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Honduras: Unas manos no son más que unas manos

En este artículo: Golpe de Estado, Honduras
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Por Jessica Isla

A mi hermano Leo

Las que tengo enfrente: heridas, astilladas, vueltas pedazos. Unas manos con dedos imperfectos, quebrados por otras manos llenas de odio. Unas manos que sostuve entre las mías de hermana grande, desde la cuna para que fueran creciendo, poco a poco, para que moldearan su propia vida. Unas manos que defendí para que pudieran crecer sanas, sin moretes, ni golpes, para poder acariciar y abrazar la vida, para estudiar, tomar notas y escribir. Unas manos para dibujar y sanar. Unas manos para reír.

Ese mismo par de manos se defendieron sorprendidas, mientras caminaban alegres a la par del cuerpo que las acompaña hacia la casa de un amigo. Solo pudieron formar un muro frente a los golpes y las patadas de veinte policías. Dos manos, contra cuarenta extremidades de furia. Esas manos solo pudieron quebrarse por la violencia sin sentido, por la violencia que se cree en el derecho de la razón. Unas manos que ahora son yeso y están inmóviles, que nunca quedarán igual, que tendrán que recorrer un camino largo de ida y vuelta para curarse. Unas manos que son la cara angustiada de mi madre y su pregunta ¿cómo te voy a dejar así? Unas manos que son mi rabia y mi impotencia. Un dolor que explota en cada parte de mi cuerpo y que se abre paso en mis entrañas. Sale, se retuerce, parpadea.

Pienso porque me duele tanto, y me imagino que haría yo sin mis manos. Sin los dedos que teclean estas notas, sin mi herramienta de vida, sin mi voz. Sin todas esas manos que me sostienen: Las manos de mi compañero y mi hija sobre mis manos consolándome, las de Manitos Negras sobre mi espalda blanca, doliente, haciéndome llorar, las de la Margarita que desde la computadora traducía a las otras mis mensajes de auxilio y apoyo mientras sufría su propio dolor, su propia pérdida. Las manos de la hermana con nombre de abeja que cada día se aseguraba de que estuviera bien. Las manos que sostienen la manta de la solidaridad infinita de El Salvador, de Costa Rica, México, Cuba, Argentina y Guatemala. Las de mis hermanas escritoras y la red de araña paciente que han tejido mis hermanas y hermanos hondureños desde esta resistencia. Las manos de mis ancestros, ancianas, brujas y guías espirituales. Las manos de Obatalá y Oshún.

Esas manos quebradas son las manos de la resistencia. Apaleada, quebrada, pero firme. Unas manos dignas que gritan un mensaje al mundo que no escucha por ahora. Que cuidan y acogen, que acunan, se acurrucan, cocinan, se levantan y abrazan. Unas manos que con paciencia, tiempo y ternura volverán a curarse y a crear. Que no volverán a ser las mismas. Que crecerán de otra forma, que sanarán más o menos, que se extenderán al mundo. Que en sí mismas forman una voz. Que son miles de manos y una sola.

Unas manos son todas las manos...

Jessica Isla

Se han publicado 1 comentarios



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  • Agustín Dimas López Guevara dijo:

    Cuando las manos se unan

    Las garras de los gorilas, siempre actúan con saña contra las manos creadoras de esperanzas. La historia guarda con horror las crueldades cometidas por los torturadores. Cuantas manos, cuerpos y miembros mutilados por la furia asesina, han quedado como dolor en el tiempo de los hombres. Todavía nos duelen las manos cortadas de Víctor Jara, los cuerpos de 73 hermanos perdidos en el mar de Barbados, cuando garras asesinas con el nombre de Posada Carriles y Orlando Bosch, hicieron saltar en pedazos el vuelo 455 de Cubana de Aviación. Son tantos los nombres de seres mutilados que han sufrido en la intimidad, casi del anónimo y del sufrimiento, las atrocidades de los gorilas. La justicia se abrirá paso, cuando todas la manos dignas se unan para vengar a todos los mancillados y mutilados por las fieras del terror.
    Agustín Dimas López Guevara
    La Habana Cuba

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