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La hora de reprimir a los últimos que quedan en pie: Gobierno de facto en Bolivia

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Agentes recorren la ciudad de La Paz tomando fotos para identificar quién es un líder, quién graba las protestas y quién registra la represión. Foto: Wyatt Reed/The Gray Zone.

Una brutal junta militar que le arrebató el poder al presidente boliviano democráticamente electo, Evo Morales, reprime violentamente la sublevación liderada por la clase trabajadora y los indígenas, y el país cae rápidamente bajo su control.

Soldados con uniforme militar merodean por las calles e imponen una serie de controles viales alrededor de la sede de gobierno. Cualquiera que ahora sea considerado contrario al statu quo se expone a ser arrestado por cargos de sedición o terrorismo. Periodistas disidentes y simpatizantes de Morales se han visto obligados a esconderse y salen de sus hogares solo cuando es necesario.

“Es una dictadura fascista, no hay forma de ocultarlo”, dice Federico Koba, un periodista de izquierda que me pidió que no usara su nombre real por temor a ser arrestado. “Hay agentes paramilitares que recorren la ciudad tomando fotos e identificando quién es quién. Quién es un líder, quién graba las protestas, quién registra la represión”.

Me reuní con Koba, un activista y periodista del sitio de noticias de izquierda, La Resistencia Bolivia, la noche del 24 de noviembre. Inicialmente había planeado reunirme con su compañero de trabajo, quien me pidió que me refiriera a él por el seudónimo de Carlos Mujica porque también temía ser encarcelado por su activismo.

Pero el día de nuestra entrevista, Mujica nunca apareció. Mantenía un perfil bajo y la policía había allanado y saqueado su casa la noche anterior al golpe.

Horas más tarde, recibí un breve mensaje suyo: “Hermano, no puedo hablar en este momento. Estoy en la cárcel”.

Los amigos de Mujica fueron a todas las cárceles de la ciudad a buscarlo, pero no lo encontraron por ningún lado. Al día siguiente, fue liberado después de una intensa sesión de interrogatorio en un lugar clandestino. Inmediatamente se escondió y desconectó por completo de las redes sociales, las que sus compañeros ahora creen han sido intervenidas por el gobierno golpista.

El ambiente era sombrío cuando me reuní con Koba y algunos de sus colegas. “Sabemos con certeza que estamos en una lista, la hemos visto y lo que le hicieron a Carlos lo confirma”, me dijo un miembro de La Resistencia.

Después de la entrevista con Koba, rechazó mi sugerencia de ir a tomarnos una cerveza.

“Quizás algún día, después que todo esto haya terminado, podamos hacer eso”, dijo. Así que en vez de eso anduvimos en auto bajo el manto de la oscuridad, repitiendo rutas y tomando curvas frecuentes para asegurarnos que no nos siguieran.

“Ese camión podría pertenecer a la policía o a los paramilitares”, comentó, mientras dábamos la vuelta a una rotonda varias veces para permitirle pasar.

“No se disparó un sólo tiro”

Manifestantes indígenas llevan ataúdes de sus muertos en La Paz. Foto: Wyatt Reed/The Gray Zone.

Desde que el país fue tomado por las élites terratenientes de extrema derecha, prácticamente todos los bolivianos de izquierda con un perfil público comenzaron a sentir la coacción. Incluso quienes recién incursionan en política tienen las cicatrices de la represión.

Minutos después de conocer a otro colega boliviano, quien había tomado una cámara por primera vez unas semanas antes, cuando comenzó el golpe, se subió la pierna del pantalón para mostrarme la herida que había sufrido el día anterior. Le dispararon con una bala de goma mientras documentaba la ofensiva militar contra los residentes de El Alto.

Soldados rodean la planta de gas de Senkata después de un violento asalto a manifestantes indígenas. Foto: Wyatt Reed/The Gray Zone.

Días después del golpe que envió a Morales al exilio, los residentes de la ciudad en su mayoría indígena y de clase trabajadora de El Alto, rodearon la planta de gas llamada Senkata, cortándole su principal fuente de gas a la cercana capital boliviana de La Paz. En respuesta, las mismas fuerzas militares y policiales que habían conspirado con paramilitares fascistas para forzar a Morales a dejar el cargo, desataron una brutal ola de violencia contra los manifestantes en gran medida desarmados.

Llegué justo después de lo peor de la masacre. Los “terroristas”, como la junta militar y la prensa bolivianas han denominado a las patrullas auto organizadas y mayoritariamente desarmadas de jóvenes y madres indígenas, fueron decididamente menos violentos de lo que cabría esperar. En lugar de las armas y la dinamita que los bolivianos que apoyaron el golpe de estado insisten que tienen en su poder, solo vi teléfonos celulares y polleras, los vestidos tradicionales que usan muchas de las mujeres indígenas de Bolivia.

Pero eso sirvió de poco para evitar que fueran acribillados en el transcurso de varias horas. Si bien la cifra oficial de muertos por la masacre de Senkata de momento es nueve, una procesión aparentemente interminable de familiares de las víctimas le dijo a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA que el número real era ciertamente más alto: hasta veinticinco muertes.

Sus desgarradores testimonios pintaron una imagen de soldados desquiciados disparando al azar desde helicópteros y puestos de francotiradores. Las madres sollozaban mientras mostraban fotos de sus hijos. Muchos habían sido abatidos a tiros cuando iban o venían del trabajo; muchos más simplemente habían desaparecido. Casi una semana después, sus familias comienzan a suponer que fueron asesinados por soldados que posteriormente ocultaron los cuerpos para reducir el número oficial de víctimas.

Sobrevivientes y testigos de la letal represión de la junta testifican ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en La Paz. Foto: Wyatt Reed/The Gray Zone.

Pero la junta militar ahora en control discrepa. El ministro del Interior Arturo Murillo ha insistido públicamente que “no se disparó un sólo tiro”.

Fue un relato repetido por el doctor en jefe del Centro de Trauma Hospital Corazón de Jesús. Me permitió entrar a la clínica solo después de que un equipo de cinco enfermeras había limpiado las pozas de sangre del suelo. El doctor insistió después en que solo dos de las víctimas podían ser confirmadas como víctimas de disparos, y que sus heridas eran consistentes con un arma calibre .22. En sus palabras, “armas no militares”.

Cómo alguien sin entrenamiento como patólogo forense podría llegar a tal conclusión es desconcertante, pero lo que se sabe hoy en Bolivia es que cualquier profesional médico que contradiga la narrativa oficial corre el riesgo de ser criminalizado.

Después de que un video de un profesional médico llorando en Senkata y denunciando cómo la horrorosa violencia se volvió viral, éste fue arrestado solo unos días después que el régimen boliviano lo acusara de ser un “doctor falso”.

Un laboratorio para la guerra informativa de posverdad de la junta

Protestando la represión de los medios de izquierda y las nuevas leyes de sedición. Foto: Wyatt Reed/The Gray Zone.

La ira del gobierno de la junta de Áñez se extiende hacia toda la izquierda boliviana. Prácticamente cualquiera que represente un desafío percibido al statu quo puede ser blanco de cargos fabricados de “sedición” o “terrorismo”.

Como explicó Koba durante nuestro viaje clandestino nocturno, “están tratando de reprimir no solo a los manifestantes que marchan, sino a cualquiera que diga algo diferente de lo que el gobierno dice que está sucediendo. Así que están reprimiendo a cualquier medio de comunicación que intente mostrar la represión y los asesinatos, las muertes, y mostrar la evidencia, mostrar las protestas y las marchas. Todo lo que está en contra del golpe está siendo reprimido y está siendo atacado”.

Y continuó: “Muchos medios de comunicación pequeños y medianos han sido cerrados o se han visto obligados a no mostrar lo que está sucediendo, y a otros se les ha pagado para mostrar lo que les dicen. Por lo tanto, es una situación muy grave en el ámbito de la libertad de expresión, no solo en el ámbito de los derechos humanos, porque, como creo que el mundo ha visto, estos tipos no se han controlado en el uso de toda la fuerza a su disposición”.

El prestigio y la prominencia no son garantías de protección bajo el gobierno de la junta. Incluso el periodista cinco veces ganador del Emmy, Carlos Montero, y Juan Manuel Karg, fueron expulsados ​​del país después que una senadora fanáticamente derechista los calificó de “comunistas e insufribles” que estaban metiendo “su nariz sucia” en Bolivia.

La policía incluso lanzó gas lacrimógeno a la cara a una reportera de Al-Jazeera que transmitía desde la Plaza Murillo en La Paz mientras intentaba entregar su informe.

Y Telesur, uno de los últimos canales de noticias restantes en darles una voz a los opositores del gobierno golpista, sufrió la expulsión de numerosos corresponsales del país por acusaciones de “sedición” antes que la estación fuera oficialmente retirada del aire el 21 de noviembre.

Pero la represión de los medios internacionales ha palidecido en comparación con la represión de derecha a los medios locales bolivianos. A los pocos días del golpe, el director de la radio de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (Csutcb), José Aramayo, un aliado de Morales, fue encadenado a un árbol mientras los paramilitares sacaban a su personal de su oficina.

Como explicó Koba, los medios de comunicación bolivianos ahora se enfrentan a una elección: o aceptas un soborno o tu vida se volverá extremadamente difícil. En este ambiente, los puntos de vista contrarios son prácticamente inexistentes en la televisión boliviana, que ahora emite anuncios de servicio público que advierten que Evo Morales está tratando de matar de hambre a la audiencia.

“Estamos virtualmente  solos mostrando lo que está sucediendo”, dijo Koba sobre el grupo de reporteros de izquierda amenazados que permanece activo en Bolivia. “Los medios tradicionales solo muestran lo que no pueden ocultar. Pero, por supuesto, niegan la evidencia. Dicen que fueron montajes, que los cocaleros y las personas de El Alto se están matando.”

“Todo está al revés”

En la realidad “posverdad” de Alicia en el País de las Maravillas impuesta por la junta, dijo, “Los progresistas son los fascistas. ¡Dicen que somos los fascistas! Dicen que somos los violentos, que somos los terroristas. Dicen que nosotros somos los que llevamos a cabo el golpe hace mucho tiempo con este presunto fraude, este supuesto fraude”.

Mientras que algunos progresistas dispersos en el Congreso de los Estados Unidos han manifestado su condena al golpe, el daño ya está hecho y el complot ha se ha llevado a cabo.

Los demagogos de extrema derecha que expulsaron a Morales han consolidado el control y, como dice Koba, “trataron de poner todo al revés para que el “fraude electoral” fuera un golpe de estado, y el golpe fuera un retorno a la democracia; las fuerzas paramilitares son fuerzas pacificadoras; los fascistas son los demócratas”.

“Todo”, dice, “está al revés”.

Bolivia se ha convertido en “un gran laboratorio de la posverdad y de los golpes de estado del siglo 21 que utilizan todo lo que han recabado de sus experiencias en Nicaragua y Venezuela, hasta Honduras… Brasil y Argentina”, dijo Koba.

En el 2008, “intentaron dar un golpe aquí, y no tuvieron éxito, pero aprendieron de sus errores… Éste ha sido un laboratorio para usar todas sus armas: la posverdad, los paramilitares, los movimientos civiles financiados por ONGs, y organizaciones fascistas extranjeras”.

Ahora, advierte Koba, “cualquiera que diga que éste no es un gobierno de transición es acusado de fomentar la sedición. Y todo es sedición. Publicar en las redes sociales es sedición, hablar de la represión violenta es sedición, decir lo que piensas sedición”.

Según Koba, “Lo único que no han podido hacer es convencer a la comunidad internacional que se trata de una transición democrática. Por supuesto, eso es lo único que tenemos a nuestro favor, que la comunidad internacional ha visto la represión, ha visto todas las violaciones a los derechos humanos”.

Mientras Bolivia regresa a los días oscuros de gobierno de facto por una junta militar despiadada y respaldada por Estados Unidos, la voz de Koba es una de las pocas que aún se atreven a protestar.

Tras una discusión larga y aleccionadora, regresamos al centro de La Paz. Le di la mano y le deseé lo mejor, sin saber cuándo, o si es que, volvería a verlo.

Un control vial en La Paz operado por soldados. Foto: Wyatt Reed/The Gray Zone.

(Tomado de The Gray Zone)

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  • Ruperpatrás dijo:

    Las salvajes garras imperiales agarrando el control del litio y apagando un ejemplo de alternativa próspera al neoliberalismo que promueven. Evo resultó poco previsor, pero igual la historia le dio la posibilidad de haber sido mártir.

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