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Los haitianos lloran sus muertos

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Haití llora a sus muertos

Daniel Lozano, corresponsal de Público, España

Madeleine Monfort se arrodilla. Junto a ella, Haití entero. Son las 16.53 horas, justo un mes después del 12 de enero, cuando la tierra aniquiló Puerto Príncipe . El día maldito en que naufragó su futuro siempre incierto.

Madeleine levanta al cielo la fotografía de Michel. La aprieta y la retuerce con fuerza suave, como si la acariciara y la ofreciera a su Dios. Como si sus rezos ayudaran a que su hija sane de las heridas que le produjo el terremoto y que todavía la mantienen hospitalizada.

No interrumpe sus cánticos, no importan las lágrimas. "Dios salvó a mi hija, ayudó a que la rescataran entre los cascotes de nuestra casa en Bel Air. No tengo nada, vivo en el Campo de Marte. Mi padre y mi abuela murieron. Pero Dios nos salvó. Y por eso estoy alegre".

Puerto Príncipe se convirtió ayer en un gigantesco oratorio en la primera jornada de luto nacional. Mareas humanas, llegadas desde todos los barrios, se concentraron junto al Campo de Marte, refugio desde hace un mes para miles de desplazados. Fue el mayor templo al aire libre, pero hubo cientos por todo el país. La Universidad de Notre Dame acogió al presidente René Préval. Y en Jacmel y Leogane, otras ciudades golpeadas. Y en Petit Goave, territorio de las tropas españolas.

Y en el centro, el primer ministro Jean-Max Bellerive, que ha asumido la resurrección del Estado ante la ausencia de Préval. Y líderes católicos, evangélicos y vuduistas, incluida la hermana Clara, de voz atronadora, que hace meses predijo que la tierra se movería.

Con sus ropas limpias, lavadas quién sabe dónde, blancas para el funeral, negras por el luto, acudieron llenos de fe. "Muchos se fueron, tú tienes suerte. Da gracias y pide perdón. Sé que hay mucho que llorar", clama el maestro de ceremonias. Y todos le siguen, cantando, bailando, levantando sus manos al cielo.

La esperanza pervive

Haití tiene fe, pero no puede mover montañas. La realidad, a pocos metros: la capital necesita 18.000 letrinas para mitigar el hedor y el peligro de epidemias que aquí tanto se percibe. Del millón de desplazados, sólo el 27% ha recibido una tienda de campaña.

El orador interrumpe los cánticos. Una mujer está dando a luz. Pide una ambulancia. Y habla de futuro: "Haití es como esta mujer, que hoy se retuerce de dolor, pero que va a parir un niño". La esperanza. Y las ambulancias, que tuvieron mucho trabajo en una jornada interminable de intenso calor, ayuno parcial y rebosantes emociones.

Estuvieron todos los Haitís: el que llora, el que se fue, el que lucha. Todos los Haitís, entre viejos símbolos y nuevas metáforas. El Palacio Presidencial, que se derrumbó y arrastró en su caída a un Estado todavía en ruinas. El monumento a Henri Christophe, héroe de la Independencia que enloqueció hasta proclamarse rey, inmortalizado por Alejo Carpentier en El reino de este mundo. Y la poderosa estatua del negro cimarrón, junto a la Plaza de los Mártires. Pegaditos a ella, Patrick y Patricia, hermanos de 9 y 8 años, clavan unas maderas.

"Estamos haciendo una casita para nosotros, para cuando llegue la noche", dicen. ¿Y sabéis construirla? "Hemos aprendido mirando a la gente. Nuestro papá murió y mamá está allí, entre las tiendas". Con tres palos y un cerrojo para golpear los clavos, los hermanos construyen su imposible refugio para las lluvias que vienen en Haití.

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