Tanques

Y así llegó el Bayern a la final de Champions, tras aplastar a cuanto rival se le puso enfrente. Foto: El Universal

Ya pocos recuerdan al Bayern funesto de inicios de temporada. Sería ilógico volver atrás y maldecir a Niko Kovac por sus constantes desaciertos, o pensar en la necesidad de un proceso revolucionario en el Allianz, con una renovación capital a base de millones. A fin de cuentas, lo hecho, hecho está. Sin embargo, el fútbol vuelve a mostrar su rostro más camaleónico y si hace unos meses pensamos que la mentalidad “austera” en los mercados  de fichajes podría situar al club bávaro un escalón por debajo en estos tiempos de “vacas gordas”, en la final de Champions quedó demostrada la capacidad que tienen los grandes para destrozar criterios adversos.

Casi de un día para otro un simple cambio en el banquillo nos devolvió al temible campeón alemán, dejando atrás a la fiera herida de muerte que parecía encaminada incluso a perder el trono de la Bundesliga. Y con Hans-Dieter Flick regresó también el clásico fútbol alegre a la parroquia bávara; o mejor, asumió la insigne entidad teutona un estilo de juego idóneo para explotar las características de sus mejores jugadores, lo cual le valió rápidamente un repunte en el torneo doméstico y la candidatura firme a la corona europea.

Flick recogió del suelo los trozos de un proyecto fracasado por su predecesor Kovac, puso el vestuario en su favor y comenzó entonces su trabajo. Y así llegó a convertir a Lewandoswki otra vez en el artillero más eficaz del Viejo Continente (con el perdón del resto, las estadísticas en materia de goles no engañan), aseguró las bandas con auténticos puñales, Gnabry, Coman, Coutinho y Perisic mediante, mientras perfeccionó el medio del campo para cubrir a una retaguardia férrea por antonomasia. Si alguien dudó al inicio de su capacidad como técnico, de a poco estas incertidumbres fueron suplantadas por certezas.

Y así llegó el Bayern a la final de Champions, tras aplastar a cuanto rival se le puso enfrente. Al típico estilo alemán. Con humillación al Barcelona incluida, casi un déjà vu de la paliza alemana a Brasil en Mineiro. Con una demostración física envidiable y pocas lagunas en el juego —solo la defensa lució tambaleante por momentos—, un vaticinio para la final en su contra sería casi una rareza entre los entendidos. Aunque enfrente estuviera el PSG de Neymar y Mbappé, más una importante constelación de estrellas construida a golpe de talonario.

Si la final fue un partido cerradísimo entre los gigantes de Francia y Alemania, el Bayern sacó su as debajo de la manga en el mejor portero de la última década, Manuel Neuer, quien se llevó tácitamente otra vez el dedo a la boca para pedir silencio. Quien le condenó a segundos planos, quien osó dudar de su categoría y le mandó a la jubilación antes de tiempo, deberá callar. En el fondo, Low, el seleccionador alemán, debe tener razón al mantenerle bajo su arco, pese al impresionante momento de Ter Stegen y la picante polémica en torno a la titularidad de los guardametas en la Mannschaft.

El PSG otra vez choca de bruces ante las puertas de la gloria. Estará enfurecido el jeque, hastiado de sacar petróleo de sus bolsillos para satisfacer los caprichos de los entrenadores de turno y luego solo poder saborear títulos nacionales. Nunca había estado tan cerca de la supremacía continental como este domingo, pero ya lo dicen los sabios, a los segundos nadie los recuerda. Si quiere volver a aspirar, deberá complacer nuevamente a sus estrellas, cuyo pedigrí ha sido insuficiente hasta ahora para derrumbar el maleficio de la Champions.

El Bayern, por su parte, ha dado una lección al mundo del fútbol. Con jóvenes talentosísimos ávidos de inscribir su nombre entre los más grandes, ha tumbado uno por uno a otros clubes solidificados con billetes. Y no es que sean los alemanes el equipo pobre que va de víctima por Europa. En absoluto. Pregunten al Dortmund, saqueado de sus mejores figuras cada temporada. Pero uno ve al PSG erigido con petrodólares y solo puede pensar en que a veces, por mucho que el actual panorama arroje una realidad poco favorable, la grandeza no se puede comprar.

La frase:

“¿Qué diferencia hay entre los ganadores y los mediocres? Que los mediocres buscan no perder y los ganadores buscan ganar”. (José Luis Chilavert)

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