Cubadebate

Zarpazo golpista en Honduras. La democracia representativa en Centroamérica ha mostrado su verdadero rostro: el Presidente constitucional de Honduras, José Manuel Zelaya, secuestrado a balazos en su propia residencia durante la madrugada de ayer por encapuchadas tropas élites de las Fuerzas Armadas de su país al servicio de políticos “demócratas” apostados en el Parlamento y el Tribunal Supremo, fue llevado fuera de las fronteras hondureñas y, por si fuera poco, el Presidente de Costa Rica, el Premio Nobel de la Paz Oscar Arias, no fue ni siquiera consultado acerca del destino dado a su país para el exilio forzoso de su homólogo hondureño.

¿Dónde está la imparcialidad castrense y la de los ilustrísimos políticos del Parlamento hondureño que ni siquiera respetan a los presidentes constitucionalmente elegidos por los pueblos de América?

El golpe de Estado que está en curso en Honduras no es contra un país aislado: es contra un continente entero, es contra la humanidad.

Por las venas de América han estado circulando agazapados durante estas dos décadas de presunto fin de la Guerra Fría,  los mismos gérmenes terroristas que, cultivados en los laboratorios políticos del miedo y la muerte de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de Norteamérica, atentaron siempre contra todos los gobiernos populares desde hace más de medio siglo.

Los golpistas de hoy no difieren de los que asesinaron al presidente de Chile Salvador Allende;  o los de la Operación Cóndor que en vil conexión de terrorismo sin frontera, torturaron, trasladaron, asesinaron y desaparecieron a tantos jóvenes en el continente. Son los mismos o acaso los discípulos, de los que volaron en pleno vuelo el avión civil de Cubana de Aviación en 1976 y que, sin embargo, se pasean con total impunidad en el territorio de los Estados Unidos.

El deseo de un presidente elegido constitucionalmente de consultar limpiamente al pueblo que lo votó, no  es ni puede ser jamás un acto  antidemocrático, por más academicismo y discurso leguleyo con que pretendan encubrir hoy la injuria y la traición o, como dijera el Presidente Correa en la Cumbre de Managua, su propio miedo a perder las prebendas arrebatadas durante siglos al pueblo.

Se ha cometido un crimen político; callarlo, minimizarlo o no llamarlo por su nombre, es más que un acto de cobardía o una señal de complicidad: es también la puerta que se deja abierta para que un día entre y fulmine a creadores o compinches en su propia casa.

El actual Presidente de los Estados Unidos lo sabe. Quienes intentan acallar hoy la voz del pueblo hondureño son de la misma calaña de los que dispararon contra Lincoln o Kennedy; los que cercenaron la vida, pero no los sueños de cambio, de Martin Luther King.

Para Obama hoy es también la hora cero para cambiar su relación con América Latina, la oportunidad de lavar el rostro de su país del descrédito y la ruina; y quién sabe, si es también la vía para salvarse a sí mismo, de los gorilas que en su propio país podrían un día impedir que culminara el mandato que le dio el pueblo norteamericano.