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¿Qué fue para usted?

En este artículo: Al Gore, Estados Unidos, George W. Bush
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Publicado el martes 13 de diciembre de 2005, en The Guardian
Traducción: Cubadebate

Por estos días se cumplieron cinco años del momento en que Al Gore llamó por teléfono a George Bush para admitir oficialmente su derrota en las elecciones presidenciales.  Desde entonces, Estados Unidos ha sufrido los peores ataques terroristas de su historia, ha estado involucrado en una desastrosa guerra internacional, y no ha dado la respuesta adecuada  ante los daños causados por una catástrofe natural.  Entonces, ¿cuál es el legado de Bush después de media década? ¿Es él acaso un maquiavélico inmisericorde o una torpe marioneta? ¿Un ferviente idealista o un cínico oportunista?  ¿Un desastre o una mera desilusión?

En este artículo, seis destacados comentaristas estadounidenses -de izquierda y de derecha- dan a conocer sus veredictos.

JACOB WEISBERG

Es menos probable que a George Bush se le recuerde como a un desastroso presidente de los Estados Unidos que como a un presidente en última instancia insignificante.  A pesar de su ambición de  reestructurar la política y la sociedad estadounidenses al estilo de un Reagan o una Thatcher, Bush ha presidido un período de propósitos nacionales y económicos  muy parecido al reinado poco memorable de su padre.

El objetivo principal de la presidencia de Bush era transformar al electorado estadounidense mediante la creación de una mayoría Republicana perdurable.  Karl Rove, el archirecto de la carrera política de Bush en Texas y en Washington, ha puesto de manifiesto la analogía que yace implícita entre sus propias  funciones y las del legendario jefe político de fines del siglo Mark Hanna, quien trabajó para el Presidente William McKinley en el decenio de 1890.

Hanna era el cerebro político de McKinley de la misma forma en que Rove lo es para Bush.  McKinley era un ex congresista afable, no muy brillante, cuando Hanna lo ayudó a elegirse como gobernador de Ohio.  En 1896, Hanna recaudó una cantidad de dinero sin precedentes, y llevó a cabo una campaña implacable y sofisticada que hizo que McKinley entrara en la Casa Blanca.  Pudiéramos continuar estableciendo esta analogía.  McKinley gobernó de forma negligente, a favor de los intereses de las grandes compañías, y se lanzó a la guerra sobre la evidencia poco sólida de que España había hecho explotar el USS Maine.

La clave del éxito de McKinley fue la alianza que Hanna forjó entre los acaudalados industrialistas, entre los cuáles se contaba él mismo, que  proporcionaban el dinero, y los trabajadores, que proporcionaban los votos.  En el caso de Bush, los ricos proporcionan una vez más  el dinero, y los conservadores religiosos proporcionan los votos.  Los ricos han sido recompensados con recortes presupuestarios, los evangélicos con políticas conservadoras de línea dura sobre el aborto, los derechos de los homosexuales y la oración religiosa en las escuelas.  La reelección de Bush el pasado año parecía reivindicar la estrategia seguida por él y por Rove de intentar conducir al país hacia la derecha.  Si bien no llegó a ser una avalancha, a diferencia del año 2000, Bush sí ganó gracias al auténtico apoyo popular motivado por sus políticas.

Pero un año después, esa victoria durante la reelección parece una aberración, mucho mejor explicada por factores tales como una débil oposición Demócrata que por cualquier otro cambio radical en la política de los Estados Unidos.  A menos de un año del comienzo del segundo mandato de Bush,  su nivel de aceptación ha caído a menos del  40 por ciento, lo cual lo acerca al punto más bajo de cualquier presidente de la era moderna en un momento dado de su mandato.  Esto ha ocurrido en un momento en el que  la economía de los Estados Unidos, que en términos generales constituye un pronóstico confiable de la popularidad presidencial, ha continuado fortaleciéndose, olvidando las políticas fiscales irresponsables de Bush e ignorando los temas relacionados con la competitividad global en torno a los sistemas de educación y salud de los Estados Unidos.

Muchas cosas le han salido mal a Bush, principalmente todo cuanto  ha acontecido en Irak desde que declaró la "Misión Cumplida" en la primavera del año 2003, pero el problema subyacente es su relación con  el electorado derechista que lo eligió.  La deuda contraída por Bush con sus grandes contribuyentes y con los conservadores religiosos, le han cerrado el paso y lo han hecho enfrentarse al consenso nacional respecto de una serie de temas.  A Bush le ha sido imposible satisfacer a la base conservadora y militante y al electorado eternamente moderado de los Estados Unidos.

El Presidente nunca ha comprendido la excelente forma en la que Ronald Reagan abordaba este conflicto.  Reagan pudo apaciguar a la derecha religiosa con la retórica, sin tener que realmente imponer por la fuerza cambios retrógrados a temas sociales divisivos.  Reagan también aplacó a los conservadores desafiando el crecimiento del sector público.  Este es un tema al cual Bush le ha restado importancia; ha preferido permitir el incremento de los gastos y déficits federales.

Ya sea porque es menos hábil o porque realmente cree en lo que dice, Bush parece ser capaz de apaciguar a su base evangélica conservadora solamente accediendo a cumplir todos sus deseos.  Ha sucumbido ante los conservadores en temas tales como las investigaciones de las células madre, la privatización de las pensiones, y la enseñanza  de un "diseño inteligente" en las escuelas.  Con su más reciente nombramiento al Tribunal Supremo, Bush ha hecho aún más concesiones, creando al menos la apariencia  de que está tratando de conseguir los votos suficientes para eliminar la protección constitucional de los derechos al aborto.

Por medio de tales opciones, Bush empuja a su cada vez más atribulado gobierno un poco más hacia la derecha -una posición desde la cual su partido no puede ganar las futuras elecciones.  Poseído de la noción de que  había ganado un mandato para un cambio radical y de que había consagrado a una nueva mayoría gobernante, Bush perdió de vista la eterna moderación del electorado estadounidense.  Ahora, incluso los más acérrimos  conservadores que se enfrentan a una reelección el próximo año, evitan cualquier asociación con Bush debido a su impopularidad.

En lo que respecta a las relaciones entre los Estados Unidos y el resto del mundo, la reparación de los daños causados por Bush pudiera demorar mucho más tiempo, pero es poco probable que su influencia histórica dure mucho más.  Bush le legará a nuestro próximo presidente  los remanentes de un empantanamiento  negligentemente planificado en Irak, sin ningún enfoque coherente respecto de la política exterior o la economía internacional por parte de los Estados Unidos.

• Jacob Weisberg es el editor de "Slate.com" y el autor  de la serie "Bushismos".
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KATHLEEN PARKER

El matrimonio entre el Presidente George Bush y su base es igual que cualquier otro -cargado de tensiones e imperfecciones.  Tanto es así que para poder valorar su popularidad entre aquellos que lo trajeron al partido, es necesario pensar en términos del drama más infame del Teatro Ford: "Aparte del incidente, Sra. Lincoln, ¿le gustó la obra?".

Aparte del "irritante" enfoque de Bush al déficit de gastos, siguiendo el estilo de Scarlett O'Hara ("Pensaré en eso mañana"), una política migratoria que amenaza con convertir  a los Estados Unidos en una piñata privada para el presidente mexicano Vicente Fox, y una confusa relación con la derecha religiosa que ha hecho que incluso los católicos se acerquen dando tumbos a la platea alta…aún tiene para sí a todo el foso de la orquesta.

Aquellos que más desean darle su aprobación en los temas nacionales, tienden a ser los que piensan que es fundamental que un presidente Republicano restaure a los conservadores en los tribunales federales, o quienes piensan que la guerra en Irak tiene una importancia fundamental, o quienes piensan ambas cosas.  Y aún hay muchos que así piensan.  Esos son los que, a pesar de compartir el asombro de todos al ver que la guerra se ha prolongado a expensas de un mayor costo en vidas y en dinero que lo que muchos esperaban, tienden a ver la guerra en Irak como parte de una segunda guerra mundial:  no sólo como una escaramuza por el petróleo  o un ejercicio para vengar a papi, sino con un enfoque sistémico a un problema duradero, un teatro en una guerra mayor en contra de un fascismo nuevo y violento.

Sin embargo, sus políticas nacionales han sido diversas -de modo tal que  el partido conservador tiene opiniones divididas respecto de una cuestión central: ¿qué significa ser un "conservador"?  ¿Se trata acaso de proteger una vida que aún no ha nacido o de no involucrar al gobierno en las decisiones personales? ¿Se trata de preservar a "Dios" en el Juramento de la Bandera o de estar libre de toda creencia? ¿Acaso el conservadurismo significa controlar los apetitos del gobierno, incluso a expensas de las libertades civiles?

Es por ello que la contradicción y la paradoja se han convertido en una pareja inseparable de la pernoctación del Partido Republicano durante los últimos cinco años.  Una gran parte de la confusión emana de la decisión original de Bush -con la aprobación del Congreso, nos sentimos obligados a destacarlo- de invadir a Irak.  Es difícil defender al conservadurismo fiscal cuando se está aprobando el lanzamiento de una guerra.  Es difícil mantener una estructura gubernamental pequeña cuando el mandato para evitar un nuevo 11 de septiembre trae como resultado la creación de una nueva y gigantesca burocracia, como el Departamento de Seguridad de la Patria.

No se le puede echar toda la culpa de la guerra a los hábitos de gastos de Bush.  En opinión de los conservadores auténticos que votan a favor del Partido Republicano porque prefieren un gobierno limitado y bajas tasas de interés, el presidente gasta al estilo de un jornalero en tres días de borrachera.  El encarna la perspectiva futura de un hombre para quien el perfeccionismo no es  ni una falla ni una patología, sino un objetivo alcanzable.  Combínese esa perspectiva filosófica con el legado de que "el dinero no es un obstáculo" de un niño nacido en cuna de plata, y se verá a Bush en Nueva Orleans tras el paso del huracán Katrina, dejando de ser un mero conservador compasivo, convirtiéndose ahora en Su Majestad Comus, sentado a horcajadas en su carroza del Martes de Carnaval, lanzándoles monedas de oro a los desamparados y los hambrientos.

Bush disfruta  la distinción aún mayor de incrementar los gastos por encima de los niveles de su predecesor Demócrata mediante la aprobación del proyecto de ley relacionado con los medicamentos que se expenden en las farmacias -el mayor programa social desde la creación del Medicare en 1965.  Además, está su programa "Ningún niño quedará olvidado", en virtud del cual incrementó la participación del gobierno federal en la educación, más que en ninguna otra medida adoptada desde  el decenio de 1960.

Esto quiere decir que una gran parte de la base Republicana de Bush se siente traicionada -aún cuando parte de su dolor haya sido aliviado por los recientes informes sobre la existencia de una economía saludable, la creación de nuevos empleos, y el índice de desempleo más bajo en 20 años (5 por ciento en esta semana).  Los recortes presupuestarios tampoco causaron daño alguno.

Quizás el mayor error cometido por Bush haya sido su constante aliento a la inmigración ilegal, al tiempo que sus más fieles seguidores  desean fronteras seguras, y para quienes el programa de "trabajador invitado" propuesto por Bush es un eufemismo de la amnistía.  Su argumento de que  los "invitados" harán el trabajo que los estadounidenses no están dispuestos a hacer es visto como un insulto a los muchos ciudadanos que ya trabajan como meseros y limpian las habitaciones de los hoteles, y sugiere que ello tampoco  guarda relación alguna con el trabajador que la emprendió contra su padre por no saber dónde estaba el escáner en un mercado de víveres.

No nos sorprende el hecho de que la mayoría de sus más fieles seguidores sean conservadores sociales que aplaudan las designaciones de Bush para el tribunal -sin dudas este será su legado más duradero. Hacia finales de su segundo mandato, Bush habrá nombrado a más de la mitad  de los jueces de tribunales de apelación y de distrito de los Estados Unidos.  Asimismo, es muy probable que designe a algunos candidatos para que ocupen tres vacantes en el Tribunal Supremo, incluido el Presidente del Tribunal John Roberts, el Juez Samuel A. Alito Jr., y por lo menos otro más, posiblemente una persona que encaja en cualquier tipo de cargo, Viet Dinh, profesor de derecho de origen vietnamés graduado de Harvard y ex Vicefiscal General.

Sólo el Bob de Bagdad insistiría en que a Bush le ha ido de maravillas al concluir su primer mandato, pero sólo un pesimista negaría que la noche es joven aún.  Quizás los próximos tres años sean el tiempo suficiente para que Bush alcance un nivel de éxito aceptable en Irak, y esto tiene que ver más con la posibilidad de que se deje a los iraquíes al frente del país que con la derrota de los últimos insurgentes o terroristas.  Mientras tanto, el presidente ha logrado una gran parte de lo que ha prometido, desde la creación de tribunales conservadores hasta la imposición de políticas comerciales que a la larga beneficiarán a los pequeños negocios y al pueblo.  Aquellos que se han visto perturbados por su desempeño tienen que haber estado dormitando cuando se subió el telón en la segunda parte del Show de Bush.

• Kathleen Parker es una comentarista política  cuya columna semanal en el periódico Orlando Sentinel es publicada también por más  de 300 periódicos estadounidenses.

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HOWELL RAINES

En estos momentos, el legado político de George Bush parece estar definido por tres desastres diferentes: Irak en los asuntos internacionales, Katrina en el aspecto de bienestar social, y la influencia que ejercen las corporaciones sobre los impuestos, el presupuesto, y las decisiones regulatorias.  La consecuencia política más inmediata, sería evitar que otro Bush tonto entrara en la Casa Blanca.  Pero lo que la dinastía Bush le ha hecho a la ciencia de una campaña presidencial -los protocolos en virtud de los cuales los estadounidenses eligen a los presidentes en la era moderna - equivale a un legado político que pudiera acechar a la república durante muchos años.

Ahora tenemos que soportar a la tercera generación de los Bush, quienes han seguido la misma estrategia de los "implacables" Kennedy y la han ampliado hasta convertirla en un código consecuente de inmoralidad.  En sus campañas, los Kennedy utilizaron dinero, recurrieron a la manipulación de la imagen, al amiguismo, y, cuando era necesario, a los ataques personales contra dignos adversarios tales como Adlai Stevenson y Hubert Humphrey.  Pero también existía una sólida base de conocimientos y propósitos que apuntalaba el internacionalismo sofisticado de John Kennedy, su iniciativa del Medicare, su devoción tardía por la justicia racial, y el rechazo de Robert Kennedy contra el gangsterismo empresarial y sindical.  Al igual que Truman, Roosevelt, e incluso Lincoln, dos generaciones de Kennedy creyeron que, en aras del altruismo, era posible tolerar un cierto grado de argucia política.

A George Bush le antecedieron 4 generaciones de Bush y Walkers que se dedicaron, en primer lugar, a  utilizar las conexiones políticas para incrementar y proteger sus fortunas personales, y en segundo lugar a recurrir a cualquier tipo de medio para llegar al poder, no porque quisieran hacer el bien, sino porque son lo que en Estados Unidos se conoce como aristócratas hereditarios.  En resumen, Bush se encuentra en la cima de una pirámide de privilegios cuya historia e importancia social seguramente apenas alcanza a comprender, dada su animosidad en contra del pensamiento académico.

He aquí cuál es el panorama, tal y como lo describió el analista político Republicano Kevin Phillips en "American Dynasty".  Desde 1850, los Bush, por medio de una alianza con el clan Walker, considerado como mucho más inteligente,  construyeron una fortuna basada en las clásicas fundaciones creadas por capitalistas inescrupulosos de finales del siglo XIX en los Estados Unidos: vías férreas, acero, petróleo, operaciones bancarias de inversiones, armamentos y pertrechos de guerra en las guerras mundiales.  Tenían vínculos con las familias más ricas de la era industrial -los Rockefeller, los Harriman, los Brooking-. Sin embargo, nunca adoptaron la ética caritativa ni del servicio público que se desarrolló en aquellas familias.

Comenzando por la alianza entre el Senador Prescott Bush y Eisenhower, y continuando con la lealtad incondicional de su hijo George HW Bush a otros dos avezados políticos, el Presidente Nixon y el Presidente Reagan, la familia ha creado un principio fundamental para su desarrollo.  En una campaña habría de recurrirse a cualquier tipo de arreglo, no importa cuán carente de principios, así como a cualquier ataque contra el oponente, no importa cuán falso fuese, en tanto estos cumplan su objetivo.

El paradigma en su forma más pura vio la luz cuando el primer Presidente Bush, en 1980, renunció a su eterna convicción en los derechos al aborto a fin de poder postularse como vicepresidente de Reagan.  Su hijo superó las trivialidades del padre de consumir chicharrones de cerdo y escuchar música country.  Adoptó la misma agenda de los sureños reaccionarios  estadounidenses -para temas relacionados con el aborto, el control de armamentos, Dios- por un problema de conveniencia, y lo que más asusta es que la adoptó como un asunto de convicción.  Antes de los Bush, las consignas políticas de la derecha y de la izquierda estadounidenses incluían al menos un ápice de verdad respecto de la forma en que  un candidato presidencial debía gobernar. La promesa hecha por el mayor de los Bush  de unos Estados Unidos "más amables y gentiles" y el "conservadurismo compasivo" promovido por el más joven de ellos nos trajeron una consigna política que es pura desinformación.  Afirmaban el reclamo de que la noblesa obliga, lo cual no tenía absolutamente nada que ver con la historia de su familia.

No importa si Bush padre hacía el papel de alcahuete, o si Bush hijo rezaba, el trueque político subyacente era el mismo.  Los Bush creían que la plebe podía controlar las restricciones sociales y religiosas que emanaban de Washington, siempre y cuando Wall Street dijera qué estaba ocurriendo con el dinero del país.  El Partido Republicano, como institución nacional, ha apoyado este trueque.  Lo que aún no sabemos es si el Partido Republicano sin un Bush a la cabeza quedaría lo suficientemente maltrecho como para mantenerlo funcionando.  Los estadounidenses han adoptado una actitud ambivalente hacia sus aristócratas.  Han creído que la política sucia surgió con maquiavelos populistas como el gobernador de Louisiana, Huey Long, y el alcalde de Chicago, Richard Delay.  Los Bush, con guardaespaldas tales como Rove, Cheney, y Delay, han colocado esa expectativa nacional patas arriba.  Ahora nuestra anomalía política fluía irremisiblemente desde arriba.  Las próximas elecciones presidenciales serán para la nación una prueba de si la mácula de la táctica de los Bush pudiera sobrevivir a lo que probablemente sea el último Bush en ocupar la Mansión Ejecutiva.

En 1988, el primer presidente Bush obtuvo el poder dando una falsa imagen de su oponente y presentándolo como protector de violadores y asesinos.  En el año 2000, el actual presidente Bush aseguró la nominación acusando a John McCain de oponerse a las investigaciones del cáncer de mama.  Ganó en el año 2004 con toda una sarta de mentiras acerca del historial de guerra de John Kerry.

Con los líderes derechistas, los Estados Unidos pudieran detener el derramamiento de sangre en Irak, recobrar su posición a nivel mundial, impedir una crisis en la asistencia médica y el sistema de seguridad social, incluso ofrecer socorro para el desastre que afectó la costa del golfo.  Pero no se trata simplemente de mantener a los Bush y a sus seguidores, con sus conciencias cívicas dañadas, fuera de la Casa Blanca.  La próxima campaña presidencial nos demostrará si estos bellacos patricios han envenenado el pozo del sistema de la campaña presidencial.  Si así fuera, no habrá quien pueda predecir qué tipo de presidente tendremos.

• Howell Raines es el ex editor del diario The New York Times y el autor de una monografía que será publicada próximamente titulada The One That Got Away (El que logró escapar).

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KITTY KELLY

George Bush "renació" cuando el auge petrolero llegó a su fin en Midland, Texas.  En la primavera de 1984, la banca de la ciudad quebró, las fortunas se deshicieron, y aquellos que se habían convertido en millonarios de la noche a la mañana quedaron endeudados de por vida.  En un esfuerzo desesperado por rescatar vidas y restaurar la moral, los más veteranos dentro de la iglesia invitaron al evangelista Arthur Blessitt para que llevara a cabo este renacer.  Blessitt era conocido como el hombre que había  llevado a cuestas una cruz con Jesucristo crucificado que pesaba 96 libras a 60 países en 6 continentes.  Los residentes de Midland se concentraron a ambos lados de las calles durante el día para observar cómo  Blessitt llevaba a cuestas su cruz de 12 pies por toda la ciudad que otrora había disfrutado de tiempos de bonanza y que ahora estaba en quiebra.

Bush no quería asistir a este renacimiento, pero escuchaba las noticias.  Al segundo día, le pidió a un amigo que  le concertara una entrevista con el evangélico en una cafetería.  Bush le dijo a Blessitt lo siguiente: "Quiero hablarle acerca de cómo conocer a Jesucristo y cómo seguir sus pasos".

El evangélico le mencionó a George citas de San Marcos,  Juan Bautista y  San Lucas, quien le tomó las manos a estos dos hombres, se arrepintió de sus pecados, y proclamó a Jesucristo como su salvador.  "Fue un momento impresionante y glorioso", expresó Blessitt.  Más tarde, Blessitt escribió en su diario el 3 de abril de 1984:  "Un día bien fuerte - Conduje al hijo del Vicepresidente Bush hacia Jesús- ¡George Bush hijo!  Esto es algo grandioso. Gloria  a Dios…"

Esa conversación finalmente hizo que Bush dejara el tabaco, el alcohol y las drogas a la edad de 40 años, lo cual ilustra la sabiduría del filósofo y el psicólogo William James (el hermano mayor del escritor Henry), quien dijo:  "el único remedio radical que yo conozco para la dipsomanía es la religiomanía".

Desde que Bush llegó hasta Jesucristo, su religión ha gobernado su vida, y como presidente, sus políticas reflejan su furibunda religiosidad.  Tras sólo 48 horas de su inauguración como presidente, emitió una orden ejecutiva con el fin de suspender la ayuda oficial del gobierno de los Estados Unidos a grupos internacionales de planificación familiar que llevan a cabo abortos o brindan orientación acerca del aborto.  Asimismo, firmó un proyecto de ley que exigía que un feto que tuviera signos de vida tras un proceso abortivo fuese considerado una persona a los efectos de la ley federal.  Posteriormente firmó una ley prohibiendo el aborto mediante nacimiento parcial.  La medida, que había sido vetada en dos ocasiones por el Presidente Clinton, fue la restricción más significativa impuesta a los derechos al aborto en muchos años.  Los jueces federales en Nebraska, San Francisco y Nueva York fallaron que la ley era anticonstitucional, pero a Bush no le importó eso.  Había aplacado la cólera de su base evangélica para su reelección.

Al considerar que un feto era una persona, Bush se veía obligado a adoptar mano dura en contra de la entrega de fondos federales para las investigaciones de las células madre de los embriones -una decisión que obstaculizará las investigaciones científicas durante años.  La ex primera dama Nancy Reagan, cuyo esposo agonizaba con la enfermedad de Alzheimer, instó a Bush a que respaldara los estudios sobre las células madre.  El, en cambio,  limitó los fondos federales a sólo 60 líneas investigativas de células madre que ya existían.  Bush pensaba que su compromiso era la solución política perfecta, si bien no la solución moral.  Complació a la derecha religiosa mientras le daba algo a los moderados dentro de su partido, quienes deseaban que el gobierno federal promoviera y no obstaculizara las investigaciones sobre las enfermedades debilitantes.

Bush propuso varias enmiendas constitucionales a fin de apelar a los 30 millones de evangélicos que existen en los Estados Unidos, incluida la prohibición del matrimonio entre personas del mismo sexo.  Mediante una orden ejecutiva autorizó a los contratistas a hacer uso del favoritismo religioso en sus contrataciones.  Le solicitó al Congreso que autorizara a los grupos que reciben fondos federales a basar sus decisiones para las contrataciones en  la religión y la orientación sexual de los candidatos a los diferentes empleos.  El Reverendo Barry W.  Lynn, director ejecutivo de la organización "Americans United  for Separation of Church and State" (Estadounidenses unidos a favor de la separación entre la iglesia y el estado), dijo que el presidente había instituído la "discriminación en el empleo subsidiada por el contribuyente" al permitirle a los grupos financiados con el dinero de los contribuyentes que contrataran o despidieran a cualquier trabajador en dependencia de sus creencias religiosas.

Como presidente, Bush había cruzado la frontera constitucional que separaba a la iglesia del estado.  A sólo días después de haber tomado posesión, le entregó fondos federales  a varios grupos religiosos que brindaban servicios sociales. Su gobierno desembolsó más de $1 100 millones de dólares para grupos cristianos.  Ni los judíos ni los musulmanes recibieron fondos.  Con el tiempo, la iniciativa basada en la fe de "W" llegó a parecer una recompensa política a grupos eclesiásticos para que siguieran votando por el Partido Republicano.  Y esto funcionó.  En el año 2004, Bush fue reelecto por 3.4 millones de conservadores religiosos que, al igual que él, se oponen a la enseñanza de la teoría de la evolución en las escuelas, e insisten  en sustituir el "diseño inteligente" por una versión basada en Dios.

Desde Abraham Lincoln hasta Franklin Roosevelt, todos los presidentes han invocado a la providencia y han apelado a un poder superior, pero Bush realmente se ve a sí mismo como un mensajero divino.  "Confío en que Dios habla a través de mí", le dijo a una comunidad de Amish en Pennsylvania. "Sin eso no podría hacer mi trabajo".  Después del 11 de septiembre, le dijo a Richard Land, presidente de la Confederación Bautista Sureña, lo siguiente: "Yo creo que Dios quiere que yo sea Presidente".  Tras los ataques al World Trade Center, la revista Time reportó que el presidente dijo "haber sido elegido por obra y gracia de Dios  para dirigir en ese momento".

Con fervor mesiánico, Bush llevó el país a la guerra en Irak en contra de los "malhechores", y a pesar de las vidas perdidas y mutiladas, él, a diferencia de una creciente mayoría de estadounidenses, nunca ha cuestionado su política.  "Por supuesto que no", expresó durante los debates presidenciales.  "Fue la decisión correcta".

• Kitty Kelly es la autora del libro The Real Story of the Bush Dynasty (La historia real de la dinastía Bush).

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R. EMMETT TYRRELL Jr.

Con la baja popularidad en las encuestas, su impopular guerra, y su fallida política interna, George Bush se encuentra en un estado mucho más lamentable que el de uno de los anteriores presidentes, Harry S. Truman, cuando abandonó el gobierno en el año 1953.  En aquel entonces, el índice de aprobación de Truman ascendía al 23 por ciento, peor que el actual índice de Bush de un 38 por ciento.  Truman se había involucrado en una guerra que él consideraba era una extensión de la guerra en contra de la tiranía a la cual se había opuesto su predecesor, Franklin Roosevelt, y que Truman había concluido de forma exitosa.  En aquel momento también se hallaba enfrascado en la consolidación de la política del New Deal de Roosevelt, lo cual le granjeó un profundo resentimiento por parte del Viejo Orden que él y Roosevelt habían reemplazado, el orden de los Republicanos.

Si bien Truman era visto como un fracaso, ahora es considerado como uno de los presidentes "casi grandes".  Se había inspirado en los ideales altruistas del decenio de 1940, como también fue el caso de Roosevelt, quien avizoró la amenaza que representaba Hitler para nuestra civilización incluso antes que Winston Churchill.  Truman también era enemigo de las tiranías.  En el mes de marzo de 1947 dijo ante una sesión plenaria del Congreso lo siguiente: "Pienso que  la política de los Estados Unidos debe ser  la de apoyar a los pueblos libres que luchan contra los intentos de opresión de las minorías armadas o las presiones externas".

A esto se le llamó la Doctrina Truman. Hoy, con enmiendas menores, pudiera llamarse la Doctrina Bush.  Al igual que Truman, a Bush se le adjudicará  el fracaso o el éxito del resultado de este "apoyo a los pueblos libres".  Su política exterior es su mayor estratagema.

Sin embargo, no es su política exterior lo que explica su debilidad en las encuestas.  Con un índice aproximado de un 38 por ciento, está por debajo de su índice de aprobación natural que fluctúa entre un 45 y un 48 por ciento.  La erosión se ha producido en su  base conservadora.  Bush fue electo debido a la creciente disposición por parte de los conservadores de los Estados Unidos  a consolidar las políticas del primer presidente que ha hecho época desde Roosevelt -a saber, Ronald Reagan.  Así como  Roosevelt  dio inicio a la era del gran gobierno en los Estados Unidos en  1933,  Reagan dio inicio a la era de las alternativas al gobierno en 1981.  Bush llegó a la Casa Blanca pensando en dar continuidad al régimen de Reagan.  Ha ganado importantes victorias -por ejemplo, los recortes presupuestarios que han hecho que durante 10 trimestres consecutivos haya habido un crecimiento de casi el 4 por ciento en el PIB, con una baja tasa de desempleo y generalmente una baja tasa de inflación.  Bush dio continuidad a la política de Reagan de establecer el libre comercio a través del Acuerdo de Libre Comercio  con Centroamérica, aunque ocasionalmente  se ha apartado del libre comercio  por motivos de conveniencia política.  Con la exitosa nominación de John Roberts como presidente del Tribunal Supremo, y al menos con un juez conservador en camino, Bush ha continuado la tendencia hacia el conservadurismo en el sector judicial.

Sin embargo, su base conservadora considera que él no ha podido reducir los gastos.  No ha podido impulsar ciertos temas de una gran carga emotiva que de forma efímera exaltan las pasiones de cada uno de los grupos que componen la amalgama conservadora: piedad para los religiosos, desregulación para los conservadores económicos, atención a la inmigración para aquellos preocupados por la seguridad nacional.  Pero estos temas constituyen una distracción. El problema principal es que Bush tiene que abandonar la presidencia con una economía saludable, lo cual probablemente logre, estabilidad y algo parecido a un gobierno democrático en Irak, lo cual creo que está a punto de alcanzar, a diferencia de lo que piensan sus detractores.

Una cosa si es cierta.  Bush saldrá de la Casa Blanca y dejará a muchos estadounidenses enfurecidos con él, tantos como los que dejó Truman.  La mayoría de aquellos que estaban furiosos con Truman eran Republicanos pertenecientes al Viejo Orden, además de unos pocos conservadores Demócratas que también se sintieron enfurecidos.  Aquellos que se sienten furiosos con Bush pertenecen al actual Viejo Orden de los Estados Unidos -a saber, los Demócratas, que paulatinamente han estado perdiendo poder en toda la nación, y que ahora son fuertes fundamentalmente en los medios de comunicación y en las universidades.

Ellos odian a este presidente.  Se enorgullecen de su ira.  La intensidad de esta ira es algo peculiar.  Después de todo, la política interna de Bush no difiere mucho de la de Reagan  y su política exterior está muy acorde con la doctrina a la cual Truman le dio nombre y que Roosevelt habría aprobado sin lugar a dudas.  ¿Cómo pudiéramos explicar esta ira? Más que los principios o el interés personal,  la política está dominada por una necesidad psicológica.  En el caso de Bush, dicha necesidad es la de un Viejo Orden pasajero para tener enemigos.

• R. Emmett Tyrrell Jr. es fundador y redactor jefe de la publicación American Spectator.

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DEE DEE MYERS

George Bush está hablando nuevamente y  yo no tengo la más mínima idea de qué es lo que está diciendo.  No es que esté mutilando su sintaxis.  Eso es  normal.  Y si bien es tan gracioso como desconcertante, en general creo saber lo que él quiere decir (aunque debo confesar que quedé perpleja al escuchar la frase "cada vez más nuestras importaciones provienen del exterior").

Bush está hablando sobre Irak, lo cual siempre crea confusión en personas como nosotros  a quienes nos gustan que las palabras se correspondan con los hechos.  Está diciendo que "no aceptará ninguna otra cosa que no sea una victoria total".  Y me pregunto ¿qué diablos significa una victoria total? ¿Significa acaso que grandes cantidades de soldados estadounidenses permanecerán allí hasta que Irak sea una democracia plenamente funcional, con una economía dinámica y la voluntad política para  contribuir a expandir la libertad por todo el Medio Oriente?  Eso pudiera demorar aproximadamente 100 años.  ¿O es que acaso significa que nos quedaremos allí hasta tanto alistemos a los oficiales y efectivos policiales suficientes para poder decir seriamente que ellos pueden ocuparse de su propia seguridad? Eso pudiera significar una reducción significativa en el número de efectivos, en el momento oportuno para evitar una derrota total en las elecciones parciales del próximo año.  Simplemente no lo sé.

Pero este es un sentimiento que me es familiar.  Creo saber el significado de algo -hasta que lo escucho en boca de George Bush.

Mis problemas con las palabras de Bush comenzaron desde mucho antes.  Cuando se postuló para presidente en el año 200, Bush dijo ser un "conservador compasivo".  Creí que entendía el significado de compasión y de conservadurismo por separado, pero al unir ambos vocablos bien pudiera producirse una fusión en frío, un concepto que, debo confesar, no acierto a comprender.  Cinco años después, aún estoy tratando de darle vueltas al asunto.  Me imagino que la reducción de los impuestos sobre los ingresos, las propiedades y las ganancias capitales sean la parte compasiva, ya que estos recortes realmente han ayudado a los ricos, quienes pasaron tiempos muy difíciles durante los años del gobierno de Clinton.  O quizás esa sea la parte  conservadora, porque estoy absolutamente segura de que  el hecho de añadir 2.4 trillones de dólares a la deuda nacional no lo es.  Como tampoco lo es la extraordinaria ampliación del gobierno.  Bush dice no estar a favor de las "restricciones fiscales".  Pero durante su primer mandato los gastos federales se incrementaron en 616 400 millones de dólares -y no es que nadie esté llevando la cuenta, después del 9 de septiembre.  Evidentemente no estoy analizando este problema desde la perspectiva correcta.  Pero aún cuando yo no cuente las grandes sumas que se gastan en la defensa y en la seguridad interior, Bush sigue siendo el presidente  más derrochador en los últimos 30 años; solamente los gastos de carácter interno ascienden a más del 36 por ciento.  Está bien, quizás el Congreso tenga la culpa.  Aún cuando los Republicanos controlan esa plaza, no parecen haber recibido el mensaje acerca de las "restricciones fiscales"; aprobaron una cantidad  de 91 000 millones más en programas que Bush solicitó durante su primer mandato.  De seguro Bush luchó a brazo partido por diferirlos, y se negó a seguir adelante con sus medidas presupuestarias en extremo disparatadas. ¿O no? Porque él es el primer presidente desde John Quince Adams (1825-1829) que concluye todo un mandato sin  vetar un solo proyecto de ley.

"Unidor" es otra palabra que me causa problemas.  Bush dice que es uno de ellos.  Garantizado: hizo una campaña encaminada a dividir el país, ¿pero quién podría culpar a un hombre de querer ganar?  Mucho antes él había decidido que se olvidaría de la creación de un consenso amplio para su segundo mandato.  Ese tipo de discurso es para los afeminados como John Kerry.  Bush quería una victoria apretada, el 50 por ciento más uno -y eso fue lo que consiguió.  Pero después de las elecciones dijo que quería ser el presidente de todos,  incluso de los tontos que no votaron por él.  Y nos acogió simplemente para que cambiáramos de opinión y que todos pudiéramos estar de acuerdo.  Fue algo muy generoso de su parte.

Mi lista de palabras y conceptos que se prestan a confusión crece por día.  La palabra "competencia" está en la lista.  George Bush nos prometió que era el primer presidente Licenciado en Administración de Empresas, y que dirigiría la Casa Blanca con una eficiencia a toda prueba.  Y es muy reconfortante oírle decir que desde Irak hasta Nueva Orleáns, el gobierno está haciendo "un trabajo fenomenal".  Idem para la tortura.  El presidente dice  que Estados Unidos no tortura.  Vaya, qué alivio. Sin tan sólo pudiera yo encontrar una nueva palabra para describir lo que vi en Abu Grahib.  No nos olvidemos de la frase "política energética".  Estoy segura de que existe una buena razón por la cual los amigos que Bush tiene en las empresas petrolíferas han obtenido ganancias récord, mientras que los consumidores estadounidenses enloquecen ante los incrementos récord de los precios del petróleo.

Quisiera poder tener la capacidad que tiene Bush  para mandar a callar a todas esas voces que tengo en mi cabeza.  Quizás necesite imitar su mirada estrábica; sin dudas parece haber tenido el efecto deseado en las agencias de prensa.  Yo también quiero creer que el mundo es  en blanco y negro, que todos los problemas tienen soluciones simples, y que las dudas son para los débiles y los pusilánimes.  Yo también deseo ignorar la complejidad y reír ante hechos contradictorios.  Yo también deseo tener nuevamente 14 años.

• Dee Dee Myers es analista política, comentarista, y ex secretaria de prensa de la Casa Blanca durante el gobierno de Clinton.

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