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La gran fuga

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La larga peripecia del Brexit llega a un momento decisivo pero no concluye. Los 11 meses por delante deparan, eso sí, momentos de elevada tensión al negociar las futuras relaciones en materia económico-comercial, la seguridad, y una miríada de detalles.

No faltarán desilusiones o patinazos en ese tiempo o después. Se deduce esta etapa de transición como la menos hosca de lo negativo en la ruptura entre el Reino Unido y la Unión Europea, pero se las trae, como diría mi vecino.

De inicio, se ve con zozobra cómo será la futura concordancia entre el que se va y quienes permanecen.  El premier Boris Johnson, anunció que desea una capacidad de acción superlativa. Como todo buen euroescéptico, considera que vivirán mejor sin ataduras  ni obligaciones, aunque ellos gozaron siempre de prerrogativas especiales dentro del pacto y fueron más exigentes con Bruselas que ningún otro de los 27.

No le apetecen las reglas de las cuales se divorcian pero desearían mantener las ventajas que se pierden tras la separación. Eso, parece, no es posible. Se habla de aplicar el modelo seguido por la UE con Canadá, (CETA), incluso con Noruega, pero tendrían que sujetarse, en el primer caso,  a normas por mínimas que sean. En el segundo, a casi todas las regulaciones comunitarias.

Esos dos países no son miembros del pacto integracionista europeo, pero suscribieron con ese grupo  tratados de libre comercio ventajosos. La eliminación de aranceles a gran cantidad de productos. Por ejemplo. Eso sí: en el vínculo canadiense, (más flexible que el noruego), Ottawa debe, de todos modos, observar regulaciones sanitarias, ambientalistas, con respecto al empleo, etc., fijadas por la UE.

Ese son sin ser, exime tanto a Canadá como a Noruega, de cumplir con cánones no siempre atractivos, al menos para aquellos que, como Gran Bretaña, consideran muy fuertes esas obligaciones. Posiblemente a ese enfoque se deba el que estén hablando ahora sobre libertad, como si hubieran estado sometidos a un vasallaje oneroso y extraño. Se sabe, sin embargo, que no en todos sus segmentos territoriales piensan igual.

Quedó evidenciado en el 2016 cuando Escocia (62%),  Irlanda del norte (56%), incluso la colonia de Gibraltar (98%), los ciudadanos votaron en favor de permanecer en lo que fue una comunidad económica en evolución –así se afirma- hacia objetivos comunes en muchas materias. También en la más reciente consulta al respecto, en general, y salvo deserciones por cansancio, miedo o inconformidad no tan bien encauzada, mantuvieron el deseo de quedarse dentro de los márgenes de una asociación no intachable pero con virtudes a tener en alta estima y sujeta a perfeccionarse.

De inconformidades de ese tenor parten la posible separación de Escocia,  y el reintegro del Ulster a la República de Irlanda, encaje este último que fue fuente de discordias, a repetirse si no trata con muchísima prudencia. Esas potenciales emancipaciones son capaces de crear desacuerdos, o concluir disminuyendo el área total, la población y peso del R.U.

Londres tiene por delante numerosos retos. Ante todo, congeniar el deseo del tan invocado  libre comercio con el  proteccionismo de Donald Trump. El hipotético enlace con Estados Unidos fue invocado por el presidente norteamericano como un  “fantástico” tratado. Lástima que despierta más temores que simpatías o salvaguarda.

De momento, y este es otro ángulo del asunto, se barajan por los conocedores los daños iniciales o en camino. Se calcula  en 169.800 millones de dólares los ya invertidos por el Reino en el plan de distanciamiento. En diciembre, el monto se estima aumentará con otros 170.000 milloncitos.

Siempre partiendo de análisis especializados, la economía británica es ya un 3% menor de lo posible si no hubiera emprendido esta aventura. Por ahora, también,  se cita el descenso en el crecimiento hasta la mitad (1%), de lo previsto (2%), pese a estar aún, casi por entero, al abrigo de la UE.

El pronóstico hacia delante es peor, pues se asegura que perderán entre el 4 y el 8% en los próximos años. En materia financiera se corren riesgos similares, pues según sea estable o seguro el devenir cercano, muchas instituciones pueden mudarse –ya se han trasladado- hacia la zona continental de Europa, abandonando la famosa city londinense, donde no todo cuanto circula, se obtiene o sale, es de forma proba.

Ex funcionarios que estuvieron dentro de ese engranaje o sus similares, aseguran que es el espacio donde se blanquea dinero procedente del narcotráfico, la trata de personas, y otros delitos. De ahí que la denominen la gran lavandería del Viejo Continente y aseguren que el peso de esas actividades influye sobremanera en la economía mundo.

A escala de sociedad perviven tantas divisiones como las existentes en los altos estratos políticos. Estos últimos siguen hablando como si hubieran estado subyugados por fuerzas ajenas a su voluntad.

El concepto lo trasladan a quienes están convencidos por igual de que la permanencia en el pacto integracionista fue mala, incluso si no tienen elementos para demostrarlo, y solo buscaron un enemigo aleatorio a quien culpar de problemas internos o malos manejos gubernamentales.

Siempre hubo detractores del ingreso o la permanencia en esta asociación. Unos –no solo en Gran Bretaña- debido al convencimiento de que pueden lograrlo mejor por sí solos, o debido a fobia ante las regulaciones que consideran demasiado estrictas o implican una pérdida de soberanía. No faltan consideraciones basadas en impedimentos a políticas particulares que transgreden principios y enfoques del pacto comunitario.

Hay sectores sociales que siempre vieron en esa asociación de intereses el predominio de beneficios para las capas altas, pero no para los menos provistos. Es la base para el acuñado término de “Europa del capital”.

Pese a esa definición de contenido más ideologizado, no se promovió desde esas filas ni la salida ni el término del convenio integracionista, dentro o fuera del renegado, en definitiva, nada menos que la segunda economía europea.

Fueron siempre los conservadores y entre ellos Margaret Thatcher con particular énfasis, quienes más promovieron lo que ha concluido haciéndose, a pesar de que el Reino Unido siempre tuvo algo especiales dispensas o reclamos, casi todos aceptados por Bruselas.

Las últimas se concedieron a David Cameron, promotor casi imprudente, pero culpable, del referéndum con el cual toma auge este dilema. Las motivaciones reales de cada bando y el por qué ganó la separación por estrecho registro, se conocerá en sus detalles totales algún día, pues existen teorías conspirativas indicando manipulación de la voluntad ciudadana.

La Unión Europea pierde en la suma del PIB común, (un 15%) y 55 millones de habitantes. También uno de los ejércitos mejor dotados, y capacidad nuclear (queda con esa condición solo Francia). Eso implica menos posibilidades para darle vida a un sistema defensivo netamente europeo, quizás una deseable emancipación militar futura. Pierde, además,  y esto es de enorme importancia, fe en sí misma. No se verá  con tantas probabilidades y buena fortuna, reparar lo defectuoso o malo. Se amplificará la visión negativa sobre lo susceptible de cambio ventajoso.

El prófugo, aparte de lo citado económica y financieramente, no estará respaldado en lo adelante por un bloque de naciones que otorgan fuerza y validez en diferentes situaciones de esta enrarecida etapa de la humanidad.

A priori –queda mucho por ocurrir y expresar- las dos partes quedan lesionadas (la individual más que la colectiva). Luego no es posible hablar de ganadores ni de éxito, pese a que en ese marco estén reduciendo un suceso extraordinario. Ya se sabrá si para ventura o desdicha.

Se han publicado 2 comentarios



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  • Lujan dijo:

    Excelente análisis. Y sí; son ellos los conservadores de ayer, de hoy y de siempre...

  • nany dijo:

    Excelente comentario muy bien documentado y esclarecedor sobre el Brexit y el desenlace entre el Reino Unido y la Unión Europea

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Elsa Claro

Elsa Claro

Periodista cubana especializada en temas internacionales.

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