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Las manos de Antonio Briones Montoto

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Una historia casi desconocida apareció esta mañana en mi cuaderno de apuntes. Intento, en mis escasos ratos libres, adelantar un libro que no avanza y por extraños caminos aparecen las notas que tomé en una entrevista que Luis Báez y yo le hicimos, hace un año, al viceministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, William Izarra.
Digo que es extraño el camino, porque a esta historia inédita, que resumiré en unas pinceladas, se unen la vida de un hombre legendario, Antonio Briones Montoto, de quien creíamos que había muerto en combate en Venezuela en 1967, y la de Luis Posada Carriles, quien fue promovido ese año a Jefe de Operaciones de la Policía Política venezolana, a cuyo largo prontuario terrorista habría que añadir al menos una duda: ¿habría estado involucrado en la muerte de Tony?
La tripulación del helicóptero recibió la orden aquella mañana de mayo de 1967. Debían volar inmediatamente hacia Cúpira, al este del Estado de Miranda, en Venezuela. A duras penas pudieron aterrizar. Entre los tripulantes del aparato artillado UH estaba William Izarra, 20 años de edad, copiloto egresado hacía apenas un año de la Escuela de Aviación Militar.
Había sido capturado un cubano, al parecer el oficial que comandara el desembarco por la Playa de Machurucuto, a escasos kilómetros de Cúpira, de nueve guerrilleros venezolanos que lograron internarse en las montañas de El Bachiller, el 8 de mayo. Después del desembarco de los expedicionarios, zozobró la barcaza en que Antonio Briones Montoto se adentraba otra vez al mar para regresar a la Isla. Él y otros dos compañeros lograron nadar hasta la playa y esconderse en los pueblecitos costeros. Fueron delatados y capturados. El extraordinario despliegue militar que el joven Izarra vio al sobrevolar aquel poblado se debía a que tenían a Tony allí mismo, en una tienda de lona que operaba como sede del Estado Mayor.
El Comandante jefe de las operaciones dio órdenes a los tripulantes del helicóptero para que entrevistaran al detenido, que llevaba ya varias sesiones de interrogatorios. Al joven Izarra le cruzó por la mente los comentarios que solían hacer sus compañeros: la tortura formaba parte del "ablandamiento" de los "subversivos". "Me traen un par de manos…", le escuchó decir en cierta ocasión a un oficial que dirigía a un pelotón del grupo de cazadores. Días después, por casualidad, vio envueltas en bolsas plásticas las manos cortadas a un guerrillero caído en combate. En Venezuela, la práctica estaba asociada a oficiales vinculados a la CIA, empleados en la policía política.
William Izarra entró a la carpa. Se sorprendió al encontrar a un hombre de tez muy blanca, alto, de ojos claros, bien parecido, que llevaba casi con elegancia su uniforme: un pantalón verde y una camisa beige. Tenía modales educados y miró casi con compasión al muchacho asustado que iba a entrevistarlo. William y Antonio estuvieron algo más de una hora conversando. El cubano, unos pocos años mayor que él, le explicó por qué estaba allí: "Apoyaba la lucha de los venezolanos que habían tomado las armas para dignificar a los libertadores. Por eso él, espontáneamente, se ofreció para cumplir esta misión solidaria. No conocía nada de la aviación militar y estaba dispuesto a morir por sus principios."
Al día siguiente, cuando Izarra regresó con su capitán para continuar el interrogatorio, Antonio Briones Montoto estaba muerto. Un tiro de fusil le había destrozado la cara. El parte oficial decía que había intentado fugarse hasta la playa de Machurucuto, pero se rumoraba la verdad: habían dado la orden de asesinarlo. En el helicóptero artillado, con William Izarra de copiloto, lo trasladaron al hospital militar de Caracas. Él recuerda aquel vuelo como si fuera hoy. Antonio Briones Montoto yacía sobre una camilla, cubierto solo por el calzoncillo, escoltado por dos soldados silenciosos.  Su cabeza estaba destrozada, pero sus manos todavía estaban allí, intactas, junto a su cuerpo.

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Rosa Miriam Elizalde

Rosa Miriam Elizalde

Periodista cubana. Vicepresidenta Primera de la UPEC y Vicepresidenta de la FELAP. Es Doctora en Ciencias de la Comunicación y autora o coautora de los libros "Antes de que se me olvide", "Jineteros en La Habana" y "Chávez Nuestro", entre otros. Ha recibido en varias ocasiones el Premio Nacional de Periodismo "Juan Gualberto Gómez" y el Premio Nacional "José Martí", por la obra de la vida. Fundadora de Cubadebate y su Editora jefa hasta enero 2017. Es columnista de La Jornada, de México.