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Ayer mataron a Salvador Allende

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Salvador Allende

Salvador Allende

Por José Pablo Feinmann
Tomado de Página 12

Sería ingenuo no creer que el 11 de septiembre que el mundo recordará será el de las Torres Gemelas antes que el de Chile. El de las Torres tuvo una audiencia en simultáneo, un público atónito que asistía, compartiéndolo, en vivo y en directo, a uno de los acontecimientos más poderosos de la historia humana. No menos poderoso fue el de Chile, pero nos tenía más acostumbrados. Sin embargo, no bien se desplegó el terror pinochetista supimos que eso era nuevo, no tenía antecedentes. Lo mismo sucedió con el terror de la Junta argentina.

Ignoro si se ha reflexionado sobre un punto (sin duda, sí; pero merece ser ofrecido otra vez al análisis): el acontecimiento de las Torres y el de Chile no sólo comparten la fecha, sino mucho más. El país de las Torres (el Imperio) fue el causante directo del septiembre chileno. Chile nada tuvo que ver con la caída de las Torres. Pero Estados Unidos hizo el golpe de Pinochet, lo inventó a Pinochet y lo asesinó a Allende. Era parte de la política que se había otorgado para manejar las cosas en eso que llaman su "patio trasero".

Desde que llegó a la presidencia, Ke-nnedy, que era un furioso anticomunista, advirtió que -durante el llamado período de la Guerra Fría- las acciones bélicas directas no tendrían lugar entre los dos bloques hegemónicos. Había, en ellos, un exceso de técnica bélica que lo impedía. El terror nuclear recomendaba una excesiva prudencia que los dos colosos ejercieron celosamente. Las luchas, entonces, se dieron en otras latitudes.

Demoraron en advertir que en América latina los comunistas se habían posesionado de Cuba, brillante tarea de esos barbudos que habían seducido y engañado a la CIA diciéndose democráticos, y que la CIA creyó que apenas venían a tirarles abajo a ese sargento Fulgencio Batista, un sanguinario impresentable, que había hecho de Cuba un prostíbulo y un garito para la mafia. Apoyaron a los muchachos de Fidel, que les dieron una enorme y pésima sorpresa: su líder se definió y definió a su movimiento como marxista-leninista. Decidieron aprender la lección: nunca más un Castro en América latina. Porque Estados Unidos decía no pretender apropiarse del mundo como los soviéticos, pero en verdad ya casi lo dominaba o ésa era su meta. Con justa razón, el profesor Chalmers Johnson consideró que había más simetría entre las políticas de la Unión Soviética y de los Estados Unidos de lo que los norteamericanos deseaban reconocer: "Si en el transcurso de la Guerra Fría la Unión Soviética intervino manu militari en Alemania Oriental (1953), Hungría (1957) y Checoslovaquia (1968), los Estados Unidos articularon el golpe en Irán (1953), la invasión de Guatemala (1954) y de Cuba (1961), ocuparon militarmente la República Dominicana (1965) e intervinieron en Corea (1950) y en Vietnam (donde sustentaron dictaduras y mataron a un número más grande de personas que la Unión Soviética en sus exitosas intervenciones)" (Chalmers Johnson citado por Luis Alberto Moniz Bandera en su notable ensayo: La formación del Imperio Americano). En una comparación inevitablemente odiosa y desagradable, posiblemente la CIA sea y haya sido una organización más cruel, más asesina y, sobre todo, más responsable de la llegada de regímenes genocidas al poder que la KGB soviética. Medio mundo o más no diría esto por la prepotencia, la supremacía que tienen los medios en la formación de la subjetividad de las personas. El cine, por ejemplo (gran herramienta de propaganda de EE.UU.), siempre ha mostrado a un agente de la KGB como alguien más siniestro que uno de la CIA, que, con frecuencia, es el héroe de la película. Jack Ryan, sin ir más lejos, tuvo la pinta y el carisma de Harrison Ford. ¿Quién, en la KGB, podía competirle? Pero un serio problema se le aparece a la Administración Nixon. En 1970, el socialista Salvador Allende, candidato de la Unidad Popular, gana de modo inobjetable las elecciones en Chile. Pese a que Allende propone una "vía pacífica" -o una "vía democrática"- al socialismo, Richard Nixon lo odia desde el primer día. Y desde ese día se propone echarlo del gobierno. Aquí debo mencionar dos documentales formidables con los que trabajo estas cuestiones y deben (creo) ser consultados: uno es casi una autobiografía de Robert McNamara y se titula La niebla de la guerra, el otro es una pequeña obra maestra de Chistopher Hitchens, Los juicios de Henry Kissinger. En éste, Hitchens nos muestra la pasión que pone Kissinger en dejar contento a su jefe, Nixon, y demostrarle que se puede hacer con un país lo que Estados Unidos desee. No aún con Chile, porque Allende acaba de ganar muy limpiamente "y nosotros respetamos la democracia". Nixon acepta este dogma, pero tiene claro que -en caso de llegar a imponer una dictadura- siempre es mejor una dictadura no-comunista que una comunista (ver: Luis Alberto Moniz Bandeira, La formación del Imperio Americano, p. 278). Seguramente compartían este criterio las empresas que le hicieron saber acerca de la gravedad del asunto: la ITT, la Pepsi Cola y el Chase Manhattan Bank. Todas se comunicaron con el presidente de la CIA, Richard Helms. También lo hizo Nixon, en una reunión relámpago: se sentó, tomó un vaso de agua, dijo un par de cosas y se fue. Destinó 10 millones de dólares para la tarea de desestabilizar al "hijo de puta" -así le decía: SOB-, pidió acción inmediata, dejar de lado al embajador, poner los mejores hombres en la tarea y en 48 horas deteriorar la economía. A partir de ese punto empezaría el trabajo en serio.

Kissinger tenía un buen concepto de la habilidad política de Allende: por todos los medios exhibiría que no era un satélite soviético, a lo Castro, ni siquiera un gobierno abiertamente comunista. Pero no estaba dispuesto a mostrar que le creía. En suma, entre Nixon y Kissinger deciden hundir a Allende desde el primer día de su llegada al poder. Así se hace la historia. En tanto, en América latina se festejaba el gran paso de la llegada al gobierno por elecciones libres y democráticas de un gobierno socialista (aunque fuese con un margen leve: la Unidad Popular sólo alcanzó el 36,2%), en las oficinas de la CIA o en el despacho más privado de Nixon la tarea de destrucción ya estaba en camino. Precisamente en Los juicios de Kissinger, el halcón Alexander Haig (que anduvo por aquí tratando de arreglar la guerra de Malvinas) lanza una exclamación con la fuerza de un escupitajo iracundo: "¿Otro Castro en América latina? ¡Por favor!" O sea, ni locos. Allende debía caer.

Haig es un activo soldado de esa causa. En mi novela Carter en New York, Joe Carter le cuenta a un amigo moribundo el modo en que Haig (Alexander Higgins en la novela) se despide de Allende antes de subir al avión que lo llevará a los States, cumplida ya su tarea. Explica: "El problema -ahora- es el Islam. Pero a los 24 años conocí al senador republicano Alexander Higgins. El hombre era un genio. Uno de los grandes cerebros que -allá por 1973- liquidó al gobierno socialista de Salvador Allende. Y que -no hacía mucho, entre un trago y otro- le había confesado ciertas cosas. ‘Sabes, Carter, Allende tenía la beatitud de un arcángel. Mas, ¿qué podía hacer yo? Sólo reconocerlo, pero no evitar mi trabajo por sentimentalismos peligrosos, que te mienten o te ciegan. La última vez que estreché su mano, poco antes del golpe que acabó con su vida, abandonaba yo la República de Chile, todo estaba ya hecho. Acerqué mi cara a la suya y en voz muy baja pero audible para él y para mí, le dije: ‘Es usted un hombre puro. Comunista o no. Cuando le caiga encima el caos que le hemos preparado recuerde estas palabras de uno de sus enemigos. Es usted un hombre bueno, equivocado pero honesto y valiente. Estrecho su mano con orgullo, doctor Allende. Y es la última vez que lo hago'. Me miró a través de esos anteojos doctorales, de académico, de hombre culto. Dijo: ‘¿Por qué si tanto me respeta está al lado de quienes buscan mi destrucción?' ‘Doctor, es muy simple: otra Cuba, en América latina, no. No podemos permitir eso.' ‘¿Y quiénes son ustedes para permitir o no lo que un pueblo ha elegido democráticamente?' ‘Los Estados Unidos de América. Y ustedes nuestro patio trasero. No queremos más problemas por aquí. Trate de salvarse. Huya.' ‘Nunca. Usted no me respetaría si yo huyera. Me respeta porque sabe que lucharé hasta el fin.' ‘Lo sé. Lo que nunca sabré es por qué luchará hasta morir por una causa tan infame.' Allende me clavó sus ojos. Diablos, cuando miraba feo podías temblar si no eras duro, si te escaseaban los cojones. Dijo: ‘Lo que nunca sabré es cómo usted dice respetarme y es un mercenario al servicio de un imperio de asesinos'. ‘Doctor, no nacimos para entendernos. Estamos a punto de dejar de respetarnos. Y si me quedo uno o dos minutos más junto a usted acabaré por hacer el trabajo que en breve harán sus verdugos.' ‘Parece conocerlos.' ‘Los hemos entrenado nosotros, doctor.' ‘¿Quién es el principal cabecilla?' ‘¿No lo sabe? ¿Ni eso sabe?' No dijo palabra. Todo estaba tan irrefutablemente tramado que no me importó darle el nombre del general que le habíamos destinado como verdugo. ‘Pinochet.' ‘¿El general Pinochet?', se asombró. Y, muy seguro, dijo: ‘El general Pinochet es mi amigo'. ‘Doctor Allende, parto de Chile con una duda: si es usted increíblemente bueno o increíblemente tonto.' ‘Pues yo lo despido con una certeza: usted es un perro, una escoria humana que insulta la esencia del hombre.' ‘Lamento desilusionarlo, doctor: pero a esa esencia, de nosotros dos, la encarno yo mejor que usted. Le dejo una enseñanza antes de irme: usted, como comunista, cree que esa esencia es buena y bastará que ella triunfe para que los hombres sean libres. Nosotros creemos que es mala. Que es egoísta y sólo el dinero le importa. Por eso los matamos y los seguiremos matando y les ganaremos todas las guerras. Piénselo.'" (Carter en New York, ed. cit. pp. 105/106/107).

El otro decisivo factor que derrocó a Allende fue "el decano de la prensa chilena", el centenario periódico El Mercurio. Agustín Edwards, su director, viajó hasta las oficinas de Nixon y volvió con dos millones de dólares para la tarea democrática a emprender. Desde sus páginas inflamadas de patriotismo anticomunista, El Mercurio llamó a la lucha a las conchetas chilenas, que son temibles. Inauguraron la moda de las cacerolas.

Todo está dicho. Allende se refugia en La Moneda y dice que no habrá de huir. Ahí se queda. Se hunde con su barco. Tiene puesto un casco de guerra y sostiene una metralleta. Da un último discurso: "Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor". Don Agustín Edwards, director del "decano de la prensa chilena", habrá brindado con buen champán. Las conchetas, felices. Los obreros, perseguidos y asesinados. Allá, en el Norte, la CIA, Nixon y Kissinger, satisfechos. Allende se suicidó o lo mataron. Pero estuvo en su puesto hasta último momento. El 11 de septiembre que América latina recuerda y llora es éste. El otro, el de las Torres, ni sabemos quién lo hizo. Y, emperradamente, como le habría gustado a don Salvador, seguiremos creyendo que alguna vez, más tarde o más temprano, se abrirán las grandes alamedas. Y el primero en pasar por ellas será don Salvador Allende. Una enorme pancarta con su cara de hombre bueno, que soñó un sueño tal vez imposible, pero que él sostuvo hasta el final. Así, pocos, Salud, héroe, mártir, ejemplo perenne. En usted se encarnó lo mejor de la condición humana.

Se han publicado 7 comentarios



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  • Julian Ignacio dijo:

    Allende ejemplo de hombria y consecuencia."Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre". Pero un traidor puede más que mil valientes

  • H. Lo dijo:

    EN VIVO Y EN DIRECTO.

    Estuve ahi , desde las primeras horas ese aciago once del 73 . acostumbrado a sintonizar la radio antes de limpiarme las "lagañas" se empezaron a destapar las noticias. No vivia tan lejos de la moneda (Pte Alto) claro en ese entonces parecia una distancia enorme. No ahora Y a eso de las once y poco mas el Bombardeo Escuche los estruendo de las bombas en la moneda. Quizas diran que es imposible a tanta distacia. es que habia un silencio sepulcral en esas horas digo yo. Aun retumban en mis oidos cuando recordamos esos fatidicos momentos como para que no olvide esta ese zumbido. Por ello es que no hay que olvidar y mas que la mano asesina no hay que olvidar nunca al organizador intelectual del crimen y denunciarlo a viva voz el no menos despreciable ganador de un premio "Innoble" de la paz HENRY KISINGER. El imperio huele 'AZUFRE" desde siempre. Tambien me toco ver desde el primer minuto el otro once a travez de la tele me quede mas de 24 horas pegado y no podia creer lo que estaba pasando ya sabremos porque paso Me cabe el derecho a la duda y me corresponde preguntarme el porque? de los porque?. Allende es y sera un refernte de dignidad socialista y hombre de firmeza y consecuencia moral y revolucionaria de todo los tiempos. Y los cambia "casacas" como estan en Chile y america latina? YO PISARE LAS CALLES NUEVAMENTE / DE MI SANTIAGO ENSANGRANTADO/ .....

  • elmanuel dijo:

    Allende, sin duda era el blanco de más de 50mil proyectiles de grueso calibre incluyendo la cohetería que incendió El Palacio Toesca; pero entiéndase de una vez Allende no permitiría ser sacado vivo: "de aquí solo me sacan en pillama de madera". Disparó sin tregua su metralleta desde los balcones de Palacio, se despidió del pueblo con el más conmovedor discurso que se tenga registro, "con el metal tranquilo de su voz", y luego de vaciar sus cargadores se voló los sesos con la última bala, como lo había advertido: no debe haber ninguna duda al respecto. Lo mataron y se mató. Fué un tribuno asambleista: estoico, aunque epicureo y hedonista. No llamó al sacrifio a su pueblo, les dijo que no salieran a las calles y les dijo que tendrían que organizarse para la resistencia, que duró 17 largos años, y les recalcó que tuvieran presente algunas cosas. Murió entre el humo, las detonaciones, la metralla, el heroismo, la traición. La lucha de su vida resultó ser la bonhomía y el coraje del hombre; fué enemigo personal del político asalareado de la trasnacional del cobre y peleó solo contra Él y el imperio que este encabezaba, el Gran Satán, que representa lo peor del hombre: el lucro, la acumulación, el poder de destrucción, la miseria del hombre y la destrucción y conversión de la naturaleza en dinero. Curiosamente el Dantesco derrumbe del símbolo de todo esto ocurre el mismo día de su gloriosa desaparición: un día Martes 11 de Septiembre.

  • Juan dijo:

    Gracias Salvador Allende y gracias Cuba por recordarlo.

  • Haydée dijo:

    "Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse.
    Sigan sabiendo ustedes que, mucho más temprano que tarde , se abrirán las alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor." - SALVADOR ALLENDE -

    Lo mataron.-Pero no lograron desdibujar su ideario.Somos muchos los que lo recordamos.
    Para nosotros es un ejemplo de integridad y de dignidad inalterables.
    Sus mensajes continúan vivos.
    Es uno de los faros que alumbra nuestro andar.

  • Juan Gatica Amengual dijo:

    ¡ Gracias José Pablo Feinnman por tu evocación didáctica,emocionante y clarificadora!

    Como dice H, en un comentario, ...también estuve AHÍ; encaramado en un techo de zinc, con prismáticos, los ojos vidriosos de dolor y de impotencia,porqu se nos escapaban los sueños, en la lejanía de una fábrica del barrio de Quinta Normal...Desde allí veía tomar altura y descender raudamente a los "halcones" de la fuerza aérea de mi patria, bombardeando " heroicamente" la Casa de Gobierno donde se atrincheraba el cojonudo Presidente...

    Por a favor , A NO OLVIDAR PARA QUE LA HISTORIA DOLOROSA NO SE REPITA...

    Desde el (actual) "paraíso" del neoliberalismo salvaje a ultranza,

    Juan Gatica Amengual

    ¡Patria Socialista o Muerte!
    ¡Venceremos!

    Santiago de Chile

  • Alina M. Lopez Marin dijo:

    Excelente articulo sobre el otro 11 setiembre. Muy conmovedor.

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