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Fernando Signorini y Mauro Navas arribaron a La Habana el pasado 4 de septiembre. Y a partir de ahí han hecho de todo, o al menos todo lo que cabe en nueve días. Y por su fuera poco, se mostraron, o se han mostrado -pues por ahí se marchan y regresan- afables y precisos. Signorini y Navas, para colmo de la dicha, o, si se prefiere, de la esperanza, pretenden enrumbar algo tan pero tan eufemístico como el fútbol cubano. Con sus futbolistas y sus entrenadores dentro. No vienen a implantar nada, sino a entender.