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Un juez que compone y un saco estropeado a balazos

Por: Lázaro Ernesto Arias Yusta
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Alejandro García de Caturla. Foto: El Caimán Barbudo.

El juez de instrucción, Dr. Alejandro García de Caturla, solicitó protección para él y su familia luego de procesar a dos policías por delitos contra la libertad personal. Cablegrafió al Ministro de Defensa Nacional el 19 de octubre de 1940. No sería la primera vez, estalla la década del cuarenta en Cuba y la integridad tiene precio.

Remedios es menos que una ciudad y, espiritualmente, más que un pueblo. Los vaivenes del precio del azúcar nunca lo dejaron despegar del todo. Cae una tarde fresca de noviembre y un instituto de segunda enseñanza lucha sus derechos en huelga de hambre. Se alista la parranda. Hay pobreza, desidia y publicaciones a dos páginas donde anunciar negocio, boda u occiso.

Es martes 12 y un juez-compositor de 34 años, “hijo eminente y distinguido” de la ciudad, deja su despacho con un saco beige de tres bolsillos. Un carcelero merodeó su casa en su ausencia atragantado por la idea de terminar del lado equivocado de las rejas.

Cuatro años atrás El diario de Cuba cubrió su primera plana con el atentado a un juez en Palma Soriano. Caturla, y su segunda mujer Catalina, abrieron la puerta a una escopeta atiborrada de perdigones. Caturla había condenado al jefe de la policía por corrupción y vínculos con el juego.
Aquellos no eran años para condenar policías. Esa vez se escurrieron de la muerte. Ellos y una criatura de dos meses.

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Caturla juez fue poco común para aquellos tiempos. La ley estaba al servicio del dinero. Para él no era así. Hay causas que marcan pauta en su carrera. Por ejemplo, falló contra los dueños de la fábrica de Cigarros Trinidad y Hermanos en Ranchuelo. Fue uno de los primeros en aplicar la ley de coordinación azucarera en favor de los obreros del central Caracas.

El despacho de Marcia Gómez es de todas sus trabajadoras. Hay dos escritorios barnizados, títulos de Carpentier, Raúl Roa, una Breve historia del arte soviética, una señalética de no fumar y, debajo, una comodita con cafetera.

No era usual que un abogado o un juez acepte cartas de reclusos. Recibió de la cárcel de Santa Clara, de Remedios. Juez justiciero le decían. Fue designado para seguir causas contra jueces corruptos. Todo esto va creando un prestigio molesto para el poder.

Son más de veinte años aquí. Marcia charla con potestad. Ojea una libreta gruesa con el registro del museo. Busca la causa del asesinato de Caturla.

Caturla visitaba los 28 juzgados de cuarta clase de la provincia de Las Villas y obtuvo información de que le querían dar muerte en algún lugar apartado.

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Fue hasta Francia resuelto a componer, no a hacer turismo. Con 19 años llegó a París y Alejo Carpentier lo dejó en manos de “la pedagoga musical más importante que jamás existió”: Nadia Boulanguer. Alejandro no era un Mozart, Franpero con 16 años ocupó el segundo violín en la Sinfónica de La Habana.

Asistió a conciertos. Compró un frac y una pluma fuente. Aprendió el tranvía citadino como el piano, el saxofón, el chelo, el órgano. Ya tenía un hijo y se sentía condenado, físicamente, a una municipalidad inevitable.

No había gritado Carpentier ¡Écue-Yamba-O!, ni Guillén tenía motivos para el son y Caturla de 23 años experimentó con raíces africanas. Estrenaría Bembé en La Habana y Tres Danzas Cubanas en España. Bembé fue escrita en veinte días en aquel viaje a la urbe que bifurca el Sena.

Un remediano de 19 años degustó, religiosamente, del menú exótico de La Coupole: ostras, faisán, jabalí, setas; sin poder adivinar que su música sería interpretada por sinfónicas de París, Boston, Madrid, Filadelfia, México. “Presiento que este será mi último viaje a París. Pruebo todos los manjares que nunca podré comer en Cuba”, confesó a Carpentier sin saber cuánta razón tenía.

Caturla funda y dirige a sus 26 la Sociedad de Conciertos de Caibarién donde daría a conocer sus fantasmas: Vivaldi, Mozart, Stravinski. En 1929 sería delegado cubano a la exposición de Barcelona. Ganaría un premio nacional en Cuba de 500 pesos — que no hablaría de todo su potencial — con Obertura cubana y una mención con Suits para orquesta a los 32. Un director de orquesta británico que prescindía de la batuta, Leopold Stokowski, estrenaría sus Danzas del tambor y Danzas Lucumí en New York.

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Dos años bastaron para que cursara Derecho. Con 23 ya era magistrado suplente de Caibarién. Trabajó en Ranchuelo, Sagua la Grande, Placetas, Palma Soriano y con 32 años regresó como Juez de Instrucción a su ciudad natal.

Debía hacerse jurista para vivir — diría su amigo Juan Marinello — , y ya vemos que lo logró para morir. No pudo permitirse una vida para el arte. Sustento o pasión. Barajó entre la justicia y la música como dos drogas compatibles. Existió con doble intensidad.

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En Remedios se cumple eso de que nadie es profeta en su tierra, asegura una señora bajita, con gafas y un moño gris.

María Aleyda Hernández avocó sus años mozos a estudiar a un “joven infinito” que no conoció en persona y del que vive enamorada. Se jubiló con pelo corto, teñido y 36 años de trabajo de un Monumento Nacional cerrado al público.

Cuenta que Caturla acompañaba al piano a un sexteto de saxofones en el teatro Miguel Bru de Remedios, hoy Teatro Villena, por cierto, en ruinas. Alguien del público caló una trompetilla. Se detuvo el concierto. El genio dictó sentencia en escena.

“Me he suicidado en Remedios”, dijo.

Pasar desapercibido no era su fuerte. Fue juez municipal con gafas y sacos claros y compositor internacional de fardos oscuros. Chico espigado de piel pálida, cejas anchas, ojos claros y hombros estrechos en la mañana, gigante al piano y seductor solícito en las noches.

Componía al tiempo que estudiaba música y derecho. Foto: El Caimán Barbudo.

Por parte de la familia hubo un rechazo a esa vocación por lo negro que tenía Caturla. Era un problema cultural de la época. Tuve la oportunidad de entrevistar a Gloria Bauza, una novia de Caturla que fue maestra, alguien de mucha cultura. Ella me dijo que no le interesaban las blancas.

Cuenta María Aleyda con voz dulce y grave en el Museo de Historia de la Octava Villa, otra casona del siglo XIX:

“El gusto de Caturla por las mujeres negras nunca fue un punto a favor. Núñez Rodríguez, el cronista quemadense que vendió su bicicleta para irse a contar historias a la capital, recuerda los dedos de Caturla tomando el tempo a un piano imaginario en la oficina de correo de Quemado de Güines”.

El juez, cuenta el cronista, encargó a su secretario recoger a su familia en la terminal. El chofer regresó. Solo había visto una negra con dos negritos pequeños en el lugar indicado. La vergüenza se duplicó: no reconoció el encargado, efectivamente, a la esposa e hijos del maestro.

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Alejandro fue el hermano de Othon, Bertha y Laudelina, el hijo dotado de una pianista — Diana Victoria de Caturla — y un excomandante del Ejército Libertador — Silvino García — que eran primos hermanos, el nieto de un veterano de la Guerra del ´68 que cayó en combate en la Guerra Chiquita.

Se decía que el padre de Caturla tenía una negrita en Punta Brava, Caibarién, y que el hermano le pidió que no le pusiera a ninguno de sus negritos su nombre familiar, Othon. Los niños no entraban a la casa de sus padres, dice María Aleyda. También dice que Manuela fue el amor de la adolescencia de Caturla.

Tendrían ocho pequeños. El primogénito, Alejandro José Tomás, nació en 1923. La otra gran mujer de su vida fue Catalina. Viajó con él a donde lo llevaron sus obligaciones judiciales.

Catalina ayudaba a Manuela en casa de los padres de Caturla, era mucho más joven y nació algo entre ellos. Él trajo una partitura dedicada a Catalina cuando regresa de la universidad. Aquello llegó al punto de que la familia de Catalina la manda para Placetas espantados, no por la relación entre un blanco y una negra, sino por la relación de un blanco y dos hermanas.

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Huele como si toda la lluvia de estos días se concentrara en el campo santo de Remedios. Hace un calor de julio. Dos canes negros dormitan fuera. Los mayas y los mixes creían que los perros negros ayudaban a los muertos en su tránsito.
La encargada del cementerio lee unos papeles rajados con saña frente a un empleado de la funeraria que vino a aclarar el destino de un muerto.

Es una oficinita de techo bajo, un hongo verde olivo decora la pared del fondo y, fuera, una fila de cubetas con cal y escobas indica que la lluvia es bienvenida por los campesinos, pero trae trabajo extra a un enterrador. La encargada pide a dos trabajadores de mantenimiento que me acompañen hasta la tumba privada de la familia García de Caturla.

Cuando los muertos fastidian, supongo, uno no está para vivos.

La tumba está a unos treinta metros de la entrada: pasillo principal, a la derecha, crucecita modesta, barandas roídas por el óxido, pedestal a medio metro del suelo, dos tarjas cementadas: “recuerdos de madre y hermana”, “Silvino García Balmaseda: 2 de septiembre 1959”. ¿Quién dice que un genio requiere una tumba inolvidable?

El trabajador grueso y descamisado cuenta que hace poco, antes de la pandemia, una orquesta de voces vino de La Habana a cantar y tomarse fotos. Habla y un cacho de tabaco extinto no se cae de sus labios ni el dije de oro de la Virgen de la Caridad del Cobre se le despega del pecho izquierdo.

El otro, Mario, lleva aquí unos quince días. Tiene 64 años. Viste camisa ancha de mangas cortas, calza unos suecos y sabe más de lo que cuenta.

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“Nooo, Mario Valdés, Rodríguez Valdés, sobrino lejano de Catalina. Sí, de Manuela también. Na, na, eso es cuento que andaba con las dos. Eso lo sabe muy poca gente. Se llevan meses entre uno y otro. Yo conozco a Teté (Regla Teresa), a Ramón (José Ramón), a Silvino. Casi todos se han hecho músicos. Si un día vas a La Habana…”

“Rodríguez Valdés. La familia no quería que usaran sus nombres para los niños negros”. Pero si uno se llama Silvino, parece que perdonaron, especulé por hablar de algo “¿Qué van a perdonar? Casi que se ofusca Mario. La vida es así”.

“Yo vivía en La Habana, pero mi mujer no quiso vivir más allá. Trabajaba en un contingente. Soy original de aquí. Yo fui enterrador tres años en Zulueta. Allí había tremenda exigencia. Tuve problemas con el jefe del cementerio y eso. Querían que enterrara un muerto de La Habana un sábado por la tarde después de un juego de fútbol. Villa Clara contra Cienfuegos. No se me olvida (…) Me quedan siete meses para retirarme, y cuando acabe, me voy pal carajo de aquí también”.

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Se declara público para las partes el presente sumario y procesado en el mismo por un delito complejo de asesinato, atentado y daños, al acusado José Argacha Betancourt, blanco de 36 años de edad, casado, escolta de la Cárcel de esta ciudad, natural de Camajuaní, hijo de Pascacio y de Marina, con instrucción y vecino de esta ciudad y se decreta su prisión provisional en la Cárcel Pública de esta ciudad con exclusión de toda fianza (…).

El homicida de Caturla se negó a declarar. Sería acusado por asesinato con premeditación y puesto en prisión preventiva. Silvino García Balmaseda, procurador municipal, se encargó de llevar el rol de acusador contra el asesino de su hijo.

La estrategia de la defensa, comandada por el Dr. Alberto Antonio de la Torre, consistió en sugestionar al juez como lo debe hacer un abogado sin escrúpulos: sacar partido a la integridadde Alejandro García Caturla.

Táctica: demostrar que una hermana de la chica golpeada por Argacha tenía relaciones con un hijo de Caturla, pedir que la policía investigue los atentados en Sagua la Grande y Palma Soriano y los casos de Caturla que desestimó la Audiencia de Santa Clara, probar si los superiores del asesino quieren hablar bien de él.

Era tentar a la suerte en un pueblo que lloraba a un prodigio.

La II Guerra Mundial cubría las portadas de la prensa cubana. Los periódicos remedianos El Faro y El Huracán reseñan el luto de la villa. También El Clarín, de su Caibarién predilecto. El Tiempo, acogió palabras de duelo de Nicolás Guillén, del maestro Pedro San Juan, de Alejo Carpentier. Otros de tirada nacional — El Mundo, El País, La Publicidad — hablaron con más o menos detalles de un juez muerto a tiros.

***

Fue asesinado el 12 de noviembre de 1940, con solo 34 años, por un joven al que debía juzgar ese mismo día. Foto: El Caimán Barbudo.

Guillén se refirió a la muerte de Caturla como “el crimen de todos”. Escribió: “estoy seguro de que el asesino de García Caturla hirió sin saber quién era en realidad su víctima, porque jamás se la hicieron conocer”.

La policía no encontró tales vínculos entre la hermana de la chica golpeada y el primogénito de Caturla, o que este pidiera a su padre hacerse cargo del caso, o que Caturla hubiera preparado a la denunciante. El parte está fechado el 14 de diciembre.

José Argacha Betancourt, asegura Marcia, fue el instrumento de los enemigos de Caturla. Fue procesado a 30 años de prisión. Silvino García se encargaría en vida de frustrar cada una de las tentativas de indultar al asesino de su hijo.
El alcalde Carlos Carrillo invitó aquel 13 de noviembre a todo el pueblo al sepelio. Habrían asistido de todas formas.

***

El maestro deja su despacho. Se cuida de los preludios del invierno con un saco beige con solapa, tres bolsillos y dos botones, calza unos zapatos negros de corte italiano manufacturados en Caibarién y un revólver reglamentado de autodefensa. Antes muerto que desaliñado.

Caturla no se encuentra bien: dejó un encargo en la farmacia para el estómago. Se dispone, además, a revalidar su licencia para portar armas, recibir y enviar correspondencia.

Arribó de Camagüey hace nada y quiere ponerse al día. Esa mañana, precisamente, pasó por la sala de instrucción penal. Varios testigos vieron a un velador de la prisión municipal merodear su despacho y lugares asiduos en su ausencia.

El velador se llama José Argacha Betancourt, no nació en Remedios, y tiene una causa pendiente por golpear a una chica — Benedicta Espinosa — a la que obliga a prostituirse. El velador lo aborda. La hermana de la chica — Eufemia — colocó una denuncia y Caturla no quiere hablar de trabajo en la calle.

Una breve conversación termina en la intersección de las calles Maceo e Independencia. Apenas hay una cuadra hasta la plaza central. Se dan la espalda sin más. Caturla dobla derecha por Independencia en busca del correo. Al fondo, la iglesia más vieja de que se tenga registro en Cuba, escolta de la plaza central con su altar de oro 22.

Argacha se arrepiente, pero lo persigue, llama: Doctooor. Caturla se vuelve. Argacha estropea el saco beige a balazos. Irremediable: el genio no será profeta en su tierra.

El hijo pródigo de la ciudad llega al puesto de la cruz roja con dos heridas de bala en el pecho de una Colt calibre 38. Uno, a un metro; otro, a quemarropa. La muerte golpeó entre el primer bolsillo y la solapa izquierda y dejó una mancha que cumple ochenta años. Atravesó la tetilla, una costilla, la cara anterior del ventrículo izquierdo. Se detuvo en una puerta ajena.

El revólver de Caturla nunca dejó la funda. El estropeo del saco fue tasado en seis pesos con cincuenta centavos.

Son más de las 6:30 PM y agoniza una tarde cualquiera.

(Tomado de El Caimán Barbudo)

Se han publicado 9 comentarios



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  • Wenceaero dijo:

    Interesante escrito sobre un hijo ilustre de mi tierra.

  • Tamara Dovale Moisés dijo:

    Un gran músico, un gran cubano, un hombre digno, polifacético. Es tan triste que un delincuente malvado y necio haya privado a Cuba de un gran artista. Pero Caturla, dejó su huella y nunca será olvidado. En su honor existe la escuela elemental de música donde se forman muchos artistas, las salas de conciertos. Caturla vive en nuestra cultura y en nuestro pueblo.

  • Julito dijo:

    Maravilloso articulo, cuanto de historia y belleza en una vida trunca en plena juventud, ese mismo Teatro que hoy clama a voces su reparacion es el mismo que despues de restaurado debia renombrarse como Alejandro Garcia Caturla en desagravio y honor al Hijo Ilustre de esta añeja Villa de Leyendas y Tradiciones.

  • Javier D dijo:

    Muy interesante este recuento sobre otra figura histórica de nuestro país. Sé que se ha escrito y publicado mucho al respecto pero no siempre ese material esta disponible de una manera amena y concisa como en esta ocasión. Considero que debería ser algo mas rutinario pues sería muy útil para todos.
    Además considero que la narración en el artículo fue también exquisita. No soy un experto pero de alguna manera me recordó a "Crónicas de una muerte anunciada" de García Márquez. Loas al autor.

  • mvaldesflorat dijo:

    Es un hermosísimo artículo. Gracias.

  • Andrés dijo:

    Muy necesario este homenaje. En efecto, Caturla, el autor de la hermosísima "Berceuse Campesina" (de chama tarareaba esta canción de cuna todo el tiempo; la recuerdo de algún dibujo animado), fue sin dudas un intelecto tremendo, un hombre de honor y un gran adelantado. Recuerdo un docudrama actuado por Sergio Corrieri dónde se narra algo su vida. Pero creo que esta singular personalidad merece una película.

    Gracias al coraje intelectual de adelantados como él y como Amadeo Roldán, lo afrocubano empezó, a pesar de los escándalos causados, a tomar la forma que debía. Ambos murieron en la cima de su poder creativo, y a ambos, precisamente a través del afrocubanismo, se les considera, paradójica e irónicamente, pioneros del arte sinfónico moderno en Cuba. Ciertamente Caturla fue un cubano convencido y sin complejos. Quién lo dude que se remita al primer movimiento de "Tres danzas cubanas".

  • Ingrid dijo:

    Me encantó el artículo!!!

  • Valerie Antonio Será Fernández dijo:

    Gracias al autor por describir tan literariamente la vida de Caturla. Un gran músico cubano. Una figura cuya vida merece más divulgación. Cineastas y novelistas: ahí tienen un filón.

  • Crímenes de una época donde la corrupción imperaba y el ajuste de cuenta era realidad. dijo:

    Una época donde la corrupción era imperante un ajuste de cuentas derivada de esa corrupción acabó con la vida de uno de los grandes para todos los tiempos.

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Lázaro Ernesto Arias Yusta

periodista de El Caimán Barbudo

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