La conocimos masiva e intensa a finales del siglo XX. Llegó para paliar la transportación de los cubanos, penuria que, entre tantas, trajo el colapso socialista europeo.
Miles de bicicletas chinas fueron distribuidas entre la población a través de centros de trabajo o estudio. Las avenidas casi desiertas se poblaron, poco a poco, de estos eficientes artefactos. Era común ver familias enteras en una sola bici. En sus parrillas se cargó lo inimaginable. Las poncheras, talleres y revendedores de piezas fueron negocios prósperos y rentables. Emergió así -casi a regañadientes- una cultura ciclista nacional, promovida al no haber otra solución (entiéndase motorizada) a la vista.
El clima desgastante, la falta de espacio en casa y las dificultades económicas hicieron de aquella década de los 90 la menos feliz y oportuna para valorar con justeza este medio de transporte y sus bondades. Duraderas y de mecánica simple, aquellas bicis no eran ni modernas ni ligeras, lo cual tampoco favoreció su aceptación más allá de las circunstancias. Quizás por todo eso se asocia su uso como una solución de tiempos de escasez: en pocas palabras, quedó su uso masivo como un mal recuerdo.
Aun así, hoy, en ciudades como Gerona, Bayamo o Cárdenas (donde le han erigido un monumento) es alto el número de ciclistas en las vías y existen, además, regulaciones y un mínimo de infraestructura para su circulación. En la capital, por otra parte, con las medidas de aislamiento por la COVID-19, algunos echaron mano a la bici guardada, compraron o adaptaron una; otros simplemente nunca la abandonaron.
Más modernas que aquellas chinas de acero, circulan en nuestras calles una variopinta gama de bicis con más o menos comodidades, incluyendo las eléctricas. Sin embargo, escasean talleres y el mercado de piezas y repuestos es casi nulo; las ofertas en las tiendas no resultan económicas y se carece de una infraestructura vial adecuada para este tipo de vehículo. No obstante, cada vez más personas la retoman sin prejuicios para ir al trabajo o para las salidas con amigos los fines de semana, incluso, aventurándose más allá de los límites de la ciudad.
Una estrategia inteligente a la luz de los tiempos que vivimos y por venir, sin caer en modismos o esperar a que arrecien las dificultades, sería potenciar el transporte público para grandes distancias y el uso de la bici en cercanías. Esto ayudaría a descongestionar la situación actual en la capital.
Ahora que los niveles de contaminación descendieron con el aislamiento social por la COVID-19, muchos países se proponen o implementan estrategias de movilidad sostenible, con la bicicleta como eje central. Francia habla de “urbanismo táctico” para adaptar la capital a las dos ruedas después del fin del confinamiento, España pide desarrollar una Ley de Movilidad Sostenible, Portugal aspira a llegar a 200 km de ciclo vías en Lisboa al final de año, mientras que en Bélgica, con una larga cultura ciclista, su uso no sufrió restricción alguna en medio de la cuarentena.
La bicicleta es sobre todo un estilo de vida, que valdría la pena estimular y cultivar.