Yo voy a mí
¿Qué más emoción se podía pedir? ¿Qué más entrega y derroche de coraje?. Cuba se estremeció toda la noche del miércoles con el espectacular triunfo de nuestro equipo nacional de béisbol en el Clásico Mundial.
Hubo gritos, saltos, vivas, palabrotas, banderas y mucha alegría. Los nuestros, a los que un periodista de la AFP llamó con desdén "la cenicienta" del grupo, ganaron el juego bueno contra un equipo puertorriqueño lleno de estrellas de Grandes Ligas, frente a una afición delirante de 20 000 boricuas y en contra incluso de un arbitraje que no tuvo su noche más feliz.
No pocos vaticinaron que Cuba no pasaría de la primera vuelta. Ningún especialista foráneo se arriesgó a predecir que la Mayor de las Antillas estaría entre las cuatro grandes en el más duro torneo beisbolero de la historia. Pero los jóvenes peloteros cubanos, con su garra y su talento, se encargaron de borrar crónicas anunciadas.
Nuestro equipo le brindó el mejor de los espectáculos al pueblo puertorriqueño, que tanto ansió verlos jugando y que con tanto cariño los trató durante todo el torneo. A San Juan fuimos con nuestro mejor equipo, en reciprocidad con todos los que lucharon porque Cuba, venciendo absurdos obstáculos políticos, estuviera en el Clásico. No nos faltó nadie. Ni un solo pelotero renunció al compromiso con su país, ninguno se escudó en contratos con clubes, nadie pidió millones.
Fui testigo de las duras y sudorosas sesiones de entrenamiento de la selección nacional. Los 60 hombres preseleccionados lucharon fraternalmente, a brazo partido, por hacer el equipo. Todos tenían la aspiración de representarnos en el Clásico. Todos reclamaron el orgullo de portar el uniforme con las cuatro gloriosas letras de la Patria. Quienes finalmente integraron el equipo derrocharon coraje, calidad, pasión, entrega y patriotismo en la grama sintética del estado Hiram Bithorn.
Por eso recibieron el aplauso estremecedor de un público que, dolido con su derrota, supo reconocer el calibre del contrario y encontraron el saludo efusivo y el abrazo camaraderil del adversario que luchó también hasta el último out por el triunfo.
Toda especulación sobre la calidad de nuestra pelota y la supuesta superioridad de las Grandes Ligas ha sido acallada. Mi equipo sobrecumplió los vaticinos deportivos. Ahora vamos por la hombrada de llegar hasta el juego final. Y en esta, como en otras duras pruebas que la vida ha impuesto a nuestro pueblo, apelo a la audacia cubana y hago profesión de fe: ¡Voy a mí!
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