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Antígona y Antares

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Un tractor descarga un ataud en un sector creado para muertos por el covid -19 de un cementerio en Manaos. Foto: AFP

Cada día vemos en los noticieros el suelo agujereado del cementerio, las tumbas en serie cual macabra dentadura de Tánatos esperando devorar los muertos. La pandemia crea situaciones inusitadas, entre ellas la de muertes sin funerales ¿Cómo es posible quedarnos al margen de un rito de pasaje tan ancestral, exclusivamente humano? En la naturaleza, ningún otro ser llora sus muertos y los reverencia en la sepultura.

Todos los pueblos ritualizan la despedida de sus muertos. Los rituales tienen valor simbólico, expresan en liturgias lo que no conseguimos decir en palabras.

Ahora, el virus nos roba todo eso que traduce nuestros lazos de parentesco y amistad: visitar al enfermo, consolarlo e animarlo, preparar el cuerpo para el funeral, organizar el velorio, cumplir los rituales de entierro o cremación, ver el cajón descender a la tumba, orar juntos por el difunto, manifestar condolencias y abrazar a los más afectados por la pérdida.

Banalizada por la fuerza de la pandemia, la muerte descartable agrede a nuestra dignidad humana. Son tétricas las escenas de cadáveres recolectados por camiones frigoríficos y de sepultureros vestidos como astronautas. Ni los perros ni gatos domésticos merecen igual tratamiento.

Cinco siglos antes de Cristo, Sófocles trato el tema en una célebre tragedia, Antígona. Creonte, rey de Tebas, prohibió que Antígona sepultara a su hermano Polinices. El gobernante quería que el cuerpo permaneciera expuesto a la voracidad de las aves y los perros. Este horror apuntaba a inhibir a los pretendientes al trono, como más tardes harían los romanos con sus víctimas crucificadas en el tiempo de Jesús.

Antígona, llevada a prisión, puso fin a su vida antes de llegar enterarse de que el sabio Tiresias había convencido a Creonte de liberarla y permitirle sepultar el cuerpo de Polinices. Tal y como cinco siglos después, José de Arimatea convencería a Poncio Pilatos que le permitiese que dar sepultura al cuerpo de Jesús bajado de la cruz.

Frente el escarnio de ver a su hermano sin sepultura, Antígona prefirió morir. Ahora, al obligarnos a tratar a los muertos como mero resabio, la pandemia mata en nosotros uno de los más fuertes atributos de la condición humana. Tal es así, que los pueblos indígenas insisten en que jamás van a abandonar la tierra en la cual sepultaron a sus antepasados.

Las imágenes son lúgubres: cuerpos previamente empaquetados lanzados en tumbas sin identificación, mientras sus seres queridos observan a la distancia, impedidos de acercarse para dar el último adiós, inmovilizados por la fuerza necrófila de Hades, el dios del reino de los muertos.

En la guerra, se muere lejos de la familia y muchos cuerpos son enterrados en lugares desconocidos. Sin embargo, en tiempos de paz, las victimas al menos merecen un monumento al Soldado Desconocido ¿Habrá un monumento en memoria de las víctimas del Covid-19? ¿O serán relegadas al olvido, transformadas en fríos números en las estadísticas oficiales, como muertos desaparecidos? ¿En el Día de los Difuntos, adonde depositaremos las flores en recuerdo de nuestro ser querido difunto?

Sabemos que nuestra reticencia frente a las víctimas de la pandemia no es por menosprecio, sino para salvar vidas, la nuestra y las de los demás. Preservamos un principio ético mayor, Dejamos de hacer un bien, los ritos fúnebres, para preservar un bien mayor, la vida. En su admirable novela, Incidente en Antares, Érico Veríssimo relata la huelga de los sepultureros que indujo a los muertos, cuyos cuerpos estaban abandonados frente al cementerio, a salir de sus cajones. Desde el quiosco musical de la plaza principal, con la población alrededor, los difuntos desnudan a los habitantes denunciando corrupciones, abusos y crímenes.

Ojalá que las víctimas del Covid-19 abran nuestros ojos frente a las falacias tales como privatización de los servicios de salud, trabajo “esclavo” de médicos cubanos, planes de salud privados que, en la propaganda, ofrecen atención ejemplar. Insepulta también está la actual política pública de salud del Brasil ¿Hasta cuándo soportaremos un gobierno indiferente al riesgo de genocidio causado por la pandemia?

Brigada cubana con 52 doctores y enfermeros llegan a Milán, Italia, para brindar su apoyo en la batalla contra la COVID-19, 18 de abril de 2020. Foto: Consulado de Cuba en Milán / Archivo de Cubadebate

Frei Betto es escritor, autor de “O diabo na corte – leitura crítica do Brasil atual” (Cortez), entre otros libros.

Traducción de Raúl Juárez

www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.

Se han publicado 4 comentarios



Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.

  • ody dijo:

    grande FREI BETTO

  • Gelsomina dijo:

    Impresionantes y conmovedoras reflexiones.Siempre será un privilegio y un deber escuchar las palabras de Frei Betto...El mundo tendrá que aprender mucho de esta pandemia.

  • AEIOU dijo:

    Que desgracia... pero se sigue apostando y creyendo en estos que dirgien el país, como es qué se puede elegir a los Presidentes? y demás gobernadores que no tienen la conciencia de permitir despedir a los muertos y los arrojan peor que los animales, esto debe ser sentenciado por DIOS.

  • joseantonio dijo:

    Coincido en que hay que hacer un monumento a las víctimas de la covid, pero acompañados por los ángeles tutelares de los enfermos: médicos y enfermeras, doctoras y enfermeros.

Se han publicado 4 comentarios



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Frei Betto

Frei Betto

Carlos Alberto Libânio Christo. Conocido como Frei Betto. Fraile dominico. conocido internacionalmente como teólogo de la liberación. Autor de 60 libros de diversos géneros literarios -novela, ensayo, policíaco, memorias, infantiles y juveniles, y de tema religioso. En dos acasiones- en 1985 y en el 2005- fue premiado con el Jabuti, el premio literario más importante del país. En 1986 fue elegido Intelectual del Año por la Unión Brasileña de Escritores. Asesor de movimientos sociales, de las Comunidades Eclesiales de Base y el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra, participa activamente en la vida política del Brasil en los últimos 50 años. Es el autor del libro "Fidel y la Religión".

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