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El pacto de Bush con la mafia

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El recrudecimiento del bloqueo a Cuba desnuda el odio sin límites que profesa hacia su pueblo el grupo gobernante en Washington. Sería ingenuo reducir el alcance de esta acción a motivaciones electorales de coyuntura, aunque también estén presentes. No es tanto ganar el voto cubano de Florida -como suele afirmarse- lo que está sobre el tapete, sino un asunto aún más oscuro y de mucho mayor alcance.

Con las nuevas medidas anticubanas lo que ha hecho Bush II es confirmar públicamente un pacto previamente establecido con la mafia contrarrevolucionaria de Miami. Esta le proporciona en lo inmediato la garantía de alzarse de nuevo fraudulentamente con los 24 votos electorales del estado sureño. A cambio, la Casa Blanca se compromete al derrocamiento por la fuerza del sistema socialista en Cuba.

El plan estadunidense no pudo tomar por sorpresa a nadie bien informado e intencionado, porque hace un año se anunció con bombo y platillo que sería dado a conocer en los primeros días de mayo de 2004 y sus detalles fueron filtrados a los medios en las semanas recientes.

Estaba muy claro que parte del plan era la resolución contra Cuba en Ginebra. Si no fuera suficiente la conocida politización de ese foro por Estados Unidos y sus aliados, así lo evidenciaron las insólitas presiones que ejerció en esta ocasión sobre varios países integrantes de la Comisión de Derechos Humanos (CDH) de la ONU. No es un secreto que Bush llamó por teléfono a varios jefes de Estado para conseguir su respaldo.

Por su parte, La Habana advirtió con antelación a las cancillerías de los países miembros de la CDH sobre lo que buscaba Washington en Ginebra y los recientes acontecimientos lo confirman. Paradójicamente, invocando la vigilancia sobre los derechos humanos en Cuba, la resolución creó el marco propagandístico y legal con que acometer su más generalizada y sistemática transgresión, tanto contra los cubanos residentes en la isla como en Estados Unidos. ¿Qué, si no, es reducir drásticamente los viajes, los destinatarios de las remesas familiares y el intercambio humano y académico entre los dos países? ¿Qué, si no, el efecto de estas medidas sobre la economía de Cuba? Es contrastante que el gobierno acusado de violar los derechos humanos haya adoptado una ostensible flexibilidad para facilitar los encuentros familiares entre cubanos de las dos orillas y la relación de los habitantes de la isla con los estadunidenses.

Pese a su crueldad, lo más grave no son las medidas de asfixia económica anunciadas, sino el pensamiento fascista en que se sustentan. Este transita de principio a fin en el informe de la pomposamente llamada Comisión de Asistencia para una Cuba Libre, que intenta reverdecer la bicentenaria teoría de la fruta madura. En pocas palabras, anexionar a Cuba y privar a su pueblo de voz en la decisión de su destino.

La diferencia es que éstos son otros tiempos. Ni Cuba es ya el protectorado yanqui establecido por la intervención militar de 1898 ni ahora puede nadie soñar impunemente con imponerle otra enmienda Platt. Tampoco el mundo es el mismo. Somalia, Líbano, Afganistán e Irak demuestran que Estados Unidos puede hoy intervenir en países y hasta ocuparlos, pero no permanecer en ellos sin pagar un precio insostenible. Nunca, tal vez con la excepción del momento de su derrota en Vietnam, la credibilidad del imperio yanqui había caído tan bajo como en nuestros días.

En su propia población la popularidad lograda por Bush usando el terror y el miedo va de capa caída y ya la mayoría opina que no valió la pena lanzar la agresión contra Irak. El modelo económico que iba a imperar para siempre después de la caída del Muro de Berlín está totalmente desacreditado y sus defensores en el tercer mundo se reducen a una capilla de cipayos ajenos a los intereses y sentimientos de sus pueblos.

A ello se debe la importancia extrema que concede el imperio a destruir la sociedad que ha demostrado la posibilidad de rebelársele. Porque ella ha logrado incomparables avances sociales y políticos aun en las condiciones de guerra económica y subversión sistemáticas que le han sido impuestas, y que se agravan con la nueva arremetida, preludio de una agresión directa de Estados Unidos a la isla. Los hechos se encargarán de demostrar el gravísimo error de subestimar al pueblo cubano y a la solidaridad internacional que despierta.

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Angel Guerra Cabrera

Angel Guerra Cabrera

Periodista cubano residente en México y columnista del diario La Jornada.