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La ELAM o el don de la ubicuidad

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(PL) Buenos Aires.- Las casuchas donde vivían, bajo un elevado de una autopista capitalina fueron pasto de las llamas en febrero del 2007- un fuego plantado, afirman- y sobrevivieron milagrosamente, con lo que tenían puesto.

 

 Eran unas 350 familias, todas "cartoneras" (recogen de la basura de esta imponente urbe el cartón y otros desechos reciclables que astutos negociantes les compran a bajísimos precios). Totalmente desamparadas, con el agua y la luz que instalaron clandestinamente.

 

 Sus reclamos ante las autoridades urbanas fueron en vano: no les permitieron rehacer allí sus maltratadas vidas- se rumora que ciertos poderes están interesados en el área- y los instalaron en la periferia, donde no llegan los ojos de las clases pudientes y los turistas.

 

 Fueron a parar a improvisadas carpas dispuestas en un descampado, donde los fuertes vientos derribaron una y se llevaron la vida de Norma Franco, 27 años, quien dejó un bebé de ocho meses.

 

 La tragedia rompió la inercia y el conformismo ante las promesa electorales, se renovaron las protestas por el abandono oficial y ante la fuerza del movimiento, cerca de la Autopista 7, las autoridades porteñas construyeron unos galpones unos al lado de otro, separados sólo por canaletas para escurrir las aguas.

 

 Cuando uno se aproxima al lugar tiene la impresión de que se trata de construcciones sólidas, con blancas y lisas paredes.

 

 Pero al llegar percibe que son de cartón madera y tejas de fibrocemento, con divisiones interiores para cada familia- las más numerosas tienen dos cuartos y una minúscula cocina, con frágiles literas y delgadas colchonetas-, sin agua corriente ni iluminación adecuada.

 

 Empero, el nombre de Villa Cartón para este asentamiento (in)humano no proviene del material del que está construído, sino de la decisión de sus habitantes lo bautizaron así para destacar la fuente de su sustento y lo prefirieron al oficial de Villa A-7 (por la autopista que cruza casi encima de sus cabezas, aquí también).

 

 Los mayores soportan como pueden los embates de este invierno, que si bien no ha sido crudo, resulta difícil de enfrentar en aquella llanura cuando soplan los vientos del sur, sin calefacción ni agua caliente.

 

 Pero para los niños, casi 800, es verdaderamente terrible: todos padecen bronquiolitis, están generalizadas la broncoespasmosis y otras afecciones respiratorias, así como diarreas y varias enfermedades fácilmente prevenibles, pero sin médicos no se podía hacer mucho.

 

 Y es ahí donde entra en escena la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) de La Habana, a pesar de los miles de kilómetros de distancia.

 

 Susana Rodríguez, una maestra de la escuela a la que asistía un hijo de 

 

Susana Quiroga, una cartonera de la Villa, se comunicó para saber la suerte del adolescente en el nuevo entorno, pero la preocupación de la madre estaba en la falta de servicios de salud para los chicos.

 

 La pedagoga, quien había conocido de la labor voluntaria de un grupo de graduados de la ELAM en un barrio marginal, bajo la iniciativa de Propuesta Tatu, se encargó de establecer la conexión de su tocaya con los noveles galenos, quienes recién comenzaban su vida profesional oficial al recibir la validación del título tras años de ingentes gestiones.

 

 La consagración a la obra de salvar vidas, adquirida con creces en la institución cubana al servicio de los jóvenes sin recursos de América 

 

Latina y el mundo, se impuso de nuevo a los rigores del servicio.

 

 Carla Straforini, Laura Fainland, Valeria Aguirre, Cristian Pertod y 

 

Miguel Chiavidoni despiertan la admiración en el hospital donde laboran por su compromiso  y entrega.

 

 Pero además, después de la jornada laboral, continúan su programa de más de un año, cuando aún no podían ejercer formalmente, de atención primaria en cinco barrios paupérrimos.

 

 Por eso no dudaron ni un momento en acudir al llamado de Susana madre desde Villa Cartón, se hicieron cargo de la salita ambulatoria abandonada por dos galenos contratados por el gobierno porteño, la acondicionaron y pintaron con la ayuda de los habitantes y allí atienden.

 

 Allí atienden ya, una vez por semana y luego de su jornada de trabajo y hasta revisar al último paciente, a toda la grey infantil y a las embarazadas, ya tienen más de 500 historias registradas y con seguimiento, además de un cuadro de los principales males de la villa.

 

 La tarea cuenta con el apoyo de la enfermera Miriam Peloc, quien después de 17 años trabajando en un hospital debió abandonarlo por un cáncer, se mudó a esta comunidad y es el hada protectora de los niños cuando no están los médicos, cuya presencia califica de un milagro para la salvación de esta gente abandonada y marginada por la sociedad.

 

 A ellos se unió la psicóloga social Marcia Mancebo, 26 años, quien sigue los programas de drogodependencia, sexualidad, prevención de violencia familiar, consejos sobre el VIH SIDA y otras acciones para coadyuvar a mejorar la calidad de vida, tan depauperada allí.

 

 Una visita a la salita- ahora blanquísima, con paredes decoradas e instalaciones sanitarias funcionando (sala de inyecciones, oxigeno y curaciones)- es una experiencia inolvidable: además de mejorar la salud, los graduados de la ELAM alivian los males de la miseria y el alma.

 

 Debido a la gestión personal y de sus familias para procurar donaciones de laboratorios y fábricas entregan gratuitamente no sólo medicamentos, sino zapatos, medias, alguna ropa y hasta juguetes.

 

 Muchos de los habitantes de Villa Cartón no saben leer ni escribir y quizás tampoco dónde queda Cuba, pero por la curiosidad ante la presencia de esos salvadores de bata blanca- caídos del cielo, dicen- aprendieron que se formaron en una escuela llamada ELAM, muy lejos de Buenos Aires, y que son diferentes a quienes los abandonaron hace ya muchos meses.

 

 El resto de la historia sobre esos largos tentáculos afectivos que tienen cabeza y corazón en La Habana lo conocerán seguramente después.

 

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