Otra mirada... Del Escambray a la Sierra
Los viejos de antes dicen que a un caserío de las lomas llegó un negro, humilde, sin más posesión que sí mismo y brujero de oficio. Venía a calmar la angustia de los hombres después de las comidas pues, aunque sentían el estómago repleto, la boca se quejaba de no aguantar los sabores.
Se apareció en casa de Obtimio Cuesta y allí comió y se hartó, y al oír el lamento del guajiro y su mujer se quebró dos falanges. Y mientras hundía los pies en la tierra del patio su cuerpo se volvió un tronco fino, erguido y leñoso, al tiempo que los pedacitos de dedo que estaban guindando del pellejo se hicieron verdes.
Antes de terminar de convertirse en mata dijo que cuando madurara el grano, le quitaran la cáscara, lo pusieran a secar, lo tostaran hasta que se volviera color cucaracha, lo hicieran polvo, lo pasaran por un colador junto con agua hirviendo y lo tomaran como medicina, después de comer, para tranquilizar el gusto. Al día siguiente, el negro no se veía por todo aquello, solo quedaba la mata y la experiencia fantástica que pudieron explicar a los compadres como la visita de un cagüeiro.
El cuento se fue por los caminos del Escambray a la Sierra, donde el ciclo del café determina amaneceres y ocasos. Hervir la infusión es una acción cotidiana que engrosa una de las tradiciones culturales definitorias en la vida del hombre rural, más allá del efecto placebo y el desayuno. Es un ritual que condensa una actividad productiva de carácter doméstico donde se afirma el poder silencioso y adictivo del espíritu de la semilla y repta en la conciencia del montañés.
Visto de este modo, las cualidades animistas del café, la liturgia de su adoración, lo convierten en una deidad antigua y modesta que no se sabe omnipresente, pero sí venerada por los humildes sacerdotes para que no desmaye y otorgue los beneficios de antaño. Se escurre de las manos del guajiro canoso en su prisión de monte fresco, y burlón hechiza a los imberbes para asegurar futuros devotos. Así, abre, cierra alientos y atestigua, discretamente en su rinconcito adorado y perfumado de la cocina, dimensiones complejas de esta realidad.
Una amargura con otra suavizan el drama de un contexto paradójico de magia y olvido, que divide muy radicalmente el mundo de los sueños, infinitudes y aparecidos con lo inmediato y tangible.
Así, los fragmentos de algunos microrrelatos de este entorno se metaforizan en escenas de la vida y el surgimiento de un concepto estético desde la composición y la eventualidad, como se puede apreciar en una muestra del ensayo fotográfico Del Escambray a la Sierra.
La dinámica surgida de ambientes y figuras individualizadas ofrece una visión que confirma el interés antropológico del arte posterior a la década de 1990. Con esta muestra, el fotógrafo Alcides D. Portal Alfonso, explora temas tradicionales en las artes visuales cubanas, pero aristas poco exploradas de la fe de estos cubanos del siglo XXI.
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Excelente propuesta. Podrian compartir el sitio donde se muestra, por favor.
Los fotógrafos, son poetas de la imagen. “Escribir” historias visuales a través de situaciones captadas con tan alta sensibilidad y profesionalismo, es admirable y difícil. Agradecida, Alcides D Portal Alfonso.
Gracias!
Muy buenas fotos. Felicitaciones.
Una imagen vale más que mil palabras, se puede decir. Magníficas obras. Muchas felicidades!
La vida de los montañeses siempre tiene mucho de dureza. Más que en otros lugares, excepto quizás la cienaga. Ahora, eso si...ese contacto con la naturaleza...
Excelentes fotografías! Un manejo de las luces y sombras envidiable.... el tema del guajiro, la dureza de la vida de montaña, es una materia prima inagotable.... Gracias por compartir!