, sino que afectó a un por ciento no despreciable de la mayoría blanca masculina.

Estudiosos de la demografía y del censo estadounidense calculan esa masa entre un 30 a un 33% de la población total del país en la actualidad.

Para el 2016 este grupo era porcentualmente mayor que casi la totalidad de los grupos en que se dividen y estudian los segmentos de voto en Estados Unidos, sean afrodescendientes, latinos, mujeres, o agrupaciones religiosas.

El empresario y productor de reality shows[3] Donald Trump ajeno totalmente a la vida política tradicional se erigió en el representante de aquellos, de los “olvidados”, de los “no representados”. Apeló a la frase de la Nueva Derecha reaganista de los años 80 en cuanto a “hacer América (EE.UU.) grande de nuevo” y sobre todo tuvo la oportunidad de luchar contra una candidata demócrata con muchas vulnerabilidades.

Se han tejido diversas teorías sobre los propósitos de Donald Trump al presentarse a las elecciones del 2016, en el sentido de si su objetivo era realmente salir electo, o alcanzar una preeminencia nacional que le permitiera pasar los próximos cuatro años atacando una administración demócrata, aumentar sus capitales, promover la marca familiar y sobre todo distraer la atención de sus diversos problemas legales.

Aunque parezca evidente, cuando un candidato gana es porque el otro pierde. En este caso, al ser Hillary Clinton su oponente, Trump también pudo capitalizar el mensaje de atacar el “estado profundo” (en referencia a la burocracia tradicional) y “secar el pantano” (acabar con la corrupción en Washington DC) haciendo referencia a los grupos de poder establecidos, que no cambian de estatus con una u otra administración, bien representados por la imagen de la ex senadora por un estado donde no residía y esposa de un ex gobernador y ex presidente acosado por varios escándalos.

Sobre el bando demócrata también actuaron de forma negativa en aquella oportunidad otros factores: ya se venían acentuando subdivisiones internas a causa del surgimiento de nuevas tendencias, en particular hacia la izquierda, que no se veían representadas en la candidata electa en la convención, que no se movilizaron, ni movilizaron a otros a votar y que restaron apoyo al partido en las boletas ante el avance 33% de hombres blancos suburbanos resentidos por los cambios descritos, que ahora tenían un líder (supuesto o real) con mensajes (más que una plataforma) a los  cuales alinearse.

Cuando Trump participó por primera vez en los debates entre precandidatos republicanos, no tenía aún el favoritismo de partes del electorado, ni tampoco de los multimillonarios donantes que hacen la diferencia durante las elecciones. Esta realidad fue cambiando en la misma medida en que el hoy ex presidente les prometió a los acaudalados una fuerte reforma del sistema impositivo, que se hizo realidad poco después de su toma de posición durante el 2017 y que es una de sus principales cartas de presentación para la eventualidad de próximas contiendas.

Después de los comicios en los que perdió la reelección, Trump recaudó más de 200 millones de dólares, impulsado por sus afirmaciones infundadas de fraude electoral. Foto: Latinus

Después de los comicios en los que perdió la reelección, Trump recaudó más de 200 millones de dólares, impulsado por sus afirmaciones infundadas de fraude electoral. Foto: Latinus

Si se comprende y se puede construir una interpretación compartida sobre cómo Trump accedió al poder, entonces estaremos en mejores condiciones de responder a la pregunta de si el Trumpismo y Trump (o un heredero) podrán acceder al poder nuevamente.

Habrá que calcular cómo se relacionarán en el futuro la base electoral, los mensajes, el financiamiento, los candidatos y cómo funcionará la misma ecuación del lado demócrata, en caso de no surgir nuevas alternativas políticas.

Parte de la respuesta estará también en el desenvolvimiento del actual gobierno demócrata, en el éxito o no de sus propuestas, en la concesión de su agenda y en última instancia en el desarrollo de la economía.

Los demócratas en el poder deben ver reducir sus mayorías en ambas Cámaras del Congreso, según las tendencias históricas y no serán capaces de enfrentar todos los problemas sociales acumulados en poco tiempo, aunque inyecten en la circulación enormes cantidades de liquidez que hagan peligrar el valor de dólar de toda la estructura económica del país.

Por ahora algunos republicanos ya se han propuesto intentar construir un partido 2.0, habrá que esperar si nuevas generaciones de demócratas se nuclean en un propósito similar.

Notas:
[1] Es el juicio político que se realiza en el Congreso para intentar destituir a un presidente u otro funcionario de alto nivel. Los cargos son presentados ante la Cámara de Representantes y, en caso de ser aprobados, el Senado actúa como tribunal bajo la presidencia del Jefe de la Corte Suprema y para que prospere se requiere del voto afirmativo de dos tercios de los senadores presentes. Es un mecanismo que se puede utilizar a nivel federal o estadual. Donald Trump es el único presidente que fue cometido a tal proceso en dos ocasiones.
[2] Government Old Party, como se denomina comunmente al Partido Republicano
[3] Término que se utiliza en referencia a programas de televisión que siguen la rutina diaria de familias o personalidades, sin estar basados en libretos complejos u obras literarias, que utilizan y promueven mensajes poco elaborados y sustituyen la educación o información por el entretenimiento.

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  • Omar Fernandez dijo:

    Excelente analisis... en mi modesta opinion, el trumpismo paso sus quince minutos de gloria, que no fueron quince, sino muchos mas, por cierto. Pero no creo que existan, al menos en el periodo mas cercano de una nueva contienda electoral, las condiciones para que resurja y logre asentarse de nuevo en la presidencia de USA, ya sea con Trump u otra figura aupada por el. Debieran darse muchos factores, como la perdida de fuerza de la izquierda democrata o errores garrafales en el plano interno de la actual administracion. Y con el revival del keynesianismo a lo Biden, no creo que el mensaje falsamente antiestablishment de Trump vuelva a calar en la sociedad estadounidense al punto de otorgarle a el o a su alter ego la posibilidad de una nueva victoria electoral.

  • Podestá dijo:

    Sea demócrata o republicano considero irresponsable justificar ningún acercamiento con la potencia que nos bloquea y ocupa una parte de nuestro territorio.Partiendo de esa premisa,abrigar esperanzas de una aproximación entre las 2 administraciones sería engañarnos.

  • guillermo ramirez dijo:

    De acuerdo OMAR, pero Michael Moore el 29 de julio de 2016,contra todo pronostico, dio a Trump como ganador.......se repetira la historia???

    • Huascar dijo:

      La realidad es que el trumpismo arraigo en la sociedad norteamericana y los estropicios de la actual administración,lo volverán a traer en andas.

  • Cubana que reflexiona dijo:

    Sea Trump o Biden o cualquier personaje X el presidente de los EEUU para Cuba la situación no cambia no cambiará seguirá siendo la misma. Tenemos que concentrarnos en resolver nuestros problemas siempre pensando que el bloqueo estará en el peor o mejor de los escenarios. La única manera de vencer al bloqueo es dejando que el cubano cree abrir la mente para que el cubano haga lo que mejor ha sabido hacer crear soluciones en las peores situaciones, hay que dejar al cubano hacer esa va hacer la única solución.

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José Ramón Cabañas Rodríguez

José Ramón Cabañas Rodríguez

Director del Centro de Investigaciones de Política Internacional.

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