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Vieques es una isla olvidada

En este artículo: Cuba, Puerto Rico, Vieques
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Joel Ortiz Rivero
El Nuevo Día

vieques-explosionVIEQUES - Durante 20 de sus 72 años de vida, entre 1976 y 1996, Pablo “Junior” Delerme trabajó en mar y tierra removiendo los botes de pescadores que entraban a la zona de maniobras de la Marina estadounidense en Camp García y hasta arreglando y colocando los objetivos que se utilizaban durante los ejercicios.

Entre enero y marzo de este año tuvo que someterse a 41 sesiones de radioterapia para tratar un cáncer de la próstata que hoy está en remisión.

Isabel Le Guillou, mientras tanto, se hallaba el viernes tomando una de las últimas sesiones de terapia para combatir un cáncer de seno que se le halló a principios de año.

Para tratarse, la maestra retirada de 62 años viaja una vez a la semana hasta un hospital en Hato Rey y regresa a Vieques en la lancha de las 8:00 p.m.

En el 2005, días antes de enterrar a su padre, víctima del cáncer, Aníbal Santiago, de 69 años, recibió la noticia de que la hinchazón y ardor que sentía en su ojo izquierdo no era conjuntivitis, como primero se le diagnosticó: era un tumor canceroso en el nervio óptico.

Tras 18 radioterapias, el tumor cedió, pero su párpado y su visión nunca recuperaron, y aunque no perdió el ojo casi no ve a través de él.

Como estos ejemplos, hay decenas de casos más de niños, jóvenes y adultos viequenses que batallan o han sufrido los estragos físicos y sociales de esa enfermedad, situación que pareció quedar confirmada esta semana cuando el informe “Incidencia de Cáncer y Mortalidad en Vieques (1997-2001)” del Departamento de Salud reveló que allí los casos de cáncer son mucho más altos que en el resto de la isla grande.

Junto a este informe -revelado esta semana aunque fue terminado a fines del 2006- se supo que otro documento titulado “Estudio de Prevalencia de Metales Pesados” reflejó que en un 20% los 500 viequenses examinados se hallaron niveles por encima de lo normal de elementos como cadmio, uranio, aluminio, mercurio, arsénico y níquel.

Estos informes provocaron que el viernes, la Agencia Federal para Sustancias Tóxicas y Registro de Enfermedades (ATSDR, en inglés) decidiera modificar sus conclusiones anteriores, que descartaban que la contaminación provocada allí por maniobras militares de la Marina hubiese colocado en riesgo la salud de los viequenses.

A principios del 2009, el PSA (“prostate specific antigen”) de Delerme se disparó según resultados de pruebas de sangre, por lo que se hicieron pruebas adicionales y se confirmó el diagnóstico de cáncer prostático.

Y para iniciar un tratamiento tuvo que mudarse con su esposa durante dos meses a casa de un hermano en Villa Carolina, para ir a 41 sesiones diarias de 15 minutos de radioterapia.

Delerme, ya retirado, dijo que trabajó para compañías como RCA, GE, Martin Marietta -que luego se convirtió en Lockheed Martin- e ITT, que brindaban servicios de mantenimiento y operación de los polígonos de tiro de Camp García.

Reveló que cuando el Departamento de Salud realizó análisis de cabello, las muestras suyas arrojaron altos niveles de cadmio, mercurio y aluminio.

“Yo sé que tuvo que ser allí porque yo llegué sano”, dijo Delerme, quien aseguró ser amante de lo natural, específicamente del ajo, la sábila y los antioxidantes. “Desarrollé diabetes tipo 2, una condición de tiroides y mi audición se afectó con el estruendo, y nunca me hablaron sobre los riesgos ni me ofrecieron exámenes médicos”.

Incluso recuerda claramente una ocasión en 1989 en que presumiblemente se utilizaron accidentalmente proyectiles con uranio reducido, debido al sonido diferente de los disparos.

“Creo que más tarde es que se sabrá lo que realmente había ahí”, dijo.

Cuando descubrió una masa en un seno en un autoexamen, no se sorprendió, ya que a su parecer en Vieques la mayor parte de la gente tiene cáncer, pero no lo sabe.

Su tratamiento inició con quimioterapias que no toleró, y para tomarlas tenía que salir desde las 5:00 a.m. para llegar hasta San Juan, y luego regresar en la noche.

“Soy el primer caso de mi familia. No tengo nada que me conecte al cáncer”, aseguró. “Cuando me dieron la primera terapia me salieron manchas marrón en las manos, y el médico me dijo que eran similares a las que les habían salido a personas de Hiroshima, Japón, luego de la bomba atómica”.

Resaltó que de niña se pasaba corriendo descalza sobre la grama de la finca de su padre, que colindaba con una verja del polígono de tiro y que un día, tras la explosión de una bomba, sintió un alfilerazo en un tobillo. De ahí en adelante en esa zona le salió una erupción y la piel se le caía a pedazos.

“Me mantuve positiva y le pido a la gente que cuando se lo digan no tengan miedo: esto es de valientes”, dijo. “Somos maltratados. Vieques es una isla olvidada. Todo el mundo sabe lo que está pasando pero me da la impresión de que nadie se preocupa”.

Desde la marquesina de su casa en el barrio Santa María -desde donde vio muchos aviones militares pasar- Santiago recordó su batalla con un extraño caso de cáncer de nervio óptico.

Pero para el ex empleado de la Autoridad de los Puertos de 69 años el mayor recordatorio podrían ser las tarjetas de crédito que tuvo que utilizar para costear los tratamientos y las que todavía sigue pagando. O el caído párpado de su ojo izquierdo.

Al igual que Leguillou, se levantaba al amanecer cada día para tomar la lancha hasta Fajardo, luego llegar a Bayamón a tratarse y regresar entrada la noche.

Santa María queda al este del área portuaria, a un par de millas de la zona que fue utilizada para bombardeos. Y aunque Santiago dijo pensar que está contaminado porque durante su niñez entraba mucho a los terrenos de tiro, nunca se ha hecho pruebas.

“Me da coraje haber leído ese artículo de que el informe llevaba tiempo escondido en el Departamento de Salud. Me da coraje por las personas que murieron, que no tuvieron la oportunidad que yo tuve. Lucharon pero el cáncer los venció. La Marina nos tenía de conejillos de indias”.

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