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Ty Cobb en La Habana

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52a-ty-cobb-1La Habana vivió un acontecimiento de marca mayor en diciembre de 1910. Aquellos carros que fueron antiguos, Ford en su mayoría, los sombreros de pajilla, la segunda ocupación norteamericana de la Isla y sus consecuencias, las luchas fratricidas entre razas, que en 1912 desembocarían en una gran masacre, la ya decadente Acera del Louvre, espectáculos públicos de primer nivel y una miseria desproporcionada, pasaron a un segundo plano con la Serie Americana de ese año, que ciento dos después no ha perdido atractivo. Pocas veces hubo tanta expectación, ni versiones al futuro.

Tyrus Raymond Cobb, o simplemente Ty, había nacido el 18 de diciembre de 1886, en Narrows, Georgia, y falleció el 17 de julio de 1961. Fue un hombre de su tiempo y como tal actuó. Alguna que otra vez estuvo al borde de la expulsión del béisbol organizado, pero parece absuelto por la historia. Fue seleccionado, con justicia, en el All Century Team. Temido por los rivales, veloz, de buenas manos, resbaladizo e inteligente, volaba sobre las bases como quien anda en casa. Estuvo en Grandes Ligas desde 1905 hasta 1926, con los TIGRES DE DETROIT. El sureño le cogió el gusto a la fría ciudad cercana a Canadá, meca del automóvil. Y agregó otro par de campañas, antes del retiro, con el FILADELFIA de la Liga Americana.

Aquel que jugó de vida o muerte cada partido, dejó una profunda huella en los fanáticos del primer Almendares Park. LOS TIGRES habían llegado en las postrimerías de 1910, para juegos de preparación en un clima más apropiado. Desde los inicios del siglo XX, eran frecuentes aquellos encuentros amistosos -que no siempre lo fueron, entre equipos de la Liga Profesional Cubana y de Las Mayores, donde se incluían selecciones campeonas. Allí jugaban negros, blancos y de cualquier denominación racial o social, pues desde 1900 el béisbol cubano estaba democratizado.

Ty Cobb fue célebre por su capacidad ofensiva y la velocidad que desplegaba en el corrido de las bases. Uno de los más fabulosos estafadores, pues lo hizo en 892 ocasiones, con nada menos que 35 robos de home. Fue violento, malcriado, discriminador, narcisista, autosuficiente, abusador con los spikes y muchas cosas más, pero lo de showman nadie puede quitárselo, mucho menos disminuir un ápice su impronta.

Cobb no tenía de oponentes a los de enfrente, sino también a los que jugaban a su lado, porque se proponía ser el número uno en todo lo que hacía. Así explicó por qué se había ido a las manos con su compañero de cuarto Nap Rucker, en una oportunidad en que este último intentó ducharse antes que él. [1]

Dejó récords harto conocidos, por eso nos detendremos solo en su paso por la capital cubana. El DETROIT vendría con mil pesos garantizados por jugador en doce desafíos, más todos los gastos pagados. Pero él pidió el doble y no se lo concedieron, a pesar de la publicidad en función de su figura. Así arribarían los TIGRES al Puerto de La Habana, sin su mítica figura. Los fanáticos se defraudaron y pocos días después la Liga se vio obligada a pagarle la cifra acordada, por los últimos partidos, en una jugada puramente económica que elevaba las recaudaciones, no los gastos.

Mucho se habló de aquella visita. Que si huraño, cómico, dicharachero. Que si vestía bien, o anduvo con féminas, algo muy usual en sus conciudadanos. En fin, cosas faranduleras de artistas y deportistas. Pero la muchedumbre se dio el lujo de tener en persona a Ty Cobb, quien anda por la historia como un símbolo, al estilo de Musial, Aaron o DiMaggio. En ese momento era el flamante campeón de bateo en tres temporadas seguidas: 1907, 1908 y 1909.

En su debut, el sureño se lució con batazos, jugadas, corridas y toques de bola pocas veces vistas por estos lares. Hasta ganó un premio de cien pesos que una fábrica de dulces de La Habana ofrecía al primer jonronero de la serie. No sacó la bola fuera del estadio, por las dimensiones del Almendares Park, pero conectó un lineazo por encima del torpedero, al que le partió Rogelio Valdés, quien desistió tarde del empeño y la bola se fue hacia atrás, para que el corredor llegara sin problemas al home plate. Así acumuló cien pesos más, y el aplauso del público. Todo parecía navegar en aguas mansas.

Pero el 5 de diciembre de 1910 comenzó un mito que se convirtió en leyenda de muchas versiones. El Melocotón de Georgia se enfrentó a José de la Caridad Méndez, El Diamante Negro, y salió mal parado, a pesar de permitirle un incogible y concederle una base por bolas. Con rectazos de humo le propinó un sólido ponche, el desconocido negro de facciones africanas lo dejó clavado con tres strikes en la goma. Entonces elevó una fuerte protesta, acusando de obstrucción al receptor Gervasio González, al chocar la mascota con el bate, y lo increpó. Se dijeron fuertes palabras en inglés y español, mientras la situación subía de tono. No varió la situación.

En su último turno conectó el hit, y pudo llegar a la antesala. Al primer lanzamiento se lanzó como una fiera hacia home, elevó los spikes cuanto pudo y los descargó con furia sobre el catcher, quien cayó a varios metros de distancia con la ropa destrozada, pero sin soltar la pelota, ¡out! Ambos se fueron a las manos y salieron los jugadores bates en ristre. La situación solo pudo ser aplacada con la intervención de la policía. Herido en lo más íntimo, había expresado al manager:

Si logro llegar a tercera, déjeme campo abierto en el home porque a la primera pelota voy a tratar de robármelo. Habiendo pegado un hit, después de verse en dos y dos, Ty no perdió tiempo en llegar a la tercera. Y haciendo buena su palabra, se lanzó sobre el plate a la pelota siguiente (...) Dando un enorme salto, mucho antes de llegar al plate y con los spikes por delante, como era su costumbre, agarró de lleno al catcher cubano en mitad del muslo. El impacto fue terrible. [2]

No era el primer altercado. Días antes, cuando castigó al estelar Joseíto Muñoz, los receptores Bruce Petway y Strike González, le habían puesto out cuatro veces a manos del torpedero Sam Lloyd, protegido de los afilados spikes con metales en ambas piernas, a quien Cobb no había saludado por el color de su piel. En el último intento reclamó, con razón, que la almohadilla estaba más lejos de lo reglamentado. Los árbitros midieron la distancia y com¬probaron el exceso por tres pulgadas. Entonces ordenaron colocarla donde correspondía, pero mantuvieron la decisión.

Eso sí, ¡el show era él! Dejó una huella fea, pero mantuvo la fama de protagonista excéntrico. Había nacido blanco enel sur y desde temprano asumió un odio feroz por los de piel más trigueña, como el propio Bambino.

Ty Cobb, un racista empedernido, rechazó una vez compartir el alojamiento en Georgia con Ruth, porque "nunca he dormido bajo el mismo techo que un negro, y no lo voy a hacer aquí, en mi Estado natal, Georgia". [3]

Regresó a su país con el rabo entre las patas, burlado por varios negros, y jugadores menos promocionados, pero dueño de la escena. La noticia del momento, y con los bolsillos llenos. Allí mismo tomó la decisión de no jugar nunca más contra hombres de ébano. Y con la seriedad que le caracterizó, cumplió la promesa al pie de la letra.

[1] Rogelio A. Letusé La O: Aquí se habla de grandes. Editorial José Martí. La Habana 2011, p. 25.

[2] Billy Evans: Comentario sobre su carrera deportiva. Tomado de Alfredo Santana: Un Astro del Montículo: El Diamante Negro. Editorial Científico-Técnica. La Habana 2009, p. 73.

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  • VcX100PRE dijo:

    NUNCA PENSE QUE EL LEGENDARIO DE LA MLB ESTUVIERA EN CUBA,TENGO QUE LEERME EL ARTICULO YA....

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Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga

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